SEBAS, VALEN Y SUS SOBRESALTOS
Relato
Sebastián y Valentina eran una parejita muy bien avenida, sabían disfrutar de la
vida, eran muy bonitos y les sonreía la suerte. Ambos eran profesionales,
miembros de buenas familias que los educaron muy bien y eran aficionados, él al
deporte y las novedades científicas y ella a la lectura, la música y las artes. Ambos
eran prácticos y positivistas, desprovistos de misterios y despreciativos de los
agüeros, las creencias populares y la beatería.
Cierto fin de semana, se fueron nuestros amigos de paseo a un parque natural y
decidieron, para tener un completo ambiente rústico, hospedarse en una posada
campesina de bajo precio, constituida por una vieja casona y una ramada y
administrada por un matrimonio viejo que había vivido allí muchos años y que
servía exquisitos desayunos tradicionales y suculentas comidas caseras. Llegaron
al medio día y, después de un opíparo almuerzo, hicieron una siesta de envidiar y
luego salieron a un recorrido de reconocimiento del entorno.
Anduvieron por un caminito que descendía cortando poco a poco las curvas de
nivel de la colina, por entre matorrales y a ratos por bosque tupido, hasta que
llegaron a un arroyito cristalino que corría entre murmullos; allí se sentaron en una
gran piedra con los pies inmersos en las aguas, previamente desprovistos de sus
zapatos; se abrazaron, conversaron, luego se besaron y acariciaron con lentitud,
como si tuvieran toda la eternidad para ellos, pero con el ímpetu de una pareja
joven. Cuando empezó a hacerse oscuro empezaron a desandar el camino y
llegaron a tiempo para la comida.
Después de ver un noticiero de televisión y charlar un rato con los viejos y con otro
huésped que se alojaba solo, se dirigieron a su pieza ya algo soñolientos. Se
durmieron pronto, con un sueño profundo. Pasada la media noche, Valentina
movió a Sebastián con la mano, quejándose de frío; “ningún frío, abrázame fuerte”;
remedio que sirvió por un corto rato y luego Sebastián tuvo que levantarse
adormilado a buscarle una cobija adicional en la cómoda. Ya un rato después fue
Sebastián el que despertó, sintiendo frío y escuchando pasos; se levantó por una
cobija y escuchó crujir la puerta como si la estuvieran abriendo; se petrificó y se
quedó mirando a la puerta, no supo si diez segundos o diez minutos, pero nada
mas se movió, nada mas sonó; corrió hacia la cama, estremecido como por un
escalofrío; se estaba durmiendo cuando Valentina lo llamó asegurando que les
abrían la ventana; encendieron la luz y se quedaron, asustados, contemplándola
fijamente por un buen rato y nada sucedió. “No me vas a despertar mas por esas
bobadas” le dijo Sebastián, haciéndose el valiente, y se durmió pronto, pero ella
siguió intrigada por los ruidos, hasta que los conmovió a ambos el sonido de un
objeto que caía en el corredor, junto a su puerta; se sentaron, ahora si, ambos en
pánico y no tuvieron ni aliento para encender la luz; escucharon luego algunos
gemidos y se miraron perplejos; permanecieron así, bien agarrados, sin quitar los ojos del lugar donde debía quedar la puerta, hasta que el sueño los dobló y por fin
durmieron profundamente hasta que los despertó la intensa luz del día.
Entre arreglarse, desayunar, lavarse dientes y conversar un poco con los demás
(pero sin atreverse a comentar sobre los sustos de la noche), se les fue el resto de
la mañana y, después de la siesta del almuerzo, se fueron de excursión de pareja a
la arboleda de enfrente, que el posadero les recomendó, pues era un bosque
nativo, con bonitas fuentecitas de agua y muy visitado por vistosos pájaros. Era un
terreno mas o menos plano, pero llevaron, por recomendación, bordones para
pasar algunos quiebres del terreno. Piso húmedo, vegetación muy verde, profusos
musgos de diversos colores, colgantes flores rojas y amarillas, mariposas de
fantasía y bellos pájaros posados en ramas o revoloteando por ahí, les sirvieron de
inspiración para andar muy enamorados y con frecuencia los detuvieron los besos
y abrazos que les surgían como espontáneamente. Así no sintieron el paso del
tiempo y comenzó a ponerse sombría la foresta; como encargados a la par de las
sombras, empezaron a escucharse extraños murmullos y chirridos; Valentina se
sentía ya asustada, pero su amorcito la calmó diciéndole que correspondían a
movimientos y modulaciones de insectos y pequeños mamíferos.
