martes, 28 de noviembre de 2017


SEBAS, VALEN Y SUS SOBRESALTOS

Relato


Sebastián y Valentina eran una parejita muy bien avenida, sabían disfrutar de la vida, eran muy bonitos y les sonreía la suerte. Ambos eran profesionales, miembros de buenas familias que los educaron muy bien y eran aficionados, él al deporte y las novedades científicas y ella a la lectura, la música y las artes. Ambos eran prácticos y positivistas, desprovistos de misterios y despreciativos de los agüeros, las creencias populares y la beatería.

Cierto fin de semana, se fueron nuestros amigos de paseo a un parque natural y decidieron, para tener un completo ambiente rústico, hospedarse en una posada campesina de bajo precio, constituida por una vieja casona y una ramada y administrada por un matrimonio viejo que había vivido allí muchos años y que servía exquisitos desayunos tradicionales y suculentas comidas caseras. Llegaron al medio día y, después de un opíparo almuerzo, hicieron una siesta de envidiar y luego salieron a un recorrido de reconocimiento del entorno.

Anduvieron por un caminito que descendía cortando poco a poco las curvas de nivel de la colina, por entre matorrales y a ratos por bosque tupido, hasta que llegaron a un arroyito cristalino que corría entre murmullos; allí se sentaron en una gran piedra con los pies inmersos en las aguas, previamente desprovistos de sus zapatos; se abrazaron, conversaron, luego se besaron y acariciaron con lentitud, como si tuvieran toda la eternidad para ellos, pero con el ímpetu de una pareja joven. Cuando empezó a hacerse oscuro empezaron a desandar el camino y llegaron a tiempo para la comida.

Después de ver un noticiero de televisión y charlar un rato con los viejos y con otro huésped que se alojaba solo, se dirigieron a su pieza ya algo soñolientos. Se durmieron pronto, con un sueño profundo. Pasada la media noche, Valentina movió a Sebastián con la mano, quejándose de frío; “ningún frío, abrázame fuerte”; remedio que sirvió por un corto rato y luego Sebastián tuvo que levantarse adormilado a buscarle una cobija adicional en la cómoda. Ya un rato después fue Sebastián el que despertó, sintiendo frío y escuchando pasos; se levantó por una cobija y escuchó crujir la puerta como si la estuvieran abriendo; se petrificó y se quedó mirando a la puerta, no supo si diez segundos o diez minutos, pero nada mas se movió, nada mas sonó; corrió hacia la cama, estremecido como por un escalofrío; se estaba durmiendo cuando Valentina lo llamó asegurando que les abrían la ventana; encendieron la luz y se quedaron, asustados, contemplándola fijamente por un buen rato y nada sucedió. “No me vas a despertar mas por esas bobadas” le dijo Sebastián, haciéndose el valiente, y se durmió pronto, pero ella siguió intrigada por los ruidos, hasta que los conmovió a ambos el sonido de un objeto que caía en el corredor, junto a su puerta; se sentaron, ahora si, ambos en pánico y no tuvieron ni aliento para encender la luz; escucharon luego algunos gemidos y se miraron perplejos; permanecieron así, bien agarrados, sin quitar los ojos del lugar donde debía quedar la puerta, hasta que el sueño los dobló y por fin durmieron profundamente hasta que los despertó la intensa luz del día.

Entre arreglarse, desayunar, lavarse dientes y conversar un poco con los demás (pero sin atreverse a comentar sobre los sustos de la noche), se les fue el resto de la mañana y, después de la siesta del almuerzo, se fueron de excursión de pareja a la arboleda de enfrente, que el posadero les recomendó, pues era un bosque nativo, con bonitas fuentecitas de agua y muy visitado por vistosos pájaros. Era un terreno mas o menos plano, pero llevaron, por recomendación, bordones para pasar algunos quiebres del terreno. Piso húmedo, vegetación muy verde, profusos musgos de diversos colores, colgantes flores rojas y amarillas, mariposas de fantasía y bellos pájaros posados en ramas o revoloteando por ahí, les sirvieron de inspiración para andar muy enamorados y con frecuencia los detuvieron los besos y abrazos que les surgían como espontáneamente. Así no sintieron el paso del tiempo y comenzó a ponerse sombría la foresta; como encargados a la par de las sombras, empezaron a escucharse extraños murmullos y chirridos; Valentina se sentía ya asustada, pero su amorcito la calmó diciéndole que correspondían a movimientos y modulaciones de insectos y pequeños mamíferos.

De repente, sintieron pasos tras ellos; volvieron los rostros bruscamente, Sebastián con el bordón alzado en actitud de defensa, mas solo percibieron el movimiento de ramas a corta distancia, como de alguien que hubiera huido de ellos. Ella le rogó volverse a la casa, pues le daba mucho temor continuar, con la amenaza de la oscuridad que se veía llegar. Trataron de desandar el camino y avanzaron un buen trecho, pero oscureció mas y no alcanzaban a diferenciar los puntos de referencia, total que resultaron perdidos. Ella rompió en llanto, pero el, aunque algo asustado, la estuvo consolando; “estamos cerca, serénate... ...por allí veo un árbol de ramas torcidas que reconozco... ...escucho sonidos de la casa, ya casi llegamos...”; más por calmarla que por convicción. La zona de la casa no se vislumbraba, el bosque se espesaba y los chirridos, alaridos, gemidos, lamentos se multiplicaban; ella se estremecía y el le hacía ver que se trataba de sonidos propios de las alimañas a esas horas del atardecer. Es la hora en que también se inquietan las alimañas que tenemos agazapadas en el inconsciente y producen sus gemidos y lamentos que nos ponen melancólicos.

Por fin adivinaron luces y difusos sonidos quizá provenientes de la casa y pudieron respirar con mas tranquilidad; siguieron con paso mas animado, pero escucharon, muy cercanas, las palabras “hola, no te me vas”; miraron a todos los lados, sin distinguir a nadie y aceleraron mas el paso. Creían estar viendo la casa a través de un claro, cuando fueron requeridos nuevamente: “¡hola, no te me vas! ¡hola, no te me vas!” La muchacha se petrificó y el muchacho creyó distinguir la voz del viejo y quedó muy intrigado; sacó fuerzas para animar a Valentina, casi empujarla, y por fin salieron de la espesura y pudieron continuar hacia la casa, a la luz de una bella luna que estaba saliendo de su escondite montañoso. Mientras llegaban, construyeron la hipótesis de que el posadero era un viejo perverso que trató de ingresar a su habitación por la noche y, ahora por la tarde, los siguió por el bosque; ¿con qué objeto?

