sábado, 11 de octubre de 2025

MAGIA DE TODOS LOS DÍAS

–¡Ay carajo! ¿Por qué me pasan estas cosas?

Se le ha quebrado el espejo a Anita en medio de su arreglo y sale de su cuarto lamentándose de los siete años de mala suerte que la esperan.

¿Lloras por eso? no creas en esas supersticiones sin fundamento.  Le dice su hermano Petrucho.

Ella se confunde y va a consultarlo con la mamá.

–Sí hija tienes que tener mucho cuidado porque las malas te van a caer encima.  A tu tía Candelaria le ocurrió.  ¿Recuerdas todos los desastres que tuvo?

–¡Cómo que crees en eso mamá!  ¿Y también crees en la patria?

–Claro Petruchito la tierra en que nacimos que debemos amar y engrandecer.

–Esa es mamá la palabra que ha engolosinado a los reyes, emperadores y dictadores, engrandecer, que es lo mismo que agrandar, hay que invadir territorios, los que mueren en la guerra son nominados héroes y se les rinde tributo, una gran superstición: agrandar el territorio matando y muriendo da honor, algo que no disfrutarás porque ya estás muerto, para mí la patria no es la tierra grande donde veneran a un líder y le pagan impuestos, la patria está alrededor de mí: mi familia mis amigos mis rumbas el suelo que me da alimento y me regala belleza, los lugares que puedo visitar; sin prosopopeya, sin más espectáculo que el natural.

El día siguiente los dos chicos se van a correr y Petrucho empieza con el pie izquierdo.

–Arrancaste mal no vas a ganar.

Al terminar… Miren que sí gané no importa cómo arranque sino cómo me desempeñe, tampoco interesa si llevo marcas en el uniforme eso es mera publicidad, ahora no importa tanto que los deportistas me despierten solidaridad por ser de mi región, nos pusieron a seguir a esta o aquella marca lo que en el fondo es una forma moderna de superstición: gana porque corre o juega por estos zapatos por esta bebida por esta industria.

Sentados a la mesa para el almuerzo la mamá le pide al muchacho llenar el salero; va sacando cucharadas del paquete para echarlas por la estrecha boca del recipiente y deja un reguero de granitos blancos alrededor.

–¡Mira lo que has hecho! vas a quedar salado toma un poco de esa sal con tus dedos y arrójala hacia atrás por encima del hombro para conjurar la maldición.

–Si de eso se trata, mami, estamos maldecidos desde el bautizo pues en ese momento nos pusieron sal.

–Esa es una sal sagrada que tiene un significado ritual, cuando el bebé la degusta tiene un primer conocimiento de lo que son los males del mundo.

–Eso son puras supersticiones mamá: como gusté la sal voy a quedar alerta ante el mal; entonces ¿por qué nos pasan tantas cosas?

–Y también te mojaron la cabecita hijo para lavarte el pecado original.

–Pecado, esa es otra creencia con la que nos tienen sometidos, no podemos darnos placer porque estamos quebrantando un mandato y quedamos manchados y vamos a sufrir el castigo del infierno.  Infierno, superstición mayor, un lugar a donde van todos los indeseados para sufrir de crueles castigos.

–Pero podemos evitarlo si confesamos la desobediencia y recibimos una absolución.

–Absolución, otra que limpia mágicamente, un hombre que también peca limpia a los otros y les da el derecho a ir al cielo.  Cielo, ese lugar más alto que la estratosfera donde se supone que nos vamos a reunir los buenos y no sé cómo vamos a evitar colisiones con la basura espacial que han dejado todos los artefactos lanzados durante sesenta y muchos años.  El cielo lo tenemos con nosotros cuando recibimos el amor de los nuestros y disfrutamos de lo que hemos conseguido con nuestros propios méritos.

–Qué ideas tan raras las que tienes.  Hablemos más bien de las elecciones del domingo.  ¿Sí vas a votar por el candidato de tu papá?

