AMOR Y AMISTAD EN CIUDAD CALAMIDAD
Relato
La avenida fluía normalmente a esa hora de la tarde en la que no era usual esperar
represamientos del tráfico (“tacos” en nuestra tierra, “trancones” para los
capitalinos). De repente, al empezar una cuadra, esta se encontraba llena y muy
lenta; un poco después se pararon todos los carros; “es por el semáforo de allí
adelante”, dijo Matías. Pasados unos seis minutos, le dijeron sus compañeros que
eso no era por el semáforo, pues ya podría haber cambiado unas tres o cuatro
veces, pero seguían en el mismo punto. Total, otros 15 minutos, por fortuna
entretenidos con las atractivas minifaldas que pasaban por el andén, tuvieron que
esperar, para encender de nuevo el vehículo cuando la fila se movió; si se puede
llamar a eso “moverse”: media hora más demoraron, ahora discutiendo de política,
para avanzar aproximadamente un kilómetro hasta llegar a la causa del atranque,
que era un gran hueco que estaban abriendo en la vía los empleados de la
empresa de acueducto, para reparar un daño.
Corta fue la reunión que pudieron sostener los hombres del carro con otros dos
que los esperaban alrededor de la mesa de trabajo de una pequeña oficina. “Yo
les dije que no se vinieran en el carro, que en esta ciudad ya no se puede andar en
vehículo particular”; “igual, en taxi hubiéramos llegado al mismo taco y sufrido la
misma demora”; “sí y no, porque los taxistas buscan por donde meterse”; “eso es
verdad, ellos no respetan nada; los taxistas, en esta ciudad, se suben al andén, se
pasan los semáforos en rojo y se meten por cualquier huequito”; “¿y qué dicen de
los buseros?”; “¡no, eso es capítulo aparte!; otro día hablamos de ellos; vámonos
que ya es hora de la comida o los compromisos privados”.
No hablemos de la otra hora y media que demoró Matías para llegar en su carro a
recoger a la novia en el sitio en que se citaron, apenas a dos kilómetros de allí,
pues ese ya es el tiempo normal de desplazamiento en las horas pico. Hablemos
más bien de lo bueno que la pasaron ambos en aquel lugar; sí, en ese lugar,
porque decidieron quedarse allí y no ir al cine, pues no llegarían a tiempo con los
tacos que imaginaban encontrar. Conversaron delicioso, con ese dulce tono de
voz de los enamorados y sobre esos temas íntimos que ellos no se cansan de
manosear; tomaron unas cervezas, las de Matías sin alcohol, y degustaron tablas
de quesos y de carnes frías. Concertaron una salida para un fin de semana, a la
que convidarían a otras dos parejas amigas, y a las 11 se fue Matías a llevarla a su
casa y regresó encantado y relajado a su apartamento.
Esteban iba al día siguiente en un taxi rumbo al trabajo por una de las vías de
circulación rápida, aquí denominadas “autopistas”, que a esa hora tampoco era
propiamente rápida. Al llegar a una bifurcación, debieron tomar la calle secundaria
que de allí partía, pues la continuación de la principal estaba cerrada; “¿y eso,
cuándo cerraron?”; “ayer, dijo el taxista, ¿no vio los anuncios en la prensa?”; “no
les presté atención, creí que era en otra parte”; “no, señor; en la autopista van a abrir dos carriles adicionales y construir un separador central”; “¿por cuánto
tiempo?”; “anunciaron que tres meses, o sea tres años, al ritmo que avanzan las
obras aquí”; “sí, más o menos... ¿y ahora cómo nos vamos defender de estos
tacos?” (ya había una tremenda congestión en esa vía, a pesar de tener sus cuatro
carriles en un mismo sentido de circulación); “eso no es nada, las calles aledañas
están peor, porque para allá desviaron los dos carriles que invirtieron de esta”;
“¡qué locura!”.
No más llegar Esteban, bastante retrasado, a su oficina, lo hicieron pasar a donde
su jefe que, visiblemente disgustado, le informó que debería irse a la sucursal del
Parque Bolívar para ayudarles a resolver dificultades que se les estaban
presentando con la nueva aplicación de cartera. Ya de espaldas al jefe, torció los
ojos en señal de contrariedad, regresó por sus efectos personales a la oficina,
solicitó los vales para taxis a la secretaria y le encareció pedirle uno. “Ya imagino
las peripecias para entrar al centro”; “es más fácil llegar a donde no me has
querido llevar”, le contestó ella, pues habían salido juntos algún par de veces, casi
por casualidad y desde entonces le insistía en que la llevara a una discoteca muy
afamada en el medio, pero él, que no tenía interés en cultivar alguna relación
estrecha con esa niña, siempre salía con evasivas.