Entraron a la casa y estaban solamente la señora y dos huéspedes, pero a poco llegó el señor y ellos dos se miraron, confirmándose silenciosamente que el tipo venía un poco atrás de ellos. De inmediato se sirvió la comida, pues habían querido esperarlos un poco, y Sebastián narró los sobresaltos del bosque, con la intención de ver turbado al viejo y validar la hipótesis; sonora carcajada del señor y la señora, fue lo que recibió por respuesta; “¡la lora!, ¡la lora!”; “¿cual lora?”; “Rebeca, una lora que se nos escapó”; “¿y por qué dice ‘no te me vas’ con voz de hombre?”; “¡ja, ja! Gustavo –así se llamaba el posadero– vivía diciéndole así a Murrungo, el gato que siempre se quería escapar, hasta que la lora se aprendió la frasecita, imitando perfectamente su voz”; “y el condenado gato al fin se perdió, dijo don Gustavo, y el perro con que lo remplacé atormentó tanto a la lorita, atacándola furioso, que el animalito terminó por escapar hacia el bosque – no le teníamos las alas muy bien cortadas, porque respetamos la fauna”. Sebastián recordó a Guy de Maupassant en “El Horla”: “En lugar de concluir simplemente ‘no lo comprendo porque no veo la causa’, imaginamos más bien aterradores misterios y hasta poderes sobrenaturales”.

Esa segunda noche, durmieron algo mas tranquilos, tal vez por el cansancio, pero siempre escucharon algunos ruidos “entre gallos y media noche”. Al desayuno, Sebastián se resolvió a comentar sobre los acontecimientos nocturnos y también recibió explicaciones muy convincentes: una casa muy vieja, con desajustes en puertas y ventanas, viento que las mueve, madera que cruje, ratones (“solo en el sótano”) que hacen muchos ruidos; caída, en el corredor, de un florero que estaba mal colocado; “¿y los gemidos?”; “el huésped de antenoche tenía una manera peculiar de toser; ¿no lo habían notado? nada estruendosa, sino apagada, casi como un gemido”. Salió satisfecha la parejita de regreso a la ciudad, regalando elogios por el excelente servicio y promesas de regresar muy pronto. “Otra vez Maupassant, le dijo Sebas a Valen: Cuando la inteligencia del hombre se hallaba aún en etapas primitivas, esta obsesión por los fenómenos invisibles adoptó formas ridículamente asustadoras y de allí nacieron las creencias populares en lo sobrenatural, las leyendas de las ánimas en pena, las hadas, los gnomos, las apariciones, los dioses...”

El lunes por la tarde estuvieron juntos en el centro de la ciudad haciendo algunas diligencias. Avanzando por el andén de una vía principal, lleno de gente que iba y venía apresuradamente y de ventorrillos, Valentina se movía muy rápido y con claros signos de estar muy tensa; “¿por que te apuras?” le dijo Sebastián; “¿no ves el peligro? por aquí nos pueden robar”; “con esa cara de espanto, los atraes”; “gracias por el piropo”; (risas); “en serio, relájate un poco”; “pero ¿como? mira ese hombre que nos sigue”; Sebastián le clavó la mirada al hombre y este se desvió; “mira que no debemos mostrar temor”. En ese momento, dos muchachos mal trajeados y muy malencarados se situaron a ambos lados del joven, avanzaban al mismo paso y se le acercaban cada vez mas por ambos costados, casi estrechándolo entre ellos. Valentina sacó fuerzas de donde pudo y haló del brazo a Sebastián fuertemente hacia adelante; los dos hombres casi chocaron entre sí; uno de ellos guardó una navaja que ya tenía abierta en sus manos y se perdieron entre la multitud. Bañados en sudor frío, la parejita solo atinó a entrarse a una ruin cafetería para sentarse a descansar del susto y tomar algún tinto tranquilizador.

Mas esa no fue la única aventura desagradable en aquella salida al centro; después de un par de diligencias y ya oscureciendo, se dirigían hacia su última gestión a lo largo de una calle con fama de ser frecuentada por drogadictos, prostitutas y homosexuales de baja categoría, puro lumpen; ellos lo sabían, pero era la vía mas directa para llegar a donde necesitaban estar antes de las 7. De repente, sin saber como, se encontraron en medio de un corrillo conformado por unas 5 o 6 personas de las características ya mencionadas; todos les clavaron la mirada; Valentina temblaba y Sebastián palideció; “no teman parces, somos gente bien” –risitas– “vivimos casi en El Poblado y no estamos sino dando una vueltecita” –mas risas– “¿y por que van tan apurados?”; “tenemos que llegar antes de las 7 a hacer una gestión”; “¡no hay afán! si les cierran, vuelven mañana” –siguen las risas– “la verdad, parces, es que nos hacen falta unos vareticos y ustedes nos pueden facilitar algo de mosca ¿entienden? y es prestadita no mas, nosotros no le quitamos nada a nadie; hoy nos dan el billullo y cuando vuelvan por aquí les pagamos”; “¿y c-como c-cuanto necesitan?”; “no se asuste, dígame cuanto tiene y yo le hago la cuenta” –otra explosión de risa– Al final, salieron, digamos que bien librados, entregando como la mitad de lo que llevaba cada uno en sus respectivas billeteras y por supuesto que, al voltear la esquina, desistieron de su diligencia y le hicieron señas a un taxi para huir hacia sus seguras querencias.

Para el fin de semana siguiente se propusieron ir a divertirse en un parque de atracciones mecánicas, aquí denominado “ciudad de hierro”. Después de la rueda, los carros chocones, el algodón de azúcar y las palomitas de maíz, que antes llamábamos dulcemente crispetas, se les antojó entrar al tren fantasma; “ya estamos curtidos de los espantos y los sustos, veamos si hay algo que todavía nos falte”; “sí, ¡genial! veamos qué nos falta por descubrir”. Lo mas impresionante fue el hombre sin cabeza; de un realismo asombroso, los saludaba de lejos agitando la mano, cuando estaban cerca le brotaba una cabezota con una sonrisa macabra y cuando ya estaban al alcance se quitaba la cabeza con ambas manos y se las extendía, como para que la tomaran.

Dejaron el parque de diversiones cuando ya empezaba a oscurecer y, como la tarde estaba fina, decidieron caminar hasta casa o hasta cansarse. A la vuelta de la esquina, ya en una calle solitaria, se les apareció un hombre vestido igual que aquel monstruo sin cabeza y tapado con un gran sombrero donde debía tener la suya. Se asustaron y apuraron el paso y el hombre los siguió; desde atrás les decía que se había extraviado y necesitaba dinero para volver a su tren fantasma; ellos le dijeron que estaba muy cerca, que se regresara a pie; el les dijo que les  vendía muy barato el truco, para que lo utilizaran en noche de Halloween. Por quitárselo de encima, Sebastián le preguntó a donde deberían ir por él y cuanto valía; hizo salir su cabeza del sombrero, les dijo el precio y les alargó una bolsa que llevaba en la mano; el muchacho le dio el dinero, tomó la bolsa, y la pareja volvió a apurar el paso, temerosos de cualquier otro truco. El hombre se perdió de inmediato y ellos encontraron que la bolsa estaba llena de... ¡basura!

Para la noche de Halloween, nuestros dos amiguitos estaban muy entusiasmados porque los invitaron a una fiesta de un grupo de compinches que siempre habían sido muy animados. Se buscaron disfraces de bruja y de demonio, muy vistosos y con muchos detalles. El baile estaba animado; la variedad de atuendos era llamativa, pero el que mas llamaba la atención era el de un hombre alto, de cara adusta, con un hábito negro hasta los pies y terminado en una caperuza amplia que no solo le cubría toda la cabeza, sino que casi ni dejaba ver el rostro. Nadie conocía al personaje, pero nadie sabía que nadie lo conocía pues, en fin de cuentas, con disfraces muchos quedaban completamente irreconocibles. No se preguntaban quién era él, pero sí se preguntaban mucho de quién estaba disfrazado. “De sacerdote”; “no, ellos no llevan capucha”; “tal vez de Gargamel”; “o de Savonarola”.

