domingo, 16 de julio de 2017

GERARDO FLÓREZ, EL DE LAS FLORES


Los sábados y domingos (y casi todos los días) pasa por las calles del barrio un hombre con su carreta llena de flores de los más variados aspectos y colores; frescas, muy fragantes y de excitante belleza.  Su pregón es siempre el mismo, penetrante y agudo: ¡LAS FLOREEES!!!

Después del grito viene, invariablemente, en otro tono, algo más bajo, igual que el gallo cuando termina su canto y parece retomar aire para sus exhaustos pulmones, la jaculatoria “¡Ay, hooombre!”, como resumiendo lo mucho que tendría que contarnos sobre su dura vida. 

Cualquier día, una señora le indagó por su nombre y el contestó secamente: “Gerardo”; otra le preguntó, entonces, el apellido, a lo que recibió la respuesta, como con desgano, de “Flórez”.  ¿O será Flores?  Porque tal vez por salirle al paso al interrogatorio se le ocurrió, inteligentemente por cierto, relacionarse onomásticamente con su oficio.  En fin, aquí lo seguiré llamando Gerardo Flórez, con la z final que es común para este apellido en nuestra región.

Gerardo es de estatura mediana, piel curtida y fornido, y sí que tiene que serlo para el trajín del día entero con su carretilla.  Para esta estampa, parece muy extraña su voz más bien chillona; pero esta no corresponde a ninguna debilidad ni afeminamiento; se debe más bien a alguna causa anatómica o fisiológica.  Si se le escucha de cerca, con cuidado, se le nota como un esfuerzo al hablar, como cuando estamos resfriados y la garganta no nos funciona del todo bien. Dado que esa característica no es temporal en el, sino permanente, quiere decir que tiene algún defecto en las cuerdas vocales o quizá estas se irritan a diario por causa del pregón permanente.

La jornada de Gerardo comienza a las 4 de la mañana, cuando se levanta a seleccionar y cortar las flores de su pequeño cultivo en el solar de su humilde casita en el corregimiento de Doña Elena; mientras está en su trajín, su esposa Belinda se levanta a prepararle una aguapanela, que el se toma ávido cuando reingresa a la casa con unos cuantos manojos que va sumergiendo en tarros con agua.  Puestos los tarros en la carreta junto con unos bultos de tierra “de capote” recogida con anticipación, sale arrastrándola y va pasando por otras casitas de la carretera, donde le tienen flores recogidas y le entregan con el encargo de vendérselas en la ciudad, junto con las suyas.  A veces, recoge también algunos repollos para revender por su propia cuenta.

La carreta es desvencijada y aguanta toda la carga como por milagro.  Es una simple carretilla, compuesta por una plataforma de madera apoyada en dos ruedas metálicas, forradas en tiras de caucho, una tablazón vertical atrás para evitar el derrame de la carga y dos pértigas delanteras para asirla y arrastrarla.  Gerardo baja con ella por la carretera curva y pendiente, situándose por delante, para frenar con su cuerpo el impulso que pueda tomar, y puede accionar el freno en caso de necesidad, pero este freno le ha jugado más de una mala pasada; es una varilla que pivotea sobre un pasador y tiene amarrado a su extremo un recorte de caucho de neumático que se asienta sobre una de las ruedas; su última falla fue en una ocasión que el conjunto hombre-carreta ganó mucha velocidad en una curva y, al accionar el freno, este levantó y desprendió el forro de caucho de la rueda y se produjo el volcamiento que dejó al hombre con contusiones y la carga rodando por la falda de la montaña.  Gerardo solo pudo recuperar la carreta vacía y al cabo de mucho rato logró que un conductor caritativo lo arrastrara hasta la cima; desde allí llegó rengueando a su casita y se prometió ahorrar para comprarse una carretilla en mejores condiciones.

Gerardo ya envidiaba la carretilla de Lorenzo, un muchacho que recogía hortalizas por todas las casitas de campo y las llevaba a vender al pueblo cercano; esta tenía ruedas neumáticas, un mejor sistema de freno y un rústico encapotado. Le había preguntado por cuanto la compró y entonces el día del accidente se propuso ahorrar una pequeña suma diariamente para proponerle compra a Lorenzo o buscar en la ciudad un armatoste similar.  Con el regocijo de este valioso propósito, se durmió, casi liberado de los dolores, abrazado a su mujer, bajo el techo de su humilde casita.