“Lo esperábamos temprano”, le dijeron quienes debían recibir su asesoría.
“Primero: no sabía que venía para acá, el jefe me lo anunció por sorpresa cuando
llegué, y segundo: fue como de película la atrancada por este centro”; “es cierto;
esas calles tan estrechas y les da por romperlas todos los años”; “dizque para la
renovación de redes, pero es increíble que una red, sea ella de acueducto,
energía, teléfonos, dure tan poco”; “yo pienso que se trata más bien de la
renovación de fondos para las redes de corrupción”; “bueno, no rajemos más y
aprovechemos la horita, que son las 11”.
Trabajaron el rato y compartieron la hora del almuerzo en un restaurante cercano,
para continuar toda la tarde desenredando ese misterioso sistema de cartera. Allí
comentaron gozosos sobre la reciente clasificación nacional, muy sufrida por
cierto, para el campeonato mundial de football; enlazaron con la pifia de un árbitro
que tuvo como resultado la clasificación de la selección inexperta de un pequeño
país y encadenaron esto con las todavía más o menos recientes pifias de maestros
de ceremonias que se equivocaron anunciando la corona de Miss Universo y la
concesión de un premio Oscar. José Luis se atrevió a decir que el software de
cartera estaba resultando también muy pifiado y Esteban respondió “que no conste
en el acta; yo diré que no lo dije, pero la verdad es que, por buscar costos bajos,
contrataron con una empresa poco conocida que tiene profesionales de sistemas
graduados en instituciones de muy dudosa categoría, y ahora nosotros estamos
pagando las consecuencias”.
Carolina, la novia de Matías, salió por su barrio El Laurel en busca de una
pomposa panadería, muy afamada, recién establecida en una esquina cercana a la iglesia, según le contó su tía Carmenza, y planeó su recorrido eludiendo una calle
donde había dos edificios en construcción que se apoderaron de los andenes y
pusieron sendos letreros que le pedían al peatón circular por la acera “del frente”; y
como ambos estaban frente a frente, no había acera por donde circular y tocaba
andar por la calzada. ¡Cuál no fue su sorpresa cuando, al pasar por la calle alterna
escogida, se encontró con la demolición de una de las pocas casas señoriales que
aún quedaban en el barrio y ocupaban todo el andén y un carril de la calzada con
las volquetas que estaban retirando los escombros! “Esta ciudad no la van a
terminar de construir nunca”.
En la panadería se encontró con su amiga Johana, tan bonitas ambas y tan
distintas entre sí; Carolina, alta y gruesa, pero bien contorneada, de tez broncínea,
el pelo y los ojos muy negros y brillantes, mirada coqueta y sonrisa conquistadora;
Johana, mediana y delgada, pero con buenas formas y más llenita donde mejor se
nota; pelo y ojos castaños, estos muy vivos, mirada inquisidora y sonrisa dulce; se
sentaron a tomarse un café y comentaron sobre la barbarie de los inversionistas en
construcción, que se dieron a la tarea de echar por el suelo las joyas
arquitectónicas del barrio; ningún respeto por esas casonas que en la segunda
mitad del siglo 20 hicieron historia; ninguna consideración a las edificaciones
levantadas con rigor estilístico, enriquecidas con arte y llenas de detalles que
daban gusto. Aprovechó Carolina para proponerle a Johana que los acompañara
con su novio a la salida de fin de semana que estaban planeando y esta recibió la
propuesta con mucho entusiasmo.
Matías también estaba promoviendo el paseo y llamó al amigo común Alejandro
quien, al solo saludo de “¿cómo estás?” se le dejó venir con su angustiosa queja
que a todos les repetía: “yo muy mal; estoy prácticamente encarcelado en este
barrio; nos tienen bloqueados con la construcción del tal ‘Parque de las Riberas’
y...”; “no te preocupes tanto, eso será por un corto tiempo”; “¿corto? la obra era
para 12 meses, ya llevan 18 y no van en la mitad; nos bloquearon todas las
entradas al sector y nos tienen transitando por una brecha improvisada que cada
nada se tapona porque los carros que van no les dan paso a los que vienen”;
“¡¿Ajá?!”; “y lo peor es que está previsto en los planos que perderemos casi todos
los accesos y nos quedarán solo dos, que son: uno de los antiguos y el de la actual
brecha...” “tienes que entender, Alejandro, que la ciudad está en construcción”;
“sí, desde que la fundaron y por siempre, porque permanentemente se les ocurre
arrasar con lo que hay, dizque para construir algo mejor, con criterios ‘futuristas’,
pero...” “Pensándolo bien, tienes razón, Alejandro, y me haces recordar las
palabras del escritor Pablo Montoya en un evento reciente en París, hablando de
para donde va la ciudad; allí se refirió a ‘un modelo urbano lleno de
improvisaciones y abocado a una peligrosísima contaminación ambiental’, fruto de
un ‘lobby automotriz, inmobiliario e industrial’ en pos de una loca apertura
económica”.