–Ay, mami, la democracia es otra superstición.

–¡¿Ahora qué es ese cuento?!

–Cuentos son los que nos echan esos candidatos.  Ríos de leche y miel.  Después, el llanto y crujir de dientes.  Nosotros creemos que la mayoría escoge con plena consciencia a los más capacitados y honestos y que quedamos en manos de unos hombres (y mujeres) que nos representan, conocen todas nuestras necesidades y van a tomar las mejores decisiones.  Sí, las mejores para ellos, las que les incrementan sus cuentas bancarias y las que les garantizan que seguimos afiliados a sus partidos y volveremos a votar por ellos.  Mira todos los que han caído investigados por la Fiscalía, esperemos que sí sean juzgados y castigados.

–Ay, dejemos a este muchacho con sus cantaletas y comamos en paz, hija.


Me extraño

Vivo en un apartamento dentro de un gran edificio.  Un muro me separa de un vecino que no sé cómo se llama, qué vida lleva, si tiene familia….  No lo veo, esa pared es impenetrable.

Las planchas que me separan de los pisos de encima y debajo son igualmente barreras sólidas, nada se ve, casi nada se oye.

Otros muros intangibles me aíslan de mis allegados.  De vez en cuando los veo, pero no con los ojos del alma porque se ocultan a ellos.


Después de una discusión con mi pareja me encierro a pensar qué pudo haberme arrastrado a disputar y alzar la voz.

No me puedo mirar hacia adentro, mi piel es opaca.  Mis ojos que me dan tanta precisión y detalle de todo lo que me rodea, cercano y lejano, son ciegos hacia dentro.  No puedo ver de dónde salen mis pensamientos, cómo se forman mis enojos.

Después de mucho reflexionar descubro que todo ello proviene de un vecino que tengo ahí dentro de mí, y que no lo veo, no lo he conocido, no sé qué vida lleva.  Ese vecino interno, ese extraño, califica mi conducta, define mis acciones.  Mis apetencias y deseos, mis impulsos y resquemores, mis gustos y rechazos.  La comida, las bebidas, el embeleso visual, el encanto auditivo, el hechizo de las fragancias, los juegos, el sexo…

No sé por qué me maneja y si le quiero preguntar no me entiende, hablamos diferentes idiomas, es un extranjero.


Despierto después de un confuso sueño, procuro interpretarlo y concluyo que son mensajes que me manda mi extranjero íntimo.

Saludo a mi pareja con uno de esos besitos mañaneros y nos disponemos a tomar el primer piscolabis, algún comentario mío no le gusta y se rompe el tempranero hechizo.  Creo que algo me advirtió el extranjero en el sueño sobre su sensibilidad y no le hice caso.

Empiezo mis labores con diligencia para agradar al extranjero, hasta que tropiezo con algo que no me funciona y estallo.  Atribuyo el estallido al extranjero y él me gruñe.


Hoy me toca almorzar solo en un restaurante que ella y yo frecuentamos y le digo al extranjero ya que ella no esta siéntate frente a mí y tengamos una franca discusión.  Pero él no comprende mi idioma y sin palabras me hace entender que prefiere la tibieza del interior y que ahí se siente seguro para hacerme todos sus reproches.

Al primer trago de sopa me reclama por la sal, a mí me gusta así, tienes que soportarla y eso sí me lo entiende y me vuelve a gruñir.

Al trinchar la carne, él me recuerda a aquella chica que tanto me gusta ver pasar y me advierte del peligro de infidelidad, le digo que yo solo recreo los ojos y me contesta que arriesgo a querer solazar otras partes del cuerpo, para eso sí me entiende y se hace entender.  Le pido silencio para terminar de comer tranquilo, accede, pero al postre me solicita que pida otra porción, tanto azúcar es dañino le digo, al diablo con el azúcar me responde.

