jueves, 15 de julio de 2021

 Sin rumbo también se pega

Relato

Y tras los ruegos, tras las humillaciones, una ira desesperada empezaba a arder…

…Tenemos  que  mantener  sometida  a  esta  gente  o  se  toman  el  país.

John Steinbeck, Las Uvas de la Ira


John Robinson se despide de su noviecita con un beso atornillado, mirando de reojo que nadie los vea, y se va a casa temiendo encontrar a su padre borracho para la comida.  Este, que es obrero de construcción, suele no fallar dos o tres cervezas después de salir de la obra y llega a casa achispado, pero su mujer y cinco hijos lo ven beodo.  Esta vez, llega el muchacho preciso cuando la mamá está sirviendo las sopas aguadas y secos de arroz y huevos revueltos para el papá, Leidi Katherine, Paul Estiven, Dayana María, José Keith y él; todo coronado con aguapanelas.

Después de comer, se lavan los dientes “los que quieran”, ven algo en TV y luego la madre reza el rosario con los tres menores; “¿para qué la rezadera, si nunca nos hacen un milagro?” dice John, a veces en voz alta, hoy para sus adentros, mientras se va a su pieza donde ha vivido diecinueve años y ahora la comparte con dos hermanos.  Se queda un rato bregando con su viejo celular, mal sentado en la estrecha cama.  La pantalla tiene una fractura y algunas aplicaciones no le corren, por falta de memoria.

El domingo se va a mirar el partido de fútbol en pantalla gigante en un buen bar del centro; no se puede perder el “clásico” entre los dos eternos rivales locales.  Al saltar celebrando el primer gol de su equipo, termina abrazado con el joven vecino de camiseta de igual color, embargado por la misma emoción y este le ofrece una cerveza que John no rechaza.  Siguen comentando las jugadas, recordándole la madrecita al árbitro, chiflando el gol del empate; al final celebran la victoria de último minuto y salen del bar entrelazados con otros hinchas, en medio de la mezcla de colores que ese día por fortuna se ha dado, en lugar de las terribles batallas de otras jornadas alrededor del estadio.

Afuera, invitado por su casual amigo a otra cerveza, comprada en un puestecito callejero, la beben en las mesas improvisadas (y entablan conversación).

–¿En qué trabajas?

–En medir calles.  Me gradué el año pasado y sigo buscando trabajo.

–Estamos parecidos.  ¿En qué te graduaste?

–Tecnología contable, ¿y tú?

–No estoy graduado.  Abandoné los estudios al terminar noveno, el año pasado, para trabajar y ayudar a mi papá, que es obrero y no alcanza a sostener la familia; pero me duró tres meses; ahora estoy vagando.  ¿Cómo te llamas?

–Marcial…  Suena raro, ¿no?

–Yo me llamo John Robinson Carmona Bedoya.

Continúan su charla, en la que Marcial le cuenta que su padre, Olmedo Jaramillo Holguín, es comerciante y su hermanita se llama Tatiana; John le recita los nombres de su familia; Marcial practica el tenis, mientras que Robinson se limita a picados de fútbol en el barrio; también hablan de sus novias, la una de J. R. y las muchas del picaflor Marcial.  Intercambian números telefónicos, se despiden con el típico golpe de puños, se van sin rumbo y se prometen un nuevo encuentro.

La marcha avanza con decisión por la avenida; al salir del parque ya eran más de doscientos y ahora, con los que se suman por todas las calles, son una multitud.  Agitan las banderas, muchas de ellas invertidas, corean las consignas en que rechazan la reforma tributaria, la reforma a la salud, el desempleo,  la violencia policial; ridiculizan al presidente y condenan al máximo líder de derechas.  Grupos musicales, teatrales y de danzarines ponen una nota alegre y colorida; los transeúntes los miran con agrado y levantan las manos en señal de apoyo.

Un marchante comenta que la víspera, en disturbios al final de la marcha, los policías atacaron con fiereza y hubo varios manifestantes fracturados, sangrantes, unos con heridas en los ojos y dos o tres chicas fueron abusadas por hombres con uniforme.  Esa es la razón de los carteles sobre los excesos de la policía, que John no entendía.  Se respira malestar, ira contenida, a pesar de la música, los mimos, las comparsas. 

Marcel avanza tras una exuberante chica que va unos pasos adelante, llevado por sus “bajos instintos”.  Esta va muy rápido, pasando a muchos, y el muchacho tiene que empeñarse para no perderla entre el gentío; de repente, ella alcanza a un chico, se abraza con él y continúan muy entrelazados y retozones.  Marcel tiene que contentarse con saludar a John Robinson, que iba casualmente al lado del chico cazado por la muchacha.

–¡Hola!  Nos volvimos a ver muy pronto.

–¿Qué haces aquí?  Yo creía que los hijitos de rico no venían a las protestas.

–El rico es mi papá.  Yo soy un pobre tonto que hizo una carrera tonta y que no encuentra ningún ch… trabajo.

–¿Y aquí vas a encontrarlo?

–Tampoco tú.  Por eso tenemos que revolcar este país para exigir oportunidades para la juventud.

–Y para la vejentud.  Mi papá, con más de cincuenta, tiene que vivir rogando por trabajitos que le duran poco y cada vez le pagan menos.  Hasta debe de estar por aquí; él me dijo que si se podía volar del trabajo, se metía en la marcha.

