martes, 28 de noviembre de 2017


SEBAS, VALEN Y SUS SOBRESALTOS

Relato


Sebastián y Valentina eran una parejita muy bien avenida, sabían disfrutar de la vida, eran muy bonitos y les sonreía la suerte. Ambos eran profesionales, miembros de buenas familias que los educaron muy bien y eran aficionados, él al deporte y las novedades científicas y ella a la lectura, la música y las artes. Ambos eran prácticos y positivistas, desprovistos de misterios y despreciativos de los agüeros, las creencias populares y la beatería.

Cierto fin de semana, se fueron nuestros amigos de paseo a un parque natural y decidieron, para tener un completo ambiente rústico, hospedarse en una posada campesina de bajo precio, constituida por una vieja casona y una ramada y administrada por un matrimonio viejo que había vivido allí muchos años y que servía exquisitos desayunos tradicionales y suculentas comidas caseras. Llegaron al medio día y, después de un opíparo almuerzo, hicieron una siesta de envidiar y luego salieron a un recorrido de reconocimiento del entorno.

Anduvieron por un caminito que descendía cortando poco a poco las curvas de nivel de la colina, por entre matorrales y a ratos por bosque tupido, hasta que llegaron a un arroyito cristalino que corría entre murmullos; allí se sentaron en una gran piedra con los pies inmersos en las aguas, previamente desprovistos de sus zapatos; se abrazaron, conversaron, luego se besaron y acariciaron con lentitud, como si tuvieran toda la eternidad para ellos, pero con el ímpetu de una pareja joven. Cuando empezó a hacerse oscuro empezaron a desandar el camino y llegaron a tiempo para la comida.

Después de ver un noticiero de televisión y charlar un rato con los viejos y con otro huésped que se alojaba solo, se dirigieron a su pieza ya algo soñolientos. Se durmieron pronto, con un sueño profundo. Pasada la media noche, Valentina movió a Sebastián con la mano, quejándose de frío; “ningún frío, abrázame fuerte”; remedio que sirvió por un corto rato y luego Sebastián tuvo que levantarse adormilado a buscarle una cobija adicional en la cómoda. Ya un rato después fue Sebastián el que despertó, sintiendo frío y escuchando pasos; se levantó por una cobija y escuchó crujir la puerta como si la estuvieran abriendo; se petrificó y se quedó mirando a la puerta, no supo si diez segundos o diez minutos, pero nada mas se movió, nada mas sonó; corrió hacia la cama, estremecido como por un escalofrío; se estaba durmiendo cuando Valentina lo llamó asegurando que les abrían la ventana; encendieron la luz y se quedaron, asustados, contemplándola fijamente por un buen rato y nada sucedió. “No me vas a despertar mas por esas bobadas” le dijo Sebastián, haciéndose el valiente, y se durmió pronto, pero ella siguió intrigada por los ruidos, hasta que los conmovió a ambos el sonido de un objeto que caía en el corredor, junto a su puerta; se sentaron, ahora si, ambos en pánico y no tuvieron ni aliento para encender la luz; escucharon luego algunos gemidos y se miraron perplejos; permanecieron así, bien agarrados, sin quitar los ojos del lugar donde debía quedar la puerta, hasta que el sueño los dobló y por fin durmieron profundamente hasta que los despertó la intensa luz del día.

Entre arreglarse, desayunar, lavarse dientes y conversar un poco con los demás (pero sin atreverse a comentar sobre los sustos de la noche), se les fue el resto de la mañana y, después de la siesta del almuerzo, se fueron de excursión de pareja a la arboleda de enfrente, que el posadero les recomendó, pues era un bosque nativo, con bonitas fuentecitas de agua y muy visitado por vistosos pájaros. Era un terreno mas o menos plano, pero llevaron, por recomendación, bordones para pasar algunos quiebres del terreno. Piso húmedo, vegetación muy verde, profusos musgos de diversos colores, colgantes flores rojas y amarillas, mariposas de fantasía y bellos pájaros posados en ramas o revoloteando por ahí, les sirvieron de inspiración para andar muy enamorados y con frecuencia los detuvieron los besos y abrazos que les surgían como espontáneamente. Así no sintieron el paso del tiempo y comenzó a ponerse sombría la foresta; como encargados a la par de las sombras, empezaron a escucharse extraños murmullos y chirridos; Valentina se sentía ya asustada, pero su amorcito la calmó diciéndole que correspondían a movimientos y modulaciones de insectos y pequeños mamíferos.