Y se llegó la hora de la premiación del mejor disfraz; expectativa general. “Primer premio, empate: ¡el demonio y la bruja!” Salieron felices Sebas y Valen a recibir su premio y luego hubo algunas tandas mas de baile. Se acabó la fiesta después de media noche; salieron Valen y Sebas a tomar un taxi en la calle; se les acercó el “Gargamel” a preguntarles hacia donde iban y se asombró de la coincidencia de destinos y pidió que lo dejaran acompañarlos, que compartirían el pago de la carrera. Ni cortos ni perezosos le aceptaron y, ya acomodados en el taxi le inquirieron por el personaje que representaba y él les confirmó la hipótesis de Savonarola. “Era un acendrado perseguidor de brujas y hechiceros, enemigo jurado del demonio”, les dijo. A Valentina la recorrió un escalofrío de pies a cabeza, le cuchicheó algo a Sebastián y entonces a este también se le puso la piel de gallina. Más de gallina se les puso cuando el taxista frenó repentinamente en una calle oscura que atravesaba un mangón y se bajo rápidamente del carro. Acto seguido, Savonarola extrajo un afilado puñal de su ropaje y los obligó a apearse frente al conductor que ya esgrimía otra arma.

“Venimos, en nombre de Dios, a castigar la maldad, les dijeron, tenemos que seguir acabando con las brujas y demonios que todavía rondan en medio de la gente de bien”; “solo son disfraces, respondieron; estábamos ridiculizando a estos personajes, nosotros no estamos con la maldad”; “¡eso creen! ponerse esas ropas, portar esas máscaras para identificarse con ellos, es mostrar, consciente o inconscientemente, las ansias de ser como ellos, de actuar como ellos; el sacerdote viste los ornamentos cuando va a hacer de puente con la divinidad, el militar, su uniforme y sus divisas, para representar a la patria; el ‘enemigo’ los viste a ustedes para materializar la maldad”.

Acto seguido, les ordenaron acercarse a un árbol y se pusieron en la tarea de amarrarlos a él, fuertemente amenazados con las armas. No valió que Valentina llorara desconsoladamente ni que Sebastián los llenara de insultos; los dejaron muy bien atados, los amordazaron para que no hicieran mas ruido y se arrodillaron frente a ellos a rezar en unos libros de oraciones que sacaron del taxi; en las oraciones mencionaron muchas veces la “purificación por el fuego”, la “inmolación de las víctimas”... Estaban ya recogiendo ramas secas y arrojándolas a sus pies, con la clara intención de incinerarlos, a la manera de la inquisición, cuando fueron iluminados por una fuerte luz y apareció un patrulla de policía que produjo su liberación y detuvo a los dos fanáticos, que se defendían alegando que todo era una simple representación para gozar en forma mas realista del Halloween.

Estaban todavía asistiendo a una sucesión de declaraciones contra sus raptores en inspecciones y en juzgados, ya sin esperanza de que castigaran ejemplarmente a aquellos desalmados, cuando empezaron a escuchar los rumores sobre el “meteorito del fin del mundo”, que resultó ser, averiguándolo mejor, el asteroide 2003 SD220, de 700 metros de diámetro. Este cuerpo celeste se acercaba a la Tierra, pero calculaban los científicos que pasaría muy retirado, sin ocasionar daño alguno; también se conjeturaba que, de desviarse y estrellarse con el planeta, ocasionaría un cataclismo como el que hace 60 millones de años hizo desaparecer los dinosaurios y muchas otras especies.

Los medios mencionaron solo de paso las apreciaciones de los astrónomos y, en cambio, magnificaron las conjeturas, vestidas de un ropaje científico. Se disparó el pánico general, todo el mundo preguntaba por la fecha del impacto; que el 4 de diciembre, que el 7, que la noche de Navidad... Sebas y Valen averiguaban por el lugar previsto para el choque, con la esperanza de que estuviera en las antípodas y así tuviéramos mínimas consecuencias (creían ellos), pero todo lo que hallaban decía que, en caso de impacto, era impredecible el sitio, ni siquiera se podía definir el continente que lo recibiría. Nuevo motivo de desasosiego para nuestra parejita, que no volvió a dormir tranquila hasta que fue anunciado que el asteroide, muy displicente, pasó a unos 10 millones de kilómetros de casita.

La situación fue astutamente aprovechada desde los púlpitos para convencer a la población de la necesidad de volver a las practicas religiosas, pues esto que estaba ocurriendo eran los “anuncios de un fin del mundo muy cercano”; “son campanazos que nos da la Providencia para que tengamos la oportunidad de volver por el camino de la santidad – el próximo asteroide puede ser el definitivo y nos tiene que encontrar confesados y en paz con Dios”. Las filas en las iglesias se hicieron muy largas, las misas se llenaron de “devotos” (miedosos), las arcas de las parroquias se llenaron con las “generosas” ofrendas de los que querían comprar su salvación. Y hasta Valen y Sebas estuvieron a punto de regresar a las prácticas piadosas que habían abandonado desde muy recién hecha la primera comunión.


Llevaban muchos días en plena tranquilidad, con encuentros muy serenos y amorosos, sin amenazas externas, cuando, un sábado, Valentina, muy maliciosa, le dijo a Sebastián que no se presentó la luna llena, una clave que ambos habían pactado y el comprendió de inmediato; posando de no haberse asustado, el dijo “bueno, todos los fenómenos naturales fallan alguna vez; ¿no falló el asteroide que nos iba a dar un saludito?” Quedaron a la espera de la siguiente “luna llena”, pero Valentina compró la tirilla “por si las moscas” y obtuvo un resultado tranquilizador. No tan tranquilizadora fue la época de la siguiente “luna llena”, pues esta tampoco se vio. “Con cielos tan nublados, no teníamos por qué verla”, bromeaba Sebastián, internamente asustado (que no espantado), pero Valentina no estaba nada tranquila y recurría a una tirilla tras otra, siempre con resultados negativos. Empezaron, de todos modos, a prepararse positivamente para cierto acontecimiento, dieron algunos pasos concretos y Sebas ya estaba averiguando un préstamo (cuyos intereses, esos sí, le producían espanto). Hasta organizaron una salida de fin de semana, casualmente en días de luna llena, para estar solos y con ambiente propicio para trazar planes serios y concretos, pero allí ocurrió otra vez un extraño fenómeno: dos lunas llenas simultáneas.

Y colorín colorado...


Carlos Jaime Noreña
cjnorena@gmail.com
ocurr-cj.blogspot.com


sábado, 25 de noviembre de 2017


SIGAMOS CON SABATO.("Abaddón el Exterminador").