De salida, me cruzo (¿nos cruzamos?) con una hermosa mujer y el extraño me invita a seguirla.  ¿Ahora sí no vale la fidelidad?, vuelve a gruñir por toda respuesta.

Por la tarde el jefe me reprocha por algo y le contesto fuerte, azuzado por mi extranjero; el jefe recapacita y me suaviza las observaciones.  Más tarde en una discusión con un agrio compañero sobre cualquier desacuerdo en la preparación de una propuesta el extranjero me reta a resolverlo a los puños y es el colega quien me pide que no pierda mis cabales.

Saliendo del trabajo pienso que es muy temprano para ir derecho a casa, el extranjero me hala hacia un bar y me hace antojar de una cerveza, que me sirven con deliciosos pasantes.  Me deleito observando a las lindas chicas que llegan al sitio y me digo este extranjero tiene valía, voy a seguir tomándolo en cuenta.


jueves, 15 de mayo de 2025

 

Esperanzas documentadas

Estaba comentando con amigos sobre el anciano ministro que se le plantó al presidente y un irreverente dijo que estos hombres como salidos de la tumba deberían tener respeto por la juventud.  Yo les conté entonces de mis visiones nocturnas en la vetusta casa de mis abuelos y nadie me creyó del viejo que salía siempre a las once de la noche a recorrer un corredor y se esfumaba cuando le hacía creer que lo vi.  Les juré que era verdad y los comprometí a irnos a esa casa el siguiente viernes por la noche.

Llegamos uno a uno ese día con los aportes convenidos para la tertulia, uno el licor, otra los pasantes, otro los dulces, otra la música…. Y el rato se nos fue como una exhalación, tal fue el ambiente festivo que creamos en ese espacio del que nos apoderamos, pues yo había convencido a mi tío, que cuidaba la casa, de quedarse durmiendo en la suya asegurándole que yo velaría toda la noche como en aquella ocasión anterior.

Dieron las once en el antiguo reloj de campanas que mis tíos conservaban en el rancho siguiendo la voluntad del abuelo quien sostenía que su aliento vital quedaría en ese armatoste y que si se detenía él bajaría directo a los infiernos.  Ordené organizar la mesa, recoger las cosas del suelo, componerse las parejitas que se estaban explorando, luego apagué la música y todas las luces, invité a salir de la sala y todos fueron tras de mí pues ya los había interesado lo suficiente con el cuento de que el viejo atravesaría ese espacio para pasar hacia la abandonada oficina en donde buscaba algo con ansias.

Tropezando un poco, nos recogimos todos en el antiguo comedor, pedí completo silencio y nos turnamos para hacer observación a través de la puerta plegadiza que dividía y unía al mismo tiempo ambos recintos.  Respiraciones contenidas, secreteo entre algunos, toses ahogadas, suave llanto de una muy nerviosa, furia mía contenida porque creía que alguno iba a dar la mala nota y todo se podía ir a pique.  Yo necesitaba testigos para convencer a mi familia de que en ese antiguo predio estaba guardado algo muy valioso que ese anciano venía a buscar desde ultratumba.

La anterior vez que remplacé a mi tío en la vigilancia para que se cuidara en casa una gripe, me pareció que el fantasma me confesó que buscaba un documento de propiedad cuando lo sorprendí buscando en los cajones del viejo escritorio al asomarme a investigar unos ruidos que escuché desde la tarima donde dormía plácidamente pues yo no era tan tonto de quedarme toda la noche despierto para ahuyentar a supuestos ladrones.  Acto seguido, se esfumó.  Intenté explorar con una linterna pues hacía años que en el estudio no funcionaba la luz eléctrica para revisar el contenido de las gavetas pero unos gemidos cada vez más lúgubres me hicieron desistir y corrí temblando digamos que de frío para no reconocer lo que los hombres tememos dejar descubrir, el miedo, para meterme bajo la manta en la tarima y suplicar que amaneciera pronto.  Ya con luz diurna decidí que los gemidos provenían del cuarto habitado por una pareja en la casa vecina y que no se hicieron progresivamente más lúgubres, sino más intensos.

