lunes, 29 de abril de 2019



TODOS LOS VIAJES
Relato


Viajar es conseguirse otro mundo.  Eduardo disfrutaba mucho de sus viajes porque a cada uno le ponía toda el alma; no los tomaba como una obligación ni como una mera necesidad de descansar.  Él se tomaba cada viaje, de trabajo o de vacaciones, como una oportunidad de ampliar su geografía personal y de agrandar su espíritu.

De chico, cuando sus padres lo llevaban de paseo a una ciudad vecina, sentía una exquisita tibieza y amplitud de miras; encontraba que la amabilidad de la gente no era una cualidad exclusiva de su patria chica; veía que todo era “parecido pero distinto” y con ello aprendió que moverse es buscar el cambio.  Ese cambio se perfiló claramente en su primer paseo a la capital de la república; la gran ciudad parecía no tener límites; el tímido provinciano encontró múltiples oportunidades de movimiento, amplia oferta cultural, ilimitadas vistas urbanas; comprendió por qué la gran urbe devora a las personas.

El día que tuvo la oportunidad de ascender hasta el majestuoso nevado que dominaba su región sintió un arrobamiento que solo sería igualado un tiempo después, cuando conociera el mar.  Pisando la nieve, tomándola a puñados, observando los carámbanos de hielo, comprendió el significado de la primera página de aquella obra cumbre de la literatura en lengua española, donde el coronel hace una remembranza de esa forma caprichosa y bella del elemento, escondida del alcance humano, símbolo de lo inalcanzable por alcanzar.

A la otra forma del agua, también glorificada por este autor nacido en sus dominios, tuvo la dicha de conocerla en una excursión juvenil, en la que hizo su primer vuelo en avión.  Un mar enturbiado por las sucias aguas del otrora imponente río de la patria fue el encargado de darle la bienvenida a Eduardo a esa otra mitad del mundo, que lo mantendría fascinado por el resto de su vida.  El día siguiente, lo pudo observar en su majestad azul verdosa, engalanada con crespos blancos, bajo un sol lujurioso, y le juró amor eterno.

Ese vuelo a la ciudad costera, sin sentir ni lo mínimo del temor que todos predicaban, disfrutando con sus camaradas, correteando por los pasillos de la nave, le hizo saber que había nacido para viajar, que nada lo haría retroceder.  De hecho, siempre disfrutaría con plenitud esa teleportación mágica que le ofrecían las máquinas aladas, así se sacudieran en medio de las tormentas, así se debieran quedar largos ratos en el aire, esperando no sé qué condiciones favorables o no sé qué oportunidad de precipitarse vertiginosamente a tierra.

Después se fue a buscar el verde sin azul del océano de vegetación que se extendía incontables kilómetros más allá de su terruño.  Fuertes ondulaciones inmóviles, como grandes olas a las que un extraño dios hubiera condenado a la quietud.  Le encantó viajar a través de esos territorios, por carreteras estrechas y polvorientas, donde su nada estrecha mente se embelesó contemplando las casitas de la vera del camino, con paredes de múltiples colores y adornadas de macetas floridas; los sembrados que las circundaban; el ganado paciendo en las colinas; los bosques montaña arriba.  Continuó absorto, siempre mirando a través de la ventanilla, en comunión con su querida tierra.  Vio dragones sobresalir de los innumerables guaduales, amenazando con una invasión, pero lo tranquilizaron los ángeles guerreros que en las nubes estaban vigilantes para responder al menor avance.

Siguió haciendo estos viajes porque llegar a un pueblo o ciudad situado en el extremo del eterno carreteable era coronar una conquista para empezar otra: calles, plazas, templos, edificios, cafés, mercados, mujeres de ojos de chocolate y fascinante caminado; también nuevo clima, nuevas costumbres, nuevos temores.  Si llegaba a donde amigos o parientes, se les entregaba; dejaba que hicieran con él lo que quisieran; pero les extraía todo el conocimiento posible y no pocas veces los ponía a descubrir el ambiente en que vivían, el que nunca se habían detenido a estudiar.

Salir de un nuevo lugar, acabado de conocer, era para Eduardo como salir de un relajante baño tibio, como culminar una exquisita cena, como llegar al final agotador y gratificante de un acto de amor.  También significaba ansiar un regreso, porque recordaba que “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”.

