sábado, 7 de abril de 2018

COMO EN UN PUEBLO
Relato
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Es un barrio que hace 40-60 años albergaba familias de clase alta, casi todas encabezadas por jóvenes profesionales, en casas amplias de exquisitos detalles arquitectónicos y sólidamente construidas. Desde sus inicios, tuvieron la suficiente visión para trazar calles amplias con anchas zonas verdes y no pocas avenidas con bien arborizados separadores centrales. Hoy, a pesar de que han sido demolidas muchas de esas casas para levantar edificios multifamiliares de 15 y 20 pisos, el barrio sigue teniendo su encanto; poco se ha perdido el verdor y hagamos caso omiso del nulo mantenimiento de andenes por parte de la administración municipal.

Cierto día en un minimercado del barrio, con mesas para servicio de café y refrescos, estaban reunidos cinco alegres amigos que con frecuencia coinciden allí; la una, porque llegó a comprar algo; el otro, porque vino a tomarse un tinto; el otro por no sé que causa... en fin, todos ellos, porque les encanta sentarse con frecuencia a conversar. Se trata de Honorio, profesor de bachillerato jubilado; Livaniel, comisionista, que se lucra de jugosos negocios; Josefina, una divorciada que fue secretaria y vive sola; Raquel, quien ya crio sus hijos y se aburre de esperar todo el día al marido, renombrado médico especialista, y Danilo, hijo de ricos, quien ha hecho de todo y nada en definitiva.

Esta curiosa mezcla de personas de diversas condiciones sociales y niveles de ingresos se da porque, debido a la emigración de muchas familias, desde hace unos 30 años, hacia nuevos espacios urbanos de naciente prestigio, se dio un fenómeno de cohabitación de clases sociales que, antes que deteriorarlo, oxigenó el barrio. Departen, pues, muy amigablemente estos compinches, tocando todos los temas: la política, la moda, las telenovelas, el fútbol, la farándula, la “degeneración de las costumbres”, las noticias sensacionales y, lo que no puede faltar, los chismecitos del barrio.

2
Contaba, pues, que estaban estos amigos en su cháchara, cuando apareció corriendo un paisano de mediana edad, que parecía venir perseguido por alguien, y se refugió en el lugar. “¿Qué te pasa Jenaro?” le preguntaron. “Un hombre me persiguió con su perro furioso porque le dije que recogiera los excrementos”. “¡Ay, Jenaro! ¿No vas a aprender que no te debes vivir metiendo con todo el mundo?”; “ahora sí voy a aprender; ¿me invitan a una gaseosita, que este carrerón me dio mucha sed?”

Jenaro es lo que las señoras llaman un “bajito de punto” y no está muchacho, pero lo parece; vive en una humilde casita marginal del barrio, de donde sale temprano por las mañanas porque le gusta mucho la calle; se entretiene mirando todo lo que pasa, les hace mandados a las señoras y con eso se gana algunos pesitos para llevarle “revuelto” a su mamá; se arrima a las tertulias de tienda y, además de llevar y traer chismes, opina de todo lo que estén hablando; es el “que más sabe” del equipo de fútbol profesional local, del que es hincha furibundo, y también mete la cucharada en política, aunque claramente se ve que no sabe nada de ese tema.

En tanto, pasó por allí Luciana, una jovencita muy gustadora y coqueta, y a los presentes se les fueron los ojos detrás de ella, sin excluir a las señoras, porque las mujeres no dejan de mirar a las otras mujeres, para compararse, para encontrar señales de cirugías plásticas, de liposucciones, de tinturas, de maquillajes; para juzgar, por la ropa, si el “gancho” donde está colgada es una “pobretona”, una buscona o una esclava de la moda. En fin, que Luciana les lanzó un saludo adornado por una amplia sonrisa, los hombres quedaron hechizados y las mujers no tanto se comenzó a comentar sobre su vida sin pedirle permiso a nadie.

Jenaro fue el primero en decir “me contaron, pero no me consta” que la han visto saliendo con el arquitecto que vive en un piso alto del edificio blanco. “Sí, él la ha traído en el carro por la noche; yo los he visto”, dijo Raquel, sin saber que él la transporta con
frecuencia porque trabajan en la misma empresa y ella vive allí cerca. “Los vieron entrar a cine juntos”, inventó Danilo, y... el cuento siguió creciendo.

Luciana, inocente de todos los comentarios que suscitó y los deseos que despertó, continuó su camino hacia la avenida cercana, donde iba a tomar un bus para irse a su universidad; saludó de lejos a Jefferson que pasaba en su bicicleta, quien le contestó el saludo entusiasmado, casi que enamorado.

