miércoles, 3 de enero de 2018

AMOR Y AMISTAD EN CIUDAD CALAMIDAD

Relato

La avenida fluía normalmente a esa hora de la tarde en la que no era usual esperar represamientos del tráfico (“tacos” en nuestra tierra, “trancones” para los capitalinos). De repente, al empezar una cuadra, esta se encontraba llena y muy lenta; un poco después se pararon todos los carros; “es por el semáforo de allí adelante”, dijo Matías. Pasados unos seis minutos, le dijeron sus compañeros que eso no era por el semáforo, pues ya podría haber cambiado unas tres o cuatro veces, pero seguían en el mismo punto. Total, otros 15 minutos, por fortuna entretenidos con las atractivas minifaldas que pasaban por el andén, tuvieron que esperar, para encender de nuevo el vehículo cuando la fila se movió; si se puede llamar a eso “moverse”: media hora más demoraron, ahora discutiendo de política, para avanzar aproximadamente un kilómetro hasta llegar a la causa del atranque, que era un gran hueco que estaban abriendo en la vía los empleados de la empresa de acueducto, para reparar un daño.

Corta fue la reunión que pudieron sostener los hombres del carro con otros dos que los esperaban alrededor de la mesa de trabajo de una pequeña oficina. “Yo les dije que no se vinieran en el carro, que en esta ciudad ya no se puede andar en vehículo particular”; “igual, en taxi hubiéramos llegado al mismo taco y sufrido la misma demora”; “sí y no, porque los taxistas buscan por donde meterse”; “eso es verdad, ellos no respetan nada; los taxistas, en esta ciudad, se suben al andén, se pasan los semáforos en rojo y se meten por cualquier huequito”; “¿y qué dicen de los buseros?”; “¡no, eso es capítulo aparte!; otro día hablamos de ellos; vámonos que ya es hora de la comida o los compromisos privados”.

No hablemos de la otra hora y media que demoró Matías para llegar en su carro a recoger a la novia en el sitio en que se citaron, apenas a dos kilómetros de allí, pues ese ya es el tiempo normal de desplazamiento en las horas pico. Hablemos más bien de lo bueno que la pasaron ambos en aquel lugar; sí, en ese lugar, porque decidieron quedarse allí y no ir al cine, pues no llegarían a tiempo con los tacos que imaginaban encontrar. Conversaron delicioso, con ese dulce tono de voz de los enamorados y sobre esos temas íntimos que ellos no se cansan de manosear; tomaron unas cervezas, las de Matías sin alcohol, y degustaron tablas de quesos y de carnes frías. Concertaron una salida para un fin de semana, a la que convidarían a otras dos parejas amigas, y a las 11 se fue Matías a llevarla a su casa y regresó encantado y relajado a su apartamento.

Esteban iba al día siguiente en un taxi rumbo al trabajo por una de las vías de circulación rápida, aquí denominadas “autopistas”, que a esa hora tampoco era propiamente rápida. Al llegar a una bifurcación, debieron tomar la calle secundaria que de allí partía, pues la continuación de la principal estaba cerrada; “¿y eso, cuándo cerraron?”; “ayer, dijo el taxista, ¿no vio los anuncios en la prensa?”; “no les presté atención, creí que era en otra parte”; “no, señor; en la autopista van a abrir dos carriles adicionales y construir un separador central”; “¿por cuánto tiempo?”; “anunciaron que tres meses, o sea tres años, al ritmo que avanzan las obras aquí”; “sí, más o menos... ¿y ahora cómo nos vamos defender de estos tacos?” (ya había una tremenda congestión en esa vía, a pesar de tener sus cuatro carriles en un mismo sentido de circulación); “eso no es nada, las calles aledañas están peor, porque para allá desviaron los dos carriles que invirtieron de esta”; “¡qué locura!”.

No más llegar Esteban, bastante retrasado, a su oficina, lo hicieron pasar a donde su jefe que, visiblemente disgustado, le informó que debería irse a la sucursal del Parque Bolívar para ayudarles a resolver dificultades que se les estaban presentando con la nueva aplicación de cartera. Ya de espaldas al jefe, torció los ojos en señal de contrariedad, regresó por sus efectos personales a la oficina, solicitó los vales para taxis a la secretaria y le encareció pedirle uno. “Ya imagino las peripecias para entrar al centro”; “es más fácil llegar a donde no me has querido llevar”, le contestó ella, pues habían salido juntos algún par de veces, casi por casualidad y desde entonces le insistía en que la llevara a una discoteca muy afamada en el medio, pero él, que no tenía interés en cultivar alguna relación estrecha con esa niña, siempre salía con evasivas.

