jueves, 4 de febrero de 2021

 Curación bendita

Relato

Presentado a Café Literautas, enero 2021


Hortensia no se sentía bien y se decidió a consultar al médico.  Llamó a pedir cita con el doctor Barbián y se la dieron para el jueves a las 4 p. m.  El doctor Fabián Barrera, muy acertado en su oficio, era un joven serio y respetable con barba poblada, larga y muy acicalada, que le ganó el apodo de Barbián.

–Doctor, me preocupan los vagidos que me están dando.

–Usted no es un bebé, señora.  Serán vahídos.

Después de indagarle al detalle sobre esos síntomas y de examinarla como es debido, el doctor descartó cualquier enfermedad grave, le ordenó exámenes  y le formuló algunas medicinas para mantenerla estable.

Pasados unos días, el tratamiento no le estaba haciendo efecto y su amiga Rosalba le recomendó ir a donde Ruperto, un curandero muy reconocido.  “Nadie ha salido defraudado”.  Ella no lo pensó mucho y fue a donde “el tipo ese”.  Lo primero que la asombró fue la ambientación de la sala: afiches de astros, imágenes de dioses hindúes, representaciones de tigres, tiburones… “esto parece un circo”.  El hombre era de una labia impresionante y su esotérico discurso la convenció.  Salió de allí con un paquete de hierbas y bebedizos y se aplicó a seguir estrictamente las indicaciones del hechicero.

 Cualquier noche, el esposo la vio tomando las infusiones y se enteró de su origen… “¡¿cómo se te ocurre ir a donde ese orate?!”  “Pues, sabrás que sus remedios me hacen mejor efecto que los del médico”.  Aunque todavía estaba haciéndose el tratamiento médico de día; todo lo del brujo era por la noche.

Una mañana le apareció un brote en la piel.  El médico le recomendó que nada de aquello con el marido y tomarse unas pastillas.  Pero también fue al curandero, quien prescribió un menjunje para untar y una noche de cama, bien amorosa, “porque se te nota por encima tu estupenda libido; esta tiene gran poder sanador”.

–¡¿Cómo?!  Yo no me presto para esas cosas.

–Lo harás con tu marido, por supuesto.

Se fue muy preocupada con la contradicción entre ambos, pero tres noches después se decidió y amaneció curada.  Estaba feliz y casualmente ese día le tocaba la revisión con Barbián.

–Mire doctor como estoy de bien.  Me sirvió su recomendación de cama con mi esposo.

–¡¿Qué??  Yo le dije todo lo contrario.  ¿Usted también consulta a ese engreído charlatán?  A mi esposa le recomendó lo mismo y me tiene agotado pidiéndome la dosis todas las noches.


domingo, 24 de enero de 2021

UNA HISTORIA DE AMOR INCONCLUSA

Relato

Artemisa suspiraba por ese muchacho.  A sus dieciséis años, era la primera vez que se sentía tan atraída por un hombre.  Sí, en su infancia (es decir, hasta los quince) sintió atracción por un amiguito de juegos u otro; una atracción de mera identidad; le hacían falta solo para jugar y se concentraban en el juego, igual que si fueran dos amigas; pero ahora, ahora… Ahora sentía un ardor indefinible, una atracción gravitacional.

Él no la conocía, ella no lo había tratado; lo vio pasar un día frente a su casa y le gustó.  ¡Le gustó!  Se quedó mirándolo hasta que su figura se borró al pasar la plaza, que quedaba a varias cuadras de allí.  Se sentó en el primer sillón que encontró y se puso a repasar su cuerpo de pies a cabeza:  unos tenis de moda que calzan unos pies grandes, donde rematan las mangas de un jean ajustado, de un azul muy bello ligeramente desteñido; tan ajustado que se destacan esas piernas gruesas y musculosas, esas nalgas firmes y destacadas, esa delantera que parece esconder algo grande…

¡Artemisa! la llama su madre y tiene que dejar esa pintura mental para concluirla en otro momento.  Tiene que ayudar a desmontar la mesa del desayuno, porque ahora que está en vacaciones debe estar ocupada, no puede quedarse perdiendo el tiempo.  Lavando la vajilla, le vuelve la imagen de su encanto, se pregunta de dónde salió ese bello chico que nunca había conocido y se le desliza un pocillo que se hace mil pedazos en el piso.