La casita de Gerardo está situada al lado de una estrecha vía, subiendo un barranquito de uno o dos pasos y bajando luego varios por una pequeña pendiente que baja hasta la cañada.  Está compuesta por cuatro muros viejos y un tejado oscuro y lamoso que ya se comba sobre sus durmientes.  Los muros del frente y trasero son de tapia, pero los dos laterales están hechos con ladrillos reutilizados; todo parece indicar que se tuvieron que demoler las tapias originales por deterioro y se levantaron los muros con disímiles ladrillos aprovechados de demoliciones de la ciudad; todos de diferentes hechuras y tinte y los más de ellos con restos de su pintura original de los más diversos colores; es hasta agradable, en cierto modo, apreciar el cuadro casi surrealista que así se formó.  Los ventanucos son de diversos tamaños, para adaptarse a las dimensiones de los marcos también aprovechados de demoliciones y está de sobra hablar de sus colores.  Una de las ventanas pertenece a la habitación matrimonial, otra a la piececita donde duermen los cuatro hijos y una más tiene amplias alas que se abren para dar aire y luz a la pequeña salita de entrada.  La cocina y el inodoro se sirven de huecos con barrotes metálicos, para que por el pequeño espacio libre salgan permanentemente los humos y olores y tenga entrada franca el aire fresco.  No hay ducha; los miembros de la familia tiene que situarse en el lavadero de ropas y vajilla tras la casa y chorrearse agua sacada de su tanque; cuando uno se está bañando, otro le hace pantalla con una vieja sábana extendida; por cierto que no conocen el baño diario, sino que hacen esta ceremonia cada semana, el domingo, antes de desfilar hacia la misa.  El piso es de tierra y Gerardo se preocupa por mantenerlo bien apisonado y Belinda, muy bien barrido.

Dos días después, algo recuperado de los golpes y raspones, y remendada la carretilla, regresó nuestro hombre a la ciudad y se reservó de lo liquidado en ventas una pequeña suma para iniciar el ahorro, después de haber comprado algunos encargos para el hogar y apartado también lo que le costaba el retorno a la montaña en una camioneta de las que por aquí llaman “pickup”.  Esta vieja camioneta trajina todo el día entre el corregimiento y la ciudad y hace su último viaje a la puesta del sol; Gerardo tiene que apurarse a llegar a las vías “Gemelas” para montar su carreta en el vehículo junto a cajones y costales que llevan algunos otros campesinos y se malacomoda con ellos en improvisados tablones, estrechados al lado de la carga.  Al llegar por la noche a casita, depositó la pequeña suma en el tarro de galletas que había destinado como alcancía y le alargó un billete a su mujer para las mínimas compras de víveres del día siguiente.

Siguió bajando Gerardo a recorrer las calles de la ciudad con su multicolor cargamento, en trayectos que lo llevan desde el barrio popular por donde ingresa al perímetro urbano, atravesando el congestionado centro, pasando luego el río, para adentrarse en los barrios de “gente bien” donde se venden más fácilmente este tipo de artículos suntuarios.  Lo pararon un día en una requisa policial y con dificultad los convenció de que era un simple trabajador honesto, ningún enlace subversivo o distribuidor de consumos non sanctos.  Otro día lo persiguió un perro a quien no le pareció un tipo simpático; debió esperar un par de horas para regresar a donde dejó abandonada su carreta y encontró que le faltaban muchas flores y algunas otras perdieron lozanía bajo el fuerte sol.  Ese día fue, pues, menor la venta y no logró completar lo necesario para la consulta de la hija al día siguiente; entonces le tocaría abrir la alcancía para completar.

La hija menor de Gerardo y Belinda es asmática y sufre fuertes espasmos con mucha frecuencia; tienen que mantener un inhalador en casa para las crisis y también la deben llevar muy seguido a consultas y exámenes.  A simple vista se le nota su mal: su rostro es demacrado, con grandes ojeras y es delgaducha y débil.  No así sus otros tres hermanos, que tienen energías suficientes para estar correteando, trepando árboles, robando frutas, haciendo enfurecer perros y, los dos hombrecitos, jugando balón; la mayor es mujercita y los tres van a la escuela rural, pero no la menor, que la mantienen en casa por su debilidad.

Otro de esos malos días, el hombre encontró pocas flores abiertas y listas para cortar en su huerto y tampoco le dieron repollos para llevar, pero decidió bajar de todos modos a vender lo poco que podía ofrecer, con tan mala suerte que ni siquiera lo vendió todo.  Llegando al sitio donde embarcaba en la camioneta hizo cuentas y vio que escasamente tenía el dinero para dejarle a su mujer para las compritas básicas y un billete para pagar la mitad del pasaje, que Filiberto, el chofer, le podría fiar la otra mitad; pero decidió hacer el recorrido a pie, para guardar el billetico en la hucha, tomando en cuenta que estaba un poco más temprano que de costumbre y la tarde estaba muy fina.  Arrancó, pues, Gerardo carretera arriba y, para aligerar el peso, lanzó al terreno aledaño las flores que no había vendido y algún par de tarros ya muy viejos, que ya los repondría.  Dos kilómetros más arriba lo alcanzó la camioneta y Filiberto le hizo señas de llevarlo, pero tercamente se negó.  Siguió ascendiendo sudoroso y ya era plena noche cuando llegó a “Los Silleteros”, una fonda caminera donde se bifurca la carretera, y tomó la vía secundaria que lo llevaba a su casa, ya sin pavimento y muy solitaria.  Por fortuna lo acompañaba la luna llena, que le permitía vislumbrar los principales detalles del camino y le infundía algún mínimo hálito de poesía que le hacía menos pesado el recorrido.  Súbitamente, en una curva, le salieron al paso cuatro hombres armados y quedó paralizado y con el corazón helado; se acercaron y le preguntaron su nombre y la razón de encontrarse por allí tan tarde; después de las explicaciones y, gracias a que uno de ellos terminó por reconocerlo, le dejaron seguir, pero se apoderaron del escaso dinero que llevaba.  Se trataba, adivinó sin dificultad Gerardo, de una de las banditas de maleantes que estaban dedicadas a asaltar vehículos en aquellos parajes antes tan pacíficos y siempre tan encantadores.

