jueves, 28 de febrero de 2019


CON ELLA SÍ ME ENTIENDO
Relato


Me presenté en una ventanilla de atención de aquella compañía para un reclamo y el funcionario me atendió descortesmente.

–¡Siempre traen esto incompleto!  ¿Dónde están los soportes?
–Vienen anexos.
–¡Así no se presenta una reclamación!  Cada soporte debe venir tras la hoja correspondiente.  Y estas copias están muy poco claras.  Vaya saque copias buenas y organice correctamente los documentos.  ¡¿Todo se los tiene que arreglar uno?!

Decidí salir del edificio para calmar mi enojo y entré a un cafecito.  Después de mí,  llegó una mujer muy bonita, le dijeron que no tenían cambio y ella iba a desistir del pedido.  Me dije que era la oportunidad para hacer contacto con una mujer tan agradable y le formulé invitación. Ella, agradecida, se sentó a mi mesa y conversamos animadamente.  Para evitar enfrentar al funcionario gruñón, resolví irme a hacer otra diligencia y me fui saboreando el recuerdo de la encantadora chica.  Al regresar, vi con disgusto que ya habían cerrado; tenían jornada continua.

Al día siguiente, me propuse llegar a primera hora; caminando hacia la oficina, me crucé con la muchacha, que me saludó con una radiante sonrisa y siguió hacia los servicios sanitarios femeninos.  Entré a tomar la ficha de atención y me senté a reanudar la lectura que siempre llevo conmigo para aprovechar los tiempos de espera.  Cuando llamaron mi número a la ventanilla 3 donde estaba el hosco funcionario de la víspera, vi que en la 4 atendía ni más ni menos que el encanto de mujer del café.  En un instante se me ocurrió una brillante solución; le dije al de la 3 que llamara al siguiente, que yo esperaría para pasar a la ventanilla 4.

–Con ella sí me entiendo –dije.
–No se puede alterar el orden de atención.
–Yo lo puedo atender, no hay inconveniente –intercedió ella, salvadora.

No solo de asuntos oficiales se habló en el tête à tête; algunas cosillas personales le pregunté, algunas picardías le dije.  Al terminar la gestión, ella me recomendó tomar nota de su número de móvil, por si se me presentaba alguna dificultad con el comprobante (guiñando un ojo).  Se llamaba Natalia.

Salí fascinado y ya planeando hacer una cita con la muchacha, cuando en el pasillo me saludó mi amigo Pascual, quien me dijo, señalándola, “es linda la novia de Camilo”.  Alicaído continué con mis vueltas del día y prácticamente la olvidé.  Pero llegó el anochecer, que es muy mal consejero, y me abrió una puertecita de esperanza: ¿Si no es verdad lo que me dijo Pascual?  O ¿si siendo verdad, va mal esa relación y están a punto de romper?  No voy a dejar de intentar un acercamiento.  Veinticuatro horas después me animé y la llamé.

–Ya se me presentó una dificultad, que tienes novio.
–Estás investigando mucho, ¿por qué no nos encontramos y lo averiguas en la fuente?

Para el encuentro del café, me puse perfume hasta en las rodillas.  Ella me gozó.  “¿Vienes a casarte?”  Me sonrojé, pero una vez roto el hielo conversamos sobre nuestras respectivas vidas y milagros.  Al hablar de compromisos sentimentales, aceptó que había un muchacho que la invitaba mucho pero no estaba en ningún plan con él; “de esos que nos salvan cuando estamos desprogramadas”. 

Salí animado a medias y resolví buscar a Pascual para indagarle más sobre ese supuesto noviazgo.

–Se ven mucho. Ella lo invita a todas partes.  Si estás en algún plan, ahí no tienes chance de nada.

Nuevo desinfle para mí, pero mis ganas de seguir con la chica me hicieron averiguar con otro amigo sobre la novia de Camilo.

–¿Valentina? No es bien bonita, pero muy simpática y buena deportista; se quieren mucho ese par de pichoncitos.

Volví a tomar impulso:  Si Camilo tiene dos novias, no le hago daño quitándole una.

Reanudé, pues, la conquista; fui muy bien recibido por la chica y comenzamos a salir juntos.  Después nos tomamos más confianza, los besos eran abundantes, las caricias excitantes. Un día que la recogí en el trabajo alcancé a escuchar que las compañeras decían “ahí va la conquistadora con su nuevo pretendiente”.  Me sentí un poco molesto, pero en poco rato me pasó, al calor de los mimos de Natalia.  Entramos a comer helado y apareció una amiga de ella, que desde la puerta la saludó efusivamente.