Lina María llegó al medio día de la universidad con su compañera Madelén, para
estudiar toda la tarde para el examen parcial del día siguiente; almorzaron muy a
su gusto la deliciosa comida preparada por la madre de Lina, charlaron unos
minutos más en la mesa y luego subieron a la pieza de Lina, bromeando en las
escalas sobre una llamada que debían hacer a un amigo para comprometerlo con
la salida del viernes por la noche a celebrar la terminación de los exámenes. La
chica se fue directo a abrir la ventana, para ventilar, pues hacía calor; no había
dado la media vuelta cuando las envolvió una bocanada de humo negro y
maloliente vomitado por la chimenea de un inmenso camión diésel que pasaba en
ese momento por el viaducto que cruzaba frente a la ventana; por poco se les daña
la tarde, la habitación quedó impregnada de mal olor, pero ellas, por fortuna,
pudieron irse a la alcoba de su hermana mayor Carolina, quien se encontraba en el
trabajo.
Le explicó Lina a Madelén que la otrora cómoda, bonita y apacible vivienda, que
tenía una espléndida vista hacia el cerro cercano, había quedado hace pocos años
estrangulada por un viaducto que sirvió para montar la vía, muy transitada, por
sobre una importante avenida, pero también “sirvió” para dejar la casita sin vista al
frente y llena de humo y de ruidos. No la única: igual les ocurrió a unas 20
viviendas en dos cuadras, a un costado de la vía. Aquellos “adalides” del
urbanismo solo veían este en función de la circulación automovilística y nada les
importaba la calidad de vida de los vecinos.
Empezando la noche, llegó la hermana mayor de su trabajo y, muy animada, les
contó del paseo a Villa Santafé; Madelén le advirtió que no se fueran a ir por la
avenida Calasanz para tomar la autopista al golfo; “están construyendo un paso
elevado, hay un solo carril habilitado por ratos y los tacos son de horas; tienen que
meterse por las calles del barrio Robledal, estrechas y también hay demora, pero
nunca tan desesperante”; “al menos, el año entrante tendremos salida franca hacia
la nueva autopista para la Villa”.
“No lo creas, dijo su hermano Felipe, que acababa de llegar y estaba de ‘metido’,
no estará lista el año entrante, pues ya tuvieron que renegociar los plazos, y de
una vez los costos, lo que no es nada extraño en nuestro medio; además, conozco
muy bien el trazado de la obra y no quedará con todos los lazos necesarios para
garantizar flujos correctos en todos los sentidos; entonces, habrá iguales
congestiones, solo que no sobre la avenida, para los que salen hacia la Villa, sino
en las vías accesorias y puedo apostar que para los que ingresan desde Villa
Santafé se presentarán los mismos tacos de siempre; total van a trasladar los líos
de un punto a otro”. A Madelén se le iban los ojos mirando a Felipe, atlético, alto,
de ojos almendrados color miel, nariz y crespos de escultura griega, glúteos
destacados y firmes, mirada dulce y voz de tenor bien afinada; y le fascinaba esa
propiedad con que hablaba de las cosas.
Otro día y otros afanes. Diego Andrés salió a la avenida Colombia a tomar el bus
que su amiga Norma Clemencia le había indicado, para un encuentro que habían
pactado en Los Diamantes, un centro comercial de ropas deportivas y de marcas
escasas, perfumería, tecnología de imagen, sonido y telefonía, juguetería fina y
pequeños electrodomésticos, donde ella le iba a ayudar a escoger un regalo para
su novia. Caminando hacia un sitio a la sombra donde podría esperar el bus,
encontró los andenes en estado deplorable: cemento resquebrajado, yerbajos
creciendo por las grietas, huecos sorpresivos, desniveles a cada pocos pasos.
Llegó Diego en el bus al lugar indicado y allí lo esperaba ansiosa Norma. En una
pausa para tomar un café, le contó a ella sobre sus peripecias con los andenes; “...
y en cierto momento, para esquivar un charco del ancho de la acera, miré hacia
atrás por el carril solo-bus, no venía ninguno y me metí para poder adelantar; de
repente me sobrepasó a centímetros una moto que estaba invadiendo el carril;
quedé muy contrariado por el riesgo que me hizo pasar ese imprudente, pero
luego, detenido esperando el bus a la sombra, se estacionó frente a mí un
automóvil particular y salió su conductor muy campante a buscar algo en algún
negocio y me tuve que desplazar un poco atrás, a pleno sol, para esperar donde
pudiera parar el bus”; “ni las motos, ni los taxis, ni los particulares respetan el carril
de los buses y, mas grave, los buses se salen a los otros carriles”; él le mató un ojo
y ella le respondió con un radiante sonrisa.