La charla es larga, al son de tambores y flautas, burlas a los policías destacados para garantizar el “pacífico desarrollo de la manifestación” y pequeños conatos de desorden.  No se quieren aguantar los discursos en la plaza de concentración final, más bien se van a tomar una cerveza, por invitación de Marcel, y a hablar de mujeres y fútbol.  De nuevo se prometen un reencuentro y se van como renovados a sus casas, no saben si por su agradable encuentro o por su participación en la protesta, que les dio alguna esperanza.

La noche es violenta.  La música se silencia, desaparecen los que danzaban.  Encapuchados atacan un puesto de policía y le prenden fuego sin dejar salir a los agentes; otros acorralan a una agente mujer y le intentan cobrar las violaciones de la víspera, ojo por ojo, diente por diente; algunos se “divierten” destrozando un cajero automático y haciendo pedazos los vidrios de una sucursal. 

Al desayuno, el papá de John Robinson les comenta que están en riesgo de perder la casita porque el banco no le quiere refinanciar la deuda, que creció considerablemente después de la moratoria de la pandemia; a él le había servido de mucho alivio no tener que pagar las cuotas el tiempo que estuvo de brazos caídos por la parálisis del confinamiento, pero lo que no sabía era que después le pasarían cuenta de cobro con intereses acumulados.

–Los bancos no perdonan nada –dijo su mujer.

–Pero deberían, porque si nosotros perdimos salarios, ellos nos podrían condonar, al menos, los intereses y ampliarnos el plazo.

–¿Y no se lo has pedido?

–En todos los tonos, durante estos meses, pero ellos se escudan en que no pueden sacrificar utilidades, en que ya nos dieron un buen respiro en los momentos difíciles y en la ley.

–Es que un banco no puede hacer eso, porque es una criatura que no respira aire y no come solomo; ella respira utilidades y come intereses –argumentó John Robinson.

–¿De dónde sacas eso?

–De John Steinbeck, “Las Uvas de la Ira”.

Al almuerzo, el papá de Marcel llega a casa con la noticia de que va rumbo a la quiebra.  Los meses de paro obligado del negocio se le comieron los ahorros pagando a sus empleados, pues no los despidió confiando en los alivios prometidos por el gobierno y, a pesar de que presentó toda la documentación, ahora le han respondido que su empresa no calificaba dentro de los requisitos.

 –Ahora sí voy a tener que licenciar a varios, cerrar algunas líneas del negocio y apretarles a ustedes con sus gastos.

–Te debes unir a las protestas, papá.

–¡Yo no soy comunista!

–Algún banco te podrá prestar –dijo la mamá.

–Me exigen hipotecar todo lo que tengo.  ¡No tienen corazón!

A la marcha siguiente llegan los dos chicos con mayores bríos después de lo que han escuchado en casa.  Igual que ellos, todos los demás van enardecidos porque no tienen trabajo o estudio, viven en deplorables condiciones, son humillados por los que están por encima de ellos, carecen de buen transporte, no pueden vestir decentemente, tienen parientes desaparecidos, les han asesinado  o injustamente encarcelado a miembros de su familia.

El público ya no vitorea a los marchantes, los miran con recelo.  Los muchachos van convencidos de sus consignas, en medio del jolgorio propio del evento.  Unas cuadras más adelante, la policía impide el paso; está plantado un escuadrón grande a todo lo ancho de la vía, respaldados por vehículos antimotines y con el sobrevuelo amenazante de helicópteros.  Aparecen, como de la nada, los cocteles Molotov; se disparan los gases lacrimógenos; la multitud se dispersa, pero no huye, más bien se repliega y la emprenden a piedra contra los locales comerciales en el marco de un pequeño parque.  Súbitamente están rodeados por un nuevo destacamento de policía que dispara varias veces contra ellos y ahora sí se escabullen como mejor pueden, con excepción de los pocos que se quedan acompañando a sus heridos.

Entre los primeros que huyen están John y Marcel, prometiéndose no volver a participar de movimientos tan amenazantes y al llegar a sus casas reciben llamadas de amigos que les cuentan de muertos y heridos, violaciones, saqueos e incendios.  En la TV, los cuerpos armados y los gobernantes presentan un balance de agentes femeninas que sufrieron intento de violación, otros agentes heridos, algunos de gravedad; estaciones de policía incendiadas, negocios saqueados e incendiados, buses de transporte público quemados y sus estaciones destrozadas.

John Robinson llama a Marcel y este le cuenta de una amiga que le informó llorando que su novio perdió un ojo por un perdigón de la policía.  John le cuenta que un amigo suyo pudo ver cómo cuatro agentes estaban violando a una chica en un rincón oscuro de un parque y él con tres amigos se atrevieron a defenderla y salieron bastante lesionados.  ¿Qué esperanzas tenemos de justicia social, se preguntan ambos, si ni los que dicen reclamar esa justicia ni los que dicen defender a la sociedad saben controlar sus ímpetus violentos, criminales?

martes, 29 de junio de 2021

 

Historias de amor en pandemia


Cuando aflojan las restricciones por los contagios, Melina invita a sus amigas Mercedes e Isadora a tomar un café en su apartamento, con las consabidas precauciones de mascarillas, desinfección, y lavado de manos.  Está ansiosa por contarles de su ruptura de pareja, pero aun más por confirmar chismes de ellas que le fueron deslizados en la red por otras amigas.