–Natalia Valentina, como estás de bonita, hace tiempo que no te veía.

En la charla entre los tres se reveló que las dos muchachas fueron compañeras en el equipo de basket ball  y estaban ahora, la una en natación y la otra en tenis.  Más tarde salí con mi chica para cine.  Acercándonos a la taquilla, ella pareció ver algo de repente; palideció, se echó hacia atrás y me propuso no entrar a esa película, irnos más bien a jugar bolos.  Yo, sospechoso, miré disimuladamente hacia las filas y reconocí a Camilo.  La llevé a bolos, pero no disfruté tanto del juego como las veces anteriores, porque me quedó un gusanillo en el cerebro, que no me dejaba en paz.

Después de dejarla en su casa, me fui a la mía muy perturbado con lo que estaba descubriendo, pues encajaban todas las piezas del rompecabezas: de nombre Natalia pero también Valentina y deportista; huyó para que Camilo no la viera en otra compañía; lo de “no es bien bonita” era, finalmente, una apreciación muy subjetiva del amigo aquel.

Me quedaba entonces por decidir si dejar de buscarla o dar la batalla.  Dormí muy mal esa noche.  A la mañana siguiente resolví desistir de todas mis intenciones con la picaflor.  Me dolió, pero lo logré y hoy estoy liberado.


Carlos Jaime Noreña
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miércoles, 13 de febrero de 2019

LA OFENSA
Relato
Presentado al taller Literautas en febrero de 2019


Cuando conoció a Ofelia, Ernesto quedó encantado.  Era una mujer 10; tenía un cuerpo perfecto, con las curvas más sensuales, bello rostro de diva, en el que resaltaban unos inmensos ojos verdes con largas pestañas y su caminado parecía una melodía puesta en movimiento.  No esperó para decirle unos románticos piropos al sacarla a bailar en aquella fiesta en que los presentaron.  Después se ofreció a llevarla a casa y en el trayecto hizo derroche de las atenciones más obsequiosas.

“Eres todo un galán”, le dijo ella con picardía al despedirse, y salió Ernesto pensativo hacia su apartamento.  Mas su preocupación no era porque le quedara duda alguna sobre el efecto de sus requiebros en el ánimo de la dama, sino que su mente matemática y verbal no le quiso dar descanso, buscando una correspondencia entre las letras de la afirmación de la chica y las de su propio nombre.  ¡Sí!  Un perfecto anagrama:  Si se permutaban los caracteres que componían su nombre completo, Ernesto Udo Galán, se formaba la oración “Eres todo un galán”.  Esto lo acabó de enamorar de la muchacha.

Nunca le contó a ella de este descubrimiento, pero sí del amor a primera vista que había nacido en él; logró convencerla de sus rectas intenciones y sostuvieron un cálido romance que no parecía tener fin.  Eran la envidia de todos, porque él no era ningún pintado en la pared; también tenía excelentes atributos físicos, a más de su inteligencia y buenos sentimientos.

Un día llegó Ricardo; un funcionario de la empresa en que trabajaba Ofelia, que fue trasladado a la ciudad.  Al conocer a su compañera de oficina, se prendó de la misma manera que Ernesto en su momento y la cortejaba, sin que la muchacha le prestara ninguna atención por lo pronto.  Antes bien, le comentó disgustada a su enamorado sobre ese “aparecido” que se daba mucha ínfulas.  Él le sugirió, como era de suponer, que no le prestara ninguna atención y que pidiera algún cambio que los alejara un poco.

El cambio se dio pronto, porque Nora Ofelia estaba aspirando a un ascenso y con este pasó a otro piso y a funciones que no tenían casi nada de relación con el “acosador”.  Mas el tipo se las ingeniaba para encontrarla en el ascensor y también se sentaba a su lado en las reuniones generales, pero cambió la táctica del asedio directo por la de simplemente dejarse ver, respirar su mismo aire; con esto le bastaba, mientras tanto.