De repente, sintieron pasos tras ellos; volvieron los rostros bruscamente, Sebastián
con el bordón alzado en actitud de defensa, mas solo percibieron el movimiento de
ramas a corta distancia, como de alguien que hubiera huido de ellos. Ella le rogó
volverse a la casa, pues le daba mucho temor continuar, con la amenaza de la
oscuridad que se veía llegar. Trataron de desandar el camino y avanzaron un buen
trecho, pero oscureció mas y no alcanzaban a diferenciar los puntos de referencia,
total que resultaron perdidos. Ella rompió en llanto, pero el, aunque algo asustado,
la estuvo consolando; “estamos cerca, serénate... ...por allí veo un árbol de ramas
torcidas que reconozco... ...escucho sonidos de la casa, ya casi llegamos...”; más
por calmarla que por convicción. La zona de la casa no se vislumbraba, el bosque
se espesaba y los chirridos, alaridos, gemidos, lamentos se multiplicaban; ella se
estremecía y el le hacía ver que se trataba de sonidos propios de las alimañas a
esas horas del atardecer. Es la hora en que también se inquietan las alimañas que
tenemos agazapadas en el inconsciente y producen sus gemidos y lamentos que
nos ponen melancólicos.
Por fin adivinaron luces y difusos sonidos quizá provenientes de la casa y pudieron
respirar con mas tranquilidad; siguieron con paso mas animado, pero escucharon,
muy cercanas, las palabras “hola, no te me vas”; miraron a todos los lados, sin
distinguir a nadie y aceleraron mas el paso. Creían estar viendo la casa a través
de un claro, cuando fueron requeridos nuevamente: “¡hola, no te me vas! ¡hola, no
te me vas!” La muchacha se petrificó y el muchacho creyó distinguir la voz del
viejo y quedó muy intrigado; sacó fuerzas para animar a Valentina, casi empujarla,
y por fin salieron de la espesura y pudieron continuar hacia la casa, a la luz de una
bella luna que estaba saliendo de su escondite montañoso. Mientras llegaban,
construyeron la hipótesis de que el posadero era un viejo perverso que trató de ingresar a su habitación por la noche y, ahora por la tarde, los siguió por el bosque;
¿con qué objeto?
Entraron a la casa y estaban solamente la señora y dos huéspedes, pero a poco
llegó el señor y ellos dos se miraron, confirmándose silenciosamente que el tipo
venía un poco atrás de ellos. De inmediato se sirvió la comida, pues habían
querido esperarlos un poco, y Sebastián narró los sobresaltos del bosque, con la
intención de ver turbado al viejo y validar la hipótesis; sonora carcajada del señor y
la señora, fue lo que recibió por respuesta; “¡la lora!, ¡la lora!”; “¿cual lora?”;
“Rebeca, una lora que se nos escapó”; “¿y por qué dice ‘no te me vas’ con voz de
hombre?”; “¡ja, ja! Gustavo –así se llamaba el posadero– vivía diciéndole así a
Murrungo, el gato que siempre se quería escapar, hasta que la lora se aprendió la
frasecita, imitando perfectamente su voz”; “y el condenado gato al fin se perdió,
dijo don Gustavo, y el perro con que lo remplacé atormentó tanto a la lorita,
atacándola furioso, que el animalito terminó por escapar hacia el bosque – no le
teníamos las alas muy bien cortadas, porque respetamos la fauna”. Sebastián
recordó a Guy de Maupassant en “El Horla”: “En lugar de concluir simplemente ‘no
lo comprendo porque no veo la causa’, imaginamos más bien aterradores misterios
y hasta poderes sobrenaturales”.
