jueves, 9 de mayo de 2019


EL ZAPATO COMPAÑERO

Relato


Sergio Andrés perdió un zapato y estaba muy contrariado.  Había dejado el par sobre el alféizar de la ventana para secarlo al aire, porque estaba humedecido por una llovizna que tuvo que soportar llegando a casa.  No aceptaba la idea de no poder ponerse ese par de tenis de marca que le costó un dineral hacía apenas un mes y que gustaba de lucir vanidoso ante las chicas y los amigos.

–Puede haberse caído afuera –le dijo su hermanita.

Salió a buscar en la zona verde bajo la ventana, sin éxito.  ¿Dónde más podría estar?  ¡Ah!  La mamá acostumbraba llevarse al cuarto útil, en el sótano, todos los elementos que él dejaba por ahí tirados; buscó la llave y se fue a esculcar en el dichoso rincón, pero solo se topó con objetos viejos, como aquel aparato de videojuegos que tanto disfrutó a sus trece años y que luego fue relegado para adquirir uno más novedoso que imponía la sociedad de consumo.

–¿Para qué quiero más esto?  Lo voy a regalar a Fernando, que es pobre y ni siquiera uno de estos ha podido tener.

Le confesó a la madre la pérdida de la prenda y le inquirió si se la había escondido en otro lugar, en su manía por el orden.

–Lo mío no es manía, es disciplina, que quiero que ustedes también aprendan; y si los zapatos estaban bien colocados, secándose, no habría visto eso como un desorden y no necesitaría aplicarte el acostumbrado correctivo.
–Entonces, ¿dónde puede estar el ridículo zapato?
–No eran nada ridículos cuando te dio la fiebre por adquirirlos.  ¿No sería que Rufo se llevó esa “garra” para aumentar su tesoro?

El perro de Esperanza, su hermanita, acostumbraba robarse algunos objetos y llevarlos al rincón más oscuro de su casita.  Lo que era útil, se lo retiraban y le daban una reprimenda pero, con lo que quedaba, estaba acumulando un preciado tesoro.  Se fue Sergio Andrés, linterna en mano, a revisar la guarida del intruso, el que pareció entender la sugerencia de la mamá y se puso alerta para no dejarse despojar.  Debió llamar a Esperancita para que se hiciera cargo del animal, que se había adelantado a meterse en la casita y le mostraba los dientes para que no introdujera la mano.  Sin embargo, el valioso zapato tampoco apareció allí.

Salió aburrido el muchacho para el colegio, caminando lento y con una sola imagen en la cabeza, porque lo que perdemos se queda con nosotros; nos persigue a mañana, tarde y noche.  Suspiraba y se miraba con desgano los zapatos “viejos”, de siete meses de uso.  En el primer descanso, le entró llamada de la mamá y se alegró pensando en una buena noticia.

–Voy a aprovechar que hace días no limpio bien debajo de tu cama; muevo todas esas cajas que mantienes ahí, para aspirar a fondo, y quizás encuentre tu zapato.
–Yo nunca meto los zapatos debajo de la cama.
–Ustedes siempre lo ven todo muy simple.  Deducciones a lo Sherlock Holmes; “si el señor X nunca ponía los zapatos bajo la cama, el zapato hallado debajo de la cama pertenece al asesino”.  Te informaré si lo encuentro.

Intento fallido.  En lugar del tenis, apareció una media que había dejado muy triste a su compañerita nona.  También se topó con la caja de un rompecabezas de 5000 piezas, otrora fascinación del chico, ahora llena de polvo.  Le preguntó qué hacer con eso y él le respondió que podía regalárselo al primito José Elías, que andaba entusiasmado con los rompecabezas.

Una semana después, su amiga Magdalena le dijo que había visto su zapato.

–¡¿Cómo puede ser?!  ¿En dónde?
–En el sitio más increíble, pero más natural, que puedas imaginar.  ¿No das?
–Ahora no estoy resolviendo adivinanzas.
–¡Huy, qué humor!  Vi tu zapato en un pie.
–¿En el pie de quién?  ¡Voy y le arranco mi zapato; con pie y todo!
–Del vago que ronda por el barrio.  El que duerme en los antejardines, en el separador central de la avenida…
–¿El de los calzones anchos, amarrados con una cabuya?
–Ese mismo.  Tiene otro tenis muy distinto en el otro pie, pero se contonea orgulloso luciendo sus zapatos de marca.  ¡Y no me vengas a decir que te robó el tenis!  Lo encontró en la calle, tiene derecho a quedárselo.

Ahora el problema se convirtió en un reto moral para el muchacho; ¿descalzar a un miserable?  ¿Qué podría hacer para recuperar su zapato?  Lo discutió con Magdalena y a ella se le ocurrió que le ofreciera compra; por el valor de un desayuno, el hombre le entregaría el tenis y el muchacho quedaría libre de remordimientos.  El día siguiente se fue a buscarlo.

–Oiga, hombre, le compro el tenis izquierdo por cinco mil pesos; es para juntarlo con uno derecho que tengo igualito a ese, porque el compañero se me rompió.  
–Yo le compro más bien el suyo con siete mil que llevo recogidos hoy.  Me quedo sin comer, pero ¡qué importa!  Se justifica para lucir buena pinta.

Esperó hasta el día siguiente y regresó para ofrecerle diez mil pesos.

–Anoche me fue bien cuidando carros y recogí con que darle veinte mil.  Después veré cómo como.

Se conmovió el chico, fue a casa por el zapato y se lo regaló al indigente.  Regresó con los ojos encharcados, no se sabe si por compasión o por haber perdido definitivamente su precioso par de tenis.



Carlos Jaime Noreña
ocurr-cj.blogspot.com
cjnorena@gmail.com

1 comentario:

  1. Hola Carlos, respondo por aquí a tu comentario porque me gustó tu respuesta y quise saber mas de ti.Tienes razón es una crítica hacia una persona muy conocida, pero además es la situación de muchos emigrantes venezolanos que sin mayores análisis, quieren abordar el extranjero y luego las circunstancias los hacen regresar frutrados.
    Aproveché la oportunidad para leer El zapato compañero, me gustaron los diálogos del muchacho con cada uno de los otros personajes. Felicitaciones.

    ResponderEliminar

  Una navidad sentida La pelirroja Ángela y el rubio Daniel han salido a caminar en esta noche de principios de diciembre tibia y luminosa, ...