lunes, 21 de octubre de 2019

RICARDO Y SU QUINTA AVENTURA
Relato


Mi primo Ricardo es de una inteligencia privilegiada.  Estudioso de la física y la topología, entre otras, pasó muy pronto de las especulaciones sobre posibles inventos y los fracasos con embelecos armados con utensilios de cocina y elementos de papelería, a la construcción de dispositivos asombrosos.  Primero fue el aparatejo que partía una manzana en dos trozos de peso exactamente igual, siguiendo el reto de un concurso de televisión; no pudo participar en el concurso, por alguna falla de coordinación, pero logró construir un dispositivo más preciso y de mejor aspecto que el que salió ganador.

Después nos asombró con una “oreja electrónica” que elaboró siguiendo el principio de la antena parabólica, con un micrófono en el foco y conexión a un amplificador; nos hizo varias demostraciones de malicioso espionaje al vecindario, pero se abstuvo de patentar o publicar su invento, por temor a demandas de algunos vecinos que dieron muestras de malestar al verse enfocados con “la cosa esa”.

Los cohetes lo enloquecieron por un tiempo; varias explosiones le “chamuscaron los bigotes” en el patio de su casa, donde montó la plataforma de lanzamiento.  Él aseguraba que dominaba todos los principios de la balística y que podría llegar a igualar las hazañas de Estados Unidos y Rusia.  Por cierto que logró levantar algunos de ellos a alturas estratosféricas y poco le faltó para poner uno en órbita.

Cierto día, le propuse que, en lugar de derrochar esfuerzos por conseguir movimientos asombrosos en las tres dimensiones (cuatro, contando el tiempo), cosa en la que nos llevaban mucha ventaja los países desarrollados, se enfocara en explorar la quinta dimensión.  Me respondió con una risa burlona.  No me amilané y le invoqué las once dimensiones planteadas por algunos físicos teóricos:

–Te reto a saltar las tres dimensiones espaciales para introducir un objeto en un recinto cerrado. 
–Mira, primo, según teorías, la quinta dimensión se tuerce sobre sí misma; en ella, cada punto del espacio-tiempo convencional es un pequeño círculo de dimensiones inferiores a las atómicas.  ¿Cómo se podría manipular esa dimensión en un experimento casero?
–Esa respuesta la tienes que dar tú, que eres el genio, le dije y me despedí dejándolo perplejo.

De todos modos, quedó muy pensativo y una noche me llamó a contarme que ya tenía una hipótesis para buscar la “destorcida”: se debería inducir momento angular (o sea un giro) independiente a cada uno de los múltiples componentes del objeto; pero, ¿cómo llegar hasta el nivel atómico para imprimir ese giro a cada una de innumerables partículas que lo componen?  No encontraba una solución práctica.

Otro día me llamó emocionado: ¡lo voy encontrando!  Y me hizo ir de inmediato a su casa.  Lo sorprendí jugando con un trompo.

–¿Qué haces con ese juguete?
–Esto es un giróscopo.
–Ya lo veo.  ¿Y cómo se liga a la necesidad de imprimir giro a todas las partículas?
–En este momento están girando todas las partículas del trompo.
–Pero no lo veo desaparecer…
–¡Paciencia!  Solo se trata de encontrar el momentum natural, así como el caso de la frecuencia natural en el famoso caso del puente de Tacoma.  Ahora mismo, muchas de las partículas están haciendo un esfuerzo por mover este objeto en la quinta dimensión.  Ese es el secreto (acabo de descubrirlo) por el que los giróscopos son estables; se explica como conservación del momento angular; pero no nos explican por qué se conserva este: es porque el objeto no solo se mueve en las tres dimensiones espaciales, sino que también se fija en la quinta; por eso resiste que lo movamos de su eje, porque lo tiene bien anclado en la quinta.
–Y ¿entonces?
–¿No caes?  ¿Se te está oxidando la mente?  Hay que hallar el momento angular “natural” dominante, para poder mover la mayoría de las partículas en la quinta dimensión a través de las otras cuatro; que arrastren consigo a las partículas restantes y así hacer “desaparecer”  el objeto de un lugar y “aparecer” en otro.

