domingo, 2 de septiembre de 2018

JORGE LUIS, EL MEMORIOSO
Relato


Son muchas las vueltas que da Jorge Luis para encontrar el sitio donde debería verse con Manuela, pero no recuerda en donde fue que se citó con ella.

– ¡Esta memoria!  ¿Cómo es el nombre de ese cafecito?  ¡¿Por qué no lo apunté?!  Porque “Es muy lógico, no se me va a olvidar”…

No es la primera vez que el muchacho se pierde de algo importante o placentero por causa de su volátil memoria.  Cuando era adolescente se le olvidaban las fechas u horas de los partidos que más le interesaban y se los perdía.  Ahora, acabando de conocer a esta linda chica, Manuela, ya olvidó por completo en qué lugar se citaron y se perdió del encuentro.

Las duras lecciones del colegio, apoyadas en aprendizaje de nombres y fechas al pie de la letra, eran su dolor de cabeza; pero aun más problemático era que no lo podían encargar de nada porque lo olvidaba.  No llevaba la casaca para representar a un héroe de la patria, a pesar de haber asegurado que en su casa había una, colgada en un ropero viejo; no conseguía la media libra de permanganato de potasio para el experimento de Química; olvidaba qué día le tocaba el uniforme de Educación Física.  Sus compañeros lo bautizaron ‘Funes, el memorioso’.

Cuando tuvo su primera noviecita, salió despedido después de haber olvidado, primero, su cumpleaños; después, la celebración de los primeros seis meses y, por último, ¡su nombre!  Se dispuso, entonces, el muchacho a realizar unos ejercicios de mnemotecnia que estaban de moda y algo progresó porque pasaron meses sin que volviera a olvidar los encargos de la mamá ni las fórmulas químicas y matemáticas.

En la universidad, comenzaron de nuevo los traspiés; ya sin una rutina fija en el día, como la del colegio, donde los timbrazos anunciaban el cambio de clase y el plan de cursos era prácticamente ejecutado por los profesores; empezó a equivocarse del aula, la hora y hasta del día de sus cursos; no recordaba cuando le tocaba una prueba y hubiera perdido todas las asignaturas del semestre de no ser por la encantadora compañera con la se trenzó en amistad (por llamarla solo así), con quien hacía los trabajos, iba a cine y a fiestecitas y preparaba los exámenes y hasta las trampitas. 

Un día vio en la librería una obra que recordó haber leído en edición resumida en su adolescencia y la compró para releerla completa.  ¡Cuál no fue su desazón al ir encontrando en su lectura que no recordaba nada de los personajes, nada sobre las situaciones, sobre el argumento general ni sobre el desenlace!  “¿He perdido el tiempo leyendo durante tantos años?”  Hizo el ejercicio de evocar libros leídos y tratar de recordar sobre ellos, pero a lo sumo recuperaba algunos rasgos de la esencia de la obra, sin detalles por completo.  Se trazó el plan de releer algunos de los libros con un máximo de atención, pero también buscar alguna terapia para la memoria.

Un concurso de declamación que lanzaron por esos días le pareció una excelente oportunidad para ejercitar esa facultad y adquirir buenas rutinas de recordación.  Consultó los requisitos, se inscribió y, en los primeros ejercicios, memorizó poemas de métrica precisa y rima muy consonante de un autor que le gustaba desde joven, por recomendación de uno de los asesores.  Pasó la primera selección y ahora se mudó a otro autor con formato más libre, con el que tuvo serias dificultades al no contar con la guía de la rima.  Su amiga querida le dio mucho apoyo y en su familia también se le pusieron al pie.

Se llegó el día de la semifinal; Jorge Luis, muy nervioso, pero bien acompañado, hizo lo que le tocaba y se llevó la gran dicha de salir seleccionado para la final.  Un gran beso se ganó y una exigencia de redoblar la intensidad de los preparativos, para salir victorioso de la ronda final.  Se dedicó muchos días a estudiar a fondo nuevos poemas del autor predilecto, más intensos, quizá por ello más difíciles, pero no quería ser inferior al reto; después de entenderlos muy bien (si es que se logra llegar a entender la poesía) comenzó la memorización y hasta pidió varios permisos en el trabajo, para dedicarle todo el tiempo necesario.

La presentación en la final fue toda una jornada épica.  Su madre le exigía que se presentara vestido “de pingüino”, como él decía; su padre menospreciaba el evento y le repetía que todo ese esfuerzo lo podía haber dedicado a algo más productivo; sus cinco tías querían invitaciones, pero él disponía de tres que eran para su novia, su mejor amigo y su mamá; las viejas se pusieron a llamar al director del concurso y solo lograron poner en ridículo al pobre Jorge Luis.   En camino al acto, el automóvil falló y debieron esperar a la grúa; la novia estalló en llanto, porque no iban a llegar a tiempo.  En fin, entrando al teatro, la chaqueta de Jorge se atoró en un gancho y salió con una pequeña rasgadura.  Nada de esto lo conmovió y llegó muy seguro a dar su declamación; salió triunfador y le anunciaron la entrega del premio para el día 30, con presencia del gobernador y el ministro de cultura.

Jorge Luis llegó dichoso a su trabajo, contando que el último día del mes le entregarían el premio de declamación 2018, dentro de la clausura de las jornadas culturales metropolitanas.  Dado que tenía algo de trabajo atrasado por los permisos obtenidos, se dedicó por esos días a cumplir el compromiso con su jefe de poner todo al día.  También se puso al día con su amiga del alma, con quien no había vuelto a hacer salidas mientras estuvieron juntos, o a ratos él solo, en las intensas jornadas de memorización.  Casi que se puso al día también consigo mismo y con su familia, pues estuvo cumpliendo con todo, sin olvidar el más mínimo detalle de las rutinas y de los compromisos.  “Y no olviden ustedes que el viernes me van a acompañar a recibir el premio”.

El viernes a primera hora, estando en su oficina, recibió el muchacho una llamada de la Secretaría de Educación y Cultura.

Señorita, no tienen que recordarme que esta noche debo ir a recibir mi premio.

–La premiación fue anoche y usted no se presentó.  Por cortesía, lo llamamos a su teléfono celular y parece que lo tenía descargado.

–¡Qué horror!  ¿No era el último día del mes?

–No, señor.  Era el 30 de agosto, ayer.

–Pido mil disculpas.  Confundo los meses de 30 con los de 31.  ¿A dónde puedo pasar a reclamar el premio?

–No señor.  Ayer mismo  se le concedió el galardón a quien había quedado en segundo lugar y hoy salió la resolución anulando el premio suyo.

–Pero, señorita, un olvido lo tiene cualquiera.

–Los olvidos son imperdonables en la declamación, señor.  Hasta pronto, que tenga un buen día.

Carlos Jaime Noreña

ocurr-cj.blogspot.com
cjnorena@gmail.com


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