El salto a Europa, para realizar sus estudios superiores, significó disfrutar de múltiples recorridos que le supieron a abolengo, en los viejos palacios; a eternidad, en las catedrales; a paz, en las callejuelas; a libertad, en las amplias plazas; a cultura siempre viva, en los museos; a música perenne, en los teatros; a permanencia, en los amplios ríos; a belleza, en los parques naturales; a ignominia, en los viejos campos de concentración; a injusticia, en las esquinas llenas de inmigrantes; a decadencia, en las plazas llenas de manifestantes.  Los trenes que raudos lo llevaban le hablaban de la audacia humana para vencer las barreras; le hablaban de la riqueza de la tierra, aquí recostada esperando la intervención humana, allí sumisa al agricultor; le decían del eterno retorno de las estaciones; le pregonaban la diversidad de los pueblos; lo invitaban a meditar serenamente durante los largos trayectos.

Llegado a los hoteles, a esos hoteles de bajo costo que él buscaba, cumplía primero el deber autoimpuesto de tomar algunas notas y registrar los lugares y circunstancias de las fotografías; luego, se sumergía en meditaciones, remojadas con un buen vino, cerveza o café, sobre lo vivido en el día; sobre el peso específico de este componente en el total de su existencia; sobre el significado que a las fotografías y relatos le podrían dar sus parientes y amigos, sus futuros hijos, toda su descendencia.  “¿Por qué me apropio de este pedacito de mundo para mí solo?  Quiero compartirlo con todos los míos”.

Entre lo asentado en sus notas, daba particular importancia a la actitud (casi siempre positiva) de las personas que tenían que intervenir en sus movimientos por esas tierras extrañas.  El bávaro gordiflón y colorado que les preguntó en el metro de Munich si necesitaban ayuda para encontrar la ruta correcta; contrapuesto al hosco alemán que, en otra ciudad, los persiguió con un revólver porque no le gustó su hablado y su raza.  El griego del puesto fronterizo que, al revisarle el pasaporte, le habló en español porque le gustaba mucho estudiar nuestro idioma; contrapuesto al francés de un ventorrillo, también de frontera, que los trató de engreídos y soberbios porque intentaron hablarle en francés y se enredaron.  El conductor de tranvía croata que, cuando estaban un poco extraviados en su ciudad y nadie les respondía en los idiomas que intentaron, les dijo que él había trabajado en Alemania y, no solo les dio las indicaciones que necesitaban, sino que les propuso que, si esperaban quince minutos, para él terminar su turno, les haría una guía en alemán por la ciudad; el conductor de taxi ateniense que les indicó, prácticamente por señas, cómo llegar a un taller de automóviles para revisar una pequeña falla. 

Cuando recorrió Suramérica, lo conmovieron los gestos de los indígenas ecuatorianos que pasaban en una folclórica procesión al borde de la laguna de Yambo y les dieron a probar del aguardiente que llevaban en sus botijas; de la estudiante chilena que se pasó de su parada de bus para indicarles dónde apearse y qué camino seguir.

En alguna tertulia, le preguntaron por qué hablaba tanto de sus viajes, por qué mandaba tantas fotos.  Dijo que el estar en otros países, otros continentes, le inflamaba su espíritu, le ponía más horizontes a su mente, lo obligaba a modificar sus patrones de medición, no solo del dinero o de las distancias, también de la estampa del otro y del significado de los entornos.  Su terruño, su patria, se le hacían más grandes y más pequeños, más fríos y más cálidos, más cercanos y más lejanos, más propios y más ajenos.  Dijo que el caminar se le volvió el ejercicio más enriquecedor; que caminando aprendió a mirar viendo, a oír escuchando, a soñar conociendo.  Confesó que, al aprender idiomas con el propósito de entenderse cabalmente con los naturales de cada lugar visitado, se dio cuenta de que cada lengua es otro universo; que, con Flora Lewis, entendió que “Learning another language is not only learning different words for the same things, but learning another way to think about things”.