Las sitúa en lugares distantes entre sí, en su sala-comedor, y comienzan la tertulia. Interrogada entre galletas por su ausencia de seis meses, les dice que se fue a buscar mejores aires en donde su mamá, allá, en el pueblo de los llanos.

–¿Y no te volviste a ver con Juan Pablo?

–Pues, querida, nos llamábamos mucho al comienzo, pero él cada vez me fallaba más.  Tanto así que, al volver, ni siquiera me fue a encontrar, ni vino a visitarme, que “por precaución”.

–Eso es muy extraño.

–Ni te extrañes, querida.  Ocurrió lo que solo una tonta como yo no preveía: se cuadró con otra.

–¿Cómo te enteraste?

–Una me llamó un día a decirme que ella era la novia de Juan Pablo, que dejara de buscarlo.  Lo confronté y frescamente me lo reconoció; me dijo que tenía una relación bien establecida y que ya la había presentado con la familia.

Mercedes toma la palabra después de un sorbo y suelta la taza para contarles que algo muy similar le pasó a ella.

–Ustedes saben que yo estuve trabajando en la frontera; Gaspar se quedó aquí en la capital y nos visitábamos cada que podíamos.  A los tres años, volví; poco después empezó la pandemia y ambos quedamos sin empleo.  Nos buscábamos, para apoyarnos uno al otro, pero eso se convirtió en cargar cada uno a la contraparte con sus problemas.  Con la reactivación, Gaspar recuperó el empleo y al poco tiempo comenzó un idilio con otra, nacido en celebraciones de compañeros de trabajo.  El chisme no demoró en llegarme; le terminé la relación y aunque él ha intentado volver, ¡nada de nada!

El turno es de Isadora.  Revolviendo su segundo pocillo, les cuenta que nació el bebé que esperaba con su esposo Jairo.  Al mes siguiente, él empezó a quedarse sin clientela, por los cierres propios de la pandemia.  Las deudas, el estrés, el cuidado del hijo y el encierro los estaban enloqueciendo.  Desesperado, él se fue un día de casa, casi sin avisar.

–Pasé todas las dificultades imaginables; no sé cómo lograba alimentar al nene y ahuyentar a los cobradores.  Cuando mi padre se enteró, me tendió la mano y a los pocos días regresó Jairo, como si quisiera aprovecharse de la ayuda.  Pero nuevamente hubo muchos problemas y se volvió a ir.

–Y ¿como qué problemas, querida?

–¿No te los imaginas?  Los mismos de antes: no alcanzaba el dinero para el mercado, las cuentas seguían llegando, Jairo no lograba que sus pocos clientes le pagaran y otra vez estalló el conflicto; en un momento de refriega lo eché de casa y ni corto no perezoso.

–¿Y así hasta hoy?

–Bueno, seguimos dizque encontrándonos por internet; unas veces chat, otras videollamada, pero yo creo que él tenía otra y no nos funcionó.

Mercedes interviene para contarles de otros que intentaron la relación virtual y no les dio resultado.  Fue el caso de su joven prima Elisa y Wilson su pareja mayor, que vivían con intensidad su relación, aunque moraban en casas diferentes.  Cuando a ella se le iban de paseo sus padres, con quienes vivía, Wilson la visitaba y cuando no estaba en casa la hermana de este, llamaba a Elisa a su lado.

–De repente, un trabajo muy demandante de él, con muchos viajes, les impidió frecuentarse por un tiempo; casi ni se llamaban; la relación se fue enfriando y ella atrajo sigilosamente la atención de otro.  Con la pandemia, creció la distancia, por la física imposibilidad de encontrarse en sus casas.

–¡Muy poco imaginativos!  Soluciones hay.

–El quería que se encontraran en cualquier otro lugar; ella le interponía el temor a los contagios.  Por propuesta de Wilson, intentaron satisfacer sus deseos por videollamadas, pero ella no lo encontraba nada excitante.

–Muy tontica; cuando hay deseo, se prende fácil la chispa.

–De todos modos, cuando pudieron volver a encontrarse, él le sorprendió en su celular la conversación con el otro.  La chica, nerviosa, dijo que eran discusiones de trabajo con un compañero de la empresa.  No supo explicarle por qué ese compañero la llamaba Alhelí y la trataba con mucha confianza y entonces Wilson decidió terminarle.

–¡Alhelí! –dice Mercedes– Ese era el nombre de la que se enredó con Gaspar, según me contaron, y mencionándole ese nombre lo hice poner muy colorado el día que lo confronté.

–Bueno, el hecho es que el Wilson, desesperado, se resolvió a acoger en su pequeño apartamento a un amigo varado, un Jairo, que llevaba unos meses insistiéndole; ambos eran muy bonitos y, de todos modos, parecían gustarse mutuamente.  Terminaron amancebados.

–Ya ato cabos; –dice Isadora– la “otra” que les mencionaba era una Willie que le dejaba mensajes y creo que tenía un apartamentico cerca porque yo lo veía entrar allí con frecuencia.  Y vengo a entender el por qué de la foto de un muchacho muy bien parecido que le encontré una vez a Jairo entre sus papeles.  ¡Willie era Wilson!