Una circunstancia sirvió de catalizador para los ansiosos propósitos de Ricardo:  por orden superior, les tocó viajar juntos a la capital a unas gestiones que tendrían que realizar en compañía.  En el vuelo, sentados lado a lado, porque así lo buscó Ricardo, se produjeron fuertes turbulencias y Ofelia, que le tenía pánico a volar, se aferró a su compañero; él la acariciaba “inocentemente”, dizque para inducirle calma y terminaron tomados de la mano.

Los hechos se precipitaron; en el hotel pidieron una habitación para ambos, solo “por acompañarnos”; salieron muy juntitos en los ratos libres a conocer la ciudad; después del viaje se reunieron en el apartamento de ella a redactar el informe de la misión y él obtuvo su permiso para seguir visitándola en los días en que Ernesto tenía salidas de la ciudad.

Claro que este último se tenía que enterar.  Primero, por detalles que captó en el apartamento de ella; después, por informes de amigos insidiosos.  Le causó profunda tristeza, pero acopió fuerzas para reclamarle.  Ella, sorprendida, pero adolorida, se deshizo en promesas, pero la intensa pena de Ernesto le impidió aceptar nada y se fue a su casa.  Nora Ofelia lo estuvo llamando los días siguientes a proponerle un nuevo encuentro.  Él finalmente lo aceptó en terreno neutral, un barcito cercano.  En medio de estériles discusiones, ella le soltó que había encontrado en Ricardo el hombre que no halló en él.

Ernesto se levantó de inmediato a pagar la cuenta y se despidió con esta sentencia:

–La vil ofensa que no esperaba.
(Anagrama de Nora Ofelia Velásquez Pebán).

Carlos Jaime Noreña

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viernes, 8 de febrero de 2019


CITAS DE PROUST: POR EL LADO DE GUERMANTES


Retomo las selecciones de obras de la literatura universal.  Ahora vuelvo a Marcel Proust, esta vez en su obra “Por el lado de Guermantes” (Du côté de Guermantes), de “À la recherche du temps perdu”.

Ces années de la première enfance ne sont plus en moi, elles me sont extérieures, je n’en peu rien apprendre que, comme pour ce qui a eu lieu avant notre naissance, par les récits des autres.
Ya no están conmigo esos años de la infancia temprana, son externos a mí; ya no tengo noción de ellos sino, como lo que pasó antes de nacer, por lo que otros me cuentan.

…les plus cruels de nos adversaires ne sont pas ceux qui nous contredisent et essayent de nous persuader, mais ceux qui grossissent ou inventent les nouvelles qui peuvent nous désoler, en se gardant bien de leur donner une apparence de justification…
…nuestros adversarios más crueles no son los que nos contradicen y tratan de persuadirnos, sino los que exageran o inventan noticias que nos pueden angustiar, esmerándose en darles una justificación aparente…

…ces visages des morts que les efforts passionnés de notre mémoire poursuivent sans les retrouver, et qui, quand nous ne pensons plus à eux, sont là devant nos yeux, avec la ressemblance de la vie…
…esos rostros de los difuntos que los esfuerzos apasionados de nuestra memoria persiguen sin encontrarlos y que, cuando ya no pensamos en ellos, se presentan a nuestros ojos, con apariencia de vida…

…la terre me paraissait plus agréable à habiter, la vie plus intéressante à parcourir depuis que je voyais que les rues de Paris comme les routes de Balbec étaient fleuris de ces beautés inconnues que j’avais si souvent cherché à faire surgir des bois de Méséglise, et dont chacune excitait un désir voluptueux qu’elle seule semblait capable d’assouvir.
…la tierra me parecía más agradable de habitar, la vida más interesante de vivir desde que vi que las calles de París, como las vías de Balbec, florecían con esas bellezas desconocidas que yo tanto había intentado hacer surgir de los bosques de Méséglise, cada una de las cuales suscitaba un deseo voluptuoso que ella misma parecía capaz de satisfacer.

…que la vérité n’a pas besoin d’être dite pour être manifestée, et qu’on peut peut-être la recueillir plus sûrement sans attendre les paroles et sans tenir même aucun compte d’elles…
…que la verdad no requiere ser dicha para manifestarse y que quizá se le puede captar con más claridad sin prestar atención a las palabras y sin tomarlas en cuenta para nada…

Traducción libre, con base en mi propia percepción de lo leído.
Se aceptan correcciones y discusiones.


miércoles, 6 de febrero de 2019


UNA TARDE PARA NO REPETIR
Relato


Constanza fue contundente; no deseaba salir con él esa tarde.  Bruno había aceptado no verla el sábado para que acudiera a tomar un café con sus antiguas compañeras de colegio.  Pero, esta vez, no había razones claras (quiero descansar…  está haciendo mucho calor para salir…   me está empezando un dolor de cabeza – tal como una esposa no ganosa).

