LOS RETOS DE JAIME ALBERTO
Relato
Jaime Alberto es un muchacho de 25 años que no hace mucho terminó su carrera
universitaria y ya acumula unos dos años de experiencia en su trabajo. Allí en la
empresa maneja buenas relaciones con sus compañeros, a saber, Teresa la
misteriosa, que siempre lo saluda amablemente; Jairo el seudosicólogo, que lo estima
mucho, según lo dice; Nicolás el pragmático que no lo mira muy bien, pero mucho le
habla; Blanca la administradora de profesión, bonita y femenina, que le atrae
fuertemente; Mauricio el estadístico que lo mira como con ganas y Rafael el abogado,
muy místico, que vive dándole consejos.
Salen juntos con frecuencia a almorzar y ello ha ido consolidando un grupito muy
amistoso. En la mesa se hacen chanzas, se ríen del jefe, se carcajean recordando
chascos de otros funcionarios, comentan sobre fútbol, películas y música y también,
en ocasiones, hablan en serio. Rafael, por ejemplo, ha insistido varias veces en la
importancia de la meditación; “le hace aseo a la mente, refresca, predispone para
cosas grandes”, y Jairo, el seudosicólogo, remata insistiendo en el “conócete a ti
mismo”; “antes de meditar tengo que encontrarme a mí mismo, conocerme, solo así
recibiré correctamente los beneficios de la meditación”.
Jaime Alberto ha intentado varias veces el ejercicio del autoconocimiento; se ha
plantado frente al espejo del baño preguntándose “¿quién soy yo?” y se contesta
“Jaime Alberto Barreneche Jaramillo, con cédula número 20.205.405”; “ahora ¿qué
más me pregunto? – ah... ¡sí! dirección y teléfono – son tal y tal”; “mi edad, mi
profesión,... mis gustos: el fútbol europeo, las baladas, el jazz, el rock sinfónico, el
pescado y los mariscos, el ron y el brandy, las mujeres bonitas... ¿qué más? ¡No se,
no se!, mas bien le digo a un amigo que me cuente todo lo que conoce de mi; los
amigos lo conocen a uno mejor que uno mismo”. Y hasta ahí llegaba el intento.
En fin, a nadie tenía que darle razón de sus reflexiones, entonces seguía departiendo
con sus compañeros, al lado de la cafetera y a la hora del almuerzo. Un día,
comentando sobre aquel deportista que dejó el fútbol para dedicarse al ciclismo,
hablaron Mauricio y Jairo de la importancia de trazarse un proyecto de vida, para
andar seguros en busca del éxito. Quedó Jaime Alberto pensando, aparte de en las,
para él fastidiosas, miradas que le dirigía Mauricio, en su falta de un proyecto de vida
y ahí fue donde se le ocurrió que para encontrarlo debería hacer el ejercicio de
meditar.
Se tendía en la cama, relajado y con luces apagadas, en plan de meditar, pero no
sabía como empezar; trataba de dejar la mente en blanco, como le habían indicado,
pero pronto ese blanco se pintaba de Blanca, la que tanto le gustaba; se pintaba de Bayern München, Mónaco, selección Colombia; se pintaba del informe sin elaborar en
el trabajo; del dinero que le debía a un amigo; del carro que ansiaba comprar; del
paseo que debía planear para vacaciones... Perdido, pasaba a pensar en el proyecto
de vida; “¿que importa que me salte un paso?; un proyecto es algo concreto, la
meditación es muy abstracta”. Después de muchas vueltas en la cabeza, lo vencía el
sueño, se despertaba a las 2, se empiyamaba y ahora sí dormía “como un angelito”
hasta el momento de castigar al despertador por inoportuno.
Comentó en el almuerzo sobre su frustrado intento de formular su proyecto; Jairo hizo
una perorata que quizá ni él mismo se entendió; Nicolás lo llamó a ser práctico, a
adoptar como proyecto algo concreto que quisiera conseguir a lo largo del tiempo, ya
en bienes materiales, ya en progreso personal; Rafael le recomendó partir de su
propia consciencia del objeto de su existencia, el que encontraría por medio de la
meditación; Blanca le dijo que, sin dar tantas vueltas, tomara en cuenta sus propias
capacidades y atributos, combinados con sus mejores sueños; fue la oportunidad de
Mauricio para hablarle de “los tesoros que tú tienes; están a la vista y no eres
consciente”; Teresa doró la píldora hablándole de los múltiples potenciales del alma,
pero Blanca lo volvió a aterrizar en que debía partir de lo que el mismo se sentía
capaz de hacer para conseguir con ello las aspiraciones personales mas
significativas.