Por la tarde, conversando con una amiga, se decide a contarle su secreto y esta le dice que se trata de un vecino nuevo que trabaja en un taller un poco más allá de la plaza, pero, “¿qué le ves? Es como todos”.  Se traga un suspiro para no traicionarse y dice que solo tiene curiosidad, por la novedad.  “¿Curiosidad?  Te veo tragada”.  “No, no…  No me interesa”.

A las cinco de la tarde, se instala en la ventana; él debe de regresar de su trabajo y allí lo va a esperar.  Dan las seis y ya desfallece, cuando se le aparece a lo lejos la misma estampa de la mañana, con su camiseta roja ceñida que deja traslucir unas protuberancias bien definidos y una musculatura firme; su pequeño morral, llevado como al desgano en una sola tiradera sobre el hombro y a medias cogido con una mano, una de esas manos que ella nota grandes y de dedos largos y finos cuando se acerca más, por cierto con uñas bien cuidadas.  El corazón le da tumbos, se le quiere salir.  El chico, al pasar cerca, la mira y sigue desentendido, ella se entra rápido porque está al borde de un infarto.

Todos los días, ella está en su ventana a la mañana y al atardecer, lo mira pasar, se sobrecoge, y más cuando él le da una mirada casual, pero a todas luces desinteresada.  Durante el día, se la pasa repasándolo, de pies a cabeza, de cabeza a pies, recorriendo todos los accidentes, los excitantes accidentes de su humanidad.  “Hoy sí que le irradiaba esa cara, sí que le sobresalía lo de adelante, sí que le lucía la camiseta anaranjada, esos ojos negros profundos…”.  “¿Cuándo voy a ser capaz de hablarle?”

Una mañana, ella toma una decisión “atrevida”:  sale a la calle unos dos minutos antes de la hora de paso del galán que no la galantea y empieza a seguir por adelantado su mismo recorrido, a paso lento, como para que él la alcance.  Se ha puesto su minifalda fucsia y una camiseta blanca que le forra sus pechos, ya grandes, en una forma muy incitante y se ha peinado, es decir, revuelto el cabello para darle una forma atractiva, se ha aplicado un coqueto lápiz labial, muy sutil, y se ha perfumado sin exagerar.  Al llegar a la plaza, extrañada porque él no la alcanza, mira hacia atrás y ¡está a dos pasos!  Aterrada, corre a refugiarse en la iglesia y cuando reacciona y sale a buscarlo, ya el chico está ingresando a su taller.

El viernes, su amiga le cuenta que ha invitado al chico a una fiestecita que ha organizado con sus amigas.  “Él no nos hacía falta; lo conocemos apenas de saludo al paso, pero lo invité para que te encuentres con él, Artemisa querida”.  “¿Y por qué?  ¿Quién te dijo que él me interesa?”  “Bobita, te he visto espiándolo todas las mañanas”.  “Bueno, nada se pierde con ir a esa fiesta; muchas gracias por invitarme”.

En el baile, él saca a danzar a muy pocas, excluida ella, a quien en ningún momento mira.  Ella sufre, pero disfruta siguiéndole el sensual movimiento de caderas y la forma como se le agitan los cabellos negros, largos y ensortijados que lo hacen ver más como un angelito que como un hombre.  La amiga, incluso, le sugiere a él invitarla y recibe por respuesta que ya está muy cansado.  Al salir, solo al salir a media noche, el chico le regala una mirada escrutadora y le dice unas bonitas palabras de despedida, un poco confusas, entre las cuales ella cree adivinar que le dice “por qué no te vi antes”.  No es capaz de responder nada; se le “comieron la lengua los ratones”.  Él le pica un ojo y se evapora.  Llega destrozada a casa.  “¿Por qué soy tan tímida?  ¡Qué desgracia la mía!  Otra se le hubiera colgado”.  No duerme en toda la noche.

A pesar de reprocharse su timidez, no es capaz en toda la semana de salir a “atisbarlo”.  Pero se queda todo el día en ascuas y siempre se promete que al día siguiente sí lo haría.  Llegado el momento, se pregunta qué hará si él le dirige la palabra y no se atreve a abrir la ventana.  La noche del domingo, en cama, sin sueño, siene algo como una fiebre que le viene de lo más íntimo y comienza a desvestir a su amor imposible; al quitarle la camisa, le acaricia con ternura esas tetillas turgentes; después le besa y succiona por un buen rato ese hondo y bien formado ombligo.  En ese momento siente que él le acaricia sus pechos con una suavidad enloquecedora.