Esa segunda noche, durmieron algo mas tranquilos, tal vez por el cansancio, pero
siempre escucharon algunos ruidos “entre gallos y media noche”. Al desayuno,
Sebastián se resolvió a comentar sobre los acontecimientos nocturnos y también
recibió explicaciones muy convincentes: una casa muy vieja, con desajustes en
puertas y ventanas, viento que las mueve, madera que cruje, ratones (“solo en el
sótano”) que hacen muchos ruidos; caída, en el corredor, de un florero que estaba
mal colocado; “¿y los gemidos?”; “el huésped de antenoche tenía una manera
peculiar de toser; ¿no lo habían notado? nada estruendosa, sino apagada, casi
como un gemido”. Salió satisfecha la parejita de regreso a la ciudad, regalando
elogios por el excelente servicio y promesas de regresar muy pronto. “Otra vez
Maupassant, le dijo Sebas a Valen: Cuando la inteligencia del hombre se hallaba
aún en etapas primitivas, esta obsesión por los fenómenos invisibles adoptó
formas ridículamente asustadoras y de allí nacieron las creencias populares en lo
sobrenatural, las leyendas de las ánimas en pena, las hadas, los gnomos, las
apariciones, los dioses...”
El lunes por la tarde estuvieron juntos en el centro de la ciudad haciendo algunas
diligencias. Avanzando por el andén de una vía principal, lleno de gente que iba y
venía apresuradamente y de ventorrillos, Valentina se movía muy rápido y con
claros signos de estar muy tensa; “¿por que te apuras?” le dijo Sebastián; “¿no ves
el peligro? por aquí nos pueden robar”; “con esa cara de espanto, los atraes”;
“gracias por el piropo”; (risas); “en serio, relájate un poco”; “pero ¿como? mira ese
hombre que nos sigue”; Sebastián le clavó la mirada al hombre y este se desvió;
“mira que no debemos mostrar temor”. En ese momento, dos muchachos mal
trajeados y muy malencarados se situaron a ambos lados del joven, avanzaban al mismo paso y se le acercaban cada vez mas por ambos costados, casi
estrechándolo entre ellos. Valentina sacó fuerzas de donde pudo y haló del brazo
a Sebastián fuertemente hacia adelante; los dos hombres casi chocaron entre sí;
uno de ellos guardó una navaja que ya tenía abierta en sus manos y se perdieron
entre la multitud. Bañados en sudor frío, la parejita solo atinó a entrarse a una ruin
cafetería para sentarse a descansar del susto y tomar algún tinto tranquilizador.
Mas esa no fue la única aventura desagradable en aquella salida al centro;
después de un par de diligencias y ya oscureciendo, se dirigían hacia su última
gestión a lo largo de una calle con fama de ser frecuentada por drogadictos,
prostitutas y homosexuales de baja categoría, puro lumpen; ellos lo sabían, pero
era la vía mas directa para llegar a donde necesitaban estar antes de las 7. De
repente, sin saber como, se encontraron en medio de un corrillo conformado por
unas 5 o 6 personas de las características ya mencionadas; todos les clavaron la
mirada; Valentina temblaba y Sebastián palideció; “no teman parces, somos gente
bien” –risitas– “vivimos casi en El Poblado y no estamos sino dando una vueltecita”
–mas risas– “¿y por que van tan apurados?”; “tenemos que llegar antes de las 7 a
hacer una gestión”; “¡no hay afán! si les cierran, vuelven mañana” –siguen las
risas– “la verdad, parces, es que nos hacen falta unos vareticos y ustedes nos
pueden facilitar algo de mosca ¿entienden? y es prestadita no mas, nosotros no le
quitamos nada a nadie; hoy nos dan el billullo y cuando vuelvan por aquí les
pagamos”; “¿y c-como c-cuanto necesitan?”; “no se asuste, dígame cuanto tiene y
yo le hago la cuenta” –otra explosión de risa– Al final, salieron, digamos que bien
librados, entregando como la mitad de lo que llevaba cada uno en sus respectivas
billeteras y por supuesto que, al voltear la esquina, desistieron de su diligencia y le
hicieron señas a un taxi para huir hacia sus seguras querencias.
Para el fin de semana siguiente se propusieron ir a divertirse en un parque de
atracciones mecánicas, aquí denominado “ciudad de hierro”. Después de la rueda,
los carros chocones, el algodón de azúcar y las palomitas de maíz, que antes
llamábamos dulcemente crispetas, se les antojó entrar al tren fantasma; “ya
estamos curtidos de los espantos y los sustos, veamos si hay algo que todavía nos
falte”; “sí, ¡genial! veamos qué nos falta por descubrir”. Lo mas impresionante fue
el hombre sin cabeza; de un realismo asombroso, los saludaba de lejos agitando la
mano, cuando estaban cerca le brotaba una cabezota con una sonrisa macabra y
cuando ya estaban al alcance se quitaba la cabeza con ambas manos y se las
extendía, como para que la tomaran.