Unos amigos lo invitaron a una “experiencia diferente”, un viaje astral.  Allí, en medio de suaves aromas y siguiendo las pautas del guía, experimentó sensaciones placenteras, visitó lugares llenos de objetos deslumbrantes, habló y entró en contacto con seres bellos y serenos.  Extasiado, asistió a una segunda cita; después de esta, descubrió que fue drogado; el “incienso” ardiente que producía el aroma arrobador era marihuana o una hierba similar y la refrescante bebida, muy gustosa y adictiva, contenía algún estupefaciente.  Furioso, les dio un plantón a aquellos amigos y jamás volvió por allí.

Cualquier día, Eduardo se entusiasmó por los viajes espaciales privados; hizo contactos con esas compañías que están llevando excéntrico millonarios a recorrer órbitas alrededor de la Tierra; una de las posibilidades que encontró fue la de Virgin Galactic, con una tarifa prevista de 250000 dólares por el “paseíto”.  En su obstinación, empezó a ahorrar hasta en la alimentación, para tener un fondo que le permitiera, con un préstamo adicional, pagarse el ansiado viaje.  Estaba fascinado imaginando ver la Tierra desde el espacio; contemplar ese profundo azul salpicado de nubes, observar los continentes, los hielos polares, las luces nocturnas de las ciudades.  No hacía caso a sus parientes y amigos, que le advirtieron del costo de esta locura, de lo empeñado que quedaría de por vida, lo que no le permitiría volver a pagarse un solo viaje.  Él les respondía que después de ese extraordinario “secuestro espacial”, no le dolería privarse de otros recorridos “comunes y corrientes”.

Empezó los trámites con la compañía, pero los vientos de guerra entre Rusia y Estados Unidos, por la intervención de este último en un país vecino para “neutralizar” las bases instaladas por aquel otro, han conllevado una suspensión de todos los vuelos no militares por el espacio y dejan pendiente el sueño de Eduardo hasta que se resuelva la crisis.  Si es que se resuelve pacíficamente…

Carlos Jaime Noreña
ocurr-cj.blogspot.com
cjnorena@gmail.com


martes, 16 de abril de 2019

YOVANY ALQUILA-TODO
Relato


El nombre de Yovany Esthiven (sic) delata su origen humilde; vive en uno de esos lejanos barrios de bajo estrato, donde los padres dan a los bebés nombres extranjeros que los seducen por su sonoridad y, además, siempre compuestos, en unas combinaciones bastante llamativas, y registrados con la más atrevida ortografía.

El muchacho tiene una bicicleta vieja y desalineada, pero le saca provecho
alquilándola a sus vecinitos, a quienes la vida les ha negado el gusto de poseer una. Ahorra el dinero para comprarse una bicicleta nueva, hasta que por fin lo logra. Entonces, se desplaza todos los días a otro barrio de la ciudad, donde la alquila a universitarios que deberían llegar caminando hasta su institución o a chicos, chicas, en disfrute de exquisito ocio, que quieren darse una vueltecita.

Un terrible día, la ciudad establece el sistema de bicicletas en préstamo, denominado Con-Cicla, que tiene amplia cobertura y nuestro querido amigo se queda sin clientela. Echando cabeza sobre algún otro objeto que sirva para el disfrute de la gente, se le ocurre hablar con un conocido suyo que trabaja con imagen y sonido para que le reproduzca copias de películas exitosas y hace negocio alquilándolas, pero le dura poco tiempo la dicha, pues se generaliza la
venta de copias piratas a muy bajo precio y además entra el negocio del streaming.

Dentro del nuevo ocio forzoso, se va un domingo a quemar tiempo en un parque
natural cercano, donde nota que muchas personas sufren con el castigo del sol por haber olvidado traerse una gorra. Monta entonces el lucrativo negocio de alquiler de gorras a los paseantes, en que no se dan pérdidas de inventario porque la generalidad de las personas hacen de buena gana la devolución y porque, además, el parque tiene una entrada y salida única, por teleférico, y al chico le es fácil quedarse allí esperando el retorno del público.

El negocio es lucrativo solo los fines de semana, pero en los días laborales tiene
Yovany Esthiven otra fuente de ingresos: en eventos masivos, en estadios y coliseos, que siempre hay dos o tres en la semana, alquila prácticos cojines para evitar el sufrimiento de las nobles partes traseras condenadas al pavimento. Aquí tiene que esmerarse más en la recuperación; tiene que recorrer las graderías cuando faltan pocos minutos para la terminación del espectáculo, pero
no se le pierden muchos cojincitos.