Se moría por Blanca, pero no era capaz de hablarle, más allá de los asuntos de
trabajo y de las charlas en grupo. Era ella una morena bien proporcionada y con una
linda carita de mirada juguetona y sonrisa conquistadora; hasta los adminículos de
ortodoncia le lucían de maravilla. Ese martes llegó ella con su negro, lacio y brillante
pelo cogido en dos trenzas que la hacían ver como una chiquilla traviesa, con una
mirada coqueta en sus saltones ojos negros, luciendo un suéter rojo vivo muy
ajustado, que hacía resaltar su par de lujosas delanteras, y un pantalón blanco
forrado y reluciente que no permitía desviar la mirada de esa redonda retaguardia.
Jaime se puso pálido al verla y tuvo que salir corriendo a tomar agua; recuperó los
arrestos y se dirigió a buscarla en su escritorio, mas cuando lo fulminó con su mirada
solo atinó a preguntarle como iba con el informe que le habían asignado para el
miércoles.
Llegó por la noche frustrado a casa y sacó de una gaveta las revistas de Playboy que
allí mantenía, para consolarse contemplando a aquellas a quienes no tenía que
dirigirles la palabra, mas en pocos minutos recordó aquello de “alejar las tentaciones”
y dejó las revistas junto a la puerta de salida con el firme propósito de llevarlas a la
mañana siguiente, de salida para el trabajo, al depósito de elementos reciclables del
edificio. Blanca merecía toda su atención, no se iba a desviar e iba a ser capaz de
hacerle la corte. Quizás ella iba a ser la esencia de su proyecto de vida.
Salió temprano con las revistas bajo el brazo, las dejó sobre el material reciclable y
debió devolverse al apartamento a recoger el teléfono celular, que había dejado
olvidado. Al volver al primer piso, lo esperaba Gladys, la empleada del aseo del
edificio, otro churro, menos pulido que Blanca, pero igual de joven y deseable; con
una sonrisa socarrona, le preguntó si podía disponer de “esas” revistas; “claro, las he
descartado”; “¿es que prefiere pasar de las virtuales a las reales?”; se sonrojó Jaime y
dijo, como por salir del paso, “exactamente”; “yo puedo hacerle un contacto, conozco
a alguien muy especial”; “ya veremos, voy de afán”.
Todo el día estuvo distraído en el trabajo; pensaba en la tentadora oferta, pero se le
atravesaba Blanca, bien fuera pasando por el corredor o pasando por su mente; se
decía que debía alejar las tentaciones, trabajaba algún rato y volvía a pensar en lo de
Gladys. En el almuerzo, casualmente, Blanca no pudo estar porque salió para alguna
diligencia personal y el tema que planteó Teresa fue el del autodominio, “llave de la
vida espiritual, requisito para el contacto con los seres del más allá y buen compañero
para lograr lo que se debe conseguir con esfuerzo”. Todos se preguntaban entre
carcajadas si fue autodominio lo que les faltó a los jugadores de la selección
Colombia, que no pudieron ganar el partido de la víspera.
Al final del día se dirigió a su apartamento decidido a buscar a Gladys a la mañana
siguiente y aceptarle lo ofrecido. Pero al entrar a su recinto, de repente, se dijo
“domínate, no hagas locuras”. Se preparó una comida ligera y se acostó, pero dio
vueltas en la cama toda la noche, pensando a ratos que debía aceptar la oportunidad
que Gladys le ofrecía y, a ratos, que debía ser prudente y practicar el autodominio.
Saliendo del ascensor por la mañana, se encontró a Gladys de frente; “¡que
casualidad!, dijo esta, acabo de entrar y me lo encuentro” (había llegado temprano
para esperar a Jaime Alberto y aún no se había cambiado, para aparentar estar
apenas entrando); estaba vestida de minifalda y buso apretado, sobre unos pechos
sin sostén, muy maquillada y de uñas pintadas de rojo intenso. Al muchacho se le
vino al suelo el “autodominio” y le disparó: “dame los datos del contacto”; “el contacto
lo hacemos tu y yo, si te gusto”; “ehhh,... pues... pues sí, mamita, pero... ¿como
hacemos?”.
Ella le pintó todo el plan en un instante, pues ya lo tenía bastante bien tramado: el iba
a llegar temprano del trabajo como todos los jueves y se iban a su apartamento; para
que nadie los viera juntos, el subía primero y después ella, que iba a tener aisladas
las cámaras del primer y sexto piso, para que no quedara registro de su entrada y
salida del apartamento. A el le pareció genial, le dijo que se encontrarían, pues, a las
5 de la tarde y se despidió picándole un ojo.