Estuvimos un rato muy largo a la espera del aterrador visitante y tuvimos que salirnos cuando el aterrador frío nos puso a temblar a todos.  De nuevo en la sala, con el reconfortante calor que nos dieron unos traguitos, empezaron las especulaciones por encima de mi frustración: que los fantasmas no se presentan sino a una sola persona y nunca a grupos; que el de esta casa quizá no aparece todos los viernes sino todos los trece de mes ¿no es cierto que cuando relevaste a tu tío fue un día trece?; que ese señor ya encontró su documento en alguna noche del tío dormilón y no tiene que volver a nada; que el espíritu visita la casa solamente cuando está el tío porque quiere confrontarlo pero el maldito siempre se le duerme y no se deja asustar, pero la conclusión final fue que yo les había tomado el pelo con el cuento del espectro porque quería hacer rumba nocturna de cuenta de mis amigos.

Ingresé con mi tío en horas diurnas a la oficina a revisar todos los guardaderos en busca del misterioso documento después de eludir todas sus evasivas, ahí no hay nada, papeles carcomidos; nadie dejó nada de valor el día que esculcaron toda la casa tras la muerte del bisabuelo; vamos a adquirir alguna enfermedad si respiramos todo ese polvo y humedad; ni siquiera sabes qué documento estás buscando así no encontramos nada; yo me mantengo muy ocupado para ponerme a hacer esas bobadas.  Lo convencí con el invento de que escuché unos ruidos metálicos como de alguien contando doblones de oro, mira lo ricos que nos podemos hacer tío.

La escritura de propiedad de una casa esquinera de dos plantas con muros de tapia y techos a dos aguas patio interior con aljibe de agua pura ocho habitaciones amplias cocina comedor sala de recibo y sala auxiliar cuarto de letrina cuarto de aparejos y zaguán de entrada de bestias, amplios balcones y portón principal sobre la calle Real y colindante por esta misma calle con la casa de don Zutanejo y por la calle del Cementerio con la casa de don Perencejo fue mi gran descubrimiento y dije con esta voy a enfrentar al espanto y le voy a hacer confesar en cuál de los muros de la casa se encuentra escondido su tesoro.

Convencí a mi tío de dejarme dormir todos los viernes en la otra cama de su habitación para estar atento al aparecido enfrentarlo con el documento y sacarle su secreto.  He sacrificado ya muchos viernes culturales he pasado frío y hambre y aguantado los ronquidos del viejo, no han faltado los ruiditos que han resultado ser del tío o de los ratones, los quejidos que son los de la pareja vecina, las luces y sombras que son las que se cuelan por la claraboya, ni las advertencias de mi novia de que va a conseguirse una buena compañía para las nocturnas de viernes.


domingo, 13 de abril de 2025


Vuelos turbadores

Pasa en adagio frente a mi ventana y yo me quedo en éxtasis ante su belleza y perfección y disfrutando de su fragancia.  Solo le alcanzo a ver por detrás porque mientras venía de frente, más bien perfil, perdí el tiempo abriendo la persiana.  Me queda la vaga idea de una cara muy linda pero alcanzo a ver un trasero, un pomposo trasero bien forrado, protuberante, de perfecta forma de melocotón, que invita a una sensual caricia, que se contonea con ritmo, va subiendo la nalga de la pierna que da el paso, se baja la de la pierna asentada, luego esta se alza y se baja la otra, se alza, se baja, se alza, se baja… y enloquezco.  Y las dichas piernas (valga la expresión, son unas dichas) largas, firmes, bien formadas y bien forradas en jean, dan una imagen de solidez a todo lo que sostienen.  ¿Y qué es lo que sostienen?  A más del culo ya mentado un tronco esbelto hombros finos cuello de estatua griega con preciosa gargantilla y sobre él la cabeza bien proporcionada con cabellera rubia oscura llena de crespos que caen largos y relajados.