Se quedó un rato en blanco.   Tenía al frente la pesada tarde de domingo y toda su soledad.   Se echó de bruces sobre la cama y no quería pensar en nada.   Sentía un taco en la garganta, casi unas ganas de llorar.   Tal vez dormitó un poco, pero el calor lo hacía sudar a chorros y se incorporó desesperado.

Vivía solo en un pequeño apartamento.  Se había quedado sin amigos porque primero estuvo dos años cursando una especialización en el exterior; al llegar, se fascinó con Piedad, se enamoraron locamente y durante dos años solo salía con ella.  Piedad repentinamente se casó con un “aparecido” y Bruno estuvo a punto de enloquecer; por poco no se suicidó, por poco no se alcoholizó.  Ahora Constanza, con quien también llevaba dos años, igualmente de “dedicación exclusiva”, estaba comportándose extrañamente y él no sabía cómo hacerla reaccionar; era un hombre de pocas palabras, no sabía cómo formularle su inquietud; además, la relación había sido siempre tan fluida, que nunca se le ocurrió que tuviera que hacer reclamos.

Al levantarse caluroso y sudando, resolvió tomar un baño para refrescarse.  Desnudo bajo el agua, recordaba los meses difíciles que vivió tras la ausencia de Piedad y tenía pánico de un nuevo abandono y volver a pasar por los durísimos momentos de entonces.  En esa oportunidad, rechazó a sus pocos amigos en lugar de refugiarse en ellos; buscó el alcohol; perdió el trabajo y solo un extraño golpe de suerte le permitió emplearse otra vez.  La dedicación a las nuevas responsabilidades y alguna ayuda de parientes le permitieron recuperar el equilibrio y poco después, casi por casualidad, conoció a Constanza.

Ante sí, esa tarde burlona; no sabía qué hacer con ella; la tenía para Constanza, y Constanza  la despreció.  No se le ocurría más qué hacer, porque nada tendría el sabor de su amada.   Con ella, planeaba salir a un lugar que les gustaba mucho, que les había regalado exquisitos momentos.  Anulada esa opción, se le cerraba el entendimiento, se le nublaba la vista, se sentía oprimido.

No quería volver a tenderse en esa cama ni en el sofá; ni sentarse a leer, a trabajar en el computador o a mirar televisión; tampoco tomarse un café o un trago; no quería nada de nada.  De repente se le hizo una lucecita en su mente:  Si salgo a caminar, disipo la tensión; si veo gente, movimiento, cambia mi estado de ánimo; quizá me deleite observando a las muchachas bonitas que caminan por este barrio.  Y salió.

Su cuadra estaba desierta; la quietud se podría vender por trozos para enfriar pescado; ni la viejita melancólica que solía pararse horas tras la vidriera de su casa mirando al vacío se encontraba esta vez allí.  Se sintió más solo que la viejita y corrió a doblar la esquina antes de que lo embargara la tristeza que ardía en sus vísceras.

La calle parecía en toque de queda; solo desmentían esta apreciación unos negocios que permanecían abiertos, con sus dependientes acodados sobre el mostrador, cansados de esperar algún cliente.  Se les podía escuchar la repiración; intercambiaron miradas vacías y Bruno siguió midiendo el andén a pasos cortos.  Si sigo tan lento, me alcanzará la angustia, que viene allí tras de mí.  Aceleró y se fue en busca del parquecito del barrio, donde deberían de estar los alegres niños jugando, las exquisitas nanas paseando sus cochecitos, los juiciosos lectores en las bancas, las parejas amorosas recostadas en el prado, los viejos vacilantes aferrados a sus bastones, las guacamayas coloridas chillando sobre las ramas de los árboles.

 ¡Qué quietud de parque!  Sí había una lectora concentrada y una pareja nada amorosa, aburriéndose sobre el césped.  Ningún niño; los juegos infantiles respiraban tristeza por este abandono.  Una pelota dormía en un rincón.  Los árboles tenían sus ramas mustias, como llorando porque las olvidaron las bulliciosas aves.  El cielo empezaba a cambiar a un azul más profundo.  Bruno se reventaba de morriña, quería pegar un grito, quería sacudir a la taciturna pareja, hacer que se besaran, que rieran, que se amaran allí mismo.

