LA METAMORFOSIS DE UN NEGOCIO
Relato
Adalberto Castañeda atendía su profusamente surtida tienda en un barrio de clase
media de la ciudad; estaba muy bien situada cerca a la iglesia y en medio de la
farmacia y el salón de billares. La clientela desfilaba sin cesar, demandando
víveres, productos de aseo, golosinas, cigarrillos,elementos de escritura, pegantes,
papeles de regalo, refrescos, tintos y “pericos” (pequeñas tazas de café con leche);
también vendía Adalberto, en los últimos tiempos, minutos de teléfono celular y
hasta boletas de rifas por encargo de algunos amigos.
Vivía holgadamente Adalberto con su familia y decía que no necesitaba “pedirle
más a la vida”, hasta que se le aparecieron dos plagas: primero, la “vacuna”; un día
le llegaron de visita un par de muchachos que le empezaron a hablar de los
peligros que lo acechaban y de la protección que ellos podían darle mediante una
cuota “insignificante”, así el y su familia podrían dormir tranquilos y los muchachos,
con su “combo”, tendrían “con que comer” gracias a las contribuciones de todos los
negocios del entorno; poco después abrió, en un local de la esquina, el mercadillo
“Expreso” de una conocida cadena de supermercados que estaba imponiendo este
nuevo formato para quitarles la porción de mercado a las tiendas de barrio.
Nada se ganó Adalberto con acudir a hablar con sus vecinos de la carnicería, el
cafecito, la legumbrería, la otra tiendita, la peluquería... Todos le contaron que ya
estaban pagando la contribución desde hacía tiempo y que los combos se las
arreglaban violentamente con los que se negaban al pago. Tampoco pudo, con
sus compinches de la tiendita y la legumbrería, encontrar una estrategia para
hacerle contrapeso al “Expreso” y, por el contrario, se fueron viendo cada vez más
acorralados por las “promociones” de ciertos productos clave de primera
necesidad, por debajo del costo.
Echándole cabeza al problema, se decidió Adalberto a liquidar la tienda y reformar
el local y alquilarlo para algún comercio de moda. Así podría vivir de la renta que
le darían ese alquiler y los intereses sobre los ahorros que le había dejado la
tienda, depositados en un fondo. Arregló, pues, el local con piso nuevo, mostrador
de lujo, servicios de aseo y energía renovados y no tardaron en tomárselo, a
condición de hacerle otras adaptaciones menores, para una tienda de alquiler de
películas, negocio que estaba en furor en esa época. La dotaron muy bien, quedó
preciosa y comenzó a llenarse de gente. Le pagaban el arrendamiento
cumplidamente y el se sentía pleno con sus ingresos, que le daban para pagar
holgadamente los gastos del hogar y darse algunos gustos con su esposa y los
niños.
El primer gran gusto fue un paseo al mar, que disfrutaron bastante. En una salida
a la playa, se prendó Adalberto de una muchacha pocos años menor, que estuvo
cercana a ellos toda la tarde, con quien entablaron conversación y, aunque estaban
en grupo, ambos se daban furtivas miradas. Resultó que ella vivía en la misma ciudad de origen y no fue difícil pedirle, pero sí muy disimuladamente, el número
de teléfono, para “cualquier charla un día por allá en la ciudad”. De regreso,
estaba el hombre muy entusiasmado pensando en la muchacha, pero en pocos
días la olvidó y siguió muy dedicado a sus deberes familiares y a la búsqueda que
había emprendido recientemente de alguna actividad para estar ocupado, generar
más ingresos y dejar de hacerle mandados a la señora y de ayudarle con la
escoba.
Comenzó a vender artículos de papelería por una ventana de la casa,
aprovechando el hecho de que por allí pasaban los colegiales a mañana y tarde y
tuvo suerte, pues no le faltaban la muchachada comprando cartulinas, carpetas,
hojas de papel carta, ganchos legajadores, lápices, bolígrafos, borradores,
pegantes, forros transparentes, y comenzaron a demandar servicio de fotocopia, lo
que lo llevó a comprarse una fotocopiadora a crédito. Nuevamente le sonrió la
suerte con la venta de copias, pero a sus inquilinos les dejó de sonreír el alquiler
de películas: los clientes se los llevaron, primero la multinacional Bloobooster y
después la TV por cable y los “piratas” que empezaron a vender copias a la mitad
del precio de un alquiler; decidieron, entonces, cerrar y le devolvieron el local.