Queda, pues, al descubierto una carambola de infidelidades surgida en el enredado juego de billar de la pandemia.


lunes, 14 de junio de 2021

 Vuelta a tierra por aire,
con fuego y… ¡con agua!

Relato

Presentado a Café Literautas, junio de 2021


La única ventaja de jugar con fuego es que aprende uno a no quemarse.

Oscar Wilde.


Dentro de su traje presurizado, medita mientras flota en el espacio.  No está en trance de muerte, pero su vida completa se atreve a desfilar por su mente, igual que las sombras platónicas sobre las paredes de la gruta.  Tiene que probar una nueva tecnología y, aunque ha realizado múltiples simulaciones y ensayos, todavía está dudoso y ya no puede echarse atrás: va rumbo a reingresar a la atmósfera terrestre en solitario, sin nave, solo protegido por el traje de astronauta.

Lo eligieron por su destreza en las denominadas caminatas espaciales y por su temple de acero.  Compitió con colegas que tenían experiencia de reingresos tormentosos y les ganó, no se sabe si por su amplio bagaje de maniobras en el espacio o por su amplia sonrisa que enamoraba a la directora.

Ahora esta solo frente a la inexperimentada aventura.  Desearía no haber competido limpiamente, para haber sido descalificado a tiempo; quiere ser salvado de su destino y ni su madre, que evoca con cariño, ni la directora, que le gusta mucho, le pueden dar una mano.  Él tampoco podría recibírsela, pues está completamente envuelto, como los bebés antiguos, para asumir la aerodinámica forma de huso que le permita ingresar sin choque en la amenazante capa gaseosa terráquea.

La envoltura exterior está elaborada con un textil recién desarrollado, más resistente al calor que la cerámica, que no arderá ni transferirá energía a las capas internas, resistentes a las radiaciones y trepidaciones.  Estas envuelven el uniforme impermeable del viajero, llevado sobre una tibia y relajante ropa interior.  Para la agencia espacial, el éxito de este traje significará inmensos ahorros, al no tener que incurrir en los costos de la cubierta cerámica de las naves y su readaptación después del reingreso.

Siguiendo con sus meditaciones, recuerda cómo lo atormentaron las intrigas urdidas por un par de compañeros que, al verlo tomar ventaja en los puntajes, lo acusaron de su supuesta conducta aviesa de colegial, de ligeras sanciones que tuvo en su carrera de aviador y hasta de un dudoso amorío. Se arrepiente de haber triunfado sobre ellos y no haber sido eliminado para no tener que enfrentar lo que se le aproxima.  Casi está en pánico; no deja de atender el reloj que se proyecta en su retina, esperando el momento estimado para el impacto.

Una ligera vibración le deja saber que ha penetrado; su vida se le vuelve a presentar a exagerada velocidad y unos segundos después respira aliviado al testimoniar, ¡qué ironía!, que no está ardiendo en la atmósfera, eso corroborado por los indicadores que le proyectan datos relativos al ostensible frenado en su descenso. Ya “solo” 1000 Km/h.  Poco después, el tirón de la apertura de los paracaídas se siente bruscamente; la envoltura exterior se abre y se desprende como estaba previsto y ya puede observar el espléndido paisaje terrestre.  Ahora desea echar hacia atrás toda la narración de su vida, para vivirla de nuevo tras su regreso.  Se siente renacer.

Al llegar a tierra, se le hace opaco el estruendoso recibimiento, por una causa contundente: está completamente empapado; se ha orinado en el traje. Los funcionarios intentan disimular el hecho y se lo roban pronto de la vista de los periodistas, pero estos ya han notado el suceso y corren a dar la primicia.  Llega turbado al cubículo de aclimatación; para calmarlo, le recuerdan que no es el primero en sufrir ese percance, que ya le había sucedido a uno de los pioneros de los viajes espaciales, pero nada le vale.  Solo cuando se ducha y se cambia completamente, siente “renacer” una vez más.

Todavía sentado en la sala de descanso evocando los momentos críticos del ingreso, llega la directora y lo felicita con un explosivo beso que lo hace vibrar de felicidad, olvidar definitivamente el percance y ¿por qué no? renacer por tercera vez; ahora, al amor.


jueves, 6 de mayo de 2021

LOS SECRETOS DE LA MONTAÑA

Relato

En algún sitio, algo increíble espera ser descubierto.

Carl Sagan


Ahí, al frente, está la montaña.  Me mira arrogante.  Muy alta y muy amplia, muy verde y muy fresca, se siente ama de este valle y de todos sus habitantes.  Me detengo a observarla detalladamente.  Le da la plena luz del sol, en este día despejado, y ella se siente alegre.  Mayormente cubierta de bosques, no teme daños del sol y tampoco de las fuertes lluvias de temporada, pero sí les teme, con pavor, a los incendiarios; le han robado extensos trozos, uno aquí, otro allí; este año, el anterior, el otro…

Retozan los animales en la foresta; se pierden por entre los árboles y no se sabe cuál reino tiene mayor variedad: el vegetal o el animal.  Porque allí podemos encontrar el árbol que nos soliciten, propio de esta latitud y este clima; no falta ninguno; la variedad del bosque es inmensa, en su mayor parte autóctono, incluso el nacido espontáneamente sobre las cenizas de los incendios.  Los animalitos (y animalotes) también están orgullosos de representar a todas las ramas de especies y subespecies tropicales.

