sábado, 6 de octubre de 2018

ENTRE GIRASOLES
Relato


El barrio La Mónica, de clase media, limita con la comuna occidental, donde con frecuencia se dan intensos combates entre las bandas que disputan su control territorial.  Cierto sábado, les toca en el barrio pasar el día encerrados en sus casas por temor a las balas perdidas  de los irregulares que ocasionalmente bajan hasta allí persiguiéndose a los disparos.  Hastiado, Fernando llama a Natalia a proponerle escaparse el domingo temprano en la moto, el día entero, lejos de la ciudad, para tener un respiro de esa guerra.

Fernando y Natalia, jóvenes universitarios, alegres y llenos de ilusiones, están enamorados hace varios meses, pero el padre de ella lo rechaza insistentemente y les interpone todos los obstáculos posibles.  Ella lo ha confrontado para saber la razón de su oposición; él, un negociante tradicionalista, muy estricto con sus siete hijos, siempre le ha respondido, como único argumento, que no le gusta ese muchacho, y ya; que ella merece uno mejor.

Ella le acepta de inmediato a Fernando y no avisa en casa. Se van por la carretera hacia oriente, parando aquí y allí y disfrutando del fresco paisaje de la tierra fría.  En cierto momento, se les antoja entrarse por las vías de penetración, rodeadas de amplios cultivos de girasoles y se extasían contemplando aquel mar amarillo; resuelven dejar la moto y caminar por entre las flores; mientras van cogidos de la mano, el le cuenta de la guerra de precios, originada en que dos años atrás los girasoles fueron muy bien cotizados en EEUU, todos los floricultores se dieron a sembrar esta planta y ahora hay sobreproducción.

Enterado de la fuga cuando salía para misa con la mujer, el “suegro” manda a Migdonio, su ayudante de confianza, a buscarlos, también en moto.  “Tienen que estar por el oriente.  Allá es donde le gusta ir a Fernando”.  Sale pues el emisario a toda velocidad y va guiándose por el camino con las acertadas preguntas que sabe hacer el muy malicioso a los que atienden los ventorrillos de esos lugares.  Parece todo un buen detective y va bien encaminado.

Está Fernando explicándole a su cariñito muy seriamente, con todo detalle, lo del problema comercial de los floricultores, cuando ella se pone a hacerle caricias en el pecho.  El tiene que ceder, ella baja hacia la cintura y sigue mas abajo.

–¿A donde vas?

–Estoy bajando como los precios de las flores, pero si tengo éxito se va a producir un alza.

El muchacho, nervioso, le pide dejar ese ‘jueguito’ para más tarde y la compensa con un beso; se la lleva, de la mano, hacia adelante, le sigue explicando su tema y le propone llegar hasta una casita que se ve a lo lejos sobre una pequeña colina.

Migdonio tiene la corazonada de que los muchachos se escondieron por entre los cultivos, así que toma también una vía de penetración, la sigue por varios kilómetros, mas se le acaba súbitamente, tras una curva, frente a un depósito, y tiene que dar marcha atrás, contrariado; ha perdido tiempo precioso, se le van a escapar.  Sale acelerando a toda máquina, mientras repite unas cuantas “bendiciones”.

Siguen su caminata nuestros enamorados, pero la chica, ansiosa, insiste de nuevo en sus caricias, en el mismo punto donde iba cuando fue interrumpida.  Por fin penetra hasta el lugar deseado y sigue acariciando; el pierde el control y reproduce sobre ella las caricias recibidas, en forma suave pero apasionada.  Cuando se acerca el éxtasis, se recuestan sobre el blando y acogedor piso, se aligeran de lo que les estorba y dejan que vayan pasando los minutos y las convulsiones.

Siguen tendidos un largo rato entre besos amorosos; va cayendo la tarde; el cielo, de un azul que va pasando a oscuro, está salpicado de nubecillas doradas, ocres y encarnadas; Natalia dice que los girasoles están fascinados con su amor porque se han inclinado a contemplarlos; el, sonriente, le responde, acariciándole suavemente los cabellos:

–Eso indica que es tarde; ya tenemos que emprender el regreso.

Se incorpora la chica con pereza (quisiera quedarse allí toda la noche), componiéndose el peinado y el ropaje y le suelta estas palabras: “Ya sé por qué mi papá te hace la guerra”.  Sin responder, se levanta el muchacho con prontitud, componiéndose con descuido y revisando por dónde deben caminar hacia la moto.

Volviendo hacia allá, escuchan el rugir de motores de una potente motocicleta.  “Parece la de Migdonio, apurémonos”.  No alcanza Fernando a arrancar la suya, cuando llega aquel a su encuentro.

–¡Hola!  Qué difícil encontrarlos a ustedes. ¿Qué hacían por aquí?

–No es de tu incumbencia, responde Natalia agriamente y se arregla mechones de pelo que todavía le caían a la cara.

–¿Tenemos que pedirte permiso para salir a dar una vuelta?  Dice Fernando y en ese momento cae en cuenta de que tiene ‘cojos’ los botones de la camisa y los reacomoda  turbado.

–¡Ahhh!  ¿No se han acabado de arreglar?  Creo que llegué en mal momento, pero deben de haberla pasado muy bien.  Después del gusto que venga el susto.  Tu papá te espera, Natalia.

La chica palideció, el muchacho tragó saliva, al emisario se le dibujó una sonrisa socarrona.

–¿Crees que te tenemos miedo, que yo le tengo miedo a don Rodolfo?  Se lo tendrá ella que es la hija, pero que no me la vaya a tocar.

–¿Muy valientico?  Don Rodolfo te da sopa y seco.

–¡Ay, mi amorcito!  Dijo ella, es un asunto entre mi papi y yo.  No intervengas.

–¿Qué tal si no te llevo a tu casa, sino a donde tu tía Verónica?

–¿Llevar?  Yo soy el que se la tengo que llevar a su papá, así me lo encargó.

–Ella no se va a bajar de mi moto.

Otra sonrisa socarrona y una sentencia final:

–Naty, voy a decir a tu papá que no los encontré.  Valió la pena la fuga.  Te envidio, Fernando.  ¡Chao!  ¡Disfruten del resto del día!

Carlos Jaime Noreña
ocurr-cj.blogspot.com
cjnorena@gmail.com


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