Su mujer le recomendó trasladar para allá la papelería. “Ha crecido mucho y casi
no cabe en la casa y a toda hora se ve muy desordenada”. “Pero si me instalo allá
me vuelven a vacunar”. “No, esa gente no ha vuelto – ya te hubieran vacunado
aquí, viendo el movimiento que tiene el negocio; ese desfile permanente de
muchachos lo nota cualquiera”. “Bueno, déjame pensarlo”. Y no lo pensó mucho;
al lunes siguiente estaba instalando todo en el local y mandó a elaborar un vistoso
anuncio. La clientela lo empezó a buscar allí y el movimiento, lejos de bajar, se
incrementó.
El tamaño del negocio ya no le permitía defenderse solo y de nuevo su esposa
intervino, para recomendarle tomar la ayuda de un empleado; “el sobrino de don
Felipe te podría dar una buena mano y se le ayuda a ese muchacho que no está
haciendo nada”. Pero, consultando esa noche con la almohada, le vino a la mente
la imagen de Clarita, la muchacha que conoció en la playa; “sería la oportunidad de
tenerla cerca, se dijo, todavía debo de tener su teléfono”. Al salir para la papelería
por la mañana iba pensando que eso sería una locura; “solo por verla, ¿traerla a
trabajar en algo de lo que no debe tener ni idea? – bueno, pero el sobrino de Felipe
tampoco – ah, pero a Clarita no le va a interesar el tal trabajo, quien sabe en qué
estará ocupada – bueno, puede que sí, nada se pierde con proponérselo”. Total
que llegando al local fue marcando el número de Clarita y la chica se alegró al
saber quien la llamaba; más se animó él y se decidió a soltarle la propuesta. “¡Ay!
no estoy haciendo nada ahora y me caería de perlas... pero... en fin, ¿por qué no
nos encontramos esta tarde en El Dinosaurio y lo discutimos?”.
A las seis cerró el negocio Adalberto y tomó el bus para el centro. Clarita ya
estaba esperándolo en El Dinosaurio, muy arreglada y perfumada, y lo recibió con una cara radiante de felicidad. A Adalberto se le enfrió el estómago y la saludó
emocionado. Si bien hablaron más de recuerdos del viaje al mar, de sus
actividades desde entonces, de por qué no se volvieron a ver, de música,
cantantes y películas, de planes para salir a cine o a bailar, no dejaron de concertar
los términos de la relación de trabajo, con la promesa de Adalberto de entrenarla
muy cuidadosamente y quedaron en que ella se presentaría el siguiente jueves en
la papelería.
Al principio no le gustó a la esposa que no le hubieran aceptado colocar al
muchacho, pero resultó tan eficiente Clarita que pronto la aceptó y empezó a
confiar mucho en ella. La Clarita ya tenía algo de experiencia en venta de
misceláneos, pero también algo de experiencia en novios y fue envolviendo
sutilmente a Adalberto, quien en el momento menos pensado se vio dedicándole
más atención que a su mujer, pero tuvo la precaución de no programar salidas
amorosas con ella, solo cines, algún baile alguna vez y largos encuentros en un
cafecito cercano.
Los malosos de un “combo” de la zona que habían detectado las salidas de
Adalberto con su empleada, aprovecharon algún momento en que ella se ausentó
y le plantearon el chantaje de frente: tuvo que empezar a pasarles dinero para que
no le llevaran las noticias a Luz Elena, su mujer. Pasados unos meses empezó a
sentir el hombre una doble carga: los pagos a los malandrines y el tormento de
conciencia por el doble juego amoroso. Aunque hubiera llevado hasta ahora una
relación muy “inocente”, si así se puede decir, con la muchacha, ella ya estaba
pidiéndole dar pasos mas atrevidos, pero el quería seguir guardando “fidelidad” a
su esposa. Se decidió entonces a terminar con Clarita y despedirla de su puesto,
seguro de que así se libraría de ambas cargas.