Unas citas sobre la literatura y el arte.
(Las páginas referidas son de la edición de 2003 de Seix Barral)

Pág. 184.
Tampoco yo he estudiado mucho.  Soy poco mas que un escritor que me he venido planteando desde hace casi treinta años el problema del hombre.  De la crisis del hombre.  La poca filosofía que conozco la aprendí a tumbos, a través de mis búsquedas personales en la ciencia, en el surrealismo, en la revolución.

Pág. 190.
La novela de hoy, al menos en sus mas ambiciosas expresiones, debe intentar la descripción total del hombre, desde sus delirios hasta su lógica.

Hablando de una idea, que le da vueltas en la cabeza, de escribir una novela en que el autor sea uno de los personajes:

Pág. 238.
Hablo de la posibilidad extrema de que sea el escritor de la novela el que esté dentro.  Pero no como un observador, como un cronista, como un testigo  … Como un personaje mas, en la misma calidad que los otros, que sin embargo salen de su propia alma.  Como un sujeto enloquecido, que conviviera con sus propios desdoblamientos.

(...y es lo que logra magistralmente con su obra Abaddón el Exterminador)

Pág. 192.

El mito, como el arte, es un lenguaje.  Expresa cierto tipo de realidad del único modo en que esa realidad puede expresarse, y es irreductible a otro lenguaje.  Te pongo un ejemplo sencillo: acabás de oír un cuarteto de Béla Bartók, salís y alguien te pide que se lo “expliqués”.  Claro, nadie comete semejante idiotez.

Pág. 245.
¿Cual es el principal deber de un escritor?… Hablo del autor de ficciones.  Su deber es nada mas pero nada menos que decir la verdad.  Pero la verdad con mayúsculas, Marcelo.  No una de esas verdades chiquitas que leemos en los diarios todos los días.  Y sobre todo las más escondidas.

Pág. 346.

…Pampita me preguntó si había visto la última muestra de Luisito.  La pregunta me agarró de sorpresa, pero me repuse y respondí que había llegado tarde: cuando llegué estaban arreglando la galería.
– ¿Arreglando la galería?
– Sí, había unos baldes de pintura y un montón de arena.
– ¡Pero retarado! – me gritó –, ¡si esa era la exposición! 

Pág. 346.

…con eso de la cerámica de vanguardia y el arte pop o camp, resulta que todo el mundo es artista y hasta la gorda Villafañe, con su culo para doce cubiertos, me manda los otros días una invitación para un vernissage. ¿Verniqué? Pero si yo siempre la había conocido interesadísima en la cría de caniches y pensé que me mandaba una invitación para el 
Kenel.  ¡Surprise! Ahora armaba unos rompecabezas con cerámica y alambre cromado.


Profundas reflexiones:

Pág. 269.

…he afirmado mil veces que el hombre no es algo explicable y que, en todo caso, sus secretos hay que indagarlos no en razones sino en sus sueños y delirios.

Pág. 299.

…el pasado no es algo cristalizado, como algunos suponen, sino una configuración que va cambiando a medida que avanza nuestra existencia y que alcanza su sentido verdadero en el instante en que morimos, cuando ya para siempre quedará petrificado.

Pág. 303.

Ahora, después de treinta años, vuelven a mi memoria esos días de París, cuando la historia ha cumplido parte de los funestos vaticinios.  El 6 de agosto de 1944 (sic), los norteamericanos prefiguraron el horror final en Hiroshima.  El 6 de agosto.  ¡El día de la Luz, de la transfiguración de Cristo en el Monte Tabor!


Un par de ocurrencias de Ernesto:

Pág. 208.
…la pronunciación inglesa fue inventada por piratas analfabetos, que escribían Londres pero pronunciaban Constantinopla.

Pág. 347.

…la llegada abastónica de Cecilio…
[…la llegada de Cecilio sin bastón…]

miércoles, 15 de noviembre de 2017


LA MUDANZA


Cuento inspirado en el escrito de José Guillermo “Memo” Ánjel, “Sobre tanta cosa que sobra” en su columna de el diario “El Colombiano” el 4 de noviembre de 2017. Se toman algunas de sus expresiones textualmente.


Memo Arcángel y Cata Escobar vendieron su apartamento que habían habitado por 15 años, para comprarse uno mas moderno con mejores comodidades, con dos garajes, si bien más reducido en la parte habitable; situado en un buen punto de Laureles, pues ya los tenía aburridos la estrechez de vías y de andenes de El Poblado, sus congestiones y también sus pendientes.

“Memo, ¿te acuerdas cuando es el trasteo?” (coloquial término usado en nuestro medio para las mudanzas); “a ver... ¿no es como el 15?”; “¡hoy estás muy lúcido! ¿y que día es hoy?”; “¿no es como 10 u 11?”; “¡por Dios! hoy es 12 y ya de noche; nos quedan dos días para empacar ¡que locura!”; “fresca... eso es muy fácil”; “ah, ¿si? ¿ya trajiste las cajas que te encargué?”; “¡huyyy! ya voy a la tienda de don Edwin; el me regala todas las que necesite”; “¡corriendito pues!”

Llegó con las cajas, comieron cualquier cosa y de una vez empezaron a empacar. Les pareció que lo primero debían ser los libros, pero tuvieron que reempacar en cajas pequeñas los de la biblioteca de la sala, que impensadamente metieron en una caja muy grande y quedó imposible de mover. “No pasa lo mismo al acomodar el saber de esos libros en nuestra mente, dijo Memo; mientras más saber tengamos, más fácil nos movemos en la vida”.

Por cierto, entre los libros redescubrieron una enciclopedia de bricolaje que Memo compró años atrás por fascículos sin que le faltara uno solo, porque el primo Ricardo, tan práctico y además tan diestro en el manejo de herramientas, le había contado que la estaba coleccionando y que había encontrado muy buenas sugerencias en ella y entonces, por mero prurito de imitación, la emprendió, convencido de que iba a crear muchas soluciones domésticas. En un trasteo es donde uno se entera de todo lo que tiene, dijo Memo; “Pero esa la tienes sin estrenar”, le respondió Cata; “es cierto, y hay que empezar a salir de cosas, porque allá no cabe una biblioteca grande, ni muchas otras cositas, en ese apartamento tan pequeño; cada vez nos movemos a espacios más estrechos; mandemos esta enciclopedia al reciclaje, y quizá también algunos libros ya leídos”; “¡no! un libro, un buen libro, es un tesoro; aunque lo ya leído está incorporado a nuestro saber, lo está de manera general y con frecuencia hay que precisar detalles, o simplemente darse el gusto de releer pasajes que nos parecieron exquisitos, enriquecedores”; “tienes razón, Catica”.

Al día siguiente, desmontando su pieza, descubrieron como se fueron llenando de cosas a lo largo de sus 12 años de matrimonio. Veamos. Empezando con los adornos, que es lo primero que se puede guardar, se toparon los tres toritos de pewter, todos empolvados; “se los podemos dar a Juan Pablo, el primo
coleccionista; tiene como cien animalitos”; “vale, y también a mi amiga Clarita, estas bailarinas”. En el librero de la habitación, se encontraron unas obras ajenas olvidadas, que ni leídas estaban; “¿cómo es posible que no te hayas leído ‘El Extranjero’, que te prestó Santiago?”; “ni tu has pasado los ojos por ‘Rayuela’, que es de Verónica”; “vamos a devolver todo lo prestado, por ahora, para seguir saliendo de cosas; después nos los volverán a facilitar”; “pero si es para leerlos de verdad”; (besito).