Le desabrochó su pantalón e introdujo su mano hasta bien adentro, donde encontró algo que pedía ser cogido; lo asió bien y él en respuesta hizo penetrar también la mano hasta los lugares más recónditos de ella; le prodigó allí unas caricias placenteras que se hacían más intensas y profundas a cada momento… hasta que la chica explotó, suspiró profundo y luego se quedó dormida con honda placidez.

El lunes, amaneció resuelta.  Esperó un poco después de la hora de entrada a los trabajos y se fue por esa calle directo hacia el taller de su tormento, resuelta a entrar a paso firme y arrastrarlo hasta el rincón más oscuro del local, para entregársele toda.  Un tío que pasaba la saludó, no lo escuchó y él continuó intrigado; su amiga la llamó desde la ventana de su casa y no le respondió; los pajaritos cantaban en los árboles de la zona verde y ella los escuchaba como un canto que le dirigía su amado, reclamándola.  Así siguió de largo por la calle que conectaba su casa con el taller, prometiéndose que ese día sí lo tendría todo para sí…


jueves, 14 de enero de 2021

 

NUEVAS ANOTACIONES DE “EL TREN LLEGÓ PUNTUAL" (DER ZUG WAR PÜNKTLICH)

Del alemán Heinrich Böll, premio Nobel de literatura en 1972.  En esta novela nos pinta los horrores de la guerra a través de las tribulaciones del soldado nazi Andreas, que viaja con la tropa en un tren hacia un remoto destino en Galitsia.  


Hoy, duras reflexiones del hombre que se sabe destinado a morir en la guerra.

Sie fahren durch eine leere Landschaft, links und rechts herrliche Gärten, sanfte Hügel, lachende Wolken - ein Herbstnachmittag… Bald, bald werde ich sterben.


Atraviesan un panorama vacío, con suntuosos jardines a izquierda y derecha, suaves colinas, nubes risueñas – es tarde otoñal… Pronto, pronto voy a morir.


Ich möchte leben, theoretisch ist das Leben schön, theoretisch ist das Leben herrlich…


Quiero vivir; la vida es bella en teoría; la vida es espléndida en teoría…


…er hat wieder Sätze in der Zukunft zu bilden versucht und hat gespürt, daß sie keine Kraft haben.


…otra vez ha intentado armar visiones del futuro, pero ha encontrado que no tienen fuerza alguna.


Es ist wunderbar draußen, fast noch sommerlich, Septemberwetter. Bald werde ich sterben, diesen Baum dahinten, diesen rotbraunen Baum vor dem grünen Haus dahinten werde ich nie mehr sehen.


Afuera está maravilloso, casi veraniego, clima septembrino.  Pronto moriré y no volveré a ver ese árbol de allí, aquel árbol castaño rojizo tras esa casa verde.


Niemals mehr die Alleen am Rhein, die Gärten hinter den Villen und die Schiffe, die bunt sind und sauber und froh, und die Brücken, die herrlichen Brücken, die streng und elegant über das Wasser springen wie große schlanke Tiere.


Nunca más los senderos junto al Rin, los jardines tras las quintas y los barcos coloridos, limpios y alegres, y los puentes, los majestuosos puentes que se remontan sobre las aguas, austeros y elegantes como grandes y esbeltos animales.


…warum fahre ich nicht nach Amiens an das Haus, wo die durchbrochene Backsteinmauer ist, und schieße mir eine Kugel vor den Kopf, an der Stelle, wo ihr Blick ganz nah und zärtlich, wirklich und tief in meiner Seele geruht hat, eine Viertelsekunde lang?


…por qué no me voy a Amiens, a la casa del muro trasero quebrado y me disparo una bala a la cabeza en el mismo sitio donde su cercana y tierna mirada ha llegado honda y francamente hasta mi alma por un cuarto de segundo?


Ich habe doch wirklich geleugnet, daß es eine menschliche Freude gibt, und das Leben war schön. Ich habe ein unglückliches Leben gehabt… ein verfehltes Leben, wie man so sagt, ich habe gelitten jede Sekunde unter dieser scheußlichen Uniform, und sie haben mich totgeschwätzt, und sie haben mich bluten gemacht auf ihren Schlachtfeldern, richtig bluten, dreimal bin ich verwundet worden auf den Feldern der sogenannten Ehre, da bei Amiens und unten bei Tiraspol und dann in Nikopol, und ich habe nur Dreck gesehen und Blut und Scheiße und habe nur Schmutz gerochen… nur Elend… nur Zoten gehört, und ich habe nur eine Zehntelsekunde lang die wirkliche menschliche Liebe kennengelernt, die Liebe von Mann und Weib, die doch schön sein muß, nur eine Zehntelsekunde lang, und zwölf Stunden oder elf Stunden vor meinem Tode muß ich einsehen, daß das Leben schön war.