3
Jefferson, el mandadero del mercadito, llegó en sus dos ruedas y les contó de lo que acababa de ver en la glorieta cercana: “Un altercado entre un policía y un hombre que estaba echado sobre unos cartones. Yo me acerqué a mirar y el tipo se estaba incorporando sin dejar de alegarle al policía; este le decía que no estaba permitido instalar elementos personales en la vía pública”; “vea, agente, no son elementos ni son personales; los elementos son el hidrógeno, helio, litio, berilio, boro, carbono... me los sé en el orden de la tabla, ¿se los recito todos? yo también estudié bachillerato como usted; dígame si el cartón está en la tabla periódica; ¿no es cierto que no está? bueno, entonces estos mugrosos cartones no son elementos; y... ¿personales? mire las impresiones: galletas Papá Noel, chocolatinas El Jet, leche La Quería... nada personal, todo es ajeno”. “Yo vi que la cosa iba para largo y recosté mi bicicleta a un poste”.

“El agente la emprendió, entonces, por lo de realizar actividades privadas en espacios públicos...” “Reconozco que privado sí estaba; no veía ni oía ni entendía con ese sueño tan verraco y usted me lo vino a interrumpir; si me lleva por eso, yo le digo al inspector que lo encierre a usted por violentar mi intimidad. Pero lo de espacio público, propiamente público, yo no sé... este pradito de la glorieta se mantiene completamente solo, aquí no hay ningún público; yo siempre duermo aquí solitario y nadie me acompaña; vea, le digo, nunca me despiertan aplausos del público...”

“Parece muy cómico así, dijo Honorio, pero les voy a contar esto: estaba en mi caminata matinal del domingo por el barrio. Hora temprana de mucha soledad, todo apacible. Vi aparecer al final de la cuadra a una señora paseando su perrito, la que empezó a lanzarle reclamos a alguien; pensé ‘esta vieja loca está hablando sola’, pero agucé la vista y noté a un vagabundo que se levantaba de defecar en la zona verde, apenas sí tras un arbusto que mal lo cubría, con el pantalón todavía abajo, con todo el culo a la vista. A los retos de ella, respondía el sinvergüenza “a una buena gana no hay nada más qué hacer, y por aquí no había nadie” y llevaba su mano atrás para malhacer la higiene con un papel sucio. Le grité que respetara, que hiciera su necesidad en algún lejano sitio escondido y el hombre frescamente me respondió ‘¿sabe qué? venga y recójala usted”. Carcajada general a costa del pobre Honorio.

Se encendió una discusión: que son unos sinvergüenzas con pereza de estudiar o trabajar y se dedican a la vida callejera; que no, que la descomposición moral de la sociedad les castró toda ilusión y viven así en manifestación de rechazo; que ellos solos fueron los que perdieron toda moral y los deberían castigar ejemplarmente; que la sociedad comete una injusticia con estos desamparados y debería tenderles la mano...

Los interrumpió Yesenia, que llegó con sus catálogos de productos populares y se le abalanzaron todos a revisar ávidamente las ofertas; hojeaban y hojeaban; la muchacha les resolvía todas las dudas; finalmente, Raquel le encargó un abrigo imitación visón; Josefina solicitó unas sombras para ojos, sugestivamente denominadas “50 sombras de Grey”; Honorio, una linterna con ventilador incorporado y con un juego de marcadores incrustado en un receptáculo; Livaniel, “una cosita, mamacita, que usted no tiene anunciada en el catálogo”; “¡eh! don Livaniel, deje, que usted sabe que yo soy una mujer muy decente”.

“¡Ay! ya viene ese marica tan cansón” dijo Danilo, refiriéndose a un muchacho que se aproximaba. “Ni marica ni cansón, saltó Raquel a refutarle; Mariano es un muchacho educado, que cuida mucho su presentación personal y que les puede dar clases de seriedad a ustedes”. No alcanzó a contestar Danilo antes de que entrara Mariano y los saludara, muy amable y muy sonriente, a todos. El dueño del local, mientras lo atendía, le picó un ojo a Danilo, como dándole la razón y este último no pudo reprimir una carcajada.

Mariano volteó a mirar intrigado y luego se sentó solo a consumir su pedido. En ese momento volvió a aparecer Luciana, quien también hizo un pedido y se sentó a la mesa de Mariano. El la saludó con toda naturalidad, ¿sería que ya se conocían?, y estuvieron discutiendo sobre canciones de moda. Danilo y Livaniel lo miraban seguido y Josefina les dijo que parecían enamorados del muchacho, lo que suscitó sus enérgicas protestas. Más extrañados quedaron cuando aquellos dos se despidieron de beso.

4
Un día después, los contertulios nuevamente en su sitio de encuentro, llegó el Jefferson con la noticia de un accidente de Jenaro. “¡¿Cómo?! ¿Qué le pasó al pobre hombre?” Y empezó Jefferson con su retahila, que siempre las tenía largas: “Cómo les parece que este Jenaro se mantiene por ahí revisando las obras públicas, ¿ustedes no sabían? –la audiencia, en medio de su suspenso, no respondió– Bueno, el hombrecito se pasea por las obras del Metromax, por la señalización de las ciclorutas, por el cambio de tuberías madre del acueducto, por los edificios en construcción...”