Encontraron también, en un rincón de un cajoncito del closet, el destornillador eléctrico que Memo buscaba y volvía a buscar cada vez que tenía que hacer una pequeña reparación doméstica; en otro cajón, unas pinzas de arquear pestañas que Cata estuvo buscando como loca. Volcaron a la caja de basura unos 200 discos flexibles de 1,4 MB y un rebobinador de Betamax. Tuvieron que deshacerse también de muchas sosas películas hollywoodenses que, en lugar de alquilar, habían comprado, dizque para ir armando su propia “cinemateca”, e igual un montón de modelos coleccionables ya deteriorados y sin mayor gracia. “No éramos inteligentes, dijo Cata, le dimos más importancia al deseo y ahora cargamos con su lastre”; “igual nos pasa en nuestra forma de pensar y actuar, pues rellenamos el cerebro con muchas cosas inútiles que nos confunden”, le acotó Memo.

Al pasar por la pieza del niño, al día siguiente, tuvieron buenos tropiezos porque el pequeño se aferraba a todos los juguetes viejos e inservibles, los libritos de colorear destrozados, los viejos álbumes a medio llenar, las cachuchas con rotos y color mareado... Todo lo metieron a las cajas, con la secreta intención de retirar por la noche muchas cosas, cuando el estuviera dormido. Solo una cosa no le interesaba al muchacho: la ropa de bebé y niño caminador que, en cantidad, tenían guardada en los entrepaños altos de su clóset, que se suponía iba a volver a prestar su servicio cuando “encargaran” el segundo; ahora la disputa fue entre ambos miembros de la pareja; “esto ya no se necesita, ¡directo al reciclaje!”; “¿cómo se te ocurre? todavía puede llegar”; “¿después de tantos años? ¡yo no le juego a eso!”; “todavía ‘jugamos’ cada rato”; “pero distinto”; “bueno, pues, salgamos de eso; igual, no va a caber allá”.

Le tocó el turno a la cocina; allí desfilaron para ellos una serie de ollas de aluminio quemadas, ollas de cristal con bordes despicados, las de peltre desportilladas, y se preguntaban si su relación no tenía similares deterioros. También se preguntaban si salir o no de los ingenioso aparaticos inventados para “simplificar” el trabajo: un curioso pelayucas al que se le reventaba siempre el hilo de acero inoxidable que debía separar la corteza; el escurridor centrífugo de verduras al que se le atascaba el engranaje; el cascanueces que disparaba las nueces intactas hacia todos los lugares de la casa; el destapador con linterna y ventiladorcito, que se le atascaron las aspas, alumbraba menos que una luciérnaga y se “comía” la batería en un par de destapadas; “son como los amigos interesados, decía Memo, que creen estar haciéndonos grandes favores, pero nos meten en líos”.

Hasta allí en la cocina encontraron objetos que les fueron prestados hacía tiempo y otros que también hacía tiempo que no funcionaban, de esos que “se puede arreglar” y nunca se arreglan. Cata se “paró en las de atrás” y dijo “Luis Guillermo, aquí sí se va a acabar el desorden; vamos a resolver qué se regala y a quién, qué se devuelve, y qué se bota; nada de esto tiene contenido sentimental como unas cositas de la habitación que no me dejaste descartar”.

La última noche se acordaron del cuarto útil y bajaron alarmados, pensando en todo lo que les faltaba y en el reto de reacomodarlo en un cuarto mas chiquito en la nueva vivienda. Aquella cosa se podía llamar mas bien el “cuarto inútil", pues allí habían ido a dar todas esas cosas que ya no se necesitaban arriba en el apartamento, ni en el carro, pero “qué pecado botarlas”. Una silla a la que faltaba una pata; un triciclo con un eje de rueda roto; un gato hidráulico con escape de aceite; un hornito con las resistencias quemadas y el control estropeado; unas espumas aislantes de sonido que Memo había querido instalar en las paredes del estudio-sala de música para tener una prístina escucha; un colchón viejo y ajado, “por si alguien llega”; las cajas de todos los aparatos comprados en muchos años, porque para el reclamo por garantía (que solo cubre un año) se requiere reempacar el artículo en la caja original; un ajedrez incompleto, porque “las piecitas se pueden mandar a tornear un día de estos”; una inmensa colección de suplementos literarios dominicales que nadie mas volvería a leer; entre otras mil cosas. Reflejo fiel del trato que se le da a los asuntos de trabajo, a las necesidades familiares, a los desajustes de la relación: dejar por ahí pendientes para “un día de estos”. Por eso es necesario salir del basurero en el que estamos, en el real y el mental.

Ya a las 2 de la mañana, abrazados en la cama, rendidos del cansancio, reflexionaron todavía unos minutos sobre el significado de los esfuerzos que se hacen para producir los cambios en la vida. Este traslado físico a otro lugar les costaba dinero y desgaste y hasta algunos roces personales por desacuerdos en los detalles, pero vivirían bonitos momentos de satisfacción al llegar a lo nuevo y deseado. Les quedaban otros cambios, ya no físicos, pendientes desde mucho tiempo atrás, con los que no se habían comprometido en hacer esfuerzo alguno: Memo, dejar de ser coqueto, iniciar en serio el plan de ahorro voluntario en la cooperativa, entrar al curso de apreciación musical tan aplazado y resolver si seguía aguantando golpes bajos en su actual trabajo o se decidía a buscar otro horizonte; y Cata, eliminar los souvenirs que guardaba de su antiguo novio y con frecuencia contemplaba a escondidas, tratar con mas paciencia al niño, que cada rato tenía que sufrir sus rabietas, y decidirse a iniciar la maestría largamente acariciada.

Carlos Jaime Noreña 
cjnorena@gmail.com 
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martes, 31 de octubre de 2017


LA METAMORFOSIS DE UN NEGOCIO
Relato


Adalberto Castañeda atendía su profusamente surtida tienda en un barrio de clase media de la ciudad; estaba muy bien situada cerca a la iglesia y en medio de la farmacia y el salón de billares. La clientela desfilaba sin cesar, demandando víveres, productos de aseo, golosinas, cigarrillos,elementos de escritura, pegantes, papeles de regalo, refrescos, tintos y “pericos” (pequeñas tazas de café con leche); también vendía Adalberto, en los últimos tiempos, minutos de teléfono celular y hasta boletas de rifas por encargo de algunos amigos.

Vivía holgadamente Adalberto con su familia y decía que no necesitaba “pedirle más a la vida”, hasta que se le aparecieron dos plagas: primero, la “vacuna”; un día le llegaron de visita un par de muchachos que le empezaron a hablar de los peligros que lo acechaban y de la protección que ellos podían darle mediante una cuota “insignificante”, así el y su familia podrían dormir tranquilos y los muchachos, con su “combo”, tendrían “con que comer” gracias a las contribuciones de todos los negocios del entorno; poco después abrió, en un local de la esquina, el mercadillo “Expreso” de una conocida cadena de supermercados que estaba imponiendo este nuevo formato para quitarles la porción de mercado a las tiendas de barrio.