Dejaron el parque de diversiones cuando ya empezaba a oscurecer y, como la
tarde estaba fina, decidieron caminar hasta casa o hasta cansarse. A la vuelta de
la esquina, ya en una calle solitaria, se les apareció un hombre vestido igual que
aquel monstruo sin cabeza y tapado con un gran sombrero donde debía tener la
suya. Se asustaron y apuraron el paso y el hombre los siguió; desde atrás les
decía que se había extraviado y necesitaba dinero para volver a su tren fantasma;
ellos le dijeron que estaba muy cerca, que se regresara a pie; el les dijo que les vendía muy barato el truco, para que lo utilizaran en noche de Halloween. Por
quitárselo de encima, Sebastián le preguntó a donde deberían ir por él y cuanto
valía; hizo salir su cabeza del sombrero, les dijo el precio y les alargó una bolsa
que llevaba en la mano; el muchacho le dio el dinero, tomó la bolsa, y la pareja
volvió a apurar el paso, temerosos de cualquier otro truco. El hombre se perdió de
inmediato y ellos encontraron que la bolsa estaba llena de... ¡basura!
Para la noche de Halloween, nuestros dos amiguitos estaban muy entusiasmados
porque los invitaron a una fiesta de un grupo de compinches que siempre habían
sido muy animados. Se buscaron disfraces de bruja y de demonio, muy vistosos y
con muchos detalles. El baile estaba animado; la variedad de atuendos era
llamativa, pero el que mas llamaba la atención era el de un hombre alto, de cara
adusta, con un hábito negro hasta los pies y terminado en una caperuza amplia
que no solo le cubría toda la cabeza, sino que casi ni dejaba ver el rostro. Nadie
conocía al personaje, pero nadie sabía que nadie lo conocía pues, en fin de
cuentas, con disfraces muchos quedaban completamente irreconocibles. No se
preguntaban quién era él, pero sí se preguntaban mucho de quién estaba
disfrazado. “De sacerdote”; “no, ellos no llevan capucha”; “tal vez de Gargamel”; “o
de Savonarola”.
Y se llegó la hora de la premiación del mejor disfraz; expectativa general. “Primer
premio, empate: ¡el demonio y la bruja!” Salieron felices Sebas y Valen a recibir su
premio y luego hubo algunas tandas mas de baile. Se acabó la fiesta después de
media noche; salieron Valen y Sebas a tomar un taxi en la calle; se les acercó el
“Gargamel” a preguntarles hacia donde iban y se asombró de la coincidencia de
destinos y pidió que lo dejaran acompañarlos, que compartirían el pago de la
carrera. Ni cortos ni perezosos le aceptaron y, ya acomodados en el taxi le
inquirieron por el personaje que representaba y él les confirmó la hipótesis de
Savonarola. “Era un acendrado perseguidor de brujas y hechiceros, enemigo
jurado del demonio”, les dijo. A Valentina la recorrió un escalofrío de pies a
cabeza, le cuchicheó algo a Sebastián y entonces a este también se le puso la piel
de gallina. Más de gallina se les puso cuando el taxista frenó repentinamente en
una calle oscura que atravesaba un mangón y se bajo rápidamente del carro. Acto
seguido, Savonarola extrajo un afilado puñal de su ropaje y los obligó a apearse
frente al conductor que ya esgrimía otra arma.
“Venimos, en nombre de Dios, a castigar la maldad, les dijeron, tenemos que
seguir acabando con las brujas y demonios que todavía rondan en medio de la
gente de bien”; “solo son disfraces, respondieron; estábamos ridiculizando a estos
personajes, nosotros no estamos con la maldad”; “¡eso creen! ponerse esas ropas,
portar esas máscaras para identificarse con ellos, es mostrar, consciente o
inconscientemente, las ansias de ser como ellos, de actuar como ellos; el
sacerdote viste los ornamentos cuando va a hacer de puente con la divinidad, el
militar, su uniforme y sus divisas, para representar a la patria; el ‘enemigo’ los viste
a ustedes para materializar la maldad”.