De repente, sintieron pasos tras ellos; volvieron los rostros bruscamente, Sebastián con el bordón alzado en actitud de defensa, mas solo percibieron el movimiento de ramas a corta distancia, como de alguien que hubiera huido de ellos. Ella le rogó volverse a la casa, pues le daba mucho temor continuar, con la amenaza de la oscuridad que se veía llegar. Trataron de desandar el camino y avanzaron un buen trecho, pero oscureció mas y no alcanzaban a diferenciar los puntos de referencia, total que resultaron perdidos. Ella rompió en llanto, pero el, aunque algo asustado, la estuvo consolando; “estamos cerca, serénate... ...por allí veo un árbol de ramas torcidas que reconozco... ...escucho sonidos de la casa, ya casi llegamos...”; más por calmarla que por convicción. La zona de la casa no se vislumbraba, el bosque se espesaba y los chirridos, alaridos, gemidos, lamentos se multiplicaban; ella se estremecía y el le hacía ver que se trataba de sonidos propios de las alimañas a esas horas del atardecer. Es la hora en que también se inquietan las alimañas que tenemos agazapadas en el inconsciente y producen sus gemidos y lamentos que nos ponen melancólicos.

Por fin adivinaron luces y difusos sonidos quizá provenientes de la casa y pudieron respirar con mas tranquilidad; siguieron con paso mas animado, pero escucharon, muy cercanas, las palabras “hola, no te me vas”; miraron a todos los lados, sin distinguir a nadie y aceleraron mas el paso. Creían estar viendo la casa a través de un claro, cuando fueron requeridos nuevamente: “¡hola, no te me vas! ¡hola, no te me vas!” La muchacha se petrificó y el muchacho creyó distinguir la voz del viejo y quedó muy intrigado; sacó fuerzas para animar a Valentina, casi empujarla, y por fin salieron de la espesura y pudieron continuar hacia la casa, a la luz de una bella luna que estaba saliendo de su escondite montañoso. Mientras llegaban, construyeron la hipótesis de que el posadero era un viejo perverso que trató de ingresar a su habitación por la noche y, ahora por la tarde, los siguió por el bosque; ¿con qué objeto?

Entraron a la casa y estaban solamente la señora y dos huéspedes, pero a poco llegó el señor y ellos dos se miraron, confirmándose silenciosamente que el tipo venía un poco atrás de ellos. De inmediato se sirvió la comida, pues habían querido esperarlos un poco, y Sebastián narró los sobresaltos del bosque, con la intención de ver turbado al viejo y validar la hipótesis; sonora carcajada del señor y la señora, fue lo que recibió por respuesta; “¡la lora!, ¡la lora!”; “¿cual lora?”; “Rebeca, una lora que se nos escapó”; “¿y por qué dice ‘no te me vas’ con voz de hombre?”; “¡ja, ja! Gustavo –así se llamaba el posadero– vivía diciéndole así a Murrungo, el gato que siempre se quería escapar, hasta que la lora se aprendió la frasecita, imitando perfectamente su voz”; “y el condenado gato al fin se perdió, dijo don Gustavo, y el perro con que lo remplacé atormentó tanto a la lorita, atacándola furioso, que el animalito terminó por escapar hacia el bosque – no le teníamos las alas muy bien cortadas, porque respetamos la fauna”. Sebastián recordó a Guy de Maupassant en “El Horla”: “En lugar de concluir simplemente ‘no lo comprendo porque no veo la causa’, imaginamos más bien aterradores misterios y hasta poderes sobrenaturales”.

Esa segunda noche, durmieron algo mas tranquilos, tal vez por el cansancio, pero siempre escucharon algunos ruidos “entre gallos y media noche”. Al desayuno, Sebastián se resolvió a comentar sobre los acontecimientos nocturnos y también recibió explicaciones muy convincentes: una casa muy vieja, con desajustes en puertas y ventanas, viento que las mueve, madera que cruje, ratones (“solo en el sótano”) que hacen muchos ruidos; caída, en el corredor, de un florero que estaba mal colocado; “¿y los gemidos?”; “el huésped de antenoche tenía una manera peculiar de toser; ¿no lo habían notado? nada estruendosa, sino apagada, casi como un gemido”. Salió satisfecha la parejita de regreso a la ciudad, regalando elogios por el excelente servicio y promesas de regresar muy pronto. “Otra vez Maupassant, le dijo Sebas a Valen: Cuando la inteligencia del hombre se hallaba aún en etapas primitivas, esta obsesión por los fenómenos invisibles adoptó formas ridículamente asustadoras y de allí nacieron las creencias populares en lo sobrenatural, las leyendas de las ánimas en pena, las hadas, los gnomos, las apariciones, los dioses...”