Ahora, de noche, atraviesa frente a mi ventana un ser oscuro en vuelo rasante que de súbito se remonta da la vuelta y vuelve a bajar ¿será un murciélago, un gavilán nocturno? no logro distinguir, vuelve a pasar varias veces en su extraño vuelo y termina posándose sobre una rama del arbusto del frente.  Me parece que me está mirando con ojos firmes pero todo está muy oscuro quizás estoy imaginando.  Lo que no es imaginario es su voz, me dice cuídate;  ¿de qué?;  de tus impulsos;  ¿cuáles?;  déjale pasar y no le sigas con esos ojos lascivos;  soy libre;  solo te lo advierto.

La encantadora figura vuelve a desfilar el lunes siguiente y mis ojos me halan hacia la ventana aunque yo quiera hacer caso de la advertencia anterior.  Sus ojos son azules y chispeantes, me embrujan por unos segundos y siguen arrastrando hacia adelante esa escultura viva de rostro terso y sonrosado que provoca tocar, con naricita respingada que compite con unos labios gruesos incitantes pestañas largas ligeramente curvas y coquetas cejas delgadas orejitas como de concurso y un lunarcillo muy bien puesto en el cachete izquierdo.  Le alcanzo a notar sobre el dorso la camiseta pegada que realza unos tentadores pezones muy bien formados el vientre plano y en su jean un marcado promontorio púbico que armoniza con los dos redonditos promontorios de las rodillas.  Quedo en dulce arrobamiento embeleso encanto hechizo trastorno fascinación mareo pasmo enamoramiento.

Se presenta de nuevo el vuelo extraño al anochecer, se detiene otra vez frente a mí el oscuro engendro y me advierte no oses seguirle no es mayor tiene dieciséis;  es que solo le observo no busco acercarme, seguiré el ritual todos los lunes hasta su mayoría de edad;  y nada te ganarás entonces porque no es un ser humano es un ángel;  puedo enamorarme de un ángel;  sería el mayor pecado;  ¿por qué me juzgas, demonio?  Se sacude con violencia y se dispara rápido hacia el firmamento.

Seguí disfrutando de su visión todos los lunes y con progresos porque me atreví a picarle un ojo y me respondió igual, a sonreírle y me regaló una rutilante sonrisa, la que seguimos repitiendo cada semana.  El extraño sombrío no dejaba de visitarme me decía recuerda que es un ángel es intocable, recuerda que es un ángel no tiene sexo y yo lo despachaba con ironías.  Con argucia estimé la fecha del cumpleaños número dieciocho de mi encanto y no erré por mucho, porque me dijo aún falta un mes.  Pasado ese mes me atreví a salir a cantarle el cumpleaños y proponerle que se quedara conmigo.  Me lanzó una mirada triste y comenzó a alzarse del suelo frente a mí, a ganar altura sin dejar de mirarme, sin yo dejar de mirarle hasta que le envolvió una nube en un secuestro que duraría para siempre jamás.



Extraordinarios recuerdos


Allá posado en un alto acechaba el dragón que desde la ventana de mi pieza se oteaba.  Era inmenso y verde y tenía espinas a lo largo del lomo.  Movía la cabezota, abría y cerraba las fauces y cuando intentaba desplegar las alas yo me quedaba un rato largo esperando temeroso que alzara el vuelo.  Yo me imaginaba que solo durante la noche el dragón sobrevolaba el barrio y se complacía viéndonos dormir a través de la ventana y entonces me sobrevenía cierto sentimiento de solidaridad con el pobre animal incomprendido.  Cuando compartí ese encanto con mi hermano mayor me dijo que me llevaría a conocerlo.  Acepté bajo la condición de hacerlo a plena luz del día para aminorar mis temores.  Mira que es un árbol viejo de ramazón desordenada, me hizo notar, y salí desilusionado.


