Litigio sagrado
Historia ficcionada
(Apoyada en hechos reales ocurridos en el municipio de Concepción, Antioquia)
El alcalde estaba en sus dulces sueños al lado de su mujer a las dos de la mañana y de repente lanzó un alarido de terror y alargó la mano para encender la luz. La mujer oyó primero el grito en sueños y lo figuró como el chillido de un marrano que era sacrificado, pero luego el resplandor en la habitación y las sacudidas que le daba su esposo la volvieron a la tediosa realidad. ¿Qué te pasa hombre, por qué me mueves, temblor de tierra?; no querida son las ánimas; ah eso es lo de menos, yo me asusté pensando en un temblor; ¿y no te importa que ellas me lleven al infierno?; infierno el que tienes en tu despacho, duérmete y mañana te vas derecho a destituir a ese secretario. Por no discutirle, se volteó hacia el otro lado se cobijó bien y se puso a buscar sueño sin apagar la luz, tal era el miedo que todavía le quedaba.
El terror a las ánimas del purgatorio le venía de haber recibido una maldición que le profirió un antiguo párroco ahora internado en el ancianato del pueblo, una casa de tapia muy vieja pero bien conservada bajo la tutela de las madres santateresianas. El haber patrocinado la demanda contra esos venerados espíritus por iniciativa del cura nuevo con participación del reconocido abogado de la población le valió la enemistad del viejo curita cascarrabias quien se descargó con él para no atreverse a condenar directamente al ponderado y dinámico párroco, a quien le tenía respeto y temor.
La noche siguiente, lunes, a las nueve, fue masiva la procesión de las benditas ánimas promovida por la cofradía Anima Mea, que siempre salía del cementerio a esa hora y día de la semana y recorría las calles principales en medio de oraciones recitadas por asistentes con hábitos blancos rematados en capuchas puntiagudas, con vela encendida en una mano y camándula en la otra, para asombro del público en balcones de chambrana y ventanas arrodilladas. Aunque el párroco y con este el obispo siempre se negaban a darle la aprobación a esta costumbre, la cofradía y sus seguidores no la dejaban y hasta remataban el desfile con una misa celebrada por un cura suelto en un viejo oratorio restaurado para el efecto.
El martes al medio día, el esbelto Isidoro y la gordita Carmela pelirroja les contaban en el parque a sus amigos y a todos los que se fueron acercando atraídos por la entusiasta descripción, que en la manifestación de la víspera se habían hecho patentes las extrañas voces enérgicas que desde muy arriba respondían a las jaculatorias, prueba irrefutable de que las benditas ánimas del purgatorio los apoyaban en sus exigencias de volver atrás la sentencia y entregarles de nuevo el templo que les pertenecía.
Esto, porque la titularidad del predio ocupado por el templo de la Inmaculada Concepción fue asignada por sentencia judicial a la parroquia del mismo nombre en razón de que los demandados Ánimas del Purgatorio y Nuestro Amo, herederos de la devota anciana Nicolasa por testamento del siglo XIX, nunca se dejaron ver en el proceso de pertenencia instaurado en el juzgado primero civil del circuito. Todo se había hecho por los conductos legales: el cura párroco, acogiendo la prudente recomendación del joven abogado Alcibíades, le dio poder para demandar a los ya mencionados para que comparecieran a defender su derecho de propiedad; el juzgado los convocó mediante edicto y, como nunca se presentaron, dio valor a las pruebas aportadas por el abogado, testimonios de testigos y evidencias de posesión.
Empujado por el alcalde y doña Graciela, el doctor Jaimes reconocido historiador de la comarca, sesentón de cabellos de plata y clara dicción, se dirigió al parque principal a hacerle frente a una multitud que se había ido congregando alrededor de Isidoro y Carmela y con su calma y seguridad logró disuadirlos de marchar hacia la casa de la madre del abogado, con oscuros propósitos. Les mostró cómo el templo había sido salvado de la completa ruina y también todo el valioso arte que contenía, de valor indeterminado según la sentencia; les hizo ver que el mismo obispo había apoyado en todo momento el procedimiento y recuerden que la Santa Sede desestimó la querella interpuesta por un grupo de beatas rezanderas; recuerden que ante la ausencia del ministerio, que avaló la sentencia pero no erogó un solo peso, toda la región se volcó a financiar la obra, desde la Fundación Ferrocarril hasta la alcaldía, gobernación y los hacendados del pueblo. Váyanse más bien allí al bar de don Rigoberto a tomarse una cerveza que yo la pago. Las polas heladas aplacaron la revuelta.
Todo había empezado un domingo de resurrección, cuando el padre Hernando acudió confundido al reconocido abogado a consultarle cómo resolver el problema que se le presentó por pedir apoyo al ministerio de Cultura para recuperar el templo parroquial que estaba a punto de derrumbarse, que allí le pidieron las escrituras y el ministerio le negó el apoyo por no ser la parroquia la propietaria de la edificación. ¿Cómo así padre, a nombre de quién está el templo? Después de una carcajada, al profesional se le ocurrió la idea salvadora de llamar a esos espirituales propietarios a comparecer, con la seguridad de que nunca se iban a presentar. Durante el plazo del proceso el cura sufría todas las noches, después de rezar las Vísperas y Completas, esperando en la oscuridad las apariciones que le anunciarían condena eterna por su rebeldía contra el Creador y sus criaturas amadas y no tuvo reposo hasta que se produjo el fallo que fue respaldado por el obispo.
La mamá del abogado, doña Graciela, católica como su hijo, hizo fiesta al enterarse de la decisión y llenó su tienda en el parque de fotografías y leyendas alusivas al caso. Ella sostenía unas son de cal y otras de arena, al alma se le da alimento espiritual en el templo pero al edificio material de la iglesia hay que hacerle las reparaciones con las fuertes manos de los albañiles, mientras que a esos espíritus no les hace falta una propiedad cuando se pasean a sus anchas por todos los predios del municipio y no se molestan en donar un solo kilo de cemento.
La madre del alcalde falleció poco después, fue muy lamentada en el pueblo y el hombre comenzó a visitarla en su tumba todas las noches después del rezo de novena, al fin como máxima autoridad el vigilante no podía negarle el acceso. La novena noche la anciana le habló al consternado hijo, no te atormentes más Pacho mira que el cura se tranquilizó, yo ya formo parte del combo de la ánimas y me he enterado de que ellas desistieron de cualquier reclamación desde que don Fernando González hace muchos años como juez municipal de Envigado se negó a validar el testamento de una vieja que les dejaba a ellas todos sus bienes, el muy ateo, y por eso con su ausencia favorecieron la sentencia del 28 de septiembre, vete en paz y no me reces más que no lo necesito.
(Se cambiaron los nombres de los personajes reales y se crearon otros ficticios)
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