Acto seguido, les ordenaron acercarse a un árbol y se pusieron en la tarea de
amarrarlos a él, fuertemente amenazados con las armas. No valió que Valentina
llorara desconsoladamente ni que Sebastián los llenara de insultos; los dejaron
muy bien atados, los amordazaron para que no hicieran mas ruido y se arrodillaron
frente a ellos a rezar en unos libros de oraciones que sacaron del taxi; en las
oraciones mencionaron muchas veces la “purificación por el fuego”, la “inmolación
de las víctimas”... Estaban ya recogiendo ramas secas y arrojándolas a sus pies,
con la clara intención de incinerarlos, a la manera de la inquisición, cuando fueron
iluminados por una fuerte luz y apareció un patrulla de policía que produjo su
liberación y detuvo a los dos fanáticos, que se defendían alegando que todo era
una simple representación para gozar en forma mas realista del Halloween.
Estaban todavía asistiendo a una sucesión de declaraciones contra sus raptores
en inspecciones y en juzgados, ya sin esperanza de que castigaran ejemplarmente
a aquellos desalmados, cuando empezaron a escuchar los rumores sobre el
“meteorito del fin del mundo”, que resultó ser, averiguándolo mejor, el asteroide
2003 SD220, de 700 metros de diámetro. Este cuerpo celeste se acercaba a la
Tierra, pero calculaban los científicos que pasaría muy retirado, sin ocasionar daño
alguno; también se conjeturaba que, de desviarse y estrellarse con el planeta,
ocasionaría un cataclismo como el que hace 60 millones de años hizo desaparecer
los dinosaurios y muchas otras especies.
Los medios mencionaron solo de paso las apreciaciones de los astrónomos y, en
cambio, magnificaron las conjeturas, vestidas de un ropaje científico. Se disparó el
pánico general, todo el mundo preguntaba por la fecha del impacto; que el 4 de
diciembre, que el 7, que la noche de Navidad... Sebas y Valen averiguaban por el
lugar previsto para el choque, con la esperanza de que estuviera en las antípodas
y así tuviéramos mínimas consecuencias (creían ellos), pero todo lo que hallaban
decía que, en caso de impacto, era impredecible el sitio, ni siquiera se podía definir
el continente que lo recibiría. Nuevo motivo de desasosiego para nuestra parejita,
que no volvió a dormir tranquila hasta que fue anunciado que el asteroide, muy
displicente, pasó a unos 10 millones de kilómetros de casita.
La situación fue astutamente aprovechada desde los púlpitos para convencer a la
población de la necesidad de volver a las practicas religiosas, pues esto que
estaba ocurriendo eran los “anuncios de un fin del mundo muy cercano”; “son
campanazos que nos da la Providencia para que tengamos la oportunidad de
volver por el camino de la santidad – el próximo asteroide puede ser el definitivo y
nos tiene que encontrar confesados y en paz con Dios”. Las filas en las iglesias se
hicieron muy largas, las misas se llenaron de “devotos” (miedosos), las arcas de
las parroquias se llenaron con las “generosas” ofrendas de los que querían
comprar su salvación. Y hasta Valen y Sebas estuvieron a punto de regresar a las
prácticas piadosas que habían abandonado desde muy recién hecha la primera
comunión.
Llevaban muchos días en plena tranquilidad, con encuentros muy serenos y
amorosos, sin amenazas externas, cuando, un sábado, Valentina, muy
maliciosa, le dijo a Sebastián que no se presentó la luna llena, una clave que
ambos habían pactado y el comprendió de inmediato; posando de no haberse
asustado, el dijo “bueno, todos los fenómenos naturales fallan alguna vez; ¿no falló
el asteroide que nos iba a dar un saludito?” Quedaron a la espera de la siguiente
“luna llena”, pero Valentina compró la tirilla “por si las moscas” y obtuvo un
resultado tranquilizador. No tan tranquilizadora fue la época de la siguiente “luna
llena”, pues esta tampoco se vio. “Con cielos tan nublados, no teníamos por qué
verla”, bromeaba Sebastián, internamente asustado (que no espantado), pero
Valentina no estaba nada tranquila y recurría a una tirilla tras otra, siempre con
resultados negativos. Empezaron, de todos modos, a prepararse positivamente
para cierto acontecimiento, dieron algunos pasos concretos y Sebas ya estaba
averiguando un préstamo (cuyos intereses, esos sí, le producían espanto). Hasta
organizaron una salida de fin de semana, casualmente en días de luna llena, para
estar solos y con ambiente propicio para trazar planes serios y concretos, pero allí
ocurrió otra vez un extraño fenómeno: dos lunas llenas simultáneas.
Y colorín colorado...
Carlos Jaime Noreña
cjnorena@gmail.com
ocurr-cj.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario