viernes, 15 de noviembre de 2019

RENATO ES BLADE Y TAMBIÉN RUNNER
Relato


Despertó y se asombró de la profusión de aparatos a los que estaba conectado.  Sentía molestia por los cables y tubos que salían de todas las partes de su humanidad.  Miró alrededor en busca de alguien que lo socorriera y vio a un médico que revisaba datos en las pantallas de aquellos artilugios.  El doctor, al verlo moverse, se sorprendió y de inmediato le manipuló los párpados para revisar sus movimientos oculares.

–¡No soy un replicante!
–¿Replicante?  ¿Qué es…?  ¡Ah, ya caigo!  Olvídate de Blade Runner; ya regresaste al mundo real.
–¿Qué hora es?
–¿Hora?  ¡Je, je, je!  Estabas en coma desde 1983.

Intenta preguntar el año actual, pero el médico ya está hablando solo y tiene  una pequeña cajita apoyada en una oreja.  Por el diálogo, cae en cuenta de que se trata de un teléfono inalámbrico en miniatura.  Le está informando a algún especialista sobre su despertar y su estado y le promete unas fotos.  (“¡Qué curioso!  Una conversación tan seria y se desvían hacia unas fotos de algún paseo o quizás de una fiesta”).

El médico se gira con el teléfono puesto a la altura de sus ojos y parece oprimir alguna tecla; repite la operación varias veces y también lo hace frente a algunas de las pantallas.  (“Este se enloqueció.  Está confundiendo el teléfono con una cámara”).

–No pongas esa cara de asombro.  Mando estas fotos y paso a explicarte todo lo tuyo.
–¿Usted cree que tomó unas fotos y cree que las puede enviar por un teléfono?  Es más, ¿sin siquiera pasarlas por el proceso de revelado?  Todavía estoy algo zonzo, sí, pero no soy ningún tonto.
–Hay muchas cosas que ignoras.  Ya te voy a explicar.

Mientras los auxiliares y enfermeras van desconectando y conectando, tomando muestras, aseando, según órdenes del médico, este le relata a Renato sobre los intensos cuidados a los que ha sido sometido desde que quedó en coma profundo, por un accidente, y lo oportunos que han sido todos los avances tecnológicos “de todos estos años” para la misión de mantenerlo con vida y culmina describiéndole cómo los teléfonos celulares han permitido que los especialistas se enteren entre ellos de su evolución, reciban datos, envíen comandos a los dispositivos… gracias a que ese aparatico no solo transmite conversaciones, sino también datos, imágenes, señales; hace consultas en bases de datos, mantiene un minucioso control de tiempos, nos recuerda compromisos…

Él se asombra, mas no mucho, porque ya sabía de una tal internet y, sobre todo, había leído fantasías futuristas.  Por la tarde, lo pasan a una habitación, todavía bajo el control de algunos dispositivos, pero con relativa libertad de movimiento.  Por la ventana, observa una tarde oscura, fría y lluviosa.

–Asegúrenme que no es la lluvia ácida.  Dice, consternado, a las enfermeras.
–Es el clima de noviembre.
–De qué año?
–Estamos en 2019.
–El año de los desastres!  Estaba previsto.
–Olvídate de Blade Runner,  le dice el médico, que acaba de entrar.  Ya estamos en el 2019 real, muy diferente al de la película.

“¿Qué estoy haciendo en un siglo que no es el mío?  Se preguntaba.  “¿Por qué no llegué aquí tras un proceso de vida de muchos años?  ¿Por qué no fui testigo de cada cambio tecnológico?  No quiero ni pensarlo.  Mejor me distraigo con la televisión; tiene que haber comedias como las que veía”.

Le enseñan a manejar el control de la TV y escucha que comentan, en un noticiero, sobre la clonación de gatos y perros en China y Corea.  Ellas le cuentan que todo había empezado con la oveja Dolly en los 90 y que ya se han clonado algunas mascotas desde los dos mil.  Él se acuerda de un libro previo a Blade Runner “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” que se desarrolla en un mundo lleno de polvo radiactivo después de una guerra nuclear que terminó matando a la mayoría de los animales, lo que llevó a que la gente tuviera mascotas eléctricas.

