jueves, 15 de mayo de 2025

 

Esperanzas documentadas

Estaba comentando con amigos sobre el anciano ministro que se le plantó al presidente y un irreverente dijo que estos hombres como salidos de la tumba deberían tener respeto por la juventud.  Yo les conté entonces de mis visiones nocturnas en la vetusta casa de mis abuelos y nadie me creyó del viejo que salía siempre a las once de la noche a recorrer un corredor y se esfumaba cuando le hacía creer que lo vi.  Les juré que era verdad y los comprometí a irnos a esa casa el siguiente viernes por la noche.

Llegamos uno a uno ese día con los aportes convenidos para la tertulia, uno el licor, otra los pasantes, otro los dulces, otra la música…. Y el rato se nos fue como una exhalación, tal fue el ambiente festivo que creamos en ese espacio del que nos apoderamos, pues yo había convencido a mi tío, que cuidaba la casa, de quedarse durmiendo en la suya asegurándole que yo velaría toda la noche como en aquella ocasión anterior.

Dieron las once en el antiguo reloj de campanas que mis tíos conservaban en el rancho siguiendo la voluntad del abuelo quien sostenía que su aliento vital quedaría en ese armatoste y que si se detenía él bajaría directo a los infiernos.  Ordené organizar la mesa, recoger las cosas del suelo, componerse las parejitas que se estaban explorando, luego apagué la música y todas las luces, invité a salir de la sala y todos fueron tras de mí pues ya los había interesado lo suficiente con el cuento de que el viejo atravesaría ese espacio para pasar hacia la abandonada oficina en donde buscaba algo con ansias.

Tropezando un poco, nos recogimos todos en el antiguo comedor, pedí completo silencio y nos turnamos para hacer observación a través de la puerta plegadiza que dividía y unía al mismo tiempo ambos recintos.  Respiraciones contenidas, secreteo entre algunos, toses ahogadas, suave llanto de una muy nerviosa, furia mía contenida porque creía que alguno iba a dar la mala nota y todo se podía ir a pique.  Yo necesitaba testigos para convencer a mi familia de que en ese antiguo predio estaba guardado algo muy valioso que ese anciano venía a buscar desde ultratumba.

La anterior vez que remplacé a mi tío en la vigilancia para que se cuidara en casa una gripe, me pareció que el fantasma me confesó que buscaba un documento de propiedad cuando lo sorprendí buscando en los cajones del viejo escritorio al asomarme a investigar unos ruidos que escuché desde la tarima donde dormía plácidamente pues yo no era tan tonto de quedarme toda la noche despierto para ahuyentar a supuestos ladrones.  Acto seguido, se esfumó.  Intenté explorar con una linterna pues hacía años que en el estudio no funcionaba la luz eléctrica para revisar el contenido de las gavetas pero unos gemidos cada vez más lúgubres me hicieron desistir y corrí temblando digamos que de frío para no reconocer lo que los hombres tememos dejar descubrir, el miedo, para meterme bajo la manta en la tarima y suplicar que amaneciera pronto.  Ya con luz diurna decidí que los gemidos provenían del cuarto habitado por una pareja en la casa vecina y que no se hicieron progresivamente más lúgubres, sino más intensos.

Estuvimos un rato muy largo a la espera del aterrador visitante y tuvimos que salirnos cuando el aterrador frío nos puso a temblar a todos.  De nuevo en la sala, con el reconfortante calor que nos dieron unos traguitos, empezaron las especulaciones por encima de mi frustración: que los fantasmas no se presentan sino a una sola persona y nunca a grupos; que el de esta casa quizá no aparece todos los viernes sino todos los trece de mes ¿no es cierto que cuando relevaste a tu tío fue un día trece?; que ese señor ya encontró su documento en alguna noche del tío dormilón y no tiene que volver a nada; que el espíritu visita la casa solamente cuando está el tío porque quiere confrontarlo pero el maldito siempre se le duerme y no se deja asustar, pero la conclusión final fue que yo les había tomado el pelo con el cuento del espectro porque quería hacer rumba nocturna de cuenta de mis amigos.

Ingresé con mi tío en horas diurnas a la oficina a revisar todos los guardaderos en busca del misterioso documento después de eludir todas sus evasivas, ahí no hay nada, papeles carcomidos; nadie dejó nada de valor el día que esculcaron toda la casa tras la muerte del bisabuelo; vamos a adquirir alguna enfermedad si respiramos todo ese polvo y humedad; ni siquiera sabes qué documento estás buscando así no encontramos nada; yo me mantengo muy ocupado para ponerme a hacer esas bobadas.  Lo convencí con el invento de que escuché unos ruidos metálicos como de alguien contando doblones de oro, mira lo ricos que nos podemos hacer tío.

La escritura de propiedad de una casa esquinera de dos plantas con muros de tapia y techos a dos aguas patio interior con aljibe de agua pura ocho habitaciones amplias cocina comedor sala de recibo y sala auxiliar cuarto de letrina cuarto de aparejos y zaguán de entrada de bestias, amplios balcones y portón principal sobre la calle Real y colindante por esta misma calle con la casa de don Zutanejo y por la calle del Cementerio con la casa de don Perencejo fue mi gran descubrimiento y dije con esta voy a enfrentar al espanto y le voy a hacer confesar en cuál de los muros de la casa se encuentra escondido su tesoro.

Convencí a mi tío de dejarme dormir todos los viernes en la otra cama de su habitación para estar atento al aparecido enfrentarlo con el documento y sacarle su secreto.  He sacrificado ya muchos viernes culturales he pasado frío y hambre y aguantado los ronquidos del viejo, no han faltado los ruiditos que han resultado ser del tío o de los ratones, los quejidos que son los de la pareja vecina, las luces y sombras que son las que se cuelan por la claraboya, ni las advertencias de mi novia de que va a conseguirse una buena compañía para las nocturnas de viernes.


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