Por el ventanal de la parte de atrás de la casa, situado en un punto alto, me entretenía observando el tráfico poco intenso de las calles del barrio.  Una de estas ascendía en curva bordeando un terreno deprimido y en lo más alto lamía el caserón de los espantos y desaparecía al empezar a descender hacia otra parte baja de la ciudad; así que la casona dominaba desde la altura todas las calles del sector, todas nuestras viviendas, haciendo gala de su amplia puerta y dos grandes ventanas de madera por el frente y pequeños y oscuros ventanucos en los costados.  Traje a mi amiguita Marta Lucía a mostrarle desde esa ventana mi extraordinario descubrimiento; es un caserón desvencijado, me dijo. La saqué defraudado de casa.  Yo sabía que desde estos orificios alzaban vuelo al atardecer los oscuros murciélagos y en la noche profunda los fantasmas que se dirigían hasta nuestras habitaciones a través de sus ventanas descuidadamente abiertas.  Obvio que nunca vi a los fantasmas saliendo de aquel lugar pues lo hacían muy tarde y a nosotros nos mandaban temprano a la cama.


Y el sótano… ¡el sótano!  La oscuridad, el misterio, las momias.  Sí, desenterrábamos momias mi amigo Gildardo y yo.  Con los pelos de punta.  No resistíamos más de cinco minutos.  Todo empezó alguna vez, cuando mi papá le puso una mortecina luz eléctrica a ese lugar y me atreví a explorarlo y de repente vi en el suelo algo blanco que sobresalía; busqué una herramienta y comencé a cavar… hasta que destapé un brazo, un brazo humano completo y sufrí un desmayo humano completo.  Me guardé el secreto y busqué a mi amigo para que él lo compartiera y me acompañara a una nueva excavación, porque el morbo humano siempre nos arrastra hacia el reencuentro de lo terrorífico.  Con la luz pálida del débil foco instalado por papá, encontramos unas piernas cruzadas y salimos despavoridos.  En otras incursiones extrajimos mujeres, bebés y angelitos.  Y al final nos cansamos porque nadie prestaba atención a nuestros asombrosos descubrimientos, nos decían que eran los escombros de un taller de estatuaria.


Cuando la pandilla de amiguitos salíamos de explorar los misterios de los oscuros laberintos de las casas en construcción, el perro de las narices negras aparecía de improviso en medio de nosotros y corríamos hacia nuestros escondites hasta que se perdía.  Pero un día un amiguito valiente le dio la cara y el animal le habló le dijo soy inofensivo diles a tus amigos que salgan a que juguemos.  Por supuesto que no le hicimos caso, pero la vez siguiente el perro se acercó a nuestro refugio, nos miró a todos de arriba abajo para hacernos saber que conocía donde nos escondíamos y se fue muy orondo agitando la cola en señal de triunfo.


lunes, 17 de marzo de 2025

Unas van por otras

Nada más verse Catina y Mufino quedaron flechados y empezaron un noviazgo antes de una semana; muy claro está que ninguno de los dos sufría de filofobia.


En uno de sus encuentros de novios en algún cafecito adornado y acogedor, escucharon a una mujer de la mesa vecina que se refocilaba hablando de su xantofobia, ay no, yo no sé por qué la bandera tiene amarillo y además es el más grande, yo le tengo pánico a ese color; y ¿por qué querida?; lo ignoro pero te cuento que la semana pasada que tenía una cita con Margueta salí despavorida cuando la vi llegar con un sombrero amarillo; ¿y no le podías pedir que se lo quitara y lo disimulara?; la vi venir desde lejos y no era capaz de quedarme ahí viendo no más que esa cosa amarilla se aproximaba, es algo que tengo muy adentro algo que va conmigo y nadie me lo quita.  Mufino le comentó a su querida lo que a mí me inspira terror son los gatos no puedo ver a esos emisarios del demonio, de chico me orinaba en los pantalones y salía corriendo y todavía les huyo, eso se llama elurofobia; ah, ¿sí? cosa curiosa pero lo importante es que a mí no me tienes ningún miedo amorcito no tienes Catinofobia pero yo te voy a confesar que le tengo pánico al número 13.