El lunes por la tarde estuvieron juntos en el centro de la ciudad haciendo algunas diligencias. Avanzando por el andén de una vía principal, lleno de gente que iba y venía apresuradamente y de ventorrillos, Valentina se movía muy rápido y con claros signos de estar muy tensa; “¿por que te apuras?” le dijo Sebastián; “¿no ves el peligro? por aquí nos pueden robar”; “con esa cara de espanto, los atraes”; “gracias por el piropo”; (risas); “en serio, relájate un poco”; “pero ¿como? mira ese hombre que nos sigue”; Sebastián le clavó la mirada al hombre y este se desvió; “mira que no debemos mostrar temor”. En ese momento, dos muchachos mal trajeados y muy malencarados se situaron a ambos lados del joven, avanzaban al mismo paso y se le acercaban cada vez mas por ambos costados, casi estrechándolo entre ellos. Valentina sacó fuerzas de donde pudo y haló del brazo a Sebastián fuertemente hacia adelante; los dos hombres casi chocaron entre sí; uno de ellos guardó una navaja que ya tenía abierta en sus manos y se perdieron entre la multitud. Bañados en sudor frío, la parejita solo atinó a entrarse a una ruin cafetería para sentarse a descansar del susto y tomar algún tinto tranquilizador.

Mas esa no fue la única aventura desagradable en aquella salida al centro; después de un par de diligencias y ya oscureciendo, se dirigían hacia su última gestión a lo largo de una calle con fama de ser frecuentada por drogadictos, prostitutas y homosexuales de baja categoría, puro lumpen; ellos lo sabían, pero era la vía mas directa para llegar a donde necesitaban estar antes de las 7. De repente, sin saber como, se encontraron en medio de un corrillo conformado por unas 5 o 6 personas de las características ya mencionadas; todos les clavaron la mirada; Valentina temblaba y Sebastián palideció; “no teman parces, somos gente bien” –risitas– “vivimos casi en El Poblado y no estamos sino dando una vueltecita” –mas risas– “¿y por que van tan apurados?”; “tenemos que llegar antes de las 7 a hacer una gestión”; “¡no hay afán! si les cierran, vuelven mañana” –siguen las risas– “la verdad, parces, es que nos hacen falta unos vareticos y ustedes nos pueden facilitar algo de mosca ¿entienden? y es prestadita no mas, nosotros no le quitamos nada a nadie; hoy nos dan el billullo y cuando vuelvan por aquí les pagamos”; “¿y c-como c-cuanto necesitan?”; “no se asuste, dígame cuanto tiene y yo le hago la cuenta” –otra explosión de risa– Al final, salieron, digamos que bien librados, entregando como la mitad de lo que llevaba cada uno en sus respectivas billeteras y por supuesto que, al voltear la esquina, desistieron de su diligencia y le hicieron señas a un taxi para huir hacia sus seguras querencias.

Para el fin de semana siguiente se propusieron ir a divertirse en un parque de atracciones mecánicas, aquí denominado “ciudad de hierro”. Después de la rueda, los carros chocones, el algodón de azúcar y las palomitas de maíz, que antes llamábamos dulcemente crispetas, se les antojó entrar al tren fantasma; “ya estamos curtidos de los espantos y los sustos, veamos si hay algo que todavía nos falte”; “sí, ¡genial! veamos qué nos falta por descubrir”. Lo mas impresionante fue el hombre sin cabeza; de un realismo asombroso, los saludaba de lejos agitando la mano, cuando estaban cerca le brotaba una cabezota con una sonrisa macabra y cuando ya estaban al alcance se quitaba la cabeza con ambas manos y se las extendía, como para que la tomaran.