Por supuesto que he mentido en que existe la dicha y que la vida es bella.  Yo he tenido una vida infeliz… una vida malograda, como se dice; he sufrido cada segundo dentro de este odioso uniforme y me han dado por muerto y me han hecho sangrar en sus campos de batalla, sangrar de verdad; he sido herido tres veces en los tales campos de honor, allá por Amiens y allí por Tiraspol y después en Nikkopol, y no he visto sino mugre y sangre y estiércol y no he olido sino suciedad …mera miseria… solo he escuchado obscenidades y solo por una centésima de segundo he conocido el auténtico amor humano, amor entre hombre y mujer, el que tiene que ser hermoso, solo una centésima de segundo y ahora, a doce, a once horas de mi muerte tengo que entender que la vida era hermosa.


Neunzehnhundertdreiundvierzig. Schreckliches Jahrhundert;


Mil novecientos cuarenta y tres.  Siglo horroroso.


Traducción libre, con base en mi percepción de la obra.

Se aceptan correcciones y sugerencias.

lunes, 14 de diciembre de 2020

DIFERENCIA Y CAMBIO

Relato

Presentado a Café Literautas en diciembre 2020

La casa de los primos estaba en revuelo.  Un árbol se erguía en un rincón de la sala y todos iban y venían con los más diversos objetos, unos que terminaban colgados de las ramas, otros que eran llevados a hacerles algún retoque o a guardarlos de nuevo en una caja.  Plinio entró con dificultad, tropezando ahora con Cecilia, después con Aurelio… Lanzó una mirada despreciativa al intruso vegetal de plástico y se encogió de hombros.

Lucía le sirvió del café que estaba distribuyendo para todos y él se sentó muy serio a tomárselo.  Les regalaba sonrisas burlonas a sus parientes y a los amigos que les colaboraban y opinaba, sin haber sido consultado, sobre esa costumbre ridícula que estaba mandada a recoger.  Unas bolas de colores que acomodaba Bernardo en lo más alto cayeron con estruendo y se fragmentaron en miles de pedazos.

–Yo me encargo, no se distraigan; ya voy atrás por una escoba y un recogedor, antes de que se lastime alguno de los que están sin zapatos.

–Estabas muy indiferente, qué te hizo animar? –le requirió alguno.

–Solo quise ayudarles; eso no me cuesta nada.

–Y el árbol, ¿tampoco te significa nada? –Quiso averiguar Cecilia.

–Es un embeleco religioso.

–Faltaría ver a cuál religión te refieres. –Planteó Lucía– Los seguidores de la reforma adoptaron el árbol como respuesta al Belén o Pesebre de Francisco de Asís.

–Pero, a sabiendas o no, lo tomaron de la costumbre nórdica de veneración al árbol en sus antiguas religiones –agregó otro de los presentes.

–Hoy, podemos tomarlo como el símbolo occidental de las fiestas de cambio de año –afirmó Aurelio.

–Que, por cierto, se celebran en todos los pueblos, con significado religioso o profano –remató Bernardo.

–Todavía no me convencen.

Plinio siguió ayudando, se llegó la noche y los primos lo invitaron a una fiestecita del vecindario.  Allí, hubo distribución de natilla y buñuelos, hojuelas y miel (“Y dele con la navidad”, decía Plinio, pero tragaba con mucha gana.  “Esos manjares son un reencuentro con lo vernáculo, nada más” le replicaban los otros).  Le quitó a Aurelio una chica muy agradable con la que bailaba, de jean ajustado y atractiva camiseta azul celeste, y se le dedicó toda la noche.  

Quedaron en volver a verse, pero un día después lo llamó su primo a reclamarle por “adueñarse” de la niña que más le gustaba.  Él le propuso invitarla entre ambos a recorrer los alumbrados navideños esa noche “y ahí veremos cuál de nosotros dos le gusta más”.