“¡Bueno, bueno, sí! ¿Pero qué le pasó?” “Paciencia, que no es tan fácil si no se conocen los antecedentes. Ocurre que Jenaro se para a observar y, de improviso increpa a los trabajadores ‘¿Por qué van tan despacio con esto? Empezaron el 3 de abril y no llevan ni 20 metros’ Otras veces busca a un jefe de cuadrilla o a un ingeniero residente y demanda ‘¿Por qué están cavando tan poco profundas estas fundaciones? ¡Así las columnas no van a soportar todo el peso de la estructura!’ Nadie sabe donde aprendió esos términos un señor que ni terminó la primaria, por causa de sus limitaciones mentales...”

“¡Por Dios! ¡Contanos de una vez por todas!” “Sí, bueno, ya les voy a contar qué le pasó al alcalde” “¿Alcalde? ¿No se trataba de Jenaro?” “Es que lo llaman ‘El Alcalde’, ¿ustedes no sabían? porque se mantiene supervisando las obras públicas, pidiendo explicaciones y dando órdenes – ¡hay que ver cómo se posesiona de su papel! Un día coincidió en un sitio donde esperaban al verdadero alcalde para inaugurar una obra (todavía no terminada, como es costumbre) y quisieron gozar a costa suya, así que lo subieron al estrado, llamaron gente, lo pusieron a hablar y lo interrumpían con aplausos cada minuto. En su perorata, halaba todas las orejas, por derroche de recursos, por pérdida de tiempo, por sobornos... y cuando estaba recriminando que se inaugurara una obra no concluida, como esta, llegó el señor alcalde y se tuvo que esconder hasta que bajaran “a ese loco”.

“¿No vas a acabar nunca, Jefferson?  ¿Cómo fue el accidente?” “Que se cayó a una zanja” “Pero, ¿cómo fue? danos detalles” “¿Y no están cansados de los detalles, pues?” “Nos interesa saber qué le pasó al pobre Jenaro y qué consecuencias tiene” “¿Y van a ir a visitarlo en la clínica?” “Puede que sí, pero contamos, ¡contanos!” “Bien, Jenaro llegó a una excavación a las 7 y media de la mañana, porque él madruga mucho, él todos los días tira las cobijas muy temprano, se baña, acosa por el desayuno y sale para la calle; se pasó las cintas de retención y se paró al borde a observar hacia abajo; el terreno cedió un poco y Jenarito rodó hacia el fondo y quedó medio sumergido en el agua retenida; lo sacaron con muchas raspaduras y magulladuras y parece que con fracturas; lo entraron en camilla a una ambulancia”.

5
Pasando el tiempo, nuestros amigos seguían encontrándose asiduamente en lo que ya parecía su oficina y compartiendo información “muy valiosa”, siempre sobre alguno ausente en la reunión: Un día Josefina contó que vio a Raquel coqueteando con un viejo cerca de la iglesia. Otro día, Raquel vio a Danilo en tratos con “esos hombres que parecen traquetos, que se mantienen junto a la compra-venta de carros”. En otra ocasión, Danilo vio a Honorio buscando sardinitas a la salida del colegio. Honorio, en cambio, vio a Yesenia besuqueándose “y algo más” con un muchacho, al anochecer en la zonita más oscura del Primer Parque. Yesenia también tuvo reporte para entregar sobre Mariano; aseguró que lo vio paseándose, cogido de las manos con un muchacho, por el Segundo Parque.

Livaniel seguía llegando por sus cervecitas; Honorio, por sus tintos; Raquel, a buscar verduras, pero aceptaba, unas veces cerveza, otras, tinto; Danilo asomaba a ver a qué lo invitaban o qué negocito se atravesaba; Jefferson no faltaba con sus relatos cuando estaba libre del ir y venir de las entregas; Mariano y Luciana pasaban por allí con frecuencia, no juntos, pero cuando coincidían conversaban su buen rato; Josefina llegaba a esperar a Yesenia y sus ofertas.

Un día, llegó un pelado como de 15 o 16 años a comprar cigarrillos y el tendero se los vendió con toda frescura; Raquel le reclamó por fomentar el vicio entre jóvenes y él contestó sin alterarse “es que estoy en lo mío y aquí hago lo que yo quiera”. Le dijo Josefina que la leyestaba por encima de él y no le permitía expender ese producto a menores de edad; “me cago en la ley” dijo, ya muy alterado. Todos se indignaron, pero no se la tragaron: le echaron tremenda cantaleta al hombre; este les pido disculpas y prometió cumplir con el mandato.

Bueno, se llegó diciembre, con su alegría; los contertulios se encontraban cotorreando una tarde alrededor de una buena botella de licor y se apareció Jenaro, a quien casi ya habían olvidado. Gran saludo, brindis, muchas preguntas sobre su recuperación y promesas del personaje de “no volver a meterme en lo que no me importa”. Cuando ya iba cayendo el sol, comenzaron a emigrar hacia sus casas, o esa era la disculpa. De repente salieron Mariano y Luciana muy cogidos de la mano, muy cariñosos; Danilo y Livaniel dijeron en coro “pero este Mariano en qué equipo juega, pues”. Respondió Josefina “las apariencias engañan, lo que menos se cree, aparece de improviso” y se acercó a Yesenia y salieron ambas muy abrazadas y lanzando besos a todos (y todas).


Carlos Jaime Noreña
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