“Lo esperábamos temprano”, le dijeron quienes debían recibir su asesoría. “Primero: no sabía que venía para acá, el jefe me lo anunció por sorpresa cuando llegué, y segundo: fue como de película la atrancada por este centro”; “es cierto; esas calles tan estrechas y les da por romperlas todos los años”; “dizque para la renovación de redes, pero es increíble que una red, sea ella de acueducto, energía, teléfonos, dure tan poco”; “yo pienso que se trata más bien de la renovación de fondos para las redes de corrupción”; “bueno, no rajemos más y aprovechemos la horita, que son las 11”.

Trabajaron el rato y compartieron la hora del almuerzo en un restaurante cercano, para continuar toda la tarde desenredando ese misterioso sistema de cartera. Allí comentaron gozosos sobre la reciente clasificación nacional, muy sufrida por cierto, para el campeonato mundial de football; enlazaron con la pifia de un árbitro que tuvo como resultado la clasificación de la selección inexperta de un pequeño país y encadenaron esto con las todavía más o menos recientes pifias de maestros de ceremonias que se equivocaron anunciando la corona de Miss Universo y la concesión de un premio Oscar. José Luis se atrevió a decir que el software de cartera estaba resultando también muy pifiado y Esteban respondió “que no conste en el acta; yo diré que no lo dije, pero la verdad es que, por buscar costos bajos, contrataron con una empresa poco conocida que tiene profesionales de sistemas graduados en instituciones de muy dudosa categoría, y ahora nosotros estamos pagando las consecuencias”.

Carolina, la novia de Matías, salió por su barrio El Laurel en busca de una pomposa panadería, muy afamada, recién establecida en una esquina cercana a la iglesia, según le contó su tía Carmenza, y planeó su recorrido eludiendo una calle donde había dos edificios en construcción que se apoderaron de los andenes y pusieron sendos letreros que le pedían al peatón circular por la acera “del frente”; y como ambos estaban frente a frente, no había acera por donde circular y tocaba andar por la calzada. ¡Cuál no fue su sorpresa cuando, al pasar por la calle alterna escogida, se encontró con la demolición de una de las pocas casas señoriales que aún quedaban en el barrio y ocupaban todo el andén y un carril de la calzada con las volquetas que estaban retirando los escombros! “Esta ciudad no la van a terminar de construir nunca”.

En la panadería se encontró con su amiga Johana, tan bonitas ambas y tan distintas entre sí; Carolina, alta y gruesa, pero bien contorneada, de tez broncínea, el pelo y los ojos muy negros y brillantes, mirada coqueta y sonrisa conquistadora; Johana, mediana y delgada, pero con buenas formas y más llenita donde mejor se nota; pelo y ojos castaños, estos muy vivos, mirada inquisidora y sonrisa dulce; se sentaron a tomarse un café y comentaron sobre la barbarie de los inversionistas en construcción, que se dieron a la tarea de echar por el suelo las joyas arquitectónicas del barrio; ningún respeto por esas casonas que en la segunda mitad del siglo 20 hicieron historia; ninguna consideración a las edificaciones levantadas con rigor estilístico, enriquecidas con arte y llenas de detalles que daban gusto. Aprovechó Carolina para proponerle a Johana que los acompañara con su novio a la salida de fin de semana que estaban planeando y esta recibió la propuesta con mucho entusiasmo.

Matías también estaba promoviendo el paseo y llamó al amigo común Alejandro quien, al solo saludo de “¿cómo estás?” se le dejó venir con su angustiosa queja que a todos les repetía: “yo muy mal; estoy prácticamente encarcelado en este barrio; nos tienen bloqueados con la construcción del tal ‘Parque de las Riberas’ y...”; “no te preocupes tanto, eso será por un corto tiempo”; “¿corto? la obra era para 12 meses, ya llevan 18 y no van en la mitad; nos bloquearon todas las entradas al sector y nos tienen transitando por una brecha improvisada que cada nada se tapona porque los carros que van no les dan paso a los que vienen”; “¡¿Ajá?!”; “y lo peor es que está previsto en los planos que perderemos casi todos los accesos y nos quedarán solo dos, que son: uno de los antiguos y el de la actual brecha...” “tienes que entender, Alejandro, que la ciudad está en construcción”; “sí, desde que la fundaron y por siempre, porque permanentemente se les ocurre arrasar con lo que hay, dizque para construir algo mejor, con criterios ‘futuristas’, pero...” “Pensándolo bien, tienes razón, Alejandro, y me haces recordar las palabras del escritor Pablo Montoya en un evento reciente en París, hablando de para donde va la ciudad; allí se refirió a ‘un modelo urbano lleno de improvisaciones y abocado a una peligrosísima contaminación ambiental’, fruto de un ‘lobby automotriz, inmobiliario e industrial’ en pos de una loca apertura económica”.