–Oye, Grinch, ¿no te parecen ridículas todas esas luces?

–Me parecen muy alegres.

–Claro, porque va a estar ella.

–¿Me aceptas, o no, la propuesta?

–Ya es cuestión de honor. ¡Acepto!

Salieron a su vueltón, en medio de una noche tibia y esplendorosa; disfrutaron de las luces, el ambiente y la mutua compañía.  Resultado final, Plinio fue ampliamente preferido y siguió saliendo con ella.

Los primos le decían…

–La odiosa Navidad te trajo el amor.

–Navidad o no, la pasé muy bien con ustedes y excelente con Liliana, en quien encontré un amor diáfano.


viernes, 20 de noviembre de 2020

EL HOMBRE QUE NO CALCULABA

Relato

Presentado a Café Literautas en noviembre 2020


Es vana sobremanera

Toda humana previsión

Pues en más de una ocasión

Sale lo que no se espera

Marroquín, La Perrilla


Cuando le preguntaron a Gildardo su edad dijo tener treinta años y se le rieron en la cara.  “Tengo treinta por vivir; los sesenta vividos ya no los tengo”, alegó, evocando a Miguel Ángel.

Le tenía sin cuidado el paso del tiempo; decía que lo miden en segundos para vender relojes, pero que el tiempo no tiene pedacitos.  Tampoco creía en calendarios; lo único distinguible, para él, serían el día y la noche, y lo único que lo angustiaba era poder dar fin a determinada tarea antes de anochecer o dormir bien antes de amanecer.

–Y ¿cuánta plata tienes, Gildardo?

–La que no debo.

–Entonces, ¿cuánta debes?

–Eso no me inquieta.  La cuenta la deben llevar mis acreedores.

Cuando le narraron el pasaje de Malba Tahan en el que un hombre retado a decir cuántos pájaros había en un patio grande contó patas y dividió por dos, dijo Gildardo:

–Nada práctico.  Yo puedo saber cuántas vacas hay en una manada, con los ojos cerrados, contando mugidos; todas mugen diferente.

–Y ¿cómo contarías abejas, Gildardo?

–¿A quién le va a importar?  Lo que vale es la miel.

Se desempeñaba como “componedor de entuertos”, actividad en la que arreglaba desde líos entre vecinos hasta deterioros en edificaciones; cuando le pedían presupuesto decía “después arreglamos” y cuando terminaba el trabajo pedía una gallina, un marranito o un bulto de cuido, según proporción.  Con esos réditos iba surtiendo su finquita.

Un día, lo metieron al directorio político del pueblo; sin darse cuenta, llegó a ser alcalde y sus “alcaldadas” se volvieron famosas.  El día que murió don Jacinto, llegaron sus deudos a decirle que no tenían con qué pagarle al juez la sucesión.

–¡Qué cuentos de juez!  Yo les reparto esa herencia ya.  Miren lo fácil; vamos a dividir sabiamente como en el cuento de los camellos.  No contemos la gallina y repartamos lo que queda por terceras partes, así: una es la casa, para doña Berenice; otra, el carro para Santiago, que lo puede poner a producir, y la tercera restante es la vaca para el menor, que puede vender leche y también sacarle crías.

–¿Y la gallina?

–Bertica no se puede quedar sin herencia; pero yo se la administro y comeré huevo todos los días, en pago por mis servicios.  –Bertica era una hija natural de don Jacinto.

Hasta que lo enredaron con una denuncia por malversación de fondos públicos: unas erogaciones no soportadas en el presupuesto ni autorizadas por el concejo, con una periodicidad sospechosamente mensual.  Con el ampuloso agente de la contraloría se dio el siguiente diálogo.

–Primera erogación, a favor de la Madre Asunción, que regenta una escuelita privada.

–Sí, una institución donde ella acoge a niños pobres que no alcanzan cupo en la escuela.

–La segunda, a nombre de una señora Céfora Candamil; ¿una mantenida suya?

–¡No, señor!  Ella reparte almuerzos en su casa a campesinos pobres que llegan al pueblo sin con que pagarse una sopa.

–La siguiente, a don Ramiro Bedoya, director del equipo de fútbol.

–El equipo municipal; lo creó y dirige don Ramiro, que lo ha llevado a conseguir muchos triunfos en torneos intermunicipales y nunca Indeportes ni el concejo le han querido dar apoyo.