A las 10 debieron pasar a un pequeño auditorio para la charla de un asesor de la
empresa sobre misión, visión y valores. Después de las consabidas pautas para la definición de la misión y la visión, se centró el hombre en una interesante discusión
con Teresa y Jairo sobre los valores, a los que daban la mayor importancia porque
serían los determinantes para no ostentar una misión vacía ni una visión anodina; el
no comprometerse con unos valores claros y positivos impediría formular una misión
válida o, incluso si se formulaba, no se cumpliría con un significado humano y social; y
el no ser fieles a los valores a lo largo del tiempo impediría el llegar a materializar
correctamente la visión.
Nueva preocupación para Jaime Alberto, quien resultó identificando su misión en la
vida con su proyecto de vida y concluyó que para llegar a conquistar a Blanca tendría
que adoptar unos limpios “valores morales”. Salió a almorzar resuelto a no concretar
con Gladys lo pactado para esa noche y estuvo toda la tarde autoconvenciéndose de
que iba a hacer gala de pleno autodominio e iba a despachar a aquella mujer sin mas
explicaciones y le iba a dedicar la noche a la meditación.
Al abandonar la oficina por la tarde, pensó un momento en irse a un cine y llegar tarde
al apartamento, de modo que la chica se hubiera ido, cansada de esperarlo, mas su
talante honesto le hizo pensar que era mejor hablarle de frente y explicarle que no
estaba dispuesto a correr esas aventuras; “encontraré las palabras adecuadas y la
convenceré”. Apenas entrando al edificio, la encontró en el seductor atuendo de la
mañana, con una cara de encanto y una pose incitante, y todas sus precauciones se
le vinieron al suelo mientras la libido era la que se le alzaba. Solo supo decir “espera
un ratico para subir; no conviene que nos vean juntos; te dejaré la puerta
entreabierta”.
Entró Jaime Alberto a su guarida, cerró tras de sí la puerta, físicamente con el trasero,
y se quedó recostado a ella pensativo; “¿que hago?; ¡esta mujer está muy buena!
¡No, no! No le puedo abrir” y le echó doble llave a la cerradura. Se fue a su
habitación a descargar sus objetos personales. No mas ponerlos en su sitio, sonó el
timbre. “¿Que hago? ¡Cómo la dejo afuera, eso no es de caballeros!”. Se dirigió a
abrirle, ella lo miró entre asombrada y disgustada, el le dio la mano y la entró
prácticamente arrastrada, pero al cerrar la puerta un impulso lo llevó a pegarse a ella
y rodearla con sus brazos; comenzaron a besarse y, a partir de allí, el autodominio de
Jaime Alberto se disolvió como azúcar en el agua.
El viernes, el jefe propuso un paseo dominical a un embalse cercano, para disfrutar
de un bote inflable que se había comprado y ofreció su propio vehículo para llevar a
algunos. Salieron pues el domingo muy temprano ocho personas, incluida la esposa
del jefe, distribuidas en los carros del jefe y de Jairo, e iban llenos de fiambres y
elementos de juego. El día estuvo muy bonito, pleno de sol y se situaron en una
ribera empradizada, colocaron las cosas sobre la hierba y armaron una pequeña
carpa que serviría para protegerse del sol o de una eventual lluvia; unos caminaron
hacia un punto de la orilla desde donde se podía pescar; el jefe salió con su esposa
en el bote a remar un poco por las serenas aguas pues, como propietario y anfitrión,
le correspondió el honor de ser el primero; se quedaron los demás, que eran Jaime
Alberto, Blanca y Rafael, jugando sobre la hierba, primero con unos boliches
plásticos, después con una pelota. Cerca del medio día regresaron los del bote
hablando bellezas del paisaje aguas adentro y de los interesantes animales que se
observaban; se animaron Teresa y Jairo a salir a su ronda por las aguas y los demás
se quedaron empezando a preparar el almuerzo, incluyendo unos pequeños
pescados que los improvisados pescadores se habían cobrado de la represa.
Después del almuerzo, todos hicieron una medio charla, medio siesta, sobre la
mullida hierba y luego empujaron a Blanca y Jaime a salir juntos en el bote; no se
hicieron rogar y salieron haciendo chanzas y recibiendo “recomendaciones”: “no
muchos besos”, “no se queden en la isleta”; “no vayan a naufragar por estar
entretenidos en lo que no se debe”... Por la forma del embalse, pronto quedaron
fuera de la vista del grupo, entre bosques de pinos, y Blanca se mostraba algo
nerviosa, pues indudablemente el Jaime le gustaba mucho, pero no se atrevía a
demostrarlo; se lanzaban manotadas de agua; amagaban, en broma, a lanzar el uno
al otro fuera de borda, se reían a carcajadas y así en ese gozo, como de niños
pequeños, sin nada de romance explícito, avanzaron muy lejos dentro de la laguna y
súbitamente empezaron a encontrar piedras y turbulencias y tuvieron que esforzarse
para enderezar el rumbo y volverse hacia el punto de partida.
