jueves, 30 de diciembre de 2021

 Hallazgo navideño

Relato


Este muchacho de catorce años había dejado su casa la noche del 24 de diciembre y andaba por las calles buscando algo que él no sabía qué era, pero sí sabía que tenía que ver con la Navidad.  En la tibia noche, solitaria porque las gentes estaban reunidas en casa, el joven medía con sus botas nuevas una calle y otra, recorría un parquecito y el otro escudriñando, deteniéndose, volviendo a andar…

¡Nada!  No encontraba lo que anhelaba.  Pensaba en regresar al hogar, a la reunión familiar, pero no desistía de su empeño.  Total, no tengo que huirle a ningún frío; no soy habitante de los tradicionales cuentos de Navidad con hielo y nieve; aquí tenemos  un bello clima tropical, aquí la noche del 24 invita a salir, aunque nadie sale; que celebren ellos allá, que me guarden algo de la cena y muchos dulces; ya me daré gusto.

Una niña que lloraba llamó su atención.  Se acercó a ella acucioso y se llevó una decepción cuando supo que su llanto provenía de una rabieta porque no le gustó el color del costoso juguete que le regalaron.  Más adelante, quiso socorrer a un perrito que lloraba con aullidos lastimeros; cuando se estaba acercando y el animalito se alegró, creyó que vendría a sus brazos y se decepcionó de nuevo al verlo ir veloz hacia el ama que venía a su encuentro.

Pasando por la calle más oscura y estrecha, encontró una iglesita abierta y solitaria, en donde entró con pasos vacilantes y mirada ansiosa.  Al fondo, junto al altar, estaba armado un pobre pesebre, lleno de vegetación, luces y figuritas; se acercó, lo examinó detenidamente, se quedó un rato expectante y nada sucedió.  Volviose hacia la puerta; cuando la cruzaba, escuchó una música dulce y se regresó rápidamente; la música se cortó, mas volvió en otro tono y melodía; descubrió que no se trataba de ningunos acordes celestiales, sino del ensayo del organista, allá arriba en un pequeño armonio, para la próxima ceremonia.

Saliendo defraudado, lo deslumbró el brillo de la luz lunar en los árboles de la zona verde del frente; alzó la vista hacia el astro, una llena esplendorosa que estaba rodeada de chispeantes estrellas y, un poco retiradas, tímidas, las nubes que un rato antes le ocultaran el espectáculo.  Esto era lo que yo buscaba; ningún milagro, ningún ser desamparado a quien, movido de compasión, le ofreciera salvación, tampoco personajes celestiales que viniesen a encantarme.  La Navidad la tenía yo mismo adentro; la excursión, la búsqueda, el anhelo la despertaron y la belleza de la noche la hizo invadir mi corazón.  Ya puedo volver a casa.


 Ilusión traviesa

Relato

Presentado al Café Literautas, diciembre 2021


Voy andando bajo un sol caliente por las sombras de los muchos árboles de esta calle, absorto en cosas baladíes, cuando ella surge de la nada y me interrumpe.  Me cautiva el océano de sus ojos que me miran sin verme.  Cruza airosa a mi lado entre ráfagas balsámicas y arrastra mi vista tras de sí, para enloquecerme con la cumbia de sus caderas.  Mis ojos ordenan a mis piernas dar la media vuelta y la sigo a prudente distancia mientras me marean dulces sensaciones.

La encantadora muchacha entra en un cafecito que me invita con un guiño cómplice.  Antes de decidirme, la miro a través del cristal, tomándome un ratito para calcular mi estrategia, tiempo que aprovecha un muchacho para colarse; la aborda y es premiado con una mágica sonrisa.  Me paraliza la decepción y no sé cuánto tiempo pasa hasta que sale sola y continúa apurada por el andén.  Ya la estoy siguiendo de nuevo, pero un bus le abre la puerta y me la arrebata.

Nueva frustración y tardío impulso de abordar la máquina que ya huye burlona.   Ahora mis pasos lentos me llevan sin ganas a mi morada solitaria, donde me sirvo un trago y me quedo ¿cuántas horas? componiendo fantasías con la chica evadida.

Llega un nuevo día, gris y tristón como mi ánimo, y voy por la misma calle con la mirada perdida, que súbitamente es capturada por la muy tibia de la diosa de la víspera.  Ella está a la entrada de un centro comercial, indecisa, y yo me aproximo indagándole qué busca; me acepta el ofrecimiento y la acompaño a un puestecito donde compra una bagatela.   La invito a un helado en el puesto vecino; lo degusto extasiado por la dicha de haber recibido aceptación.

No voy a relatar las encantadoras conversaciones, pero sí la embriagante felicidad que me invade cuando me acepta una rosa en la venta de flores por donde maliciosamente la hago pasar.  Ya para salir de la bulla de ese comercio, me dice que debe dejarme para proseguir su camino pero, a la altura que he llegado, ¿cómo voy a caer?  Angustiado buscando algún recurso, una lluvia cómplice me induce a abrir el paraguas y atraerla a mi lado para llevarla; ella me indica, con resignación, una parada de buses.  Las gotas que nos rodean son alegres y cantarinas; el gris de la tarde es rosado para mí; el andar de mi compañerita es música.  Avistamos la parada, donde un hombre joven, casi tan bello como ella, la reconoce con una amorosa mirada y luego ella me abandona con un “hasta aquí llego, gracias”.

Saluda al hombre con un cálido beso en los labios, le obsequia ¡mi rosa! y se van juntos, prácticamente danzando bajo el agua.  Cierro contrariado el paraguas y las crueles gotas que me empapan son llanto desconsolado; el gris del atardecer es negro fúnebre; la noche que se aproxima, un sepulcro.

  Una navidad sentida La pelirroja Ángela y el rubio Daniel han salido a caminar en esta noche de principios de diciembre tibia y luminosa, ...