Decidió huir de allí por la calle más cercana.  Esta era una vía larga y ancha, completamente recta, con divisa en perspectiva.  ¡Sola también; silenciosa; aburridora; decepcionante!  Los semáforos trabajaban en balde.  Ráfagas de viento arrastraban polvo, hojas secas, papelitos.  En lugar de inspirarle paz, le infundía terror.  Fue recorriéndola, inmerso en su imagen de Constanza, que no se le iba de la cabeza.  El atardecer tomaba esa hermosa coloración ocre y violácea que, sin embargo, le provocaba tristeza.  Seguía su rumbo, vacilando entre devorar más terreno y devolverse a casa.  Al fin se decidió por esta última y giró hacia allá.  Mientras avanzaba, el cielo pasaba a un color ceniciento, lúgubre, que le inducía melancolía a esa alma atormentada.

Acercándose a la puerta del edificio, vio todas las ventanas oscuras, todos los balcones cerrados; no sintió ladrar a ninguno de los bulliciosos perros de sus vecinos; el corredor de entrada estaba a oscuras.  ¡Qué imagen de muerte la que se le presentaba!  No quería ingresar… ¿Lo acecharía la pelona en su apartamento?  Se negó a tomar el ascensor; subió lentamente por las escaleras, como aplazando la llegada a ese tórrido, para él gélido, cuarto.  Entró prendiendo luces; iluminó la vivienda por todos sus rincones para ahuyentar esos espíritus macabros que lo rondaban y activó la ventilación.  Puso música, su compañera inseparable, y se sirvió un trago, en el supuesto de que uno bien fuerte le templaría los nervios.

Se quedó con la mente en blanco por un buen rato.  En realidad, no tan “en blanco”, pues estaba prestándole atención a las fascinantes notas de la pieza musical que había puesto.  Lo sacó del arrobamiento un timbrazo; esperó un poco y tomó el teléfono sin ganas; ya habían colgado; miró el origen de la llamada: Constanza.  No estaba como para contestarle; dejó las cosas así.  Siguió tomándose su trago y escuchando música hasta que el sueño realizó la magia de hacer desaparecer para siempre ese día endemoniado.

Carlos Jaime Noreña
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domingo, 3 de febrero de 2019


TERREMOTO ENCARGADO
Relato


En el pequeño municipio de Brisas de Gulcán había revuelo por la noticia de la mina de oro hallada por la Angels Mining Company y su inminente explotación, que los podría hacer a todos muy ricos, según rumores.  Lo cierto fue que encontraron una gigantesca veta del metal a una profundidad mayor a la usual y la compañía estaba estudiando la forma de explotarla de una manera económicamente viable.

Unas semanas después, llegó el cura de una visita al titular de su diócesis con la noticia bomba:  la mina sería explotada por fracking, según informó “confidencialmente” el gobernador del departamento al señor obispo.  Los comerciantes del pueblo se alegraron imaginando ya el movimiento económico que tendría el municipio con la llegada de centenares de funcionarios y trabajadores de la minera; los agricultores se mostraron preocupados temiendo la destrucción de sus tierritas.  Los políticos corrieron a promover la idea de un “distrito especial minero de Brisas de Gulcán”, sin saber siquiera para qué serviría eso.

Como hubo tanto revuelo desde que se mencionó lo del fracking, los periodistas viajaron a buscar al mismísimo Mr. Swindle, presidente de la compañía minera.  El gringo se dio el lujo de no recibirlos, diciendo que él no se ocupaba de esos detalles.  “Para eso hay un director de nuestra subsidiaria en su país, Mr. Tangle; él les da toda la información”.  Con mil cámaras y micrófonos fue la entrevista a Mr. Tangle, quien les explicó que el fracking era solamente parcial, que no había lugar a temer perjuicios de ninguna índole para el subsuelo, ni para el casco urbano del municipio.  Agregó que ya tenía las licencias en regla por parte de la Agencia Ambiental del Ministerio de la Minería.

