sábado, 22 de septiembre de 2018

HÉROE DE PELÍCULA
Relato


Desde muchacho, Federico se impresionaba mucho con las películas y quería seguir viviéndolas en el día a día.  Las cintas que le gustaban eran las de boxeadores, karatekas y guerreros que tanto público atraían; toda la semana seguía creyéndose un héroe frente a sus amigos, en el colegio, en familia.  Ya maduro, continuaba embelesado con esos chicharrones holywoodenses, hasta que en cierta ocasión un compañero de trabajo con quien comenzó a trabar amistad le llamó la atención sobre ello y lo invitó a ver un filme de autor.

La película escogida fue “Yo, Daniel Blake” del Reino Unido, dirigida por Ken Loach.  Daniel es un hombre de 59 años que está tramitando una incapacidad laboral porque sufrió un infarto.  La burocracia le interpone mil trabas; él se cansa de enfrentar a los funcionarios y resuelve hacer protesta callejera.  Entre tanto conoce a una desplazada con dos hijos que también tramita ayuda oficial; esta se va a vivir en su mismo vecindario y empiezan a hacerse amigos.  Después, el se da cuenta de que ella se prostituye para alimentar a sus niños, entonces se deprime y deja de luchar. Cuando ella le consigue un abogado y está a punto de ganar su caso muere por un nuevo infarto.

Federico salió conmovido y su amigo le hizo un buen análisis de la cinta.  Al día siguiente, llevado por su antigua costumbre, montó una fuerte discusión con una auxiliar de la institución de salud donde estaba solicitando una cita médica, porque solo podía dársele para dos días después.  Gesticuló, gritó, amenazó y se fue a buscar al jefe del servicio.  Le dijo a este que la empresa de salud tenía la obligación de garantizar las citas médicas sin demora, que no había razón válida para esperar dos días, que la compañía se estaba llenando de dinero a costa de los pacientes.  Por única respuesta, recibió un formulario de quejas y reclamos para llenar.  Su novia, que lo acompañaba, salió turbada y a la primera oportunidad se lo comentó al amigo de Federico, quien no pudo más que reír.  “Deja de hacer el héroe.  La vida real no es igual a las películas” le dijo el amigo.

Aleida, su novia, buscó otro día con preocupación al amigo de Federico para comentarle lo que pasó después de ver juntos “El discípulo”, filme ruso en que el estudiante Benjamín, obsesionado con la lectura de la Biblia, emprende una campaña moralizante; se opone a los bikinis de las compañeras en la piscina del colegio y a la cátedra de educación sexual, tiene serias dificultades con profesoras y termina asesinando a un compañero que no comparte su posición ‘bíblica’ contra el homosexualismo.  Federico salió a predicar en su familia y en el trabajo contra los falsos moralistas y se ganó casi que hasta unos golpes.

–Buscó a su tía Concepción, camandulera, y le endilgó una cantaleta por sus posiciones moralistas, por mantener reprimidos a sus sobrinos, que así podían tomar caminos equivocados por no tener acceso libre a los temas sexuales.  La pobre vieja entró en un trance nervioso y harto trabajo les dio estabilizarla.  ¿Cómo te parece?

–Pues, te cuento que en la oficina también la emprendió contra Rigoberto, un compañero que critica lo que él considera relajada educación actual y propone volver a la enseñanza de la religión, la urbanidad, la educación cívica y la prohibición del piercing, los tatuajes, el pelo largo en los hombres, los pantalones en las mujeres…  Le dijo fascista, franquista, inquisidor y por poco no terminaron a los puños.

–Oye, Sergio, ¿qué hacemos con este justiciero antes de que se nos convierta en un vengador anónimo?

–Vamos a enfrentarlo a temas que lo hagan reflexionar sobre sí mismo, sobre su futuro, para que aprenda a pensar, antes que actuar emotivamente.

Se lo llevó, pues, Sergio, a ver “Almacenados”, mexicana, de Jack Zagha.  Un muchacho encuentra trabajo en una bodega donde van pasando los días y no hay nada para hacer.  Él y un agrio  viejo a quien va a remplazar porque se jubila se la pasan mirando al vacío, mirándose entre sí, porque a la bodega nunca llega mercancía alguna; escasamente conversan y no pueden llegar tarde ni salir temprano porque hay que cumplir el horario estrictamente (“En cualquier momento llega el camión”).  Finalmente, el joven hace una gestión no solicitada en favor del viejo y este, agradecido, el día que se despide, le dice que volverá a partir del lunes a acompañarlo, porque sabe que no será capaz de aguantar a su mujer todo el día, todos los días, por el resto de su ahora inútil vida.  

Sergio le llamó la atención a Federico sobre el contraste entre dos hombres de generaciones distintas y sobre su única coincidencia en mantener la falsedad para no perder su salario; sobre el miedo del viejo a enfrentar la realidad exterior y, ante todo, la realidad de su vacío futuro.  Federico quedó desconcertado.  ¿Cómo un argumento tan plano, sin acción, de una película no sume al espectador en la monotonía?  Sergio dijo que se debía a las excelentes actuaciones de los protagonistas, pero aquel se quedó pensativo.  “Hay algo más, hay algo más”.

Para acabar de desconcertarlo, su amigo lo invitó la vez siguiente, junto con Aleida, a una presentación de la cinta norteamericana Lucky, dirigida por John Carroll Lynch, donde un hombre de 90, que lo llaman Lucky y vive solitario, tiene muchos contactos con gente del pueblo en los bares y cafeterías, quienes lo hacen enfrentar su vejez y la proximidad de la muerte, bien por bromas de unos o por conversaciones serias con otros.  Uno de sus amigos quiere mucho a su mascota, una tortuga llamada Jefferson, que se supone le falta vivir cien años más y esta termina escapándose.  En la escena final, el viejo Lucky sale solo a caminar por el desierto y cuando todos pensamos que allí va a morir, se le cruza Jefferson en el camino y le ilumina el rostro.

Federico se identificó con un hombre tan vital a esa avanzada edad, plenamente convencido de seguir viviendo, y veía en la escena final una metáfora de la inmortalidad.  Le dio por bromear diciéndole a Aleida “vas a tener novio para toda la vida y voy a tener muchas novias en mi vida, porque voy a vivir más que Jefferson”.  Por poco se le escapan las lágrimas cuando Sergio le contó que el actor protagonista, Harry Dean Stanton, murió pocos días antes del estreno.

Estas dos últimas películas desubicaron completamente a Federico.  No encontró héroes y villanos; no encontró una injusticia para tomar de bandera; no podía salir a encarar a nadie; tenía que encararse a sí mismo: el sentido de la vida, la realidad de la muerte.  Es verdad que las ficciones, llámense novelas o películas, tienden a señalar injusticias, porque la realidad está plagada de ellas, y también tienen algún tipo de héroes y villanos, pero no como los estereotipos de Hollywood, y un filme, para valer, no tiene que tener héroes y villanos.

Con la orientación de Sergio y los refuerzos de Aleida, el hombre comprendió el sentido del cine, más allá del mero pasatiempo; aprendió a distinguir el cine de calidad del entretenimiento barato.  Aprendió a buscar las cintas premiadas en los buenos festivales, las películas de directores destacados, y a discutirlas después de disfrutarlas.



Carlos Jaime Noreña
Ocurr-cj.blogspot.com
cjnorena@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

  Una navidad sentida La pelirroja Ángela y el rubio Daniel han salido a caminar en esta noche de principios de diciembre tibia y luminosa, ...