Fueron pasando los meses y el amor crecía y tuvieron su primer encuentro íntimo y el segundo, tercero… y siempre en lugares de alquiler porque ella no lo invitaba a su apartamento, nunca se lo conoció.  Mufino un día muy nervioso le propuso matrimonio en medio de flores y con un deslumbrante anillo y Catina aceptó encantada. La familia de la novia se puso en función de preparar una boda con misa solemne con inmensos arreglos florales con grupo musical con fotógrafo profesional con comida en club con fina champaña con exquisitas viandas con orquesta con baile y a fe que no les salió mal, disfrutaron a fondo la fiesta y los novios salieron en su viaje de luna de miel a las islas paradisíacas.


Al regreso se instalaron en el apartamento de ella como lo tenían convenido, sus hermanas se lo habían arreglado primoroso con flores y fragancias con toallería y tendido de cama nuevos.  Ella perdió el aliento al encontrar tal sorpresa, él perdió el aliento al encontrarse frente a cuatro gatos que vivían con Catina.  Sala de urgencias reanimación suero transfusión, encierro de los gatos en un cuarto promesas besos reconquista.  Ella se hizo cargo de los animalitos, los sacaba de su prisión cuando él no estaba.  Con el tiempo todo se relaja, nuevos tropiezos de Mufino con Micifú o Michín o Mambrú o Mirringa, nuevas peleas nuevas reconciliaciones y promesas…


Se llegó el aniversario de matrimonio, al desayuno él fingió que no lo recordaba y ella lo miraba y miraba no le dijo nada y se quedó estirando trompa.  Por la tarde él se fue al criadero de doña Hortensia, le tenían muy bien encerrados en un guacal los nueve gatitos de un mes con apenas agujeros para respirar, la señora lo miraba con ternura no podía creer que se hubiera hecho cargo de todos los nueve ¡qué amor a los animales!; sí señora a mí me matan los gatos le prometo que van a estar muy bien cuidados y llegó a casa con la gran caja, abrazó a su mujer mientras le daba tremendo beso, sacó la caja del carro y le entregó ¡para que disfrutes de tu triscaidecafobia!


LOS OJOS DE FUEGO DEL MONSTRUO

De chico, temía entrar en el subterráneo de la casona en que vivíamos por oscuro y frío.  Imaginaba que solo algo malo podía estar ocupando ese espacio. Relatos sobre hechos escalofriantes en mazmorras de viejos castillos contribuían a aumentar mi temor.  Me movía, en cambio, por las calles aledañas jugando con los vecinitos, ahuyentando pájaros que llegaban a beber en una fuente o a posarse en las ramas de los árboles, haciendo bromas con mi mejor amigo a una vecinita medrosa que salía a jugar con sus muñecas.


A mis doce años, los comentarios morbosos de dos o tres camaradas algo mayores que yo comenzaron a despertarme la malicia y a reorientar mis ojos hacia las chicas a quienes ellos lanzaban piropos y me empezó a gustar Susanita de mi misma edad.  El día que vi pasar a esta niña con una hermana que no le conocía, llamada Cielo, sentí que una electricidad

recorría mi cuerpo originada en sus sensuales curvas, sus brillantes ojos verdes, su nariz respingona y, sobre todo, su pomposo y enhiesto trasero y sus turgentes tetas ya muy bien desarrolladas a sus dieciséis años. En el cuarto de baño, en donde ya algunas veces me había quedado embelesado con el recuerdo de Susanita, me refugié a explorarme en solitario la

perturbadora sensación que tenía ahí abajo desde que vi a Cielo.  Algo me movió a llevar la mano allí y al minuto se me creció lo que me estaba tocando y se llenó de un aceite transparente que me causó gran turbación. No tuve tiempo de más, porque mi madre me llamaba desde fuera ¿por qué llevas tanto rato en el baño? ¿qué es lo que haces muchacho? y tuve que salir con cara de culpa.