Unos meses después, la dicha fue grande en el pueblo cuando les ampliaron la carretera, lo que nunca habían podido conseguir.  A poco empezó a llegar toda la maquinaria pesada rumbo a la vereda Horizontes, donde se decía que se encontraba el yacimiento a muchos metros bajo tierra, en las fincas de don Estanislao Bedoya y don Apolinar Pataquiva, que les habían sido expropiadas para abrirle paso al “progreso”.  La compañía abrió oficinas en una casona que alquiló en el parque principal y publicó la convocatoria de reclutamiento de personal.  Cuando empezaron a presentarse ingenieros, médicos, contadores y abogados, los despacharon de una vez, porque no necesitaban personal calificado “que lo hemos traído todo de nuestro país”; solo hacían falta peones.

En fin, comenzó a laborar la compañía, con empleados extranjeros y muchos trabajadores del pueblo y de la región.  Los dirigentes locales, para celebrar la “nueva era de progreso” organizaron unas fiestas que llamaron “Las Fiestas Doradas”, que se realizaron durante tres días, con bailes, cabalgatas, concursos, reinado “del oro” y condecoraciones a los directivos gringos y al político local que supuestamente había atraído a la compañía para las exploraciones iniciales.  Las prostitutas del poblado y los caseríos vecinos hicieron su agosto en ese mayo y de una vez decidieron quedarse para seguir lucrándose los fines de semana de los salarios de los operarios.

No bien pasaron las fiestas, comenzó un desfile de camiones que cargaban unas cajas muy bien selladas y venían custodiados por fuerte escolta.  Pronto se descubrió que se trataba de dinamita y cundió el pánico entre la población.  El coordinador general llamó a la calma, explicando que los explosivos se utilizarían en el área de la mina y, además, no en superficie, sino en profundidad; explicó, también, que la dinamita posibilitaba minimizar los daños del fracking, pues este se haría sobre estratos muy profundos, para completar luego la fragmentación, en los estratos superiores, con este explosivo.

Los más perspicaces maliciaron la magnitud del daño por llegar.  Organizaron una campaña en contra, se hizo un paro cívico, el gobierno llamó a negociaciones que no fructificaron, comenzó la represión y después vinieron las promesas, como un caramelo que los calmó mientras seguían avanzando las fases de pre-producción. 

Nada paró a la minera, la perforación comenzó, un día se inició el fracking, al día siguiente se perdieron aguas en muchos predios, los campesinos reclamaron, la compañía se lo atribuyó al prolongado tiempo seco y el ministerio le dio la razón.  Los periodistas llegaron a indagar al director general por las diez mil toneladas de dinamita que se utilizarían en la siguiente fase.  “¡No, no, no!  Son solo cinco mil.  No harán cosquillas”.

Culminada la fase de fracking, se invirtieron varias semanas en la minuciosa colocación de la dinamita en las profundidades, en las grietas resultantes de aquella fase, a intervalos dizque muy bien calculados para que se pulverizara la roca y quedaran libres las menas de oro, que ya serían fácilmente extraíbles.  Para el 31 de octubre se programó la detonación del explosivo, lo que suscitó cábalas de los adivinos y agoreros, pues se estarían perturbando las celebraciones que esa noche realizarían las brujas, los duendes y demonios en las profundidades infernales.

Se llegó la tarde esperada.  En ceremonia especial, el mismísimo Mr. Tangle activó el mecanismo de mando explosivo desde un punto situado a quince kilómetros del lugar (siempre era que temía volar en pedazos) frente a las autoridades locales, departamentales y hasta el presidente de la república, más la infaltable nube de periodistas.  Se escuchó un ruido atronador, se produjo un pequeño temblor de tierra, el gringo dijo irónicamente “¿esta era la horrible terremoto que esperaban?” y recibió efusivos aplausos. 

Salieron a celebrar con champaña, mientras en los poblados cercanos a la mina llovían trozos de oro que los campesinos recogían frenéticamente, peleándose entre sí por alcanzar los más grandes.  No había quien los controlase porque los funcionarios y trabajadores de la mina habían sido alejados por “medidas meramente precautelativas”.  La noticia les llegó a los grandes señores en su fiesta, seguida inmediatamente por otra más alarmante:  un gran terremoto había devastado la capital de la república.  Fríamente dijeron los geólogos que tuvo que ser que la onda de choque viajó, por alguna razón desconocida, a través de la litosfera y algo la hizo rebotar hacia la planicie donde se encontraba la capital.

Carlos Jaime Noreña
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  Una navidad sentida La pelirroja Ángela y el rubio Daniel han salido a caminar en esta noche de principios de diciembre tibia y luminosa, ...