–¡Qué despiste!  ¡No sigamos para que no me salga con más babosadas!  ¿Usted no sabe que toda erogación de las arcas públicas tiene que estar debidamente soportada?

–Todas están soportadas en mi trabajo, doctor Amézquita.

–Ahora, ¿qué cuento es ese?

–Cada gasto de esos se ha pagado con mi salario. ¿No ve que todos tienen el mismo valor?

–¡¿Cuál salario?!  A mí no me emboba.  En la contabilidad municipal figuran los pagos de nómina a su favor y los otros pagos como partidas completamente diferentes.

–Claro que son diferentes, porque el Tesorero me dijo que, legalmente, yo no podía dejar de recibir mi cheque.  Entonces yo me los guardaba y le ordenaba hacer aquellos aportes por igual valor.

–Y ¿se puede saber dónde los tiene dizque guardados?

–Haga llamar, por favor, a don Marcos.

Don Marcos, el marquetero, dio testimonio de que le puso, en collage, todos los cheques, bien protegidos con vidrio antirreflectivo, y Gildardo mandó a traer de casa el bonito cuadro donde se encontraban todos los documentos intactos, que nunca fueron llevados a la ventanilla bancaria para su cobro.

Ya demostrado que no hubo robo, alcalde y tesorero fueron sancionados por errores contables, porque el delegado de la contraloría no podía llegar a la capital sin reportarle algún hallazgo al majestuoso Contralor General de la República.


sábado, 14 de noviembre de 2020

ANOTACIONES DE “EL TREN LLEGÓ PUNTUAL" (DER ZUG WAR PÜNKTLICH)

El alemán Heinrich Böll obtuvo el premio Nobel de literatura en 1972.  Su primera novela fue “El tren llegó puntual”, escrita en 1949, que nos pinta los horrores de la guerra a través de las tribulaciones del soldado nazi Andreas, que viaja con la tropa en un tren hacia un remoto destino en Galitsia.  


Hoy presento apartes que me han llamado la atención por su sentido reflexivo, filosófico.  próximamente, me referiré a otros aspectos de la obra.


Mein Leben ist nur noch eine bestimmte Kilometerzahl, eine Eisenbahnstrecke.

Mi vida no es más que cierto kilometraje, una línea férrea.

 

Haus an Haus, Haus an Haus, und überall wohnen Menschen, die leiden, die lachen, Menschen, die essen und trinken und neue Menschen zeugen, Menschen, die morgen vielleicht tot sind;

Casa junto a casa, casa junto a casa; por todas partes viven gentes que sufren, que ríen; gentes que comen y beben y producen más gente; gentes que quizás estén muertas mañana.

 

so tief sitzen die Wurzeln der Gewohnheit 

Así de hondas son las raíces de la costumbre.


Welch ein mühsames, schreckliches Geschäft, die Zeit totzuschlagen, immer wieder diesen Sekundenzeiger,

Qué acucioso y horrible oficio el de matar el tiempo, de este segundero.


…ich habe keine Angst, nur eine namenlose Neugierde und Unruhe.

No tengo miedo, solo una indefinible curiosidad e intranquilidad.


Ich bin wahnsinnig leichtsinnig gewesen…

He sido locamente frívolo.


Die Freude wäscht vieles ab, so wie das Leid vieles abwäscht.

La dicha limpia muchas cosas, igual que el sufrimiento muchas cosas limpia.


Jeder Tod ist ein Mord, jeder Tod im Kriege ist ein Mord, für den irgendeiner verantwortlich ist.

Toda muerte es un asesinato, toda muerte en la guerra es un asesinato, del que alguno será responsable.


…»das ist furchtbar, daß alles so sinnlos ist. Überall werden nur Unschuldige ermordet. Überall. Auch von uns.

Es aterrador que todo sea tan absurdo.  Solo inocentes son asesinados por todas partes.  También por nosotros.



Traducción libre, con base en mi percepción de la obra.

Se aceptan correcciones y sugerencias.


viernes, 30 de octubre de 2020

LOS UNIÓ LA SEPARACIÓN

Relato

Terminada la cuarentena, llega un dulce par de novios a la notaría en solicitud de matrimonio.  Cuando el notario les pregunta si están decididos y tienen bien claro lo que van a hacer, se les vienen a la mente todos los recuerdos de aquel período que dividió en dos la historia del país y del mundo.