Llegó, pues, a casa a media noche, exánime y sin una moneda, casi llorando; su mujer lo consoló; se sintió aliviada después de haber estado sufriendo junto con los niños e imaginando lo peor; le calentó un caldo y le dijo que estaba segura de que al día siguiente tendría la mejor suerte.  Efectivamente, al levantarse un poco más tarde que de costumbre, encontró que en las plantas habían abierto todos los botones que dejó vistos el día anterior y pudo recoger una buena cantidad de flores para llevar; las colocó con cuidado y buen agua en los tarros, ya completados con algunos que encontró en rincones del rancho, tomó su agua de panela con arepa y procedió a abrir el tarrito de lata del ahorro para dejarle el dinero a Belinda para los víveres, pues estas familias de escasos recursos tienen que vivir, como se dice, “al diario”, comprando cada día lo de comer.  Le dijo que ya podría comenzar de nuevo el ahorro para la nueva carreta y le sentenció que de ninguna manera dejaría que ella y sus hijos volvieran a sentir hambre, como en tiempos pasados.  Acto seguido, arrancó a cumplir con su rutina diaria, bajo el marco de un aurora en ciernes.




jueves, 13 de julio de 2017


ANOTACIONES DE LA OBRA "PETER CAMENZIND"Hermann Hesse


Fue su primera novela.  Ya en ella muestra esa capacidad de describir los lugares geográficos casi como unos seres vivos y de penetrar de forma tan cautivante en la naturaleza de las personas.  Está escrita en primera persona, pero ignoro si tiene contenido autobiográfico.


Algunos de los recuerdos de Peter de su entusiasmo por una niña llamada Rösi Girtanner y la frutración de este primer enamoramiento.
Dann saß ich Abends nachsinnend in der Dämmerung, bis es mir gelang, ihre Erscheinung mir klar und gegenwärtig vorzustellen, und dann lief ein süßes heimliches Grausen über meine knabenhafte Seele.
Entonces me sentaba por las noches meditabundo en la penumbra, hasta que lograba representarme su estampa con claridad y realismo y enseguida mi alma infantil era sacudida por un dulce y aterrador espanto.


Und eben wenn ich das so scharf und peinigend fühlte, sah ich ihr Bild immer für Augenblicke so wahr und atmend lebendig vor Augen, daß eine dunkle, arme Woge mein Herz überflutete und mir bis in die fernsten Pulse seltsam wehe tat.
Y aun al sentirlo tan vivo y penoso, veía yo su imagen por momentos tan real y viviente ante mis ojos, que una oscura y sutil conmoción inundaba mi corazón y me dolía hasta en los más mínimos latidos.


Diese mich umgebende Schönheit zerstreute mich aber nicht, sondern ich genoß sie still und traurig.
Esa belleza que me envolvía no me distraía sino que yo la disfrutaba sereno y taciturno.


Zugleich sah ich immer das schöne, schmale Gesicht der Rösi vor mir stehen, so fein und fremd und kühl und meiner unbekümmert, daß mir Erbitterung und Schmerz den Atem verhielt.
Al mismo tiempo, veía yo siempre ante mí el bello y pulido rostro de Rösi tan distinguido, extraño y frío y tan indiferente que el dolor y la amargura me quitaban el aliento.


Cuando se da cuenta de que son otros muchachos los que llegan más cerca del interés de la Rösi.
So einer wie diese würde sich immer über mich lustig machen, so einer würde die Girtanner einmal heiraten und so einer würde mir immer im Weg und um einen Schritt voraus sein.
Uno como ellos siempre gozaría a costa mía, uno como ellos se casaría con la Girtanner, uno como ellos siempre se atravesaría en mi camino y estaría un paso adelante de mi.





Traducción libre, con base en mi percepción de lo leído. Se aceptan observaciones.

  Una navidad sentida La pelirroja Ángela y el rubio Daniel han salido a caminar en esta noche de principios de diciembre tibia y luminosa, ...