Dejaron el parque de diversiones cuando ya empezaba a oscurecer y, como la tarde estaba fina, decidieron caminar hasta casa o hasta cansarse. A la vuelta de la esquina, ya en una calle solitaria, se les apareció un hombre vestido igual que aquel monstruo sin cabeza y tapado con un gran sombrero donde debía tener la suya. Se asustaron y apuraron el paso y el hombre los siguió; desde atrás les decía que se había extraviado y necesitaba dinero para volver a su tren fantasma; ellos le dijeron que estaba muy cerca, que se regresara a pie; el les dijo que les  vendía muy barato el truco, para que lo utilizaran en noche de Halloween. Por quitárselo de encima, Sebastián le preguntó a donde deberían ir por él y cuanto valía; hizo salir su cabeza del sombrero, les dijo el precio y les alargó una bolsa que llevaba en la mano; el muchacho le dio el dinero, tomó la bolsa, y la pareja volvió a apurar el paso, temerosos de cualquier otro truco. El hombre se perdió de inmediato y ellos encontraron que la bolsa estaba llena de... ¡basura!

Para la noche de Halloween, nuestros dos amiguitos estaban muy entusiasmados porque los invitaron a una fiesta de un grupo de compinches que siempre habían sido muy animados. Se buscaron disfraces de bruja y de demonio, muy vistosos y con muchos detalles. El baile estaba animado; la variedad de atuendos era llamativa, pero el que mas llamaba la atención era el de un hombre alto, de cara adusta, con un hábito negro hasta los pies y terminado en una caperuza amplia que no solo le cubría toda la cabeza, sino que casi ni dejaba ver el rostro. Nadie conocía al personaje, pero nadie sabía que nadie lo conocía pues, en fin de cuentas, con disfraces muchos quedaban completamente irreconocibles. No se preguntaban quién era él, pero sí se preguntaban mucho de quién estaba disfrazado. “De sacerdote”; “no, ellos no llevan capucha”; “tal vez de Gargamel”; “o de Savonarola”.

Y se llegó la hora de la premiación del mejor disfraz; expectativa general. “Primer premio, empate: ¡el demonio y la bruja!” Salieron felices Sebas y Valen a recibir su premio y luego hubo algunas tandas mas de baile. Se acabó la fiesta después de media noche; salieron Valen y Sebas a tomar un taxi en la calle; se les acercó el “Gargamel” a preguntarles hacia donde iban y se asombró de la coincidencia de destinos y pidió que lo dejaran acompañarlos, que compartirían el pago de la carrera. Ni cortos ni perezosos le aceptaron y, ya acomodados en el taxi le inquirieron por el personaje que representaba y él les confirmó la hipótesis de Savonarola. “Era un acendrado perseguidor de brujas y hechiceros, enemigo jurado del demonio”, les dijo. A Valentina la recorrió un escalofrío de pies a cabeza, le cuchicheó algo a Sebastián y entonces a este también se le puso la piel de gallina. Más de gallina se les puso cuando el taxista frenó repentinamente en una calle oscura que atravesaba un mangón y se bajo rápidamente del carro. Acto seguido, Savonarola extrajo un afilado puñal de su ropaje y los obligó a apearse frente al conductor que ya esgrimía otra arma.

“Venimos, en nombre de Dios, a castigar la maldad, les dijeron, tenemos que seguir acabando con las brujas y demonios que todavía rondan en medio de la gente de bien”; “solo son disfraces, respondieron; estábamos ridiculizando a estos personajes, nosotros no estamos con la maldad”; “¡eso creen! ponerse esas ropas, portar esas máscaras para identificarse con ellos, es mostrar, consciente o inconscientemente, las ansias de ser como ellos, de actuar como ellos; el sacerdote viste los ornamentos cuando va a hacer de puente con la divinidad, el militar, su uniforme y sus divisas, para representar a la patria; el ‘enemigo’ los viste a ustedes para materializar la maldad”.

Acto seguido, les ordenaron acercarse a un árbol y se pusieron en la tarea de amarrarlos a él, fuertemente amenazados con las armas. No valió que Valentina llorara desconsoladamente ni que Sebastián los llenara de insultos; los dejaron muy bien atados, los amordazaron para que no hicieran mas ruido y se arrodillaron frente a ellos a rezar en unos libros de oraciones que sacaron del taxi; en las oraciones mencionaron muchas veces la “purificación por el fuego”, la “inmolación de las víctimas”... Estaban ya recogiendo ramas secas y arrojándolas a sus pies, con la clara intención de incinerarlos, a la manera de la inquisición, cuando fueron iluminados por una fuerte luz y apareció un patrulla de policía que produjo su liberación y detuvo a los dos fanáticos, que se defendían alegando que todo era una simple representación para gozar en forma mas realista del Halloween.

