jueves, 7 de octubre de 2021

Noches estrelladas, ¡miau!

Relato

Una noche fría, oscura y medio lluviosa, me fui al bar a buscar el calorcito de unos brandys y opciones para repensar algunas cosas.  Al poco, ya había entablado conversación con una atractiva muchacha, muy risueña, de lacios cabellos oscuros, ojos verdes saltones y unos labios rojos que parecían invitar permanentemente.  (¡Al diablo las planeadas reflexiones!).  Tras los infaltables por qué te gusta ese trago, a qué te dedicas, donde vives, qué vienes a buscar por aquí, vienes con frecuencia, nunca te había visto, te me pareces a… logré entrar en más confianza y me hizo una confidencia sobre el novio que la dejó.

–Pero yo no me doy al dolor; ya estoy acostumbrada a dejarlos y a que me dejen –dijo, con falsa seguridad.

–A mí, muchas me han dejado y siempre me duele como si fuera la primera vez.

–No creo que a un hombre tan buen partido lo dejen fácil.

No alcancé a contestarle que se ahorrara los piropos, porque un temblor de tierra nos robó la atención y nos metió un tremendo susto, agrandado este porque cayeron algunas copas que se hicieron pedazos y se cerró con gran estruendo una puerta interior.  Lo delicioso del caso fue que ella se agarró de mí, como si con ello la protegiera de alguna plancha de concreto que le cayera encima.

Después del apretón, de las disculpas pedidas y maliciosamente no concedidas, el tema general y el de nosotros dos, después de un brindis por la suerte de haber salido ilesos, fue el de los terremotos.  Me contó que su gata presentía los temblores; que ya le había ocurrido tres veces ver al animal plantarse sobre sus cuatro patas y mirar a todos lados con los ojos muy abiertos y las orejas bien izadas, para unos segundos después sentirse el suave mecimiento del edificio.

No se me ocurrió contarle de mi gato blanco y negro que sonríe como el de Alicia, porque tenía el juicio más ocupado en pensar la táctica para ganarme toda su confianza.  Tiempo perdido, pues al momento cortó la conversación, echó mano de su celular, de su bolso y de cualquier disculpa para perderse más allá de la puerta, después de regalarme una enigmática sonrisa.

–Espero que nos volvamos a encontrar aquí –alcancé a decirle, para más tarde arrepentirme de no haberle pedido su número.

–Seguro que sí –respondió y se evaporó rápido.

Me tomé otro trago en soledad, meditando sobre mi poca suerte con las mujeres, pagué mi cuenta y salí por la misma puerta, bueno, la única, y qué buena sorpresa me llevé al ver completamente despejada esa noche que había empezado tan lúgubre.  Había un bello cuarto creciente, nos regalaban su intenso brillo los dos planetas de mayor magnitud y posaban sin pudor las constelaciones más conocidas.  Bueno, supongo que también las desconocidas, pero yo no las distinguía.

En casa, me esperaba el gato tras la puerta, como siempre; ellos son muy ladinos: están echados haciendo su pereza sobre una cama, un sofá o entre una caja vacía que se nos ha quedado por descuido en cualquier rincón y cuando escuchan que la llave gira en la cerradura se dirigen a la puerta con el sigilo y velocidad de que son capaces para hacernos creer que han estado todo el tiempo a nuestra espera.  El mío enseguida me miraba, maullaba suave y se frotaba contra mis piernas, con lo que me veía obligado a darle unas caricias y dirigirme a renovarle el agua y completarle la comida; lo que se repitió, religiosamente, esa noche.  Luego me fui a buscar mi lectura, mi piyama y un agua aromática.

A esta la dejó solamente un novio; a mí me han despreciado muchas mujeres; esta soltería me tiene aburrido.  ¿Llamo de nuevo a Olga Tatiana?  ¿Para qué?  Ya me hizo un desplante cuando la invité a una fiesta.  ¿Le escribo a Viviana?  Con ella chateaba delicioso.  ¡No!  Hace treinta y cuatro días que no me contesta; ya se cansó de mí.  ¿Le digo a Roberto que me invite una amiga?  No, me lo tengo que aguantar haciendo alarde de sus conquistas…

Hasta que me quedé dormido…

La noche siguiente fue igual de hermosa desde el principio; me subí a la azotea de mi edificio de veinte pisos a observar el deslumbrante panorama y me tocó ver el paso de un satélite artificial y los fuegos de artificio con que celebraban en algún barrio lejano al santo patrono de la parroquia o celebraba un triunfo el non sancto patrono de esa vecindad.  A continuación, cuando extasiado de cielo me disponía a bajar a mi nido, me llamaron la atención los reclamos de una pareja felina que se enamoraban sobre un tejado cercano.

Una noche más y me dio por salir a pasear por las calles arboladas y parquecitos floridos del barrio.  Estaba observando a unos niños que jugaban, cuando una voz no desconocida se dirigió a mí.

–¡Qué sorpresa encontrarte!

–¡Hola!  Qué gusto me da.  Pensé que no te volvería a ver.

–Claro, si no vuelves al bar donde nos citamos, no nos volvemos a encontrar.

–No nos hemos citado.

–Así son los hombres.  Propusiste, veo que muy falsamente, volver a encontrarnos allí.  No he faltado estas noches pero, ni rastro tuyo.

–Vámonos ahora mismo para allá.  Te invito.

–No puedo.  Estoy buscando a mi gatita.  Se me escapó una vez más.  Es muy callejera.

–Yo sé donde está: en aquel tejado –dije señalando y le conté de la escena vista dos noches antes, que seguramente se estaba repitiendo.

No había nada que hacer; ¿qué persona cuerda se sube a un tejado a bajar un gato, y más cuando está en ocupaciones tan importantes?  Así que la convencí de irnos al bar, que la gata encontraría de nuevo el camino a casa y allí la aguardaría, agazapada esperando el ruido de la cerradura para saltar sobre ella.

Pasamos un rato muy largo en el bar hablando de nuestros dos gatitos, imitando su ronroneo, su frotarse contra las piernas, sus maullidos y su tierno arrebujamiento contra nuestro cuerpo cuando estamos en cama.  La llevé a mi apartamento a mostrarle mi minino y nuevamente imitamos el ronroneo, frotación y arrebujamiento, con la noche estrellada observándonos por la ventana abierta.


  Una navidad sentida La pelirroja Ángela y el rubio Daniel han salido a caminar en esta noche de principios de diciembre tibia y luminosa, ...