lunes, 17 de marzo de 2025

LOS OJOS DE FUEGO DEL MONSTRUO

De chico, temía entrar en el subterráneo de la casona en que vivíamos por oscuro y frío.  Imaginaba que solo algo malo podía estar ocupando ese espacio. Relatos sobre hechos escalofriantes en mazmorras de viejos castillos contribuían a aumentar mi temor.  Me movía, en cambio, por las calles aledañas jugando con los vecinitos, ahuyentando pájaros que llegaban a beber en una fuente o a posarse en las ramas de los árboles, haciendo bromas con mi mejor amigo a una vecinita medrosa que salía a jugar con sus muñecas.


A mis doce años, los comentarios morbosos de dos o tres camaradas algo mayores que yo comenzaron a despertarme la malicia y a reorientar mis ojos hacia las chicas a quienes ellos lanzaban piropos y me empezó a gustar Susanita de mi misma edad.  El día que vi pasar a esta niña con una hermana que no le conocía, llamada Cielo, sentí que una electricidad

recorría mi cuerpo originada en sus sensuales curvas, sus brillantes ojos verdes, su nariz respingona y, sobre todo, su pomposo y enhiesto trasero y sus turgentes tetas ya muy bien desarrolladas a sus dieciséis años. En el cuarto de baño, en donde ya algunas veces me había quedado embelesado con el recuerdo de Susanita, me refugié a explorarme en solitario la

perturbadora sensación que tenía ahí abajo desde que vi a Cielo.  Algo me movió a llevar la mano allí y al minuto se me creció lo que me estaba tocando y se llenó de un aceite transparente que me causó gran turbación. No tuve tiempo de más, porque mi madre me llamaba desde fuera ¿por qué llevas tanto rato en el baño? ¿qué es lo que haces muchacho? y tuve que salir con cara de culpa.


Un rato después, me apremiaba de nuevo el morbo y me decidí a bajar al sótano a tratar de retomar lo interrumpido, seguro de que algo mejor había quedado faltando. A la entrada de la oscura mazmorra, vacilaba, los viejos temores me asaltaban, pero el ganoso impulso me empujaba hacia adelante, hasta que por fin avancé, me quedo por acá no voy muy adentro

aquí nadie me verá… Así fue como llegué, en medio de un hondo entusiasmo, de un agite violento, de unos suspiros acelerados, a la primera de las mucha emisiones que tendría en mi larga vida.


Pronto vi a Cielo por segunda vez, ahora forrada en un jean excitante, y no tuve más remedio que buscar de nuevo la amenaza de la alcahueta oscuridad.  Estaba en mi exquisito agite cuando escuché uuuuuhhh uuuuuhhh desde lo profundo de las tinieblas; solté lo que tenía entre manos y con los pelos de punta dirigí mis ojos al frente, pude ver dos ojos encendidos y salí en veloz carrera, apenas subiéndome los pantalones como pude.  Le conté del hallazgo a mi mejor amigo, obvio que sin narrarle nada de lo erótico, me acompañó la tarde siguiente a hacer una pesquisa y quedamos congelados con el uuuuuhhh uuuuuhhh del monstruo de los ojos de fuego.  Le hice jurar que no le contaría a nadie de la aventura y me juré a mi mismo no volver jamás al sótano, pero tres días después me acometieron de nuevo esas ansias locas, superé el miedo y me fui a buscar la placidez del sótano, con una linterna para iluminar al monstruo si se presentare porque había escuchado que los espantos de la oscuridad huían si se les arrojaba un chorro de luz.  No bien terminé mi

operación que tanto disfruté, mientras limpiaba lo necesario, uuuuuhhh uuuuuhhh uuuuuhhh.  Lleno de valor, lo enfrenté con la linterna y aparecieron mi hermano mayor y su amigo Felipe aspirando sendos porros de marihuana.


Compraron mi silencio muy fácil: me amenazaron con contar mis aventuritas de la oscuridad a mi madre, pero además me ingresaron a sus ceremonias canabináceas con las que descubrí otra naturaleza de placeres, nada incompatibles con los de mi soledad.


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