Estaban todavía asistiendo a una sucesión de declaraciones contra sus raptores en inspecciones y en juzgados, ya sin esperanza de que castigaran ejemplarmente a aquellos desalmados, cuando empezaron a escuchar los rumores sobre el “meteorito del fin del mundo”, que resultó ser, averiguándolo mejor, el asteroide 2003 SD220, de 700 metros de diámetro. Este cuerpo celeste se acercaba a la Tierra, pero calculaban los científicos que pasaría muy retirado, sin ocasionar daño alguno; también se conjeturaba que, de desviarse y estrellarse con el planeta, ocasionaría un cataclismo como el que hace 60 millones de años hizo desaparecer los dinosaurios y muchas otras especies.

Los medios mencionaron solo de paso las apreciaciones de los astrónomos y, en cambio, magnificaron las conjeturas, vestidas de un ropaje científico. Se disparó el pánico general, todo el mundo preguntaba por la fecha del impacto; que el 4 de diciembre, que el 7, que la noche de Navidad... Sebas y Valen averiguaban por el lugar previsto para el choque, con la esperanza de que estuviera en las antípodas y así tuviéramos mínimas consecuencias (creían ellos), pero todo lo que hallaban decía que, en caso de impacto, era impredecible el sitio, ni siquiera se podía definir el continente que lo recibiría. Nuevo motivo de desasosiego para nuestra parejita, que no volvió a dormir tranquila hasta que fue anunciado que el asteroide, muy displicente, pasó a unos 10 millones de kilómetros de casita.

La situación fue astutamente aprovechada desde los púlpitos para convencer a la población de la necesidad de volver a las practicas religiosas, pues esto que estaba ocurriendo eran los “anuncios de un fin del mundo muy cercano”; “son campanazos que nos da la Providencia para que tengamos la oportunidad de volver por el camino de la santidad – el próximo asteroide puede ser el definitivo y nos tiene que encontrar confesados y en paz con Dios”. Las filas en las iglesias se hicieron muy largas, las misas se llenaron de “devotos” (miedosos), las arcas de las parroquias se llenaron con las “generosas” ofrendas de los que querían comprar su salvación. Y hasta Valen y Sebas estuvieron a punto de regresar a las prácticas piadosas que habían abandonado desde muy recién hecha la primera comunión.


Llevaban muchos días en plena tranquilidad, con encuentros muy serenos y amorosos, sin amenazas externas, cuando, un sábado, Valentina, muy maliciosa, le dijo a Sebastián que no se presentó la luna llena, una clave que ambos habían pactado y el comprendió de inmediato; posando de no haberse asustado, el dijo “bueno, todos los fenómenos naturales fallan alguna vez; ¿no falló el asteroide que nos iba a dar un saludito?” Quedaron a la espera de la siguiente “luna llena”, pero Valentina compró la tirilla “por si las moscas” y obtuvo un resultado tranquilizador. No tan tranquilizadora fue la época de la siguiente “luna llena”, pues esta tampoco se vio. “Con cielos tan nublados, no teníamos por qué verla”, bromeaba Sebastián, internamente asustado (que no espantado), pero Valentina no estaba nada tranquila y recurría a una tirilla tras otra, siempre con resultados negativos. Empezaron, de todos modos, a prepararse positivamente para cierto acontecimiento, dieron algunos pasos concretos y Sebas ya estaba averiguando un préstamo (cuyos intereses, esos sí, le producían espanto). Hasta organizaron una salida de fin de semana, casualmente en días de luna llena, para estar solos y con ambiente propicio para trazar planes serios y concretos, pero allí ocurrió otra vez un extraño fenómeno: dos lunas llenas simultáneas.

Y colorín colorado...


Carlos Jaime Noreña
cjnorena@gmail.com
ocurr-cj.blogspot.com


sábado, 25 de noviembre de 2017


SIGAMOS CON SABATO.("Abaddón el Exterminador").



Unas citas sobre la literatura y el arte.
(Las páginas referidas son de la edición de 2003 de Seix Barral)

Pág. 184.
Tampoco yo he estudiado mucho.  Soy poco mas que un escritor que me he venido planteando desde hace casi treinta años el problema del hombre.  De la crisis del hombre.  La poca filosofía que conozco la aprendí a tumbos, a través de mis búsquedas personales en la ciencia, en el surrealismo, en la revolución.