Nada se ganó Adalberto con acudir a hablar con sus vecinos de la carnicería, el cafecito, la legumbrería, la otra tiendita, la peluquería... Todos le contaron que ya estaban pagando la contribución desde hacía tiempo y que los combos se las arreglaban violentamente con los que se negaban al pago. Tampoco pudo, con sus compinches de la tiendita y la legumbrería, encontrar una estrategia para hacerle contrapeso al “Expreso” y, por el contrario, se fueron viendo cada vez más acorralados por las “promociones” de ciertos productos clave de primera necesidad, por debajo del costo.

Echándole cabeza al problema, se decidió Adalberto a liquidar la tienda y reformar el local y alquilarlo para algún comercio de moda. Así podría vivir de la renta que le darían ese alquiler y los intereses sobre los ahorros que le había dejado la tienda, depositados en un fondo. Arregló, pues, el local con piso nuevo, mostrador de lujo, servicios de aseo y energía renovados y no tardaron en tomárselo, a condición de hacerle otras adaptaciones menores, para una tienda de alquiler de películas, negocio que estaba en furor en esa época. La dotaron muy bien, quedó preciosa y comenzó a llenarse de gente. Le pagaban el arrendamiento cumplidamente y el se sentía pleno con sus ingresos, que le daban para pagar holgadamente los gastos del hogar y darse algunos gustos con su esposa y los niños.

El primer gran gusto fue un paseo al mar, que disfrutaron bastante. En una salida a la playa, se prendó Adalberto de una muchacha pocos años menor, que estuvo cercana a ellos toda la tarde, con quien entablaron conversación y, aunque estaban en grupo, ambos se daban furtivas miradas. Resultó que ella vivía en la misma ciudad de origen y no fue difícil pedirle, pero sí muy disimuladamente, el número de teléfono, para “cualquier charla un día por allá en la ciudad”. De regreso, estaba el hombre muy entusiasmado pensando en la muchacha, pero en pocos días la olvidó y siguió muy dedicado a sus deberes familiares y a la búsqueda que había emprendido recientemente de alguna actividad para estar ocupado, generar más ingresos y dejar de hacerle mandados a la señora y de ayudarle con la escoba.

Comenzó a vender artículos de papelería por una ventana de la casa, aprovechando el hecho de que por allí pasaban los colegiales a mañana y tarde y tuvo suerte, pues no le faltaban la muchachada comprando cartulinas, carpetas, hojas de papel carta, ganchos legajadores, lápices, bolígrafos, borradores, pegantes, forros transparentes, y comenzaron a demandar servicio de fotocopia, lo que lo llevó a comprarse una fotocopiadora a crédito. Nuevamente le sonrió la suerte con la venta de copias, pero a sus inquilinos les dejó de sonreír el alquiler de películas: los clientes se los llevaron, primero la multinacional Bloobooster y después la TV por cable y los “piratas” que empezaron a vender copias a la mitad del precio de un alquiler; decidieron, entonces, cerrar y le devolvieron el local.

Su mujer le recomendó trasladar para allá la papelería. “Ha crecido mucho y casi no cabe en la casa y a toda hora se ve muy desordenada”. “Pero si me instalo allá me vuelven a vacunar”. “No, esa gente no ha vuelto – ya te hubieran vacunado aquí, viendo el movimiento que tiene el negocio; ese desfile permanente de muchachos lo nota cualquiera”. “Bueno, déjame pensarlo”. Y no lo pensó mucho; al lunes siguiente estaba instalando todo en el local y mandó a elaborar un vistoso anuncio. La clientela lo empezó a buscar allí y el movimiento, lejos de bajar, se incrementó.

El tamaño del negocio ya no le permitía defenderse solo y de nuevo su esposa intervino, para recomendarle tomar la ayuda de un empleado; “el sobrino de don Felipe te podría dar una buena mano y se le ayuda a ese muchacho que no está haciendo nada”. Pero, consultando esa noche con la almohada, le vino a la mente la imagen de Clarita, la muchacha que conoció en la playa; “sería la oportunidad de tenerla cerca, se dijo, todavía debo de tener su teléfono”. Al salir para la papelería por la mañana iba pensando que eso sería una locura; “solo por verla, ¿traerla a trabajar en algo de lo que no debe tener ni idea? – bueno, pero el sobrino de Felipe tampoco – ah, pero a Clarita no le va a interesar el tal trabajo, quien sabe en qué estará ocupada – bueno, puede que sí, nada se pierde con proponérselo”. Total que llegando al local fue marcando el número de Clarita y la chica se alegró al saber quien la llamaba; más se animó él y se decidió a soltarle la propuesta. “¡Ay! no estoy haciendo nada ahora y me caería de perlas... pero... en fin, ¿por qué no nos encontramos esta tarde en El Dinosaurio y lo discutimos?”.

A las seis cerró el negocio Adalberto y tomó el bus para el centro. Clarita ya estaba esperándolo en El Dinosaurio, muy arreglada y perfumada, y lo recibió con una cara radiante de felicidad. A Adalberto se le enfrió el estómago y la saludó emocionado. Si bien hablaron más de recuerdos del viaje al mar, de sus actividades desde entonces, de por qué no se volvieron a ver, de música, cantantes y películas, de planes para salir a cine o a bailar, no dejaron de concertar los términos de la relación de trabajo, con la promesa de Adalberto de entrenarla muy cuidadosamente y quedaron en que ella se presentaría el siguiente jueves en la papelería.

Al principio no le gustó a la esposa que no le hubieran aceptado colocar al muchacho, pero resultó tan eficiente Clarita que pronto la aceptó y empezó a confiar mucho en ella. La Clarita ya tenía algo de experiencia en venta de misceláneos, pero también algo de experiencia en novios y fue envolviendo sutilmente a Adalberto, quien en el momento menos pensado se vio dedicándole más atención que a su mujer, pero tuvo la precaución de no programar salidas amorosas con ella, solo cines, algún baile alguna vez y largos encuentros en un cafecito cercano.

Los malosos de un “combo” de la zona que habían detectado las salidas de Adalberto con su empleada, aprovecharon algún momento en que ella se ausentó y le plantearon el chantaje de frente: tuvo que empezar a pasarles dinero para que no le llevaran las noticias a Luz Elena, su mujer. Pasados unos meses empezó a sentir el hombre una doble carga: los pagos a los malandrines y el tormento de conciencia por el doble juego amoroso. Aunque hubiera llevado hasta ahora una relación muy “inocente”, si así se puede decir, con la muchacha, ella ya estaba pidiéndole dar pasos mas atrevidos, pero el quería seguir guardando “fidelidad” a su esposa. Se decidió entonces a terminar con Clarita y despedirla de su puesto, seguro de que así se libraría de ambas cargas.