Nuevamente se le esfuma la clientela al muchacho cuando a la gran compañía
aseguradora se le ocurre la fabulosa idea de distribuir gratuitamente gorras, viseras y cojines en las entradas de sitios de afluencia pública, con el lema “Esto te asegura contra incomodidad y lesiones. Nosotros te aseguramos contra muchas otras amenazas”.

No se da por vencido; “estos tontos no piensan en riesgos más importantes; no
regalan bastones”; y se planta en un andén de la avenida más caótica de la ciudad con un tarro lleno de bastones. ¿Qué será su locura? Cuando llegan personas temerosas de cruzar, las convence de usar el bastón (“por una suma ridícula”) para que los conductores les den paso, y que le dejen el bordón tirado al otro lado, que ya él lo recogerá. Por supuesto que le sirve de perlas el caos del tráfico de la desorganizada ciudad, donde no hay semáforos peatonales y los
escasos pasos de cebra no son respetados por los alocados conductores; solo los minusválidos despiertan alguna mínima consideración.

Empiezan a proliferar los semáforos para peatones y para ciegos y los pasos de cebra y el muchacho ve menguar rápidamente sus ingresos. Por casualidad, se encuentra un vestido de hombre en un depósito de reciclaje y se lo lleva a casa; le pide a su mamá que lo limpie bien y se va a ofrecérselo a su amigo John Jairo, quien debe ir a una entrevista de trabajo. Este le dice que no se lo puede comprar, que se lo alquile; transan un precio, John Jairo sale bien librado en su
entrevista y Yovany Esthiven recupera el traje que, tras una fácil cepillada, queda en condicionesde servicio y al día siguiente se va a ofrecerlo por el barrio. 

Se lo toma Rigoberto después de un forcejeo, pues el muchacho teme que este maloso no le pague y, además, se le quede con él. Alguna promesa convincente le hizo Rigoberto para que se lo dejara llevar y, muy cumplidamente, se lo retornó al día siguiente. Al preguntarle para que necesitaba un “cachaco”
de noche, le respondió que de esta manera hacía más fácil su “trabajo”, porque bien vestido no inspiraba desconfianza; que lo iba a seguir necesitando todas las noches.

Pero al día siguiente realizaron una batida policial en la cuadra; parecía que venían por Rigoberto y este le rogó al chico que lo escondiera; tras unos segundos de reflexión, se lo llevó a un lote donde había unas ruinas de una vieja construcción y lo condujo a través de un túnel que los llevó a una gruta
recóndita, donde le aconsejó quedarse hasta que volviera por él.

Al cabo de un par de horas, los “tombos” tuvieron que desistir de la búsqueda y
Yovany Esthiven, después de este exitazo, montó la nueva “línea” de escondites para los muchachos en aprietos con la ley. Daba cobijo a los que eran perseguidos por distribuir marihuana, por raponazos, por entrarse a casas ajenas… Recaudaba buen dinero, pero también le fue creciendo la cartera morosa. Un día, uno de los morosos le trajo a su hermanita como prenda de garantía; “puedes pasar un buen rato con ella – yo ya le di instrucciones”. No fue capaz de respetar, Yovany; ya metido en la senda de lo indebido, se aprovechó de la chica; claro que empezó con suavidad, pero solo por conseguir acceso con más facilidad. El “programa” no le disgustó a ella; parecía que ya había hecho algunos pinitos en esas actividades.

Antes de dejar ir a la muchacha, le indagó por sus amiguitas; le preguntó si ellas también podían “colaborar” de la misma manera que ella y si eran “bien bonitas, como tú”. Se comprometió a presentarle algunas el día siguiente y Yovany se quedó frotándose las manos; ya estaba concibiendo los detalles de una nueva “empresa”.