Pág. 190.
La novela de hoy, al menos en sus mas ambiciosas expresiones, debe intentar la descripción total del hombre, desde sus delirios hasta su lógica.

Hablando de una idea, que le da vueltas en la cabeza, de escribir una novela en que el autor sea uno de los personajes:

Pág. 238.
Hablo de la posibilidad extrema de que sea el escritor de la novela el que esté dentro.  Pero no como un observador, como un cronista, como un testigo  … Como un personaje mas, en la misma calidad que los otros, que sin embargo salen de su propia alma.  Como un sujeto enloquecido, que conviviera con sus propios desdoblamientos.

(...y es lo que logra magistralmente con su obra Abaddón el Exterminador)

Pág. 192.

El mito, como el arte, es un lenguaje.  Expresa cierto tipo de realidad del único modo en que esa realidad puede expresarse, y es irreductible a otro lenguaje.  Te pongo un ejemplo sencillo: acabás de oír un cuarteto de Béla Bartók, salís y alguien te pide que se lo “expliqués”.  Claro, nadie comete semejante idiotez.

Pág. 245.
¿Cual es el principal deber de un escritor?… Hablo del autor de ficciones.  Su deber es nada mas pero nada menos que decir la verdad.  Pero la verdad con mayúsculas, Marcelo.  No una de esas verdades chiquitas que leemos en los diarios todos los días.  Y sobre todo las más escondidas.

Pág. 346.

…Pampita me preguntó si había visto la última muestra de Luisito.  La pregunta me agarró de sorpresa, pero me repuse y respondí que había llegado tarde: cuando llegué estaban arreglando la galería.
– ¿Arreglando la galería?
– Sí, había unos baldes de pintura y un montón de arena.
– ¡Pero retarado! – me gritó –, ¡si esa era la exposición! 

Pág. 346.

…con eso de la cerámica de vanguardia y el arte pop o camp, resulta que todo el mundo es artista y hasta la gorda Villafañe, con su culo para doce cubiertos, me manda los otros días una invitación para un vernissage. ¿Verniqué? Pero si yo siempre la había conocido interesadísima en la cría de caniches y pensé que me mandaba una invitación para el 
Kenel.  ¡Surprise! Ahora armaba unos rompecabezas con cerámica y alambre cromado.


Profundas reflexiones:

Pág. 269.

…he afirmado mil veces que el hombre no es algo explicable y que, en todo caso, sus secretos hay que indagarlos no en razones sino en sus sueños y delirios.

Pág. 299.

…el pasado no es algo cristalizado, como algunos suponen, sino una configuración que va cambiando a medida que avanza nuestra existencia y que alcanza su sentido verdadero en el instante en que morimos, cuando ya para siempre quedará petrificado.

Pág. 303.

Ahora, después de treinta años, vuelven a mi memoria esos días de París, cuando la historia ha cumplido parte de los funestos vaticinios.  El 6 de agosto de 1944 (sic), los norteamericanos prefiguraron el horror final en Hiroshima.  El 6 de agosto.  ¡El día de la Luz, de la transfiguración de Cristo en el Monte Tabor!


Un par de ocurrencias de Ernesto:

Pág. 208.
…la pronunciación inglesa fue inventada por piratas analfabetos, que escribían Londres pero pronunciaban Constantinopla.

Pág. 347.

…la llegada abastónica de Cecilio…
[…la llegada de Cecilio sin bastón…]

miércoles, 15 de noviembre de 2017


LA MUDANZA


Cuento inspirado en el escrito de José Guillermo “Memo” Ánjel, “Sobre tanta cosa que sobra” en su columna de el diario “El Colombiano” el 4 de noviembre de 2017. Se toman algunas de sus expresiones textualmente.


Memo Arcángel y Cata Escobar vendieron su apartamento que habían habitado por 15 años, para comprarse uno mas moderno con mejores comodidades, con dos garajes, si bien más reducido en la parte habitable; situado en un buen punto de Laureles, pues ya los tenía aburridos la estrechez de vías y de andenes de El Poblado, sus congestiones y también sus pendientes.