La ruptura con Clarita fue dura para ambos; le pagó una liquidación jugosa por su trabajo y no se volvieron a buscar; pero el combito ya estaba muy contento con sus ingresos regulares y le advirtieron que aunque la muchacha ya no estuviera, ellos tenían fotos y era fácil inventar cuentos para llevarle a Luz Elena. Así que Adalberto decidió vender la casa, irse a vivir a otro barrio y empezar a ofrecer nuevamente el local en alquiler. Ante las inquisiciones de su esposa por tan extrañas decisiones, le decía que era tiempo de hacer un buen cambio; “dicen que a los 40 se cambia de trabajo, de casa o de mujer... ¿No prefieres que cambie de casa y de trabajo y nada mas?”

Le tomaron el local para una disquera. Hicieron un montaje lujoso y pusieron en venta todos los formatos: al frente, destacados, los LP y las cintas de casette; al lado los compactos de vinilo y atrás unos pocos ejemplares de dos tecnologías que estaban recorriendo caminos opuestos; los CD, que apenas estaban entrando y aún se vendían poco y los discos láser, que no habían logrado penetrar mucho en el medio y parecían estar condenados a la desaparición, pero todavía algunos los adquirían. También se encontraban allí los limpiadores de discos, los estuches y
aparadores para los mismos, las agujas, las cintas vírgenes y otros adminículos. No mucho tiempo después, comenzaron a vender tornamesas, grabadoras y equipos de sonido y se veía boyante el negocio.

Entre tanto, Adalberto volvió a vender en casa; esta vez se dedicó a ofrecer a bajo precio los discos y casettes que la disquera estaba descartando por cambio de temporada y se los cedían casi que en donación para su reventa. No significaba seria competencia para ellos, no solo por razones de la moda, sino también porque la casa estaba muy retirada del negocio. No está de más contar que nuestro amigo volvió a su “vieja temporada” con su esposa, después de haber cancelado del todo sus aventurillas con Clarita; el dinero del arrendamiento mas el de las ventas le daban suficiente para sacarla a comer con frecuencia, llevarla de paseo con los hijos, invitarla a bailar, comprarle ropa y alhajas...

Otra vez el destino le hizo una mala jugada: la tienda “Torres Discos” abrió varios puntos de venta en sitios estratégicos y rápidamente hizo morir por inanición a toda su competencia. El local volvió a manos de Adalberto y esta vez se quedó sin sus dos fuentes de ingreso simultáneamente. Tuvo que empezar a gastar de sus ahorros, que no tenía muchos. Luz Elena resolvió buscar trabajo para prevenir momentos peores; discutieron entre ellos si de ayudante en la boutique de una amiga o si de secretaria suplente a través de alguna agencia de empleos temporales; averiguando un poco en una agencia conocida encontró que empleaban secretarias por horas y le pareció la mejor opción porque le daba mas libertad de movimiento. Empezó el martes siguiente en el despacho de un abogado veterano, de 9 a 12 todos los días, principalmente asignando citas a clientes y mecanografiando documentos.

Una semana después, un cliente del abogado le propuso que le trabajara algunas tardes en unos encargos que el no podía atender. “¿De qué encargos se trata?”; “ya lo verás, si aceptas venir a mi casa mañana por la tarde; por supuesto que te pago el rato”. Se asustó Luz Elena, pero aceptó y al día siguiente se presentó en la dirección que le fue dada, que correspondía a un lugar muy remoto de la ciudad. Después de atenderla caballerosamente y ofrecerle un exquisito café, el hombre le explicó que su tarea consistiría en ir cada día, muy discretamente, a distintos lugares, que el le indicaría, a entregar unos encargos cuyo contenido ella tendría que desconocer. No se atrevió a contárselo a Adalberto, lo pensó toda la noche, rezó todo lo que sabía, pero al día siguiente se presentó a cumplir su primera misión.

Salió temblando de susto de la casa del misterioso señor a llevar un pequeño paquete a la dirección que el le dio. Estaba muy bien sellado, pero ella se resguardó tras un corpulento árbol a olerlo, pensando que podría detectar si contenía marihuana o drogas heroicas (olores que ella no conocía y curso de acción que tampoco sabría tomar ante el supuesto descubrimiento). La tranquilizó un poco el no sentir aroma alguno y siguió camino al paradero de buses; llegó en 50 minutos al sitio donde se tenía que apear en un barrio del otro extremo de la ciudad y caminó unas tres cuadras hasta encontrar la dirección. Timbró a la puerta, nuevamente temblorosa, pero la alivió que salió una adolescente bonita y de aspecto decente a recibir el paquete y le firmó sin reparos la boleta de entrega.

Muy similares siguieron siendo todas entregas, en sitios siempre muy diferentes, pero de paquetes también muy diferentes entre sí; unos de aristas muy rectas y constitución dura, otros irregulares y blandos; unos grandes y otros pequeños;pesados y livianos... “Esto no es droga, pensaba, mas bien será mercancía de contrabando; el hombre la pide al exterior y la redistribuye”. Un día sintió que la seguían y le dio gran susto, pero se volvió rápidamente, sin suerte para pillar al perseguidor. Al día siguiente pasó lo mismo y se decidió a no continuar con las entregas, pues creía estar en peligro. El viejo lamentó que le renunciara tan inesperadamente, pero la despidió con un buen premio en dinero.

Nunca se enteró de que era su esposo, Adalberto, quien la había empezado a seguir, pues sospechaba que se la estaba jugando con un hombre que le hacía buenos regalos; esto porque ella había comenzado a aparecer con atuendos, zapatos y adornos nuevos que se compraba con los jugosos pagos que recibía y a llevar buen dinero a casa, algo inexplicable con el supuesto oficio de auxiliar del abogado unos ratos de mañana y otros ratos de tarde, pues en ningún momento le contó del oficio de entregadora de paquetes, por temor a que el no se lo permitiera. (Tampoco se llegaría a enterar nunca Luz Elena de la naturaleza del tráfico del hombre misterioso).

Los celos ya se le estaban trasluciendo a Adalberto, su trato hacia ella cambió, respiraba desconfianza y la relación fue haciéndose difícil, pero un hecho vino a paliar la tensión: El local por fin se alquiló; fue tomado por una de las panaderías en boga. Montaron los inquilinos la panadería con sus mostradores de grandes vidrieras para los panes, postres y refrescos y otros giratorios para las muy decoradas tortas de cumpleaños y celebraciones; había profusión de mesas metálicas atornilladas al piso y grandes refrigeradores llenos de bebidas gaseosas y cervezas. Apostaban los vecinos a que la panadería no iba a durar mucho, acosada por las vacunas, pero el negocio se sostenía y las malas lenguas comenzaron a asegurar que pertenecía a una mafia y que entre malandrines no se “pisaban las mangueras”. Se sostuvo unos dos años, vendiendo mucho y al fin se le llegó la hora cuando en la cuadra siguiente montaron otra, más grande y engalanada, que comenzó a vender con precios inferiores, si bien con productos de dudosa calidad; se decía que pertenecía a una mafia competidora en el mismo sector y, de hecho, los llevó a desmontar el negocio y entregar el local.

