viernes, 14 de agosto de 2020

DALE TIEMPO AL TIEMPO

Relato


–¿Cómo que ya es jueves?  Hace nada que empezamos esta semana.

–¿Noventa y seis te parece nada?

–¿Eso a qué viene?

–Querida, vamos a completar 96 horas de esta semana y eso te parece nada.

–Es que el tiempo corre.

–Él corre siempre a la misma velocidad.  Tú juzgas así porque miras hacia atrás y comprimes todos los sucesos, pero si te devuelves a analizarlos detenidamente, vas a encontrar todo el tiempo allí escondido.

–¿Cómo es eso?  ¡Explícamelo!

Así dialogaban Malena, abogada, y su amigo Agustín, ingeniero.  Ella hacía una apreciación sentimental, él se despojaba de cualquier juicio inmaterial y la quería llevar a un terreno práctico, matemático.  Aunque, aquí entre nos, podríamos decir que ambos tenían razón.  En fin, Agustín, autorizado por la explicación que ella le pidió, se dejó venir con esto:

–Has trabajado estos cuatro días, ¿no?  Me mirarías muy feo si te dijera que todo lo que hiciste fue basura…

–¡Qué horror! –le interrumpió ella– mucho tiempo les tuve que meter a esos contratos.

–¿Lo ves?  ¡Tiempo!  Ya no lo cuentas, pero transcurrió, segundo a segundo, y te aseguro que, por ratos, te sentías cansada de todo lo elaborado en un documento o en otro.  Ese tiempo lo viviste y hoy lo estás despreciando.  Hayas logrado mucho o no, el tiempo no se ha ido en blanco.

–Te refieres a los ratos intensos; incluso los de sufrimiento también se vivieron segundo a segundo y ¡qué largos nos parecieron!  Los momentos de dicha… esos sí pasan muy rápido.

–Me haces recordar la película que vimos la semana pasada.  La disfrutamos tanto, estuvimos tan abrazados y tan tibios, que hoy nos parece que se acabó muy pronto.  Pero si te pido que me la cuentes, va a ser largo tu relato de todas las escenas y vamos a verificar que sí duró las dos horas (y eso haciendo caso omiso de todas las veces que te tengas que regresar a aclarar detalles que olvidaste, que es lo que suele suceder).

–¿Cuándo volvemos a hacer un programa juntos?  Es tan rico contigo…

–Estoy disponible.  Pero volviendo a lo serio, te digo: no desprecies el tiempo, porque desprecias la cantidad de momentos vividos.  Ese trámite tan demorado en el banco el martes pasado fue tiempo tuyo, como lo fue tu tertulia de ayer con tus amigas, que tanto disfrutaste; los ratos de lectura, las preparaciones culinarias que te fascinan, todos han sido vivencias, agradables o desagradables, que te han tomado tiempo.  Corrijo: en las que has puesto tu tiempo.

El sábado por la noche, para realizar el deseo de un buen programa juntos, se juntaron en casa de ella a leer un libro que ansiaban conocer, escuchando música clásica.  El vals No. 2 de Shostakovich parecía marcar el ritmo del tiempo.  De repente, se interrumpió la energía eléctrica; fueron a la ventana y toda la ciudad estaba en tinieblas; era un apagón general.  Se recostaron uno en el otro y estuvieron comentando la obra que leían.

–Qué buenas reminiscencias introduce el autor en el hilo de los acontecimientos.

–Sí, sabe sacarnos con destreza del momento que se vive en el relato para llevarnos, en palabras de un personaje, a revivir hechos de tiempos pasados.

–Los recuerdos de la muchacha me hicieron volver a mi época de colegio.  ¡Cómo pasaron fugaces esos once años!  La época más bonita de la vida.  Pero también, la más sufrida, por el equivocado concepto de disciplina de los profesores y la directora.

–Ahí tienes otro claro ejemplo de mi tesis de esta semana.  Estás comprimiendo todos esos años y dejando de examinar todas las experiencias, grandes y pequeñas, buenas o malas, cada una con su propia duración.  Vuélvete allá y detente a revivir todo lo hecho, lo presenciado, lo gozado, lo sufrido, lo anhelado…

–Tienes razón.

–Dice  Germán Espinosa, en su “Romanza para Murciélagos” que los minutos son largos y los años son breves, citando a su vez, a Madame d’Amiel-Lapeyre.  Continúa Espinosa diciendo “si diéramos en representárnoslo por años, el tiempo nos resultaría como un tenue soplo; mas, si revisamos los acontecimientos de esos años, se nos antojarán casi propios de una eternidad”.

–Es una eternidad este apagón; ¿cuánto dura ya?

–Sigues dándonos la razón a Espinosa y a mí; te detienes en cada minuto, cada segundo de oscuridad, con el agravante de que les pones una lente de aumento.  A propósito, ¿la estás pasando mal conmigo? Porque uno juzga largo el tiempo cuando está sufriendo.

–¡No!  Lo que me hace “sufrir” es la interrupción de nuestra lectura.

Todavía en los días siguientes tuvieron la ocasión de contrariarse por causa del tiempo: un vuelo demorado de Malena, la aprobación de un crédito que no le llegaba a Agustín.  Una noche, comentando sobre estos percances, él quiso dar un viraje al mal sabor y le declaró su amor; sí, como en una novelita rosa.  Ella lo aceptó extasiada.

–Podremos vivir bellos momentos juntos.  Seremos vistos como la pareja más amorosa –dijo, emocionado, Agustín.

–El tiempo lo dirá –respondió Malena, para evocar de nuevo a ese etéreo personaje.


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