“Memo, ¿te acuerdas cuando es el trasteo?” (coloquial término usado en nuestro medio para las mudanzas); “a ver... ¿no es como el 15?”; “¡hoy estás muy lúcido! ¿y que día es hoy?”; “¿no es como 10 u 11?”; “¡por Dios! hoy es 12 y ya de noche; nos quedan dos días para empacar ¡que locura!”; “fresca... eso es muy fácil”; “ah, ¿si? ¿ya trajiste las cajas que te encargué?”; “¡huyyy! ya voy a la tienda de don Edwin; el me regala todas las que necesite”; “¡corriendito pues!”

Llegó con las cajas, comieron cualquier cosa y de una vez empezaron a empacar. Les pareció que lo primero debían ser los libros, pero tuvieron que reempacar en cajas pequeñas los de la biblioteca de la sala, que impensadamente metieron en una caja muy grande y quedó imposible de mover. “No pasa lo mismo al acomodar el saber de esos libros en nuestra mente, dijo Memo; mientras más saber tengamos, más fácil nos movemos en la vida”.

Por cierto, entre los libros redescubrieron una enciclopedia de bricolaje que Memo compró años atrás por fascículos sin que le faltara uno solo, porque el primo Ricardo, tan práctico y además tan diestro en el manejo de herramientas, le había contado que la estaba coleccionando y que había encontrado muy buenas sugerencias en ella y entonces, por mero prurito de imitación, la emprendió, convencido de que iba a crear muchas soluciones domésticas. En un trasteo es donde uno se entera de todo lo que tiene, dijo Memo; “Pero esa la tienes sin estrenar”, le respondió Cata; “es cierto, y hay que empezar a salir de cosas, porque allá no cabe una biblioteca grande, ni muchas otras cositas, en ese apartamento tan pequeño; cada vez nos movemos a espacios más estrechos; mandemos esta enciclopedia al reciclaje, y quizá también algunos libros ya leídos”; “¡no! un libro, un buen libro, es un tesoro; aunque lo ya leído está incorporado a nuestro saber, lo está de manera general y con frecuencia hay que precisar detalles, o simplemente darse el gusto de releer pasajes que nos parecieron exquisitos, enriquecedores”; “tienes razón, Catica”.

Al día siguiente, desmontando su pieza, descubrieron como se fueron llenando de cosas a lo largo de sus 12 años de matrimonio. Veamos. Empezando con los adornos, que es lo primero que se puede guardar, se toparon los tres toritos de pewter, todos empolvados; “se los podemos dar a Juan Pablo, el primo
coleccionista; tiene como cien animalitos”; “vale, y también a mi amiga Clarita, estas bailarinas”. En el librero de la habitación, se encontraron unas obras ajenas olvidadas, que ni leídas estaban; “¿cómo es posible que no te hayas leído ‘El Extranjero’, que te prestó Santiago?”; “ni tu has pasado los ojos por ‘Rayuela’, que es de Verónica”; “vamos a devolver todo lo prestado, por ahora, para seguir saliendo de cosas; después nos los volverán a facilitar”; “pero si es para leerlos de verdad”; (besito).

Encontraron también, en un rincón de un cajoncito del closet, el destornillador eléctrico que Memo buscaba y volvía a buscar cada vez que tenía que hacer una pequeña reparación doméstica; en otro cajón, unas pinzas de arquear pestañas que Cata estuvo buscando como loca. Volcaron a la caja de basura unos 200 discos flexibles de 1,4 MB y un rebobinador de Betamax. Tuvieron que deshacerse también de muchas sosas películas hollywoodenses que, en lugar de alquilar, habían comprado, dizque para ir armando su propia “cinemateca”, e igual un montón de modelos coleccionables ya deteriorados y sin mayor gracia. “No éramos inteligentes, dijo Cata, le dimos más importancia al deseo y ahora cargamos con su lastre”; “igual nos pasa en nuestra forma de pensar y actuar, pues rellenamos el cerebro con muchas cosas inútiles que nos confunden”, le acotó Memo.

Al pasar por la pieza del niño, al día siguiente, tuvieron buenos tropiezos porque el pequeño se aferraba a todos los juguetes viejos e inservibles, los libritos de colorear destrozados, los viejos álbumes a medio llenar, las cachuchas con rotos y color mareado... Todo lo metieron a las cajas, con la secreta intención de retirar por la noche muchas cosas, cuando el estuviera dormido. Solo una cosa no le interesaba al muchacho: la ropa de bebé y niño caminador que, en cantidad, tenían guardada en los entrepaños altos de su clóset, que se suponía iba a volver a prestar su servicio cuando “encargaran” el segundo; ahora la disputa fue entre ambos miembros de la pareja; “esto ya no se necesita, ¡directo al reciclaje!”; “¿cómo se te ocurre? todavía puede llegar”; “¿después de tantos años? ¡yo no le juego a eso!”; “todavía ‘jugamos’ cada rato”; “pero distinto”; “bueno, pues, salgamos de eso; igual, no va a caber allá”.