René, profesional joven, soltero, encerrado en teletrabajo, veía muy dura su soledad y se asomaba con frecuencia a la ventana a respirar una engañosa libertad.  Por buscar gente, vehículos, incidentes, no miraba hacia las nubes, que se entretenían formado figuras variadas en medio del azul; no veía ni oía los pájaros de muchos colores y tonalidades que reconquistaban el entorno. Solo no estaba; vivía con su madre, su padre y su hermana, pero eso se le hacía igual a estar solo; allá él.

Liliana, universitaria, tenía que atender las teleclases y se aburría en los ratos que  se quedaba sola; ella sí, sola, porque vino de otra ciudad a vivir en un minúsculo apartamento alquilado, con apenas una ventanita para también tratar de asomar a una libertad ajena.  Su familia quedó lejos y no se comunicaban, a pesar de todas las facilidades tecnológicas.

El día permitido, salió René, con su tapabocas y ropa informal, a comprar sus provisiones en el mercadito cercano; brillaba el sol y el muchacho quería recibirlo todo en su cuerpo, para destruir los posibles enemigos invisibles adheridos; iba animado silbando una canción, se identificó a la entrada del negocio, tomó la canastilla y comenzó a llenarla de provisiones fáciles de preparar; prácticamente “destape y sirva”.

Como todo un ejemplar masculino, él va mirando su lista y la estantería y está abstraído del resto del universo.  Como buen ejemplar femenino, Liliana, que lleva un tapabocas de diseño, con figuritas muy graciosas, atiende varias cosas a la vez: viene por el pasillo, a paso rítmico, tarareando mentalmente la última canción que escuchó al salir, pensando en el trabajo de Estadística, mirando al mismo tiempo las “caritas” de los productos y observando a los que van y vienen; entre ellos está el distraído de René que la tropieza antes de que ella pueda reaccionar, le hace caer un artículo de las manos y, completamente sonrojado, mientras lo recoge, le implora todas las disculpas del mundo.  Ella le responde con una sonrisa, que se le ve en los ojos (como toda verdadera sonrisa), porque tiene la boca cubierta.

–¿Pero estás bien?  –Es lo único que sabe preguntarle él.

–Divinamente.

–Divina sí estás.

Ahora es ella quien se sonroja; no sabe qué decir…

–Mejor sigo por tu camino.  Tengo que vigilar que nada te pase.

–¿Ahora sí eres cuidadoso?

–Es que estaba enredado porque no sabía qué comprar.

Se asoma a mirarle la canastilla y se queda asombrada: tarros, cajas, frascos…  (“¿Qué es lo que come este muchacho?”).  Y le va sacando todo y volviéndolo a los estantes, ante su mirada interrogante.  Enseguida se lo trae a la sección de frutas y verduras y comienza a llenársela con productos frescos.

–¿Qué voy a hacer con eso?  Yo no sé cocinar.  Solo tengo que comprar pasabocas, porque en casa me dan las comidas principales.

–Pero ¿sabes manipular peroles y utensilios?

–Claro que sí.

–Que dejen de ser piezas extrañas.  Te doy mi teléfono para que me llames y te daré todas las indicaciones necesarias para tu nuevo régimen alimenticio.

Así fue como la chica logró intercambiar teléfono con el joven que le gustó a primera vista.  Él no se hizo de rogar y salió feliz del mercado, no tanto por la compra como por el afortunado encuentro.  Ya por la noche tenían nuevo contacto: por teléfono, ella le indicó cómo preparar spaghetti bolognese y él quedó encantado.  Cada día una nueva fórmula culinaria aderezada con una larga charla.  Pero ambos tenían muy pendientes las nuevas fechas de salida de cada uno, pues se las habían indagado mutuamente desde la primera conversación, ahí “como por saber, no habiendo más de qué hablar”.  Concertaron, pues, encuentro en el banco cercano porque ella necesitaba hacer un reclamo y él podría inventar cualquier diligencia; por ejemplo, los requisitos para abrir una cuenta.

En el banco, se las ingenian para quedarse conferenciando un rato en una salita de espera, de esas lujosas, brillantes, que dotan los bancos con todo el jugo que nos exprimen; en estas y las otras, él le pregunta por el novio y ella le dice, muy segura, que vive lejos y hace tiempo no hablan.

–Y tú, René, ¿qué me cuentas de tu novia?

–Está muy bien –contesta con voz desencantada.

–¿Y cuando la ves?

–No sé… es que no nos coinciden los días de salida…

–¿Cuáles son los días de ella?