Quiere buscar un programa diferente y, manipulando el control, se le aparece la posibilidad de pasar a correo.  (“¿Es que se puede llamar al cartero?”).  Activa la opción, incrédulo, y se le solicita cuenta y contraseña; averigua con las enfermeras y le dicen que sí puede mandar mensajes a través de la red, pero primero debe tener una cuenta.

–¿Por qué debo tener cuenta bancaria para poder enviar correo?
–No es una cuenta bancaria.  (Y, entre risas, le explican todo).
–A propósito, ¿Cómo informo a mi familia para que vengan a verme?
–De eso se está encargando la administración.  Ya pronto vendrán.

Veinticuatro horas después, llega un hombre de casi su misma edad, acompañado por un señor de cara muy seria.
–Hola, Renato.  Soy tu primo Luis Miguel.  ¿No me reconoces?
–De momento, no.  Pero, ¿dónde están mis papás y Consuelo?
–No están cerca, le contesta el otro señor.  ¿Quisieras irte a casa de tu primo, mientras tanto?
–¿Cuánto tiempo?  ¿Dónde están ellos?

Y da comienzo la estrategia del sicólogo, apoyado por el primo, para hacerle saber que sus padres y hermana murieron en el mismo accidente en el que quedó en estado de coma hace treinta y seis años.  El primo le agrega que no tiene más familia cercana, porque los tíos (padres del primo) murieron pocos años más tarde, de sus achaques.

Después del natural desconcierto del hombre, el sicólogo y el médico autorizan el traslado de Renato a casa de su primo, para reconstruir desde allí su vida.  Llegado allá, conoce a Mariana, la esposa, y los dos hijos, que nacieron por fecundación in vitro, según le cuentan los primos, y se maravilla de que esa técnica, que era casi ciencia-ficción, se haya desarrollado exitosamente.  También se intriga con la atracción que se le despierta hacia la mujer de su primo e intenta evitarla todo lo posible, para no traicionar la hospitalidad recibida.

Vuelven a asaltarlo las inquietudes.  “¿Por qué tuve que caer a una casa extraña y no pude seguir mi vida con mis padres?  ¿Por qué me atrae una mujer tan mayor y no una joven como a todos mis amigos?  Pero, ¿Cuáles amigos?  ¿Dónde están ahora?  ¿Cómo voy a empalmar en una vida normal?  ¿Cuánto tiempo voy a estar como prisionero en esta casa?”.

Pasando los días, las pantallas que encuentra por toda la vivienda le siembran inquietud y les indaga mucho a Luis Miguel y Mariana sobre su utilidad.  Empezando por las de los televisores (¡uno en cada recinto de la casa!), que aunque estén apagados muestran lucecitas de colores (le explican lo de los LED) y exhiben unos letreros (anuncios de pre-programación, estado del tiempo, etc.); además, son unos aparatos asombrosamente planos, colgados de la pared como cuadros.  Los niños juegan con unas especies de libretas que son, básicamente, pantallas, tienen todo el colorido y sonido de los televisores y además permiten traer información desde cualquier lugar del mundo, escuchar música, ver películas, divertirse con unos juegos multicolores.  Un martes, poco le faltó para desmayarse al ir a la nevera por algún vaso de agua y encontrarse con una pantalla que no solo exhibía la temperatura interna, sino también la lista de víveres que se debían reabastecer.  Se dirigió preocupado a Mariana:

–¿Es posible que los aparatos de casa me estén grabando, analizando y trasmitiendo información sobre mí?
–No te preocupes, no tenemos cámaras instaladas.  Las de los celulares y demás te las tienen que poner de frente y accionarlas y te darías cuenta de inmediato.
–La nevera, lavadora, citófono… ¿No nos registran?
–¡Ja, ja, ja!  Podríamos darnos un beso apasionado al frente de ellas y Luis Miguel no se enteraría.  Esos dispositivos no tienen cámaras.
–¿Por qué nos besaríamos?  Dice él con voz trémula, tocado en su fibra.
–Bueno, por cualquier causa que lo merezca.  Responde ella maliciosa.
–¿Serías capaz de…?