Albricia tras albricia: a las tres semanas me llamó emocionado a invitarme a tomar un café en su casa; yo sospeché que me expondría a una nueva elaboración extensa de su teoría, pero me pasmó con una demostración en real: 

–Mira esta alcancía; está vacía, examínala muy bien.  Ahora la pongo sobre la mesa. 
–¿Estás aprendiendo truquitos de magia?
–Ponle seriedad.  Es mi primer experimento con la quinta dimensión.
–Bien, me concentraré.
–Ahora, coloco esta moneda, sobre este soporte y lo hago girar.

Accionó una manivela ligada a un juego de ruedas que hacía girar el soporte, hasta que adquirió determinada velocidad marcada por un tacómetro; de repente, la moneda desapareció ante mis ojos.  Entonces, mi primo agitó la alcancía, antes vacía, y se escuchó el tintineo metálico.  ¡La moneda había entrado sin pasar por la ranura!

–¡Eso parece de fantasía!  ¿Cómo lo lograste?
–Tuve que hacer muchos ensayos para encontrar la velocidad de giro “natural” de la mayoría de las partículas de la moneda; a esta velocidad, las partículas se escaparían a la quinta dimensión y arrastrarían consigo a las pocas que no respondían al momentum mayoritario, y así ocurrió.
–Y por fin lograste que la monedita se “volara” hacia la quinta.  Pero ¿cómo sabe ella a dónde se tiene que dirigir?
–Elemental.  Para dirigir la moneda hacia el lugar escogido, se le da un pequeño golpe que la impulse en esa dirección, cuidando que sea en el instante exacto en que el objeto alcance su momentum propio; para eso, puse una pequeña palanca que se acciona automáticamente cuando el tacómetro llega al valor predeterminado.
–Has realizado una proeza, primo.  ¿Cuándo vas a hacer público tu descubrimiento?
–Cuando logre transportar objetos más complejos, quizá seres vivos.

No pude convencerlo de que debería hacer la publicación científica y patentar el método antes de que alguien se le adelantara; le dije que recordara que muchos inventos importantes fueron realizados en forma simultánea en lugares distantes.  Insistió en dar un paso más.  Se quería enfrentar al reto de lograr que un cuerpo tan complejo como el de un ser vivo viajara por la quinta dimensión.

Me planteó que identificando en tal cuerpo una multitud de porciones homogéneas y aplicándoles en forma individual, pero simultánea, las fuerzas que fueron exitosas con la moneda se lograría la hazaña.  Me horrorizaba pensar en animalitos despedazados, por los muy probables desajustes en los manejos parciales, pero por fin su grupo de confidentes a quienes nos había revelado la investigación lo convencimos de hacerlo primero con un pequeño insecto, a la manera de la famosa película La Mosca o, mejor aun, con una plantica.

Cuando, después de dos años, logró transportar una plantica de frijol recién brotada, pasó a ensayar con moscas; durante meses lo que lograba era trasladar dos patas y un ala, o cabeza y patas, pero cuando tuvo éxito con la primera mosca completa que quedó con vida…

–Ahora Peluchín pasará a la historia.  (Peluchín era su perrito).
–¡Ni te atrevas!
–El experimento ya es completamente seguro.  No hay nada qué temer.
–Te han ensorbecido tus éxitos.  Falta mucho para lograrlo con seres tan complejos.  Publica tu investigación, que ya nadie te quitará tus méritos; antes bien, hallarás colaboradores en la comunidad científica, para llegar un día a transportarte hasta tú mismo.

Se empeñó en experimentar con el perrito.  Por fortuna, no se destrozó el animal, que no se transportó a ninguna parte; tampoco pereció; solo fue muy difícil recuperarlo del terrible mareo inducido.  Ricardo no quiso continuar sus ensayos y también se negó a publicar; quedó más encariñado que antes con su mascota y se dedicó a otros experimentos.


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