Otra de Sandor Marai en la obra mencionada, que coincide con lo que me quedó en el alma después de vivir dos años en Alemania (hace muchos ya). Y lo que dice allí de Berlín (que lamentablemente nunca conocí) lo digo de München, donde viví seis inolvidables meses.
En Alemania nunca había pasado miedo y lamentaba tener que abandonar ese mundo más o menos conocido en el que nos movíamos con facilidad: las ciudades alemanas, la lengua alemana, las costumbres alemanas…
...Su buena disposición para todo me seducía una y otra vez. Ese gran pueblo respetaba a los extranjeros…
…y, sin embargo, yo, con veintiún años, atosigado por mis primeras impresiones aquella primera noche en Berlín, tuve la sensación de haber llegado a una enorme ciudad provinciana.
...En cuanto pisé Alemania me invadió un extraño sentimiento de seguridad: pensaba que nada malo podía ocurrirme, que la gente era igual en todas partes, que era extraña en sus sentimientos y en sus manías, en sus gustos y en sus temperamentos, pero que aparte de eso existía una comunión de tipo ambiental entre el hogar abandonado y esa Alemania grande y misteriosa, aunque no hubiese lazos «sanguíneos» o «raciales» ni nada parecido, aunque no hubiese un parentesco declarado, sino unos lazos más secretos y al mismo tiempo más sencillos.
...aquel tren que marchaba despacio en la oscuridad nos alejaba de un mundo exótico y familiar, de una Alemania que, en cierto modo, había sido nuestro hogar.
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