Le tocó el turno a la cocina; allí desfilaron para ellos una serie de ollas de aluminio quemadas, ollas de cristal con bordes despicados, las de peltre desportilladas, y se preguntaban si su relación no tenía similares deterioros. También se preguntaban si salir o no de los ingenioso aparaticos inventados para “simplificar” el trabajo: un curioso pelayucas al que se le reventaba siempre el hilo de acero inoxidable que debía separar la corteza; el escurridor centrífugo de verduras al que se le atascaba el engranaje; el cascanueces que disparaba las nueces intactas hacia todos los lugares de la casa; el destapador con linterna y ventiladorcito, que se le atascaron las aspas, alumbraba menos que una luciérnaga y se “comía” la batería en un par de destapadas; “son como los amigos interesados, decía Memo, que creen estar haciéndonos grandes favores, pero nos meten en líos”.

Hasta allí en la cocina encontraron objetos que les fueron prestados hacía tiempo y otros que también hacía tiempo que no funcionaban, de esos que “se puede arreglar” y nunca se arreglan. Cata se “paró en las de atrás” y dijo “Luis Guillermo, aquí sí se va a acabar el desorden; vamos a resolver qué se regala y a quién, qué se devuelve, y qué se bota; nada de esto tiene contenido sentimental como unas cositas de la habitación que no me dejaste descartar”.

La última noche se acordaron del cuarto útil y bajaron alarmados, pensando en todo lo que les faltaba y en el reto de reacomodarlo en un cuarto mas chiquito en la nueva vivienda. Aquella cosa se podía llamar mas bien el “cuarto inútil", pues allí habían ido a dar todas esas cosas que ya no se necesitaban arriba en el apartamento, ni en el carro, pero “qué pecado botarlas”. Una silla a la que faltaba una pata; un triciclo con un eje de rueda roto; un gato hidráulico con escape de aceite; un hornito con las resistencias quemadas y el control estropeado; unas espumas aislantes de sonido que Memo había querido instalar en las paredes del estudio-sala de música para tener una prístina escucha; un colchón viejo y ajado, “por si alguien llega”; las cajas de todos los aparatos comprados en muchos años, porque para el reclamo por garantía (que solo cubre un año) se requiere reempacar el artículo en la caja original; un ajedrez incompleto, porque “las piecitas se pueden mandar a tornear un día de estos”; una inmensa colección de suplementos literarios dominicales que nadie mas volvería a leer; entre otras mil cosas. Reflejo fiel del trato que se le da a los asuntos de trabajo, a las necesidades familiares, a los desajustes de la relación: dejar por ahí pendientes para “un día de estos”. Por eso es necesario salir del basurero en el que estamos, en el real y el mental.

Ya a las 2 de la mañana, abrazados en la cama, rendidos del cansancio, reflexionaron todavía unos minutos sobre el significado de los esfuerzos que se hacen para producir los cambios en la vida. Este traslado físico a otro lugar les costaba dinero y desgaste y hasta algunos roces personales por desacuerdos en los detalles, pero vivirían bonitos momentos de satisfacción al llegar a lo nuevo y deseado. Les quedaban otros cambios, ya no físicos, pendientes desde mucho tiempo atrás, con los que no se habían comprometido en hacer esfuerzo alguno: Memo, dejar de ser coqueto, iniciar en serio el plan de ahorro voluntario en la cooperativa, entrar al curso de apreciación musical tan aplazado y resolver si seguía aguantando golpes bajos en su actual trabajo o se decidía a buscar otro horizonte; y Cata, eliminar los souvenirs que guardaba de su antiguo novio y con frecuencia contemplaba a escondidas, tratar con mas paciencia al niño, que cada rato tenía que sufrir sus rabietas, y decidirse a iniciar la maestría largamente acariciada.

Carlos Jaime Noreña 
cjnorena@gmail.com 
ocurr-cj.blogspot.com 


  Una navidad sentida La pelirroja Ángela y el rubio Daniel han salido a caminar en esta noche de principios de diciembre tibia y luminosa, ...