Aguzando la vista, llegando a todos los rincones, podemos encantarnos contemplando las idas y venidas de los más diversos seres fantásticos…  ¡Sí!  Ellos están allí.  Nuestra mente racional los rechaza y se vuelve ciega cuando le pasan delante, pero ellos disfrutan de su vida silvestre, lejos de los humanos insolentes.  Un fauno corre tras una ninfa que lo elude.  Un duende se recrea retirando algunos travesaños de un puentecito que alguna vez fue construido sobre una corriente de agua y que esporádicamente es cruzado por algún explorador.

Estos habitantes han vivido en su montaña por siglos; sus ancestros estaban allí aún antes de que llegaran unos hombres lejanos fortalecidos por sus armas de fuego y prevalidos de una supuesta propagación de creencias salvadoras.  A estos los salva su habilidad para esconderse; quieren mantener su mundo aparte del nuestro, que ven tan corrupto; solo accidentalmente los ve alguien alguna vez.  No obstante, al enterarme de ellos por medios que no voy a delatar, me propuse hacer la excursión para conocerlos de cerca.

Llegué al borde del bosque, me despojé de ropas, las guardé bien protegidas y comencé a arrancar ramas de árboles y arbustos y a atármelas por todo el cuerpo hasta que quedé exacto al Hojarasquín del Monte (a mi idea del Hojarasquín del Monte).  Penetré más adentro, seguro de que los seres fantásticos me tomarían por uno de ellos y no se preocuparían por desaparecer.  Nada.  Solo pájaros, ranas, algún mico.  Despreciaba las bellezas naturales, por mi obsesión de encontrar a aquellas criaturas.  Al cabo de un rato tuve sed; me hinqué a la orilla de un arroyo, pues no quise llevar cantimplora, convencido de la pureza de las aguas dentro de la montaña.

Al incorporarme, enjugándome alrededor de la boca con el dorso de la mano, cruzó frente a mí un unicornio.  ¡Un unicornio!  ¡Qué belleza!  No era tan grande como un caballo, era un poco menor, pero de una hermosura sin igual; su tersa piel color arena brillaba; su cabeza enhiesta le daba un aire arrogante; sus ancas amplias daban nacimiento a una larga, frondosa y sedosa cola; y el apéndice sobre su testuz era un perfecto cono agudo y largo, muy lustroso.

Casi tan pronto como apareció, se perdió; y desapareció también la luz; se me había ido el día sin darme cuenta.  Debía tener sumo cuidado en la búsqueda del camino de salida; en la emoción exploradora no había registrado el recorrido en mi mente ni en huellas físicas que pudiera dejar a propósito.  Después de unos pocos pasos, unas lucecitas fugaces llamaron mi atención; lo que tomé por cocuyos fueron unas lindas figuritas femeninas que flotaban en el aire, muy pequeñas y casi desnudas; la luz brotaba de sus ojos y también un tenue canto salía de sus boquitas que cambiaban su forma con las notas, igual que cantantes profesionales.  Me quedé pasmado escuchándolas un buen rato y no huyeron como el unicornio; me miraban complacidas, danzaban en el aire alrededor de mí y ocasionalmente alargaban sus manitas para acariciar mis cabellos.

Desperté con hambre cuando unos rayitos del sol mañanero se colaban por entre las ramas.  Mis preciosas acompañantes ya no estaban.  Imaginé haber dormido con ellas en un mismo lecho, pero una punzada en el abdomen me sacó del embeleso: esa hambre acosaba.  No había tiempo de regresar a casa; tuve que buscar frutas y también algunas raíces, que mastiqué con desconfianza, esperando no me intoxicaran.  Ya saciado, me resolví a salir para volver al atardecer, suponiendo por lo ya visto, que eran las horas apropiadas para tener contacto con los fantásticos personajes.

Fascinado pensando en las apariciones de la víspera, seguí de largo por los prados de las estribaciones montañeras y de pronto me llamó la atención que los transeúntes se quedaban mirándome.  Caí entonces en cuenta de que andaba cubierto por la ramazón, que no me había puesto mi ropa, y regresé rápidamente por ella.  No la encontré con facilidad porque había salido por un lugar muy diferente al de mi entrada.  De una vez, hice una buena marca en el punto por donde debería volver a ingresar esa tarde.

La tarde fue muy lluviosa.  No me atreví a aventurarme al bosque y me quedé impaciente, desencantado, corajudo.  Mi desazón no me permitía concentrarme en nada; quise llamar a alguien y lo descarté; intenté dibujar las figuras conocidas la víspera, todavía muy nítidas en mi memoria, pero no soy dibujante; comencé a escribir la experiencia, mas vi que me faltaba hacer más visitas y entablar mejor conocimiento de esos extraños pobladores.  Dormí, pues, sin ganas, sin ánimo, solo pensando en la posible nueva oportunidad el día siguiente.