Una vez conocidas las candidatas y habiéndolas convencido de su plan, consiguió un par de camastros y los llevó a dos de los escondites; los cubrió con unos buenos tendidos y dotó los sitios con otros elementos necesarios para el tipo de encuentros que propiciaría allí. Muy pronto empezó a conseguir la clientela entre todos los malandrines que componían su círculo de conocidos, a quienes les hacía el cobro por adelantado y así no perdía un solo peso, como sí había estado perdiendo en la ocupación original de los escondites.

El chico que empezó alquilando bicicletas terminó “alquilando compañías”, lo que veía como un negocio muy normal, dentro de la escala de valores que se fue autoconstruyendo, sin la orientación de unos padres que lo descuidaron, la guía de unos maestros que no lo trataron como ser humano, las pautas de una sociedad diluida en el facilismo y el afán de lucro.




Carlos Jaime Noreña
ocurr-cj.blogspot.com
cjnorena@gmail.com

lunes, 8 de abril de 2019


ADRIANA SABE CÓMO ES LA COSA
Relato


Adriana ha presentado dos renuncias:  Acaba de anunciar su retiro de la empresa donde lleva tres años como asesora profesional en auditoría; ha tomado esta decisión porque el gerente la tiene amenazada de revelar un secreto amoroso suyo, en retaliación porque ella le renunció al equipo profesional de basket ball que él también dirige.  Esta otra renuncia se motivó en que le descubrió al hombre sucios acosos pasionales a jugadoras compañeras suyas.

Con esto, la chica queda en la calle, en medio del actual marasmo económico nacional y el alto desempleo profesional; pero ella pone por delante su integridad personal y su sentido de la justicia y no se alarma, porque está segura de que, con sus capacidades y su arrojo, pronto encontrará buenas oportunidades. 

Es larga la historia de sus encontrones con la mediocridad, la falsedad, la imposición y la corrupción.  Durante la secundaria la preocupaba la mala calidad de muchos profesores.   Acusó a uno que los ponía a hacer tonterías toda la hora y a otro que inventaba datos cuando ignoraba algún tema y por poco la expulsan del colegio.  Además, en el equipo de basket ball, el entrenador, amigo de uno de los profesores de marras, se la puso difícil.  En la premiación final del décimo grado, no la tomaron en cuenta para el otorgamiento de reconocimientos, a pesar de que era una de las más destacadas de su grupo.

En el último grado, ingresó a jugar a la liga departamental.  Allí, pronto descubrió  que los pequeños auxilios concedidos para uniformes y balones se utilizaban para pagar comilonas de los directivos y se retiró decepcionada.  

Terminando bachillerato, eligió una universidad de la capital por el prestigio de los egresados de su carrera preferida.  Su padre se quiso oponer…

–No te me vas.  Esa ciudad es la perdición; allá te corrompen.
–Es que no tengo personalidad?
–Amparo Grajales tiene mucha personalidad y es una p…
–¡Qué descaro!  No califiques así a las personas que salen adelante con lo suyo.

Ganó el pulso la muchacha, pero el viejo la sometió a estrechez económica.  En la universidad, pudo volver a su deporte y no vio indicios de malos manejos.   Pero en algún momento volvió a tener motivos de inquietud con los profesores.  El de Estadística venía como cada dos semanas a clase;  les asignaba trabajos fáciles, para que todos ganaran y no lo acusaran.  El de Costos, un conquistador; unas le ganaban porque lo complacían; ella, muy buena estudiante, no tenía que prestarle atención al tipo ese.  En cambio, consiguió limpiamente una monitoría en otro curso, que le ayudaba a cubrir algunos gastos.

Comentando con los compañeros sobre aquellos docentes, fue invitada a unas reuniones donde supuestamente se trataría el asunto.  Allí, Eutimio y sus fieles seguidores empezaron a llenarle la cabeza con que los profesores burgueses contribuían a la reproducción del modelo dominante; la universidad como aparato ideológico; la necesaria unión de los explotados para derrumbar el sistema…

No tardó Eutimio en empezar a acosarla; ante sus rechazos…

–Tienes que despojarte de esa moral burguesa.
–Usted solo quiere despojarme de la ropa.  A mí no me vuelva a molestar.
–Todavía te falta mucha cartilla, hijita-de-papi.

En una ocasión  lo pilló robando de los fondos comunes del grupo; resolvió, entonces, no regresar al adoctrinamiento y el pelafustán no se atrevió a presionarla; por fin la dejó en paz.

