viernes, 19 de julio de 2019

MICAEL SE SALE CON LA SUYA
Relato


Micael ve aproximarse una linda chica, de maravillosas piernas; brotan estas de una diminuta minifalda, bien ajustada arriba; es de color negro brillante y a su borde inferior le falta solo un milímetro para dejar ver el vértice inferior de un triángulo.  Estas preciosidades, montadas sobre unos zapatos rojos, andan rítmicamente y Micael se embelesa, más que con su armonía, con la contemplación de esas firmes extremidades que ostentan unas redonditas y maravillosas rodillas.

Apenas sí cuando la chica pasa frente a él, se acuerda de subir los ojos a su rostro; de paso admira unos seductores pechos forrados por una camiseta blanca y luego encuentra una carita que nada desdice de toda la belleza inferior, con unos brillantes ojos verdes que lo miran fugazmente y unos rojos y carnosos labios que no se dignan regalarle una sonrisa.

No decepcionado con el desplante, antes bien, con más gusto, gira su cabeza para ser testigo del alejamiento de la muchacha de lacios cabellos castaños, apenas largos hasta donde termina la nuca; pero queda más gratamente sorprendido con el redondo y firme trasero que se mueve acompasadamente, como llevando el ritmo de la canción que entonan el caminado y el movimiento de hombros.

La mantiene enlazada con la vista hasta que se le fuga tras una esquina y ahora es una fuga la que suena en su cerebro, una consonancia entre la imagen, el movimiento y la fragancia de la admirada personita.  Lo saca de su marasmo el atronador ruido de una motocicleta que le recuerda las contradicciones del medio en el que le tocó vivir.

Al atardecer del día siguiente, Micael Rojas llega al bar donde suele encontrarse con sus amigos; allí ya está uno de ellos; piden una primera bebida mientras esperan a los demás y comienzan una animada charla.  A los pocos minutos, el muchacho queda con la mirada fija, como en trance, al ver entrar a la tan pronto olvidada chica, esta vez con jean, camiseta roja y lindos tenis, que al pasar le obsequia, junto con una breve mirada como la del día anterior, una radiante sonrisa que le deja el corazón a punto de un infarto.

Petrificado con el sorpresivo regalo, no alcanza a reaccionar y seguirla, y ella tiene tiempo de sentarse a una mesa donde la esperaba otra persona que está de espaldas.  El chico aguza la mirada para tratar de distinguir en la media luz del lugar quién es la compañía de la joven; solo percibe el cabello oscuro y medianamente largo, no muy peinado, que podría corresponder a un hombre o bien a una de las chicas que acostumbran ese look informal; el espaldar alto y amplio de la silla no le deja estimar el ancho de su espalda y de sus caderas para sacar conclusiones y las mangas largas de los brazos corresponden a un tipo de camisa que puede ser masculina o femenina.

Ya no dialoga tranquilamente con sus amigos (otro acaba de llegar), ocupado de mirar hacia la mesa que lo atormenta.  ¿Será hombre o mujer?  Sigue hurtándosele a la tertulia para lanzar miradas y nota que a ratos se toman de la mano.  Debe de ser su novio; no, quizá su amiga de confianza; las mujeres suelen tomarse de la mano, lo que no hacemos nosotros.  Ahora sus compinches lo llaman al orden.  ¿Qué es lo que tanto busca?  ¿Por qué no les presta atención?  ¿A quién espía?  ¡Ahhh!  Ya se dan cuenta: a la chica de los ojos verdes; es nueva en la zona y es muy bonita, pero no ha querido “pararle bolas” a nadie.  No, no conocen a quien se encuentra con ella y tampoco alcanzan a “sexarle”.

Cuando Micael se levanta al baño, se va directo a pasar junto a esa mesa y resolver el enigma; con tan mala suerte que la chica está sola; él no vio cuándo se ausentó su compañía; bueno, se levantó para el baño y si la encuentra o no en el de hombres, el enigma está resuelto.  ¡Eureka!  No es el novio, es la amiga, porque no está allí, tuvo que haberse ido al baño femenino.  Suspira aliviado el chico.  Al regresar, todavía no está a la mesa; claro, las mujeres se demoran en el baño.

Sus amigos lo desinflan: 

–Si fuera “la amiga” habrían ido juntas al servicio; las damas nunca van solas allí, dice uno.
–El que estaba con ella tiene que ser “el amigo” y salió para otro lugar, dentro o fuera del local, dice el otro.

Ahora habrá que esperar a que regrese; ¡mucha atención!  Pero a poco llega Federico, el compinche que siempre se los lleva a su casa, donde tiene cantidad de maravillosos aparatos que los deslumbran.  Y llega acosando; ni siquiera pide algo de consumir; hay que salir ya, por no sé qué y no sé qué…  Obedecen fielmente y el misterio se queda sin resolver.  Micael ha hecho amago de quedarse, pero el “combo” lo arrastra consigo.

Toda la semana, el chico se planta ratos largos en el andén, da pasadas por el barcito, se asoma al balcón de su casa, pero el encanto de mujer no se deja ver.  Cuando queremos ver a alguien que nos gusta, creemos que tiene la obligación de desfilar para nosotros.  Está obsesionado pensando en “la mujer de mi vida”; busca las canciones que de alguna forma se refieren a ella; cuando nos estamos enamorando, cada canción nos dice algo del ser ansiado.