¡Gran recompensa tuve los tres días que siguieron!  Sol brillante, aire tibio, el arbolado fresco y amigable.  El primer atardecer, después de tomar mis sorbos de agua en el arroyuelo, presencié una danza de animalitos silvestres alrededor de la Madremonte, quien no era, para mi sorpresa, ese ser aterrador que describen los campesinos, huesuda, de largas extremidades y ojos que arrojan llamas, sino una mujer joven, hermosa y elegante, de sensuales formas, vestida de ramajes y flores, todo dispuesto con exquisito gusto, coronada de luces de origen incógnito y que exhalaba perfumes embriagadores.  Me quedé extasiado mucho rato y no busqué más.

En el segundo atardecer encontré el poblado de los Pitufos, construido en un amplio claro del bosque.  Estaban en esas actividades afanosas del final del día, unos guardando sus enseres y herramientas, otros descolgando mercancías exhibidas, los de más allá llevando sus animales a establos; después, fueron desfilando hacia sus casitas, bajo la mirada acechante de Gargamel, quien distraído en sus observaciones no se percató de la trampa que le tendían los siete enanitos de Blancanieves, amigos entrañables de los Pitufos, para hacerlo quedar prisionero toda la noche y evitar que ejecutara lo que estaba planeando de sorpresa en la oscuridad, fuese lo que fuese.

Al tercer día, buscando si Gargamel había salido del foso en que lo precipitaron los enanos, me llevé una sorpresa todavía mayor.  Por algún error, no llegué al claro de los Pitufos, sino a otro, donde se encontraban estacionadas unas navecitas brillantes, suspendidas en el aire, no asentadas, que emitían un leve zumbido.  Me acerqué con cautela y no vi a nadie alrededor; los pasajeros de las naves deberían de estar adentro o dispersos por el bosque.  Me agazapé tras unos arbustos a la espera de los que debían ser extraños tripulantes de las naves y, tras largo rato, el arrullo del zumbido me llevó a los reinos de Morfeo contra mi voluntad.

Me despertó el murmullo aumentado de las naves; las vi ascendiendo en formación, sus ocupantes mirándome por las escotillas, pero no distinguí muy bien los rasgos de los rostros, pues estaban a contraluz y el sol casi me cegaba.  Cuando se perdieron en el infinito, me percaté de que tenía en derredor muchas muestras de vegetación del bosque, extraídas con sus raíces intactas, pero al observarlas detenidamente noté que les faltaban yemas, cuidadosamente separadas, y algunas hojitas de las que podrían ser más tiernas.  Deduje que los extraterrestres estuvieron extrayendo muestras de lo que les pudiera ser más útil para estudiar de regreso en su mundo, igual que cuando astronautas y robots extraen muestras minerales de la Luna, planetas y cometas. 

Después de esto, no quise regresar a la montaña, no fuera a ocurrir que los extraños exploradores regresaran con la misión de llevarse consigo este ser vivo móvil, bípedo y quizá inteligente, para estudiarlo detenidamente.


martes, 23 de marzo de 2021

 ¿FUGAZ O NO FUGAZ?

Relato

Presentado a Café Literautas, marzo 2021

–Caminando en línea recta, no puede uno llegar muy lejos: te le fuiste directo al corazón.  Con ellas, tienes que gastar tiempo, seguir una trayectoria sinuosa, rodearlas, entrar poco a poco, desorientarlas y dar el golpe en el momento oportuno –le sentenció su amigo Jaime, cuando le contó su drama. 

Inquieto lo había dejado la chica del bus; en su mente quedó durante todo el día; plácido sueño el de la noche; al día siguiente, recuerdo esfumado.  Desprevenido, subió al vehículo y, desde el mismo asiento, ella y su sonrisa le llamaron.  Dulce sonaba el nombre de “María Patricia”.  Lo asaltaron los temas del fugaz encuentro de la víspera y volvió sobre ellos.

Confirmó que esta pelada de ojos grises y mirada intrigante, nariz respingada y pechos firmes degustaba el penúltimo semestre de sicología y le gustaban los ingenieros, como él, pichón en su profesión y novato en su trabajo, a donde la máquina lo llevaba.  Calló ella su interés por este hombre de porte resuelto, silueta delgada y cabellos negros.

El destino se la hurtó hasta el viernes. Él la llamó a su lado, esta vez, para encantarse haciendo hablar a esa fascinante boquita de labios no gruesos ni finos y dientes perlados; conversación que, claramente, ninguno de los dos quería eludir.  El sinuoso recorrido del bus urbano, enemigo de la línea recta, les permitió sumergirse en las melodías de una plática que concluyó con intercambio de números y promesa de “algún” encuentro.

El fin de semana, lo envolvieron los perversos compromisos y no lo dejaron llamarla.   El autobús no se la quiso mostrar los días siguientes.  El miércoles, Carlos se fue a recibir en la automoviliaria su ansiado nuevo vehículo.  Esa noche, en medio de la obligatoria exhibición a parientes y amigos, logró robar unos minutos para llamarla, ya no se le podía perder más.  Ella le pidió visitarla en casa el día siguiente y él aceptó gustoso.  (“Quiere presentarme con sus padres”).