Caminando de nuevo por los corredores, dijo Norma Clemencia que sería mejor
que se extendiera el sistema del Metromax, y llegara a remplazar completamente
los buses tradicionales, pues con sus vehículos amplios y articulados y carriles sí
verdaderamente exclusivos, se podría viajar en forma más rápida, cómoda y
segura. “De acuerdo, le contestó Diego Andrés, pero deben ejecutar el proyecto
mas éticamente, no con las marrullas que construyeron los ramales actuales”;
“¿qué marrullas?”; “conozco a una familia, y dicen que no fue la única, que
súbitamente les reclasificaron su propiedad en un estrato mas bajo, les redujeron
el avalúo catastral y se sintieron favorecidos pues así les bajó considerablemente
el impuesto predial; al cabo de un tiempo, les decretaron expropiación para
construir la vía del Metromax y les reconocieron un valor rídiculo por su casa;
interpusieron pleito y entonces se demoraron mas de 10 años para pagarles, pero
les dedujeron todo el valor de arrendamiento de la casa donde los habían alojado
en ese tiempo y les quedó prácticamente una limosna”.
Por fin salió Diego con el deslumbrante regalo para su novia Johana, que Norma
escogió como si fuera para ella, porque el muchacho le gustaba mucho, y que él
pagó con gran gusto porque la Norma le gustaba mucho. Se despidieron de
caluroso abrazo y casi beso y se fueron, cada uno pensando en lo heroico que era
al respetarle al otro su condición y ponerse por encima del sentimiento y los
deseos.
El viernes por la tarde, el aguacero fue como para la historia; los vientos
huracanados arrancaron vallas publicitarias, elevaron hojas de cinc de algunos
techos y tumbaron árboles sobre las calzadas. El paso deprimido del crucero
conocido como Bullerengue se colmó hasta los bordes y varias personas debieron
ser rescatadas, casi que heroicamente. Uno de los salvados de las aguas fue
Alejandro, quien llamó, entonces, por la noche a disculparse del paseo, pues
además de la conmoción que todavía sentía por el suceso, debía apersonarse de
todas las diligencias para conseguir la reparación de su carrito que había sido
llevado al taller y debería ser transformado nuevamente de submarino en coche
decente; su novia, por supuesto, se iba a quedar también, acompañándolo
solidariamente. Matías, coordinador del programa, convidó a Felipe, hermano de
Carolina; “pero no tengo novia y qué me voy a ir a hacer yo solo en medio de las
parejas”; “invita a una amiga, no me vas a decir que no tienes ninguna”. Se acordó
Felipe de esa niña que estaba estudiando con su hermana que, pensándolo bien,
le había caído en gracia; averiguar su teléfono, invitarla y recibir una efusiva
aceptación, fue cosa de millonésimas de segundo.
El sábado amaneció esplendoroso y nuestros amigos salieron muy puntuales para
su paseo, en los automóviles de Matías y Diego Andrés. Iban muy alegres y muy
amorosas las parejas y por esto no prestaron mucha atención a la pronosticada
demora que se presentó saliendo de la ciudad. Estuvieron a media tarde en el
lugar de veraneo de Villa Santafé, se reunieron en mesitas alrededor de la piscina
y estuvieron en animada tertulia. Fue tema obligado el percance de Alejandro y
hubo comentarios sobre la deficiencia de los desagües de Bullerengue, una obra
con múltiples inundaciones a lo largo de sus treinta años de existencia, donde
nunca se ha emprendido la construcción de una solución efectiva. Felipe se dejó
venir con una nueva crítica, aparentemente fundamentada, esta vez sobre los
túneles del parque de las Riberas; estos, que ya uno está en servicio y otros ya se
comenzaron a construir y que tendrán varios kilometros en total, estarán por
debajo del nivel del río y sus afluentes y si se llegaren a inundar en una de esas
tardes de voluminosas precipitaciones, la tragedia será de grandes dimensiones.
Finalmente lo callaron todos como “ave de mal agüero” y comenzaron con las patanerías propias de los alegres paseos juveniles.
Después de la comida, estuvieron en el salón de juegos. Regresaron más bien
temprano a una de las cabañas a tomar un traguito más y, cuando Felipe quiso
montar el tema de los arboricidios para construir unidades residenciales y centros
comerciales le cayeron todos encima con sus reproches; “¡no nos dañes el paseo!”
Pronto se fueron retirando, cada pareja a su cabaña, a disfrutar de una cálida
noche y olvidar las calamidades de la ciudad.
Carlos Jaime Noreña
cjnorena@gmail.com
ocurr-cj.blogspot.com
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