Adalberto y su mujer sufrieron de nuevo, pues ya los ahorros no eran nada jugosos, por tener que estar sosteniendo los estudios de los hijos; Adalberto logró emplearse como administrador de una cafetería y su esposa se fue, en secreto, a buscar al hombre de las entregas misteriosas para ofrecerle de nuevo sus servicios, pero buena sorpresa se llevó al encontrar la casa abandonada, casi derrumbándose, y enterarse por vecinos de que el viejo desapareció sin dejar rastro. Esa misma semana, se logró arrendar el local para un salón de belleza, la moda del momento (o quizá de todos los tiempos). El salón ofrecía desde los motilados normales para hombres y mujeres, los cepillados y tinturas, hasta spa de uñas (que no arreglo de uñas) y masajes relajantes. Luz Elena resultó haciendo buena amistad con la manicurista y esta empezó a enseñarle el oficio, a condición de no hacerle competencia; le permitía atender a algunos clientes para que practicara y un buen día empezó un cliente ejecutivo a coquetearle; azuzada por las muchachas, Luz le aceptó una invitación a salir, con el mayor misterio. Dio la casualidad de que al día siguiente vino Adalberto a atender cualquier asunto relativo al local y lo “movió de foco” una bella masajista recién empleada; se las ingenió para pedirle el teléfono y no tardó en hacer una cita con ella.

Las empleadas del lugar disfrutaron morbosamente de las mutuas infidelidades de los dos esposos, pero estos no las materializaron, veamos por que. Luz Elena había quedado con su amigo en avisarle cuando podía salir, pues esperaba que Adalberto le informara de algún compromiso para ella escaparse; ese momento se llegó para el jueves siguiente, pues Adalberto le dijo el miércoles que tendría “una reunión con los de la agencia de arrendamientos”. Así que Adalberto salió a las 5 de la tarde para su “reunión” (con la masajista) y Luz Elena se voló a las 6, después de decirles a los hijos que iba a tomar un vino con su vieja amiga Margarita.

El esposo, camino a su cita, repensaba el asunto y se decía que no debería volver a las jugadas, como cuando estuvo saliendo con Clarita, pero el recuerdo de la imagen de la nueva chica, muy parecida a aquella, lo hacía reanimar; la esposa iba hecha un mar de nervios y haciendo amagos de devolverse, pero reconstruía en su mente al “churro” que la había invitado y reanudaba el camino. Llevaba un buen rato Adalberto en el cafecito esperando a la chica que no llegaba, cuando Luz Elena se frenó en seco faltando pocas cuadras para llegar al sitio de su compromiso, dio media vuelta y emprendió camino de retorno; pocos minutos después, llegó un hombre al mismo café donde se encontraba Adalberto, pidió algo de tomar y se sentó a esperar ansiosamente; los dos hombres en inquieta espera cruzaban miradas ocasionalmente y cada uno pensaba “a este lo van a dejar plantado, pero a mí, no”; a las 9 de la noche resolvieron simultáneamente, como si se hubieran puesto de acuerdo, no esperar mas y volver a casa.

El salón de belleza ganaba fama y crecía; Adalberto seguía administrando la cafetería, pues no quería repetir las dificultades económicas y además necesitaba estar ocupado; Luz Elena estuvo yendo muy poco al salón, para evitar un encuentro con aquel señor; el agua siguió corriendo bajo los puentes y el hijo mayor terminó bachillerato. Vino entonces la decadencia del salón de belleza, no se sabe por qué, será porque las damas se cansan de lo mismo, y entonces la clientela bajó a su mínima expresión; el local volvió, pues, a manos de Adalberto, y de nuevo se inició la ansiosa espera de un buen cliente.

Pero la situación económica general no estaba nada buena y pasaron varios meses en que tocó volver a apelar a los ahorros; por fortuna Adalberto había conservado su ocupación y Luz Elena empezó a arreglar uñas en casa. Por fin llegó una empresa interesada en tomar el local, pero en compra; se trataba de “Gananciosa”, la empresa de apuestas convertida en pulpo voraz; le dijeron a Adalberto “puede seguir disfrutando de su local desocupado o nos lo vende por lo que le ofrecemos; no subimos un peso”. Aceptó, pues, nuestro hombre que el monstruo ganara una más, después de haber hecho quebrar a muchos manejadores de apuestas y acaparado el monopolio respaldada por el gobierno de turno que le otorgó una concesión muy favorable y a largo plazo y de haberse convertido prácticamente en un banco al asumir el recaudo de cuotas de pago de créditos comerciales y el recaudo de impuestos, los giros monetarios y hasta la concesión de préstamos a particulares.

Por esas vueltas del destino, Adalberto perdió en malos negocios el dinero de la venta del local y poco después perdió el empleo en la cafetería, y a Luz Elena se le acabó su clientela de uñas y ambos terminaron como empleados de Gananciosa, con salario mínimo, trabajando en el local que había sido suyo.


domingo, 29 de octubre de 2017

MEDIO MILENIO DE UNA LIBERACIÓN

Esta semana se conmemora una efeméride significativa para la humanidad, los 500 años de la reforma luterana.  El 31 de octubre de 1517, el monje Martín Lutero envió sus “95 Tesis” al arzobispo de Maguncia y Magdeburgo y publicó una copia en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. 

El significado mas importante de este hecho fue que se empezó a resquebrajar el omnímodo poder de la Iglesia Católica, que se consideraba la depositaria de la verdad absoluta, que subyugaba al poder civil, perseguía a sus contradictores y condenaba las teorías científicas y filosóficas, manifestaciones artísticas y orientaciones políticas que no concordaban con su interpretación de la Biblia.

Los postulados de Lutero apuntaban principalmente a condenar las penas impuestas y las indulgencias concedidas por la Iglesia y la vergonzosa venta de estas últimas, como medio para recaudar fondos para la basílica de San Pedro.  Pero más allá de las denuncias de esta comercialización de la fe, lo que afloró con este hecho fue la profunda convicción de Lutero de que la relación entre el hombre y Dios no requería intermediarios, que las sagradas escrituras no requerían una interpretación única de la Iglesia por vía de autoridad y que los asuntos civiles y políticos son del resorte de los príncipes, no de los papas y obispos. 

Quizá Martín Lutero hubiera sido prontamente acallado y su rebeldía aniquilada, pues el papa León X lo llamó a retractarse, con la amenaza de ser perseguido por la inquisición, pero sus protestas ya habían tenido eco en muchos príncipes y, en especial, Federico III de Sajonia, “el Sabio”, lo salvó en la dieta de Worms (reunión de príncipes europeos, convocada para condenarlo) y lo protegió en su castillo de Wartburg para que la inquisición no lo apresara.

Calvino en Ginebra y otros prelados y sacerdotes en otros lugares de Europa introdujeron también reformas que llevaron a la creación de nuevos credos que, acogidos por diversos estados, en especial del norte del continente, consolidaron la ruptura definitiva con la todopoderosa iglesia romana y dieron impulso al desarrollo humanista, cultural, comercial, científico y técnico.


Que dentro del denominado “protestantismo” se hayan llegado a dar muchas corrientes más fundamentalistas, antihumanas y anticientíficas que el mismo catolicismo es ya otro tema de discusión; lo importante es el hecho de que la humanidad del hemisferio occidental se liberó a partir de 1517 del yugo que impedía el libre pensamiento y la autodeterminación.


  Una navidad sentida La pelirroja Ángela y el rubio Daniel han salido a caminar en esta noche de principios de diciembre tibia y luminosa, ...