La ruptura con Clarita fue dura para ambos; le pagó una liquidación jugosa por su
trabajo y no se volvieron a buscar; pero el combito ya estaba muy contento con sus
ingresos regulares y le advirtieron que aunque la muchacha ya no estuviera, ellos
tenían fotos y era fácil inventar cuentos para llevarle a Luz Elena. Así que
Adalberto decidió vender la casa, irse a vivir a otro barrio y empezar a ofrecer
nuevamente el local en alquiler. Ante las inquisiciones de su esposa por tan
extrañas decisiones, le decía que era tiempo de hacer un buen cambio; “dicen que
a los 40 se cambia de trabajo, de casa o de mujer... ¿No prefieres que cambie de
casa y de trabajo y nada mas?”
Le tomaron el local para una disquera. Hicieron un montaje lujoso y pusieron en
venta todos los formatos: al frente, destacados, los LP y las cintas de casette; al
lado los compactos de vinilo y atrás unos pocos ejemplares de dos tecnologías que
estaban recorriendo caminos opuestos; los CD, que apenas estaban entrando y
aún se vendían poco y los discos láser, que no habían logrado penetrar mucho en
el medio y parecían estar condenados a la desaparición, pero todavía algunos los
adquirían. También se encontraban allí los limpiadores de discos, los estuches y
aparadores para los mismos, las agujas, las cintas vírgenes y otros adminículos.
No mucho tiempo después, comenzaron a vender tornamesas, grabadoras y
equipos de sonido y se veía boyante el negocio.
Entre tanto, Adalberto volvió a vender en casa; esta vez se dedicó a ofrecer a bajo
precio los discos y casettes que la disquera estaba descartando por cambio de
temporada y se los cedían casi que en donación para su reventa. No significaba
seria competencia para ellos, no solo por razones de la moda, sino también porque
la casa estaba muy retirada del negocio. No está de más contar que nuestro
amigo volvió a su “vieja temporada” con su esposa, después de haber cancelado
del todo sus aventurillas con Clarita; el dinero del arrendamiento mas el de las
ventas le daban suficiente para sacarla a comer con frecuencia, llevarla de paseo
con los hijos, invitarla a bailar, comprarle ropa y alhajas...
Otra vez el destino le hizo una mala jugada: la tienda “Torres Discos” abrió varios
puntos de venta en sitios estratégicos y rápidamente hizo morir por inanición a toda
su competencia. El local volvió a manos de Adalberto y esta vez se quedó sin sus
dos fuentes de ingreso simultáneamente. Tuvo que empezar a gastar de sus
ahorros, que no tenía muchos. Luz Elena resolvió buscar trabajo para prevenir
momentos peores; discutieron entre ellos si de ayudante en la boutique de una
amiga o si de secretaria suplente a través de alguna agencia de empleos
temporales; averiguando un poco en una agencia conocida encontró que
empleaban secretarias por horas y le pareció la mejor opción porque le daba mas
libertad de movimiento. Empezó el martes siguiente en el despacho de un
abogado veterano, de 9 a 12 todos los días, principalmente asignando citas a
clientes y mecanografiando documentos.
Una semana después, un cliente del abogado le propuso que le trabajara algunas
tardes en unos encargos que el no podía atender. “¿De qué encargos se trata?”;
“ya lo verás, si aceptas venir a mi casa mañana por la tarde; por supuesto que te
pago el rato”. Se asustó Luz Elena, pero aceptó y al día siguiente se presentó en
la dirección que le fue dada, que correspondía a un lugar muy remoto de la ciudad.
Después de atenderla caballerosamente y ofrecerle un exquisito café, el hombre le
explicó que su tarea consistiría en ir cada día, muy discretamente, a distintos
lugares, que el le indicaría, a entregar unos encargos cuyo contenido ella tendría
que desconocer. No se atrevió a contárselo a Adalberto, lo pensó toda la noche,
rezó todo lo que sabía, pero al día siguiente se presentó a cumplir su primera
misión.