Gran sorpresa de la muchacha y felicitaciones efusivas por el cachivache.  Le presentó brevemente a su padre (la madre no vivía con ellos y el hermano estaba lejos en el momento).  Dialogaron unos inquietos minutos en la sala, apurando un café tinto, tal el ansia de salir a dar un vueltón en el automóvil nuevo.  Aspiraron los perfumes de los paseos de la ciudad y culminaron con refrescos en uno de los concurridos sitios con vista panorámica, que igual podrían estar solitarios, tal era la exclusividad de cada uno con el otro.  Al dejarla en casa, sintió el dulce flechazo.

Ya en plan de conquista, Carlos invitó a María Patricia a un restaurante.  Una sola copa de vino, para no tener problemas con la conducción.  Pruebas mutuas de sus respectivos platos.  Animada tertulia, adornada con risas y miradas cautivantes, en las que él advertía un brillo enamorador;  Cupido se adivinaba en medio de ambos.  Sin embargo, las frases afectuosas las tomaba ella con desprecio y el pícaro diosecito huía.

Durmió mal toda la noche; la muchacha parecía estar atraída pero ponía una barrera.  Meditando sobre la conducta por seguir, decidió expresarle con franqueza sus sentimientos.  Para una nueva cita eligió un ambiente romántico, a media luz, con la música que a ambos gustaba.

Sentados muy juntos; cuerpo recostado al de ella, que lo disfrutaba; miradas a los ojos, pagadas con las cautivantes de siempre; le pasó el brazo por el hombro y le sintió ese temblorcillo que denota un placer morboso.  Se atrevió a acercar labios a labios y fue rechazado violentamente.

–¿Por qué te alejas?  ¡Yo te quiero mucho!  Deseo que pasemos a una relación más íntima, más amorosa.

–Me defraudas.  Te creía más serio.  Todos vienen tras lo mismo.  No me confundas.

Silencioso, el curvo camino de regreso.  Fría, la recta despedida.  Oscurísima, la noche para el pobre Carlos.  Llamada al día siguiente para proponer salida a cine…

–Tengo un mejor programa con mi ‘negro’…

Y colorín colorado.  “…Amor fugaz…”.


jueves, 11 de marzo de 2021

NUEVAS ANOTACIONES DE “EL TREN LLEGÓ PUNTUAL" (DER ZUG WAR PÜNKTLICH)

Del alemán Heinrich Böll, premio Nobel de literatura en 1972.  En esta novela nos pinta los horrores de la guerra a través de las tribulaciones del soldado nazi Andreas, que viaja con la tropa en un tren hacia un remoto destino en Galitsia.


Hoy, esos descubrimientos del amor…

 

La chica que ve al paso, desde el tren, y queda prendado.

…alle werden sie häßlich finden, und sie ist hübsch, sie ist schön…

Todos la verán fea, pero es bella, es hermosa…

Dieses reine, sanfte, müde, kleine, blasse Mädchengesicht,

Este rostro de muchacha puro, limpio, cansino, diminuto, pálido

Eine Zehntelsekunde haben unsere Augen ineinander geruht, vielleicht noch weniger als eine Zehntelsekunde, und ich kann ihre Augen nicht vergessen.

Nuestros ojos se han encontrado por una centésima de segundo, quizá menos, y ya no puedo olvidar los suyos.

Nur eine Zehntelsekunde lang oder weniger, und ich weiß nicht, wie sie heißt, nichts weiß ich, nur ihre Augen kenne ich, sehr sanfte, fast blasse, traurige Augen von einer Farbe wie dunkelgeregneter Sand;

Solo una centésima de segundo o menos y no sé cómo se llama; nada sé, solo conozco sus ojos, muy limpios, casi pálidos, tristes, de un color oscuro como de arena mojada;

 La chica con quien comparte en la posada.

Sie ist klein und sehr zart, zierlich und fein, und sie hat hinten hochgeknotetes, sehr schönes, blondes, loses Haar, goldenes Haar.

Ella es pequeña y muy tierna, grácil y fina y lleva atado detrás el cabello; cabello muy hermoso, rubio, lacio, de oro.

Er blickt sie an, und es ist schön, ihre Augen zu sehen. Graue, sehr sanfte, traurige Augen.

La mira y es hermoso ver esos ojos.  Son grises, muy puros y tristes.

…er wagt nicht, sie anzusehen, denn er hat Angst vor diesen grauen Augen, die ganz ruhig sind.

…no se atreve a mirarla porque teme a esos ojos grises tan serenos.

Sie blicken sich lange an, sehr lange, und ihre Augen versinken ineinander, und dann beugt Olina sich zu ihm, und da der Abstand zwischen den Sesseln zu groß ist, steht sie auf, kommt auf ihn zu und will ihn umarmen…

Se observan largamente, muy largamente, y sus ojos penetran en los del otro y después Olina se inclina ante él y, como las sillas están muy separadas, ella se incorpora, viene hacia él y quiere abrazarlo…

Sie spielt das sehr leise, so leise, wie der Dämmer jetzt durch den offenen Vorhang ins Zimmer sinkt. Sie spielt diesen sentimentalen Schlager ohne Sentimentalität, das ist seltsam. Die Töne wirken hart, fast punktiert, sehr leise, fast so, als mache sie unversehens aus diesem Bordellklavier ein Cembalo.

Ella toca suave, muy suave, como la penumbra que ya viene penetrando por la cortina antreabierta.  Toca esos acordes sentimentales sin sentimentalismo, cosa extraña.  Los sonidos salen duros, casi aislados, pero suaves, como si ella convirtiera, sin quererlo, este piano de cabaret en un cembalo.