Todavía se extraviaron por uno de los brazos de la laguna y estuvieron muy solos en
medio del apabullante silencio... Se miraban por largo rato y ninguno de los dos
tomaba iniciativa alguna, Blanca por timidez, o tal vez pensando que la iniciativa la
debe llevar el hombre, y Jaime porque la carga del “pecado” reciente le hacía pensarse indigno de esta mujer; también el susto de que empezaba a oscurecer y debían
encontrar pronto el camino de regreso los inhibía completamente. Por fin llegaron y
sus compañeros, que tenían todo preparado para salir y ya estaban preocupados por
la larga ausencia, los miraron maliciosamente y les hacían preguntitas capciosas.
Durante las semanas siguientes, Blanca y Jaime se saludaban muy cálidamente en la
oficina y buscaban oportunidades para conversar, aunque fueran meros asuntos de
trabajo. Jaime Alberto volvió a sus intentos de meditación, ya no para encontrar el
objeto de su existencia sino para hallar la manera de dar el paso con Blanca sin
cargar con el consabido remordimiento.
Un viernes tenían celebración en grupo de la septembrina fiesta de “Amor y Amistad”
a las 5 de la tarde en la oficina. Estuvo muy animado el intercambio de obsequios,
deliciosas las bebidas y muy rica la tertulia; ese día parecían estar todos muy
relajados, amigables y dispuestos. Cuando ya oscureció, propuso el jefe irse juntos a una atractiva tasca recién inaugurada para continuar las animadas conversaciones y
comer. Ni cortos ni perezosos salieron todos para el sitio y ocuparon una mesa larga
muy bien dotada. Al calor de los brindis y el gusto de las viandas, se animaron mas
las conversaciones en los grupitos que se fueron conformando de acuerdo con la
cercanía en la mesa (cercanía no muy casual, pues mas de uno buscó quedar situado
junto a alguien).
El jefe se trenzó, sorprendentemente, en conversaciones de temas místicos con
Teresa; de la cábala pasaron al horóscopo y de allí a las cartas astrales; Rafael
empezó a discutir sobre reforma a la justicia con otro abogado de la empresa; hay
quienes no se desprenden de los temas serios ni en los momentos de descanso;
Jaime Alberto, Blanca y Nicolás continuaron una discusión sobre misiones y visiones
que traían desde la tertulia en la oficina; Mauricio se las ingenió para buscarles charla
a dos programadores jóvenes que se habían vinculado esa semana y se le veía muy
animado con ellos.
Jaime, con los tragos, quería buscarle el lado a Blanca, pero no sabía como
deshacerse de Nicolás, hasta que al rato un angelito lo salvó, Jairo, quien vino a
proponerle una apuesta sobre fútbol; se fueron ambos a discutir lo suyo y la parejita
quedó a sus anchas y, como los que los rodeaban estaban muy posesionados de sus
respectivos temas, estos pudieron materializar el encuentro “a solas” que hacía
tiempo quería cada uno volver a tener con el otro; pero se miraban y no sabían de
que hablarse; tímidamente, cada uno le hablaba al otro del clima, de las bufonadas de
un presidente extranjero, del ganador de los 60.000 millones con las balotas...
Similarmente Mauricio encontró que uno de los novatos programadores vibraba con él
pero el otro era muy “serio”, y no pudo deshacerse del último ni con los mas
ingeniosos subterfugios; así que siguieron charlando de temas generales, pero sin
economizar dicientes miradas. Precisamente esto fue lo que les dio el motivo a Jaime
y Blanca: esta le comentó “¿has visto como se miran aquellos?”; el contestó “así
quisiera yo que me miraran”; “¿quién?”; “alguien que tengo cerca”. Con eso bastó
para que ella le lanzara una tierna y conquistadora mirada y le tomara la mano; el
enrojeció, pero le sostuvo la mano y se le soltó la lengua; volaron las confesiones
sobre el reprimido amor de parte y parte y quedaron abstraídos del paso del tiempo.
Ya a media noche empezaron las despedidas y alguien que tenía vehículo ofreció
llevar a casa a otro que era vecino suyo; entonces otros se pusieron de acuerdo para
pagar juntos un taxi que los fuera dejando por el recorrido; Mauricio logró que el
programador joven aceptara irse con el, y Jaime Alberto tuvo la valentía de invitar a
Blanca a pasar juntos por otro lugar antes de volver a casa.
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