Lina María llegó al medio día de la universidad con su compañera Madelén, para estudiar toda la tarde para el examen parcial del día siguiente; almorzaron muy a su gusto la deliciosa comida preparada por la madre de Lina, charlaron unos minutos más en la mesa y luego subieron a la pieza de Lina, bromeando en las escalas sobre una llamada que debían hacer a un amigo para comprometerlo con la salida del viernes por la noche a celebrar la terminación de los exámenes. La chica se fue directo a abrir la ventana, para ventilar, pues hacía calor; no había dado la media vuelta cuando las envolvió una bocanada de humo negro y maloliente vomitado por la chimenea de un inmenso camión diésel que pasaba en ese momento por el viaducto que cruzaba frente a la ventana; por poco se les daña la tarde, la habitación quedó impregnada de mal olor, pero ellas, por fortuna, pudieron irse a la alcoba de su hermana mayor Carolina, quien se encontraba en el trabajo.

Le explicó Lina a Madelén que la otrora cómoda, bonita y apacible vivienda, que tenía una espléndida vista hacia el cerro cercano, había quedado hace pocos años estrangulada por un viaducto que sirvió para montar la vía, muy transitada, por sobre una importante avenida, pero también “sirvió” para dejar la casita sin vista al frente y llena de humo y de ruidos. No la única: igual les ocurrió a unas 20 viviendas en dos cuadras, a un costado de la vía. Aquellos “adalides” del urbanismo solo veían este en función de la circulación automovilística y nada les importaba la calidad de vida de los vecinos.

Empezando la noche, llegó la hermana mayor de su trabajo y, muy animada, les contó del paseo a Villa Santafé; Madelén le advirtió que no se fueran a ir por la avenida Calasanz para tomar la autopista al golfo; “están construyendo un paso elevado, hay un solo carril habilitado por ratos y los tacos son de horas; tienen que meterse por las calles del barrio Robledal, estrechas y también hay demora, pero nunca tan desesperante”; “al menos, el año entrante tendremos salida franca hacia la nueva autopista para la Villa”.

“No lo creas, dijo su hermano Felipe, que acababa de llegar y estaba de ‘metido’, no estará lista el año entrante, pues ya tuvieron que renegociar los plazos, y de una vez los costos, lo que no es nada extraño en nuestro medio; además, conozco muy bien el trazado de la obra y no quedará con todos los lazos necesarios para garantizar flujos correctos en todos los sentidos; entonces, habrá iguales congestiones, solo que no sobre la avenida, para los que salen hacia la Villa, sino en las vías accesorias y puedo apostar que para los que ingresan desde Villa Santafé se presentarán los mismos tacos de siempre; total van a trasladar los líos de un punto a otro”. A Madelén se le iban los ojos mirando a Felipe, atlético, alto, de ojos almendrados color miel, nariz y crespos de escultura griega, glúteos destacados y firmes, mirada dulce y voz de tenor bien afinada; y le fascinaba esa propiedad con que hablaba de las cosas.

Otro día y otros afanes. Diego Andrés salió a la avenida Colombia a tomar el bus que su amiga Norma Clemencia le había indicado, para un encuentro que habían pactado en Los Diamantes, un centro comercial de ropas deportivas y de marcas escasas, perfumería, tecnología de imagen, sonido y telefonía, juguetería fina y pequeños electrodomésticos, donde ella le iba a ayudar a escoger un regalo para su novia. Caminando hacia un sitio a la sombra donde podría esperar el bus, encontró los andenes en estado deplorable: cemento resquebrajado, yerbajos creciendo por las grietas, huecos sorpresivos, desniveles a cada pocos pasos.

Llegó Diego en el bus al lugar indicado y allí lo esperaba ansiosa Norma. En una pausa para tomar un café, le contó a ella sobre sus peripecias con los andenes; “... y en cierto momento, para esquivar un charco del ancho de la acera, miré hacia atrás por el carril solo-bus, no venía ninguno y me metí para poder adelantar; de repente me sobrepasó a centímetros una moto que estaba invadiendo el carril; quedé muy contrariado por el riesgo que me hizo pasar ese imprudente, pero luego, detenido esperando el bus a la sombra, se estacionó frente a mí un automóvil particular y salió su conductor muy campante a buscar algo en algún negocio y me tuve que desplazar un poco atrás, a pleno sol, para esperar donde pudiera parar el bus”; “ni las motos, ni los taxis, ni los particulares respetan el carril de los buses y, mas grave, los buses se salen a los otros carriles”; él le mató un ojo y ella le respondió con un radiante sonrisa.

