martes, 16 de abril de 2019

YOVANY ALQUILA-TODO
Relato


El nombre de Yovany Esthiven (sic) delata su origen humilde; vive en uno de esos lejanos barrios de bajo estrato, donde los padres dan a los bebés nombres extranjeros que los seducen por su sonoridad y, además, siempre compuestos, en unas combinaciones bastante llamativas, y registrados con la más atrevida ortografía.

El muchacho tiene una bicicleta vieja y desalineada, pero le saca provecho
alquilándola a sus vecinitos, a quienes la vida les ha negado el gusto de poseer una. Ahorra el dinero para comprarse una bicicleta nueva, hasta que por fin lo logra. Entonces, se desplaza todos los días a otro barrio de la ciudad, donde la alquila a universitarios que deberían llegar caminando hasta su institución o a chicos, chicas, en disfrute de exquisito ocio, que quieren darse una vueltecita.

Un terrible día, la ciudad establece el sistema de bicicletas en préstamo, denominado Con-Cicla, que tiene amplia cobertura y nuestro querido amigo se queda sin clientela. Echando cabeza sobre algún otro objeto que sirva para el disfrute de la gente, se le ocurre hablar con un conocido suyo que trabaja con imagen y sonido para que le reproduzca copias de películas exitosas y hace negocio alquilándolas, pero le dura poco tiempo la dicha, pues se generaliza la
venta de copias piratas a muy bajo precio y además entra el negocio del streaming.

Dentro del nuevo ocio forzoso, se va un domingo a quemar tiempo en un parque
natural cercano, donde nota que muchas personas sufren con el castigo del sol por haber olvidado traerse una gorra. Monta entonces el lucrativo negocio de alquiler de gorras a los paseantes, en que no se dan pérdidas de inventario porque la generalidad de las personas hacen de buena gana la devolución y porque, además, el parque tiene una entrada y salida única, por teleférico, y al chico le es fácil quedarse allí esperando el retorno del público.

El negocio es lucrativo solo los fines de semana, pero en los días laborales tiene
Yovany Esthiven otra fuente de ingresos: en eventos masivos, en estadios y coliseos, que siempre hay dos o tres en la semana, alquila prácticos cojines para evitar el sufrimiento de las nobles partes traseras condenadas al pavimento. Aquí tiene que esmerarse más en la recuperación; tiene que recorrer las graderías cuando faltan pocos minutos para la terminación del espectáculo, pero
no se le pierden muchos cojincitos.

Nuevamente se le esfuma la clientela al muchacho cuando a la gran compañía
aseguradora se le ocurre la fabulosa idea de distribuir gratuitamente gorras, viseras y cojines en las entradas de sitios de afluencia pública, con el lema “Esto te asegura contra incomodidad y lesiones. Nosotros te aseguramos contra muchas otras amenazas”.

No se da por vencido; “estos tontos no piensan en riesgos más importantes; no
regalan bastones”; y se planta en un andén de la avenida más caótica de la ciudad con un tarro lleno de bastones. ¿Qué será su locura? Cuando llegan personas temerosas de cruzar, las convence de usar el bastón (“por una suma ridícula”) para que los conductores les den paso, y que le dejen el bordón tirado al otro lado, que ya él lo recogerá. Por supuesto que le sirve de perlas el caos del tráfico de la desorganizada ciudad, donde no hay semáforos peatonales y los
escasos pasos de cebra no son respetados por los alocados conductores; solo los minusválidos despiertan alguna mínima consideración.

Empiezan a proliferar los semáforos para peatones y para ciegos y los pasos de cebra y el muchacho ve menguar rápidamente sus ingresos. Por casualidad, se encuentra un vestido de hombre en un depósito de reciclaje y se lo lleva a casa; le pide a su mamá que lo limpie bien y se va a ofrecérselo a su amigo John Jairo, quien debe ir a una entrevista de trabajo. Este le dice que no se lo puede comprar, que se lo alquile; transan un precio, John Jairo sale bien librado en su
entrevista y Yovany Esthiven recupera el traje que, tras una fácil cepillada, queda en condicionesde servicio y al día siguiente se va a ofrecerlo por el barrio. 

Se lo toma Rigoberto después de un forcejeo, pues el muchacho teme que este maloso no le pague y, además, se le quede con él. Alguna promesa convincente le hizo Rigoberto para que se lo dejara llevar y, muy cumplidamente, se lo retornó al día siguiente. Al preguntarle para que necesitaba un “cachaco”
de noche, le respondió que de esta manera hacía más fácil su “trabajo”, porque bien vestido no inspiraba desconfianza; que lo iba a seguir necesitando todas las noches.

Pero al día siguiente realizaron una batida policial en la cuadra; parecía que venían por Rigoberto y este le rogó al chico que lo escondiera; tras unos segundos de reflexión, se lo llevó a un lote donde había unas ruinas de una vieja construcción y lo condujo a través de un túnel que los llevó a una gruta
recóndita, donde le aconsejó quedarse hasta que volviera por él.

Al cabo de un par de horas, los “tombos” tuvieron que desistir de la búsqueda y
Yovany Esthiven, después de este exitazo, montó la nueva “línea” de escondites para los muchachos en aprietos con la ley. Daba cobijo a los que eran perseguidos por distribuir marihuana, por raponazos, por entrarse a casas ajenas… Recaudaba buen dinero, pero también le fue creciendo la cartera morosa. Un día, uno de los morosos le trajo a su hermanita como prenda de garantía; “puedes pasar un buen rato con ella – yo ya le di instrucciones”. No fue capaz de respetar, Yovany; ya metido en la senda de lo indebido, se aprovechó de la chica; claro que empezó con suavidad, pero solo por conseguir acceso con más facilidad. El “programa” no le disgustó a ella; parecía que ya había hecho algunos pinitos en esas actividades.

Antes de dejar ir a la muchacha, le indagó por sus amiguitas; le preguntó si ellas también podían “colaborar” de la misma manera que ella y si eran “bien bonitas, como tú”. Se comprometió a presentarle algunas el día siguiente y Yovany se quedó frotándose las manos; ya estaba concibiendo los detalles de una nueva “empresa”.

Una vez conocidas las candidatas y habiéndolas convencido de su plan, consiguió un par de camastros y los llevó a dos de los escondites; los cubrió con unos buenos tendidos y dotó los sitios con otros elementos necesarios para el tipo de encuentros que propiciaría allí. Muy pronto empezó a conseguir la clientela entre todos los malandrines que componían su círculo de conocidos, a quienes les hacía el cobro por adelantado y así no perdía un solo peso, como sí había estado perdiendo en la ocupación original de los escondites.

El chico que empezó alquilando bicicletas terminó “alquilando compañías”, lo que veía como un negocio muy normal, dentro de la escala de valores que se fue autoconstruyendo, sin la orientación de unos padres que lo descuidaron, la guía de unos maestros que no lo trataron como ser humano, las pautas de una sociedad diluida en el facilismo y el afán de lucro.




Carlos Jaime Noreña
ocurr-cj.blogspot.com
cjnorena@gmail.com

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