Un rato después, me apremiaba de nuevo el morbo y me decidí a bajar al sótano a tratar de retomar lo interrumpido, seguro de que algo mejor había quedado faltando. A la entrada de la oscura mazmorra, vacilaba, los viejos temores me asaltaban, pero el ganoso impulso me empujaba hacia adelante, hasta que por fin avancé, me quedo por acá no voy muy adentro

aquí nadie me verá… Así fue como llegué, en medio de un hondo entusiasmo, de un agite violento, de unos suspiros acelerados, a la primera de las mucha emisiones que tendría en mi larga vida.


Pronto vi a Cielo por segunda vez, ahora forrada en un jean excitante, y no tuve más remedio que buscar de nuevo la amenaza de la alcahueta oscuridad.  Estaba en mi exquisito agite cuando escuché uuuuuhhh uuuuuhhh desde lo profundo de las tinieblas; solté lo que tenía entre manos y con los pelos de punta dirigí mis ojos al frente, pude ver dos ojos encendidos y salí en veloz carrera, apenas subiéndome los pantalones como pude.  Le conté del hallazgo a mi mejor amigo, obvio que sin narrarle nada de lo erótico, me acompañó la tarde siguiente a hacer una pesquisa y quedamos congelados con el uuuuuhhh uuuuuhhh del monstruo de los ojos de fuego.  Le hice jurar que no le contaría a nadie de la aventura y me juré a mi mismo no volver jamás al sótano, pero tres días después me acometieron de nuevo esas ansias locas, superé el miedo y me fui a buscar la placidez del sótano, con una linterna para iluminar al monstruo si se presentare porque había escuchado que los espantos de la oscuridad huían si se les arrojaba un chorro de luz.  No bien terminé mi

operación que tanto disfruté, mientras limpiaba lo necesario, uuuuuhhh uuuuuhhh uuuuuhhh.  Lleno de valor, lo enfrenté con la linterna y aparecieron mi hermano mayor y su amigo Felipe aspirando sendos porros de marihuana.


Compraron mi silencio muy fácil: me amenazaron con contar mis aventuritas de la oscuridad a mi madre, pero además me ingresaron a sus ceremonias canabináceas con las que descubrí otra naturaleza de placeres, nada incompatibles con los de mi soledad.


sábado, 22 de febrero de 2025

Orden en la biblioteca

Cuando se cansó de hacerlo con personas que se le prestaban para desarrollar su arte frente a algún público, el hipnotizador decidió irse a una biblioteca donde podría escoger algunos entre todos esos silenciosos y quietos e inducirlos a aquel estado en que depondrían su voluntad y ejecutarían sus órdenes.

Puso a uno a dar vueltas por el recinto arrebatando los libros a quienes leían, puso a otra a gatear por la sala y a otra a cantar a voz en cuello ante un sorprendido auditorio.  Cuando el director bajó de su torreón a exigirle volver todo al orden, le dijo he regresado a varias personas al orden, ¿quiere que haga lo mismo con todos los demás?  Solo dígale a esa que deje de cantar, al otro que no arrebate más libros...  Querido director, esos son los que están en el orden de sus deseos más profundos, yo los he sacado del desorden.

MAGIA DE TODOS LOS DÍAS –¡Ay carajo! ¿Por qué me pasan estas cosas? Se le ha quebrado el espejo a Anita en medio de su arreglo y sale de su ...