Salió temblando de susto de la casa del misterioso señor a llevar un pequeño
paquete a la dirección que el le dio. Estaba muy bien sellado, pero ella se
resguardó tras un corpulento árbol a olerlo, pensando que podría detectar si
contenía marihuana o drogas heroicas (olores que ella no conocía y curso de
acción que tampoco sabría tomar ante el supuesto descubrimiento). La tranquilizó
un poco el no sentir aroma alguno y siguió camino al paradero de buses; llegó en 50 minutos al sitio donde se tenía que apear en un barrio del otro extremo de la
ciudad y caminó unas tres cuadras hasta encontrar la dirección. Timbró a la
puerta, nuevamente temblorosa, pero la alivió que salió una adolescente bonita y
de aspecto decente a recibir el paquete y le firmó sin reparos la boleta de entrega.
Muy similares siguieron siendo todas entregas, en sitios siempre muy diferentes,
pero de paquetes también muy diferentes entre sí; unos de aristas muy rectas y
constitución dura, otros irregulares y blandos; unos grandes y otros
pequeños;pesados y livianos... “Esto no es droga, pensaba, mas bien será
mercancía de contrabando; el hombre la pide al exterior y la redistribuye”. Un día
sintió que la seguían y le dio gran susto, pero se volvió rápidamente, sin suerte
para pillar al perseguidor. Al día siguiente pasó lo mismo y se decidió a no
continuar con las entregas, pues creía estar en peligro. El viejo lamentó que le
renunciara tan inesperadamente, pero la despidió con un buen premio en dinero.
Nunca se enteró de que era su esposo, Adalberto, quien la había empezado a
seguir, pues sospechaba que se la estaba jugando con un hombre que le hacía
buenos regalos; esto porque ella había comenzado a aparecer con atuendos,
zapatos y adornos nuevos que se compraba con los jugosos pagos que recibía y a
llevar buen dinero a casa, algo inexplicable con el supuesto oficio de auxiliar del
abogado unos ratos de mañana y otros ratos de tarde, pues en ningún momento le
contó del oficio de entregadora de paquetes, por temor a que el no se lo permitiera.
(Tampoco se llegaría a enterar nunca Luz Elena de la naturaleza del tráfico del
hombre misterioso).
Los celos ya se le estaban trasluciendo a Adalberto, su trato hacia ella cambió,
respiraba desconfianza y la relación fue haciéndose difícil, pero un hecho vino a
paliar la tensión: El local por fin se alquiló; fue tomado por una de las panaderías
en boga. Montaron los inquilinos la panadería con sus mostradores de grandes
vidrieras para los panes, postres y refrescos y otros giratorios para las muy
decoradas tortas de cumpleaños y celebraciones; había profusión de mesas
metálicas atornilladas al piso y grandes refrigeradores llenos de bebidas gaseosas
y cervezas. Apostaban los vecinos a que la panadería no iba a durar mucho,
acosada por las vacunas, pero el negocio se sostenía y las malas lenguas
comenzaron a asegurar que pertenecía a una mafia y que entre malandrines no se
“pisaban las mangueras”. Se sostuvo unos dos años, vendiendo mucho y al fin se
le llegó la hora cuando en la cuadra siguiente montaron otra, más grande y
engalanada, que comenzó a vender con precios inferiores, si bien con productos
de dudosa calidad; se decía que pertenecía a una mafia competidora en el mismo
sector y, de hecho, los llevó a desmontar el negocio y entregar el local.
Adalberto y su mujer sufrieron de nuevo, pues ya los ahorros no eran nada
jugosos, por tener que estar sosteniendo los estudios de los hijos; Adalberto logró
emplearse como administrador de una cafetería y su esposa se fue, en secreto, a
buscar al hombre de las entregas misteriosas para ofrecerle de nuevo sus servicios, pero buena sorpresa se llevó al encontrar la casa abandonada, casi
derrumbándose, y enterarse por vecinos de que el viejo desapareció sin dejar
rastro. Esa misma semana, se logró arrendar el local para un salón de belleza, la
moda del momento (o quizá de todos los tiempos). El salón ofrecía desde los
motilados normales para hombres y mujeres, los cepillados y tinturas, hasta spa de
uñas (que no arreglo de uñas) y masajes relajantes. Luz Elena resultó haciendo
buena amistad con la manicurista y esta empezó a enseñarle el oficio, a condición
de no hacerle competencia; le permitía atender a algunos clientes para que
practicara y un buen día empezó un cliente ejecutivo a coquetearle; azuzada por
las muchachas, Luz le aceptó una invitación a salir, con el mayor misterio. Dio la
casualidad de que al día siguiente vino Adalberto a atender cualquier asunto
relativo al local y lo “movió de foco” una bella masajista recién empleada; se las
ingenió para pedirle el teléfono y no tardó en hacer una cita con ella.