Ella le interrumpe dando un paso hacia él y en ese momento suena la cerradura.  Es Luis Miguel que regresa de una gestión que hacía en un banco cercano.  Se separan rápidamente, él se dirige tembloroso a su habitación y ella recibe al esposo muy melosa.   Renato se queda el resto del día encerrado y no baja a comer.  Se excusa diciendo que está un poco indispuesto.

El miércoles, Mariana le lleva el desayuno a su cuarto, lo saluda muy cariñosamente, y cuando él baja a la cocina a llevar la vajilla, lo asalta con un abrazo y un beso que lo hacen enrojecer y la mujer le manifiesta todo lo que le ha gustado desde el primer momento.  El hombre disfruta del beso y prolonga un poco más el momento con algunas caricias excitantes, pero luego huye a su pieza y se encierra, más desorientado que antes.  “¿Por qué se me propone esta mujer?  Tiene que ser por mis miradas; no he sido prudente y, aunque no le he expresado una palabra sobre lo que me gusta, se lo he dejado saber con la mirada; no la he buscado, pero la he invitado a buscarme”.

Por la tarde, cuando toda la familia sale junta para alguna diligencia, Renato aprovecha para escaparse, llevando algunas prendas y objetos personales que sus primos le han procurado, dentro de un morralito que ha tomado “prestado” del ropero de Luis Miguel y se va caminando por un sendero peatonal, calculando que ellos no le pasarán cerca en el vehículo; logra adentrarse en un parque boscoso, donde lo primero que se le ocurre es echar un sueño sobre el césped.  Despierta todavía abrumado, ya anocheciendo, y consume unas provisiones que extrajo de la despensa.  Sigue pensando cómo escapar de los riesgos de traición amorosa al primo y dónde buscar medios para sobrevivir y decide, por ahora, pasar la noche allí escondido.

Por la mañana, andando por el parque, dándoles vueltas a sus interrogantes, tiene la suerte de toparse con un hombre que está leyendo en un escaño y tomando café con emparedado, quien le ofrece compartir su desayuno; le parte un trozo, le sirve del termo y le indaga por su aspecto deteriorado y su palidez.  Le inventa que vino de otra ciudad a un encuentro académico y fue asaltado en la calle.

–Me robaron todo el dinero, pero afortunadamente me dejaron mi morral con la ropita.
–Hay muchos malandrines por aquí.  Ya no se puede andar con tranquilidad por estos parques como en los ochenta.
–Sí, recuerdo muy bien como eran las cosas en los ochenta.  (El hombre lo mira extrañado).
–Y ¿cuál es el tema del encuentro académico?
–Ehhh…  (Hace un esfuerzo para recordar algo de la profesión de su papá).  Las técnicas de grabación de cintas magnetofónicas con alta calidad de sonido.
–¿Cintas magnetofónicas?  ¿Eso todavía se usa?

Renato no sabe qué responder, pero en ese momento los distrae un pequeño zumbido arriba de sus cabezas.  Es un dron que se acerca tomando fotos y el extraño exclama algo contra las intromisiones en la vida privada, lo que asombra a su contertulio, quien le pide explicaciones.

–¿Todavía no le ha tocado?  Está uno tranquilo con su familia o amigos y le toman fotos con celular o con estos drones, sin pedir ningún permiso.
–¿Son helicóptero en miniatura?  ¿Para qué sirven?

Cae en cuenta de que ha cometido una torpeza y, al mismo tiempo, el acompañante entra en sospechas sobre este hombre tan extraño y se despide.  Se queda con la mirada hacia el vacío, sin saber qué rumbo tomar, qué hacer, cómo va a vivir y para quién; lo sacan del marasmo unas palomas que llegan a buscar migajas y a cortejarse, luego unos niños que pasan corriendo y haciendo creer que juegan a la pelota, quienes se detienen un momento a mirarlo como cosa rara y prosiguen diciéndose algo y lanzando risotadas.  Ahora su mirada se concentra en los pequeños que se alejan y le hacen evocar su niñez cercana; sí, cercana, porque el paréntesis de treinta y seis años no cuenta…

De repente se percata de dos agentes de policía que se le han plantado al frente.  Estos le inquieren si su nombre es Renato Valderrama.