Er schenkt wieder ein, stößt mit ihr an, und in dieser Sekunde, wo sie sich über den Rand der Gläser anblicken, lächelnd, nimmt er ihr schönes Gesicht ganz in sich hinein. Ich darf es nicht verlieren, denkt er, nie mehr verlieren, sie gehört mir.

El sirve de nuevo, brinda con ella y el segundo que se miran sonrientes sobre el borde de las copas, absorbe él todo su rostro para sí.  No puedo olvidarlo, piensa él, nunca más olvidar que ella me pertenece.

Kein Geheimnis darf bleiben zwischen ihr und mir, und ich hatte gehofft, ich würde es behalten dürfen, diese Erinnerung an ein unbekanntes Gesicht, diese Hoffnung, dieses Geschenk würde mein eigen bleiben, und ich würde es mitnehmen können.

Ningún secreto debe haber entre ella y yo, que había conservado la esperanza de retener el recuerdo de un rostro desconocido, que fuera un regalo que permaneciera mío y llevarlo para siempre.

Ich mußte, mußte hierherkommen in dieses Lemberger Bordell, um zu erfahren, daß es eine Liebe gibt ohne Begehren, so wie ich Olina liebe…

Tuve, tuve que llegar hasta este cabaret de Lemberg para encontrar que existe el amor sin deseo, como el que siento por Olina.

Traducción libre, con base en mi percepción de lo leído.

Se aceptan observaciones y discusiones.


viernes, 5 de marzo de 2021

 Descíframe

Relato

Presentado a Café Literautas, febrero 2021

La donna è mobile qual piuma al vento

Muda  d’accento  e  di  pensier

Rigoletto, Verdi

No te quiero por lo que tienes sino por lo que me significas, era el caballito de batalla de Paola frente a su hombre.  Faltando poco para la Navidad, ante una vitrina de joyería, ella se paralizó a la vista de una deslumbrante alhaja.  Si no puedes dármela, no te preocupes, lo importante es tener un regalo.  Cuando desempacó el ostentoso saco de lana, ¿para qué te molestaste, mi amor?  A mí nunca me da frío.

Llegó él de un viaje de negocios y se apresuró a buscar a su Paola, quien lo recibió examinándolo de arriba a abajo.  Él cayó en cuenta de que no le había traído ni tan siquiera una flor y se disculpó.  Yo no me pego de detalles; lo que vale es que volviste, mientras le salían un par de gruesas lágrimas, más del color de fiero disgusto que de tierna emoción.

Con el pago de las cuotas del apartamento, poco les quedaba para gastar en lo superfluo.  Un día podremos darnos el gusto, mi queridito; ahora estamos bien así.  Al día siguiente, no te has preocupado por la fiesta del Halloween; ¿qué disfraces vamos a conseguir?  ¿O es que no me quieres llevar?

Una vecina le hacía ojitos a Darío.  Las amigas, ponle mucho cuidado a tu esposo con Fulana.  No voy a pegarme de eso; él es muy recto y muy fiel.  Por la noche, ¿qué es lo que tienes con esa descarada de enseguida?  Yo no les voy a aguantar esa saludadera y las sonrisitas; si te quieres ir con ella, yo me quito de en medio.

Tu jefe no te aprecia en lo que vales; esa empresa progresa por todo lo que te mueves; tienes el genio fecundo para ese negocio.  Cuando le habló de independizarse, eres un pobre tonto que no sabe defenderse solo; no tienes iniciativa; nos podemos morir de hambre; no cometas la torpeza de dejar tu empleo. Sería funesto.

Interrogada por el destino predilecto para vacaciones, ahora no podemos gastar en un viaje, hay que ser prudentes con el presupuesto.  Queridas, este hombre me tuvo encerrada todas las vacaciones; no me quiso llevar a ninguna parte.

¿Qué te pasa?  Has estado muy callada.  ¡Nada!  No, algo tiene que haber, has cambiado mucho.  ¡Tú eres el que cambias!  Pero, ¿qué hice?  ¡Nada!  Entonces, ¿qué quieres que haga?  ¡Nada!  …Tan triste que estuve con tu desplante y ni te preocupaste por acercarte a consolarme.

No me dejo ver de nadie antes de mi cita del jueves en peluquería, ¡estoy que espanto!  …Nos quedamos como unas pelotas anoche aquí encerrados, mientras todas mis amigas iban con sus esposos al “Miércoles de Maravilla”; ¿así soy de fea que no me quieres mostrar?

Voy a tener mucho ajetreo hoy, estamos trabajando en un proyecto muy importante con la gerencia.  No te preocupes: si no llamas, sé que estarás muy ocupado.  Gracias por tu comprensión, cariño.  No te preocupes mi amorcito, estamos para apoyarnos uno al otro…  No me llamaste en todo el día y mira lo tarde que llegaste; ¿con quién andabas?

Has cambiado mucho; esa otra no te deja tiempo para mí; pero no te retengo, sé franco y dime que te vas con ella.  Así va a ser; encontré quien me consuele y me dé lo que me niegas.

  Esperanzas documentadas Estaba comentando con amigos sobre el anciano ministro que se le plantó al presidente y un irreverente dijo que es...