Caminando de nuevo por los corredores, dijo Norma Clemencia que sería mejor que se extendiera el sistema del Metromax, y llegara a remplazar completamente los buses tradicionales, pues con sus vehículos amplios y articulados y carriles sí verdaderamente exclusivos, se podría viajar en forma más rápida, cómoda y segura. “De acuerdo, le contestó Diego Andrés, pero deben ejecutar el proyecto mas éticamente, no con las marrullas que construyeron los ramales actuales”; “¿qué marrullas?”; “conozco a una familia, y dicen que no fue la única, que súbitamente les reclasificaron su propiedad en un estrato mas bajo, les redujeron el avalúo catastral y se sintieron favorecidos pues así les bajó considerablemente el impuesto predial; al cabo de un tiempo, les decretaron expropiación para construir la vía del Metromax y les reconocieron un valor rídiculo por su casa; interpusieron pleito y entonces se demoraron mas de 10 años para pagarles, pero les dedujeron todo el valor de arrendamiento de la casa donde los habían alojado en ese tiempo y les quedó prácticamente una limosna”.

Por fin salió Diego con el deslumbrante regalo para su novia Johana, que Norma escogió como si fuera para ella, porque el muchacho le gustaba mucho, y que él pagó con gran gusto porque la Norma le gustaba mucho. Se despidieron de caluroso abrazo y casi beso y se fueron, cada uno pensando en lo heroico que era al respetarle al otro su condición y ponerse por encima del sentimiento y los deseos.



El viernes por la tarde, el aguacero fue como para la historia; los vientos huracanados arrancaron vallas publicitarias, elevaron hojas de cinc de algunos techos y tumbaron árboles sobre las calzadas. El paso deprimido del crucero conocido como Bullerengue se colmó hasta los bordes y varias personas debieron ser rescatadas, casi que heroicamente. Uno de los salvados de las aguas fue Alejandro, quien llamó, entonces, por la noche a disculparse del paseo, pues además de la conmoción que todavía sentía por el suceso, debía apersonarse de todas las diligencias para conseguir la reparación de su carrito que había sido llevado al taller y debería ser transformado nuevamente de submarino en coche decente; su novia, por supuesto, se iba a quedar también, acompañándolo solidariamente. Matías, coordinador del programa, convidó a Felipe, hermano de Carolina; “pero no tengo novia y qué me voy a ir a hacer yo solo en medio de las parejas”; “invita a una amiga, no me vas a decir que no tienes ninguna”. Se acordó Felipe de esa niña que estaba estudiando con su hermana que, pensándolo bien, le había caído en gracia; averiguar su teléfono, invitarla y recibir una efusiva aceptación, fue cosa de millonésimas de segundo.

El sábado amaneció esplendoroso y nuestros amigos salieron muy puntuales para su paseo, en los automóviles de Matías y Diego Andrés. Iban muy alegres y muy amorosas las parejas y por esto no prestaron mucha atención a la pronosticada demora que se presentó saliendo de la ciudad. Estuvieron a media tarde en el lugar de veraneo de Villa Santafé, se reunieron en mesitas alrededor de la piscina y estuvieron en animada tertulia. Fue tema obligado el percance de Alejandro y hubo comentarios sobre la deficiencia de los desagües de Bullerengue, una obra con múltiples inundaciones a lo largo de sus treinta años de existencia, donde nunca se ha emprendido la construcción de una solución efectiva. Felipe se dejó venir con una nueva crítica, aparentemente fundamentada, esta vez sobre los túneles del parque de las Riberas; estos, que ya uno está en servicio y otros ya se comenzaron a construir y que tendrán varios kilometros en total, estarán por debajo del nivel del río y sus afluentes y si se llegaren a inundar en una de esas tardes de voluminosas precipitaciones, la tragedia será de grandes dimensiones. Finalmente lo callaron todos como “ave de mal agüero” y comenzaron con las patanerías propias de los alegres paseos juveniles.

Después de la comida, estuvieron en el salón de juegos. Regresaron más bien temprano a una de las cabañas a tomar un traguito más y, cuando Felipe quiso montar el tema de los arboricidios para construir unidades residenciales y centros comerciales le cayeron todos encima con sus reproches; “¡no nos dañes el paseo!” Pronto se fueron retirando, cada pareja a su cabaña, a disfrutar de una cálida noche y olvidar las calamidades de la ciudad.

Carlos Jaime Noreña
cjnorena@gmail.com
ocurr-cj.blogspot.com

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