El viernes por la tarde está Micael en el centro comercial cercano, buscando algo que necesita; va andando taciturno, pensando en regresar pronto a casa a seguir practicando con su instrumento.  De repente, sin buscarla, ¡se le presenta la chica!  ¡Está frente a él!  “Yo te conozco”, escucha que le dice, pero cree que esa voz salió de su imaginación y no sabe cómo reaccionar.  Cuando ella le dice que lo ha visto muchas veces, él atina a preguntarle su nombre y tenderle una mano para saludar; el apretón es caluroso y prolongado, como su nombre, Alejandrina.  Está con un primoroso short amarillo fuerte y un camiseta ombliguera azul oscura.  Va volviendo el chico del arrobamiento, se da cuenta de que tiene los pies bien puestos en el suelo y la invita a comer helado.  Ella no le puede aceptar; la espera su primo “allí a la vuelta”.  Él le pide su número telefónico y le promete no llamarla cuando se encuentre con el primo.

  –Descuida, es primo y nada más; de eso no pasa.

Micael no se lo puede creer.  No puede creer que se encontró con ella y que le habló; no puede creer que ya tiene su teléfono; no puede creer el cuento del primo; tiene que ser un novio, un amigo íntimo.  Regresando a casa y después mientras come y luego mientras busca conciliar el sueño por la noche, va elaborando las más locas fantasías; se ve en una larga conversación telefónica con Alejandrina y va preparando el cuestionario que le va a formular; pero la ve abrazada y besándose con ese “primo”, comiendo el helado que no quiso tomar con él; rechaza la idea y se representa con ella en cine, en una película muy romántica, tiernamente abrazados; ahora está acostada en la cama del primo, quien la seduce; hace trizas esta imagen y se imagina caminando con ella por la playa, dejándose mojar los pies por las olas y dejándose mojar el cuerpo de ansiedad…

No espera que sea muy tarde el sábado para marcarle al teléfono.  Contesta entredormida.  “¿Micael?  ¿Cuál Micael?”  Él se acuerda de que no le dijo su nombre y le refiere el encuentro de la tarde anterior.  Ella cree que se trata del empleado de un negocio, que le coqueteaba y le propuso un helado.  Él le recuerda la sonrisa que le lanzó en el bar.  “¡Ah!  ¿Eres tú?  ¡Qué maravilla!  Creí que no me llamarías”.  Eso muestra que se quedó esperando la llamada; eso muestra que sí se interesa en él.  Le propone encontrarse esa tarde, pero ella se disculpa porque se va al medio día con su hermano y sus padres a la finca de unas amistades y no regresa hasta el domingo por la noche; y es inútil que la llame, pues la finca está en un lugar recóndito donde no llega señal.  Se podrán ver el miércoles, porque lunes y martes estará estudiando para un examen parcial…

Ahora todo le suena a disculpas.  Queda desinflado.  Se despide casi sin entusiasmo, pero este le vuelve cuando ella le manda un beso por el teléfono.  ¡Qué espera tan larga va a tener!  ¡Hasta el miércoles!  Pero el miércoles se llega por fin y la llamada se produce.  Que en el examen le fue muy bien, que el profesor es un amor, que el parcial del viernes es más suave, que el fin de semana la pasó muy bien con su familia y amistades y que por allá le presentaron un chico extraordinario.

¡Hay chicos extraordinarios en su vida!  ¿Cómo puede ser?  Segundos de silencio que parecen horas.  Ella le pregunta si todavía está en la línea.  Él confirma y le dice que se tienen que encontrar esa misma noche.  “¡Por fin me lo pediste!  Encantada”.  A él le vuelve el alma al cuerpo.  El encuentro se realiza el mismo bar aquel; conversan animadamente hasta que Micael le inquiere por el “chico extraordinario”.  Ella le dice que lo extraordinario es que toca magistralmente la flauta y lo invita a acompañarla a un recital que él dará el sábado.

Entrando a la sala del recital, Micael ve adelante de ellos un muchacho con el mismo motilado del extraño del bar y su misma camisa; trata de eludirlo, pero es tarde; el hombre se lanza a abrazar y besar a Alejandrina; ella lo recibe con gran entusiasmo y los presenta; Micael sigue fríamente el protocolo y no presta atención al nombre del muchacho.  Tienen que sentarse juntos y la chica habla mucho más con el otro que con él.

Terminada la ejecución, van los tres a felicitar al músico; este abraza y besa también efusivamente a la chica y ella invita a una copa.  Llegan al bar y la chica se emociona al ver allí a un hermoso muchacho que de inmediato se levanta a saludarla; ella lo presenta como su primo, él saluda muy amable y se disculpa para volver a donde sus amigos.  Micael ya se está autodescartando cuando se llega el brindis y Alejandrina pregona…

–Por el hombre más bello y más extraordinario que he conocido.

Se lanza hacia él, le estampa un apasionado beso en la boca y todos quieren morirse de la envidia.

Carlos Jaime Noreña
ocurr-cj.blogspot.com
cjnorena@gmail.com


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