Las empleadas del lugar disfrutaron morbosamente de las mutuas infidelidades de
los dos esposos, pero estos no las materializaron, veamos por que. Luz Elena
había quedado con su amigo en avisarle cuando podía salir, pues esperaba que
Adalberto le informara de algún compromiso para ella escaparse; ese momento se
llegó para el jueves siguiente, pues Adalberto le dijo el miércoles que tendría “una
reunión con los de la agencia de arrendamientos”. Así que Adalberto salió a las 5
de la tarde para su “reunión” (con la masajista) y Luz Elena se voló a las 6,
después de decirles a los hijos que iba a tomar un vino con su vieja amiga
Margarita.
El esposo, camino a su cita, repensaba el asunto y se decía que no debería volver
a las jugadas, como cuando estuvo saliendo con Clarita, pero el recuerdo de la
imagen de la nueva chica, muy parecida a aquella, lo hacía reanimar; la esposa iba
hecha un mar de nervios y haciendo amagos de devolverse, pero reconstruía en su
mente al “churro” que la había invitado y reanudaba el camino. Llevaba un buen
rato Adalberto en el cafecito esperando a la chica que no llegaba, cuando Luz
Elena se frenó en seco faltando pocas cuadras para llegar al sitio de su
compromiso, dio media vuelta y emprendió camino de retorno; pocos minutos
después, llegó un hombre al mismo café donde se encontraba Adalberto, pidió algo
de tomar y se sentó a esperar ansiosamente; los dos hombres en inquieta espera
cruzaban miradas ocasionalmente y cada uno pensaba “a este lo van a dejar
plantado, pero a mí, no”; a las 9 de la noche resolvieron simultáneamente, como si
se hubieran puesto de acuerdo, no esperar mas y volver a casa.
El salón de belleza ganaba fama y crecía; Adalberto seguía administrando la
cafetería, pues no quería repetir las dificultades económicas y además necesitaba
estar ocupado; Luz Elena estuvo yendo muy poco al salón, para evitar un
encuentro con aquel señor; el agua siguió corriendo bajo los puentes y el hijo
mayor terminó bachillerato. Vino entonces la decadencia del salón de belleza, no
se sabe por qué, será porque las damas se cansan de lo mismo, y entonces la clientela bajó a su mínima expresión; el local volvió, pues, a manos de Adalberto, y
de nuevo se inició la ansiosa espera de un buen cliente.
Pero la situación económica general no estaba nada buena y pasaron varios
meses en que tocó volver a apelar a los ahorros; por fortuna Adalberto había
conservado su ocupación y Luz Elena empezó a arreglar uñas en casa. Por fin
llegó una empresa interesada en tomar el local, pero en compra; se trataba de
“Gananciosa”, la empresa de apuestas convertida en pulpo voraz; le dijeron a
Adalberto “puede seguir disfrutando de su local desocupado o nos lo vende por lo
que le ofrecemos; no subimos un peso”. Aceptó, pues, nuestro hombre que el
monstruo ganara una más, después de haber hecho quebrar a muchos
manejadores de apuestas y acaparado el monopolio respaldada por el gobierno de
turno que le otorgó una concesión muy favorable y a largo plazo y de haberse
convertido prácticamente en un banco al asumir el recaudo de cuotas de pago de
créditos comerciales y el recaudo de impuestos, los giros monetarios y hasta la
concesión de préstamos a particulares.
Por esas vueltas del destino, Adalberto perdió en malos negocios el dinero de la
venta del local y poco después perdió el empleo en la cafetería, y a Luz Elena se le
acabó su clientela de uñas y ambos terminaron como empleados de Gananciosa,
con salario mínimo, trabajando en el local que había sido suyo.
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