–Eh…  No recuerdo bien.

Esto último delata que está fingiendo.  Liliana reprime una sonrisa burlesca y pone otro tema.  René habla como un autómata, tan duro le dio la noticia.  Ella le tiene que arrancar las palabras y pronto resuelven volver a sus casas.  La chica se atreve a despedirlo de beso (violando todas las normas de aislamiento) y al muchacho se le disparan nuevamente los ánimos.  “Esta noche te llamo”, le dice.

Liliana y Roberto se amistaron en una fiestecita en casa de una amiga.  Roberto la siguió llamando e invitando y la mencionaba como novia a todos sus conocidos, pero Liliana lo tomaba como un amigo muy agradable.  Cuando asistieron a la boda de una prima de ella, él le dijo “así quiero que sea la nuestra”, ella contestó “sin boda”; ambos le dieron un significado distinto a esta expresión; para uno de los dos significaba que no se necesitaba un matrimonio para vivir juntos y felices; para el otro, que nunca habría unión.  Al irse Roberto a asumir un nuevo trabajo en una ciudad lejana, se expresaron mutuamente anhelos de un reencuentro, simplemente un reencuentro.

René la sigue llamando; continúan con la culinaria por teléfono y los encuentros concertados en el banco y el mercado, pero él sigue con el desencanto del compromiso de Liliana con el otro; aunque quiere indagarle más sobre ello, nunca da el paso y las conversaciones van llegando a un punto en que no parecen tener más que compartir.

Cuando levantan la cuarentena, cada uno vuelve a lo suyo y pasan los días sin comunicarse.  A René le da por pensar que ella ya lo olvidó, que debe de estar pasándola muy bien con ese novio.  Liliana se dice “este estaba por pasar el rato, debe de andar con otra que se encontró por ahí esta semana”.  La verdad es que el muchacho sigue muy solo.

Una llamada a las once de la noche despierta a René.  Es ella.

–¿Qué te pasó, Liliana?

–Nada, que no sé por qué no estás con tu chica en la Noche Fantástica, aquí en el Parque de las Ilusiones.

–¡Ah!  Por cierto que era hoy.  Me visto y voy, pero solo.

–No te vistas mucho, que aquí todos tienen poco puesto.

–Ja, ja.  Espérame pues.

El chico corre para allá; la encuentra muy animada; se divierten por horas, se rozan con ternura, con tibieza, se besan.  Ella, abruptamente, le pide que la lleve a casa; él, confuso, cumple su deseo.  Cuando la deja, lo despide con un beso largo y una mirada profunda.

Alguna vez, a Constanza la llevó René a su casa después de jugar al tenis de mesa y estar en un cine; despidiéndola en la puerta le pidió un beso y recibió uno breve pero tibio, acompañado de un suave apretón y una mirada dulce.  Se fue encantado para casa; caminaba sobre nubes, escuchaba una linda música de origen desconocido; esa noche no durmió, la emoción no lo dejaba.  Él, tímido como era, no se decidió a buscarla el día siguiente; le pareció mejor esperar hasta el fin de semana.  Cuando la llamó el sábado, ella le dijo que salía con otro amigo, que podrían verse el domingo; él rápidamente le inventó que tenía un paseo con su familia.  El lunes recapacitó, la buscó y fue cálidamente atendido.  No obstante, los encuentros siguieron siendo como de dos amigos; ella también salía con más muchachos y nunca volvieron a tener un momento como el de aquella ocasión del tenis y el cine.  Él, de todos modos, seguía pensando que eso “quedó abierto”.

Liliana llama a René a comentarle de un rumor de rebrote de la epidemia y de la inminente declaratoria de una nueva cuarentena.

–¿Cómo va a ser?  ¿Nos encierran de nuevo?  No sería capaz de soportarlo.

–Lo dijo Vicky Dalila, la que se coge todos los chismes.

–Y tú, ¿cómo lo soportarías en tu soledad, Lili?

–Sería un trago amargo, sobre todo por tener que volver a esperar días para nuestros encuentros.

–No nos pueden separar más.  Si puedes dejar a ese hombre, ¡casémonos, Lili!

–No tengo a ningún hombre.  Lejos se fue y lejos se quedó.  Tú eres quien tienes que dejar a tu secreto encanto.

–Era mero encanto remoto.  También quedó lejos para mí.

Y así fue como se decidieron a irse al notario.

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