Le tocó buscar trabajo por horas, pues su padre le reducía cada vez más los aportes.  En una entidad estatal le dieron un empleo, con el compromiso de pasar una cuota quincenal a un funcionario “para gastos del directorio”.  Soportó esto porque necesitaba dinero, pero estuvo haciendo denuncias soterradas.  Cuando finalmente fueron sancionados dos de los corruptos, juraron tomar desquite de la denunciante, cuyo nombre adivinaban a través de ciertos indicios.

Para su trabajo de grado, se buscó un director que tuviera excelente formación académica y una buena práctica empresarial.  El asesor del trabajo, doctor Peñaranda, se lo asignaron en la universidad y le gustó mucho por su experiencia.  Apenas comenzando, el director le hizo orientar su trabajo a la solución de cierto problema que parecía muy retador, pero descubrió, un tiempo después, que se trataba de uno específico de su empresa.  Por su parte, el asesor empezó con sus mañas; muy abrazador, muy tocador…  hasta que lo enfrentó y él descaradamente le propuso directamente que saliera con él, si no quería un mal informe.  Con un portazo lo dejó plantado; a la semana siguiente el bandido pidió cambio.

Recién graduada, la llamaron de un equipo profesional; buen dilema se le presentó: trabajar o jugar por un salario pírrico…  Un poco por desespero al no encontrar empleo, un mucho por su pasión por el deporte, decidió aceptar la propuesta del equipo y comenzó a disfrutarlo bastante.  Poco después, Gonzalo Vargas, el subdirector deportivo, le ofreció asesoría en auditoría por honorarios en una empresa que gerenciaba.  Le mejoró la vida, pudo alquilarse un pequeño apartamento y darse algunos gustos.  Poco a poco, el gerente le fue haciendo extrañas sugerencias…

–No pongas tantas objeciones a los movimientos de cartera; el jefe de ese departamento es un viejo muy experimentado y sabe cómo hace las cosas.
–OK.  (Se extraña mucho la chica, pero tiene que obedecer).
–No vigiles las cuentas por pagar de más de 90 días; yo sé por qué las dejo envejecer.
–Como diga, señor.  (Entra en estado de alerta).

Unas semanas después, estalló un escándalo en el equipo, de acoso sexual del director a uno de los auxiliares, un muchacho bonito y débil; después de la destitución, fue ascendido el subdirector Vargas y Adriana lo felicitó efusivamente.  Pero no había pasado un mes cuando ella se enteró de que él estaba enamorando a dos de las jugadoras y dándoles ciertas preferencias a cambio de sus “favores”.  Lo confrontó entonces; el hombre la amenazó con no incluirla en la titular del campeonato por iniciarse; ella le presentó renuncia.

En la empresa, el lunes siguiente, fue llamada a gerencia.  El Vargas fue al grano de inmediato.

–El doctor Peñaranda, miembro de nuestra junta directiva me ha hablado de tí.  No le gustas.
–¿Él qué puede tener conmigo?  (Palideciendo).
–Lo ignoro.  Quiere que te reemplacemos, pero te propongo un negocio: cállate algo que sabes del equipo y yo te protejo de Peñaranda.
–No le temo a usted ni a ese acosador.  Creo que ya me decidí a formular cierta denuncia que me tenía vacilante.
—Oye linda, yo puedo hacer saber de tu novio y tu familia detalles interesantes de  aquella situación en que te encontré hace poco en la oficina con uno de los de sistemas.

El hecho es que a la chica le fascinaba uno de los analistas, quien parecía no prestarle atención; pero un día él se le presentó en su oficina, muy sugerente; ella le aceptó conversación, piropos, insinuaciones; no fue capaz de evitar que el asunto pasara a unas acciones algo calientes y los sorprendió Vargas, que había llegado a buscarla en su puesto de trabajo para algo urgente.

–Cuente lo que quiera y tenga ya mi renuncia.  No tengo miedo.

Carlos Jaime Noreña
ocurr-cj.blogspot.com
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  Una navidad sentida La pelirroja Ángela y el rubio Daniel han salido a caminar en esta noche de principios de diciembre tibia y luminosa, ...