–Sí, yo soy ese sujeto.
–Señor Valderrama, lo hemos hallado con la ayuda del dron y queremos que nos acompañe.
–¡No soy un antisocial!  ¿De qué me acusan?
–No se preocupe.  Solo ha sido reportado como desaparecido y lo llevamos al inspector para levantar un acta y que usted exprese si es su voluntad volver con ellos.
–¡Cómo les hago de falta! Dice, pensando en la tentadora Mariana.  Voy con ustedes.  Supongo que no me van a esposar.  (Risotadas).

El sicólogo encuentra que, aunque su edad física está alrededor de los treinta años (se desarrolló un poco mientras estuvo en coma), la mental no pasa de los dieciséis que tenía al momento del accidente y propone a los primos hacer un trabajo cuidadoso, para que no se sienta mal.  Entre todos, lo convencen de hacer validación del bachillerato, pues ya está muy revaluado lo que aprendió en sus pocos años de estudio; también propician que tome un trabajo en la empresa de un amigo, para que se relacione con personas de alrededor de treinta años.  Mariana piensa distinto y cree que, en lugar de mujeres muy jóvenes, lo que necesita es que una veterana como ella lo ponga pronto al día porque el muchacho antes de los dieciséis solo habrá tenido experiencias consigo mismo.

Los compañeros de trabajo, después de conocer su historia, comienzan a inquietarlo con su herencia, el seguro de vida de sus padres, el del automóvil y lo motivan a hacerle averiguaciones a su primo.  Este le dice que solo sabe que sus padres adquirieron su primer auto gracias al seguro del que quedó en pérdida total, pero que nunca se enteró de herencias y seguros de vida porque solo tenía doce años.  Entre tanto, Mariana, desinteresada en esos “asuntos terrenales”, sigue trabajándole el “ánimo” a Renato, con la coartada de que está colaborando con la terapia.

Los apurados progresos de Mariana inducen los correspondientes progresos en su “protegido”, pero este deja de interesarse en ella cuando se entusiasma con una compañera de trabajo que ha estado haciéndole ojitos.  Es bonita, sensual, tiene unos veintidós años, es inteligente y de mucha solvencia en sus funciones y ha sido bastante amable con él, le colabora mucho y le va concediendo toda la confianza que él se ha querido tomar.  Pasan las semanas y se consolida un idilio que parece contribuir a su maduración; pero súbitamente la muchacha le trae la noticia de un embarazo.

Entre tanto, los compañeros de trabajo han comenzado a intrigarlo con que el patrón (el amigo de su primo) le está pagando menos del salario mínimo, escudado en que “le está haciendo el favor”; que note que cuando hubo aumento de salarios no le subió a él; que siempre le asigna los trabajos difíciles; le sugieren demandarlo, pero va a consultárselo a Luis Miguel.  Este le dice que no se le vaya a ocurrir poner una demanda contra su amigo, quien solo lo ha favorecido; que trate de imaginar en dónde lo hubieran empleado en sus condiciones

Decide hablar directamente con el patrón, para evitar líos, pero él se disgusta notoriamente y le recomienda buscar dónde le paguen mejor.  “Yo le conservo su empleo, mientras tanto”.  Sale aburrido de allí; lo está esperando un compañero que ha sido amable y colaborador y le dice que la muchacha lleva mucho tiempo saliendo con Sergio Andrés y también les coquetea a otros; que no se deje “acomodar” tan fácilmente ese bebé; le sugiere la prueba de ADN; ante su ignorancia, se lo explica muy bien y Renato queda ahora con nuevas tareas que se le hacen difíciles.

En fin, Renato madurará “a los golpes” con los cuatro objetivos en que se concentrará con mucha dedicación: conseguir que la chica acepte la prueba de ADN (tal vez con ruptura incluida); encontrar trabajo, sin pedir ayuda de los primos, que lo tienen hastiado; investigar sobre su posible herencia, y buscar a donde irse a vivir, para no seguir de miembro de familia, con la dicotomía de sentirse tratado como un niño y simultáneamente asediado por la prima.

Este mes de noviembre de 2019 fue el escogido en 1982 por Ridley Scott
para  el  escenario  de  su  película  de  ciencia  ficción  "Blade Runner".

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