viernes, 30 de octubre de 2020

LOS UNIÓ LA SEPARACIÓN

Relato

Terminada la cuarentena, llega un dulce par de novios a la notaría en solicitud de matrimonio.  Cuando el notario les pregunta si están decididos y tienen bien claro lo que van a hacer, se les vienen a la mente todos los recuerdos de aquel período que dividió en dos la historia del país y del mundo.

René, profesional joven, soltero, encerrado en teletrabajo, veía muy dura su soledad y se asomaba con frecuencia a la ventana a respirar una engañosa libertad.  Por buscar gente, vehículos, incidentes, no miraba hacia las nubes, que se entretenían formado figuras variadas en medio del azul; no veía ni oía los pájaros de muchos colores y tonalidades que reconquistaban el entorno. Solo no estaba; vivía con su madre, su padre y su hermana, pero eso se le hacía igual a estar solo; allá él.

Liliana, universitaria, tenía que atender las teleclases y se aburría en los ratos que  se quedaba sola; ella sí, sola, porque vino de otra ciudad a vivir en un minúsculo apartamento alquilado, con apenas una ventanita para también tratar de asomar a una libertad ajena.  Su familia quedó lejos y no se comunicaban, a pesar de todas las facilidades tecnológicas.

El día permitido, salió René, con su tapabocas y ropa informal, a comprar sus provisiones en el mercadito cercano; brillaba el sol y el muchacho quería recibirlo todo en su cuerpo, para destruir los posibles enemigos invisibles adheridos; iba animado silbando una canción, se identificó a la entrada del negocio, tomó la canastilla y comenzó a llenarla de provisiones fáciles de preparar; prácticamente “destape y sirva”.

Como todo un ejemplar masculino, él va mirando su lista y la estantería y está abstraído del resto del universo.  Como buen ejemplar femenino, Liliana, que lleva un tapabocas de diseño, con figuritas muy graciosas, atiende varias cosas a la vez: viene por el pasillo, a paso rítmico, tarareando mentalmente la última canción que escuchó al salir, pensando en el trabajo de Estadística, mirando al mismo tiempo las “caritas” de los productos y observando a los que van y vienen; entre ellos está el distraído de René que la tropieza antes de que ella pueda reaccionar, le hace caer un artículo de las manos y, completamente sonrojado, mientras lo recoge, le implora todas las disculpas del mundo.  Ella le responde con una sonrisa, que se le ve en los ojos (como toda verdadera sonrisa), porque tiene la boca cubierta.

–¿Pero estás bien?  –Es lo único que sabe preguntarle él.

–Divinamente.

–Divina sí estás.

Ahora es ella quien se sonroja; no sabe qué decir…

–Mejor sigo por tu camino.  Tengo que vigilar que nada te pase.

–¿Ahora sí eres cuidadoso?

–Es que estaba enredado porque no sabía qué comprar.

Se asoma a mirarle la canastilla y se queda asombrada: tarros, cajas, frascos…  (“¿Qué es lo que come este muchacho?”).  Y le va sacando todo y volviéndolo a los estantes, ante su mirada interrogante.  Enseguida se lo trae a la sección de frutas y verduras y comienza a llenársela con productos frescos.

–¿Qué voy a hacer con eso?  Yo no sé cocinar.  Solo tengo que comprar pasabocas, porque en casa me dan las comidas principales.

–Pero ¿sabes manipular peroles y utensilios?

–Claro que sí.

–Que dejen de ser piezas extrañas.  Te doy mi teléfono para que me llames y te daré todas las indicaciones necesarias para tu nuevo régimen alimenticio.

Así fue como la chica logró intercambiar teléfono con el joven que le gustó a primera vista.  Él no se hizo de rogar y salió feliz del mercado, no tanto por la compra como por el afortunado encuentro.  Ya por la noche tenían nuevo contacto: por teléfono, ella le indicó cómo preparar spaghetti bolognese y él quedó encantado.  Cada día una nueva fórmula culinaria aderezada con una larga charla.  Pero ambos tenían muy pendientes las nuevas fechas de salida de cada uno, pues se las habían indagado mutuamente desde la primera conversación, ahí “como por saber, no habiendo más de qué hablar”.  Concertaron, pues, encuentro en el banco cercano porque ella necesitaba hacer un reclamo y él podría inventar cualquier diligencia; por ejemplo, los requisitos para abrir una cuenta.

En el banco, se las ingenian para quedarse conferenciando un rato en una salita de espera, de esas lujosas, brillantes, que dotan los bancos con todo el jugo que nos exprimen; en estas y las otras, él le pregunta por el novio y ella le dice, muy segura, que vive lejos y hace tiempo no hablan.

–Y tú, René, ¿qué me cuentas de tu novia?

–Está muy bien –contesta con voz desencantada.

–¿Y cuando la ves?

–No sé… es que no nos coinciden los días de salida…

–¿Cuáles son los días de ella?

–Eh…  No recuerdo bien.

Esto último delata que está fingiendo.  Liliana reprime una sonrisa burlesca y pone otro tema.  René habla como un autómata, tan duro le dio la noticia.  Ella le tiene que arrancar las palabras y pronto resuelven volver a sus casas.  La chica se atreve a despedirlo de beso (violando todas las normas de aislamiento) y al muchacho se le disparan nuevamente los ánimos.  “Esta noche te llamo”, le dice.

Liliana y Roberto se amistaron en una fiestecita en casa de una amiga.  Roberto la siguió llamando e invitando y la mencionaba como novia a todos sus conocidos, pero Liliana lo tomaba como un amigo muy agradable.  Cuando asistieron a la boda de una prima de ella, él le dijo “así quiero que sea la nuestra”, ella contestó “sin boda”; ambos le dieron un significado distinto a esta expresión; para uno de los dos significaba que no se necesitaba un matrimonio para vivir juntos y felices; para el otro, que nunca habría unión.  Al irse Roberto a asumir un nuevo trabajo en una ciudad lejana, se expresaron mutuamente anhelos de un reencuentro, simplemente un reencuentro.

René la sigue llamando; continúan con la culinaria por teléfono y los encuentros concertados en el banco y el mercado, pero él sigue con el desencanto del compromiso de Liliana con el otro; aunque quiere indagarle más sobre ello, nunca da el paso y las conversaciones van llegando a un punto en que no parecen tener más que compartir.

Cuando levantan la cuarentena, cada uno vuelve a lo suyo y pasan los días sin comunicarse.  A René le da por pensar que ella ya lo olvidó, que debe de estar pasándola muy bien con ese novio.  Liliana se dice “este estaba por pasar el rato, debe de andar con otra que se encontró por ahí esta semana”.  La verdad es que el muchacho sigue muy solo.

Una llamada a las once de la noche despierta a René.  Es ella.

–¿Qué te pasó, Liliana?

–Nada, que no sé por qué no estás con tu chica en la Noche Fantástica, aquí en el Parque de las Ilusiones.

–¡Ah!  Por cierto que era hoy.  Me visto y voy, pero solo.

–No te vistas mucho, que aquí todos tienen poco puesto.

–Ja, ja.  Espérame pues.

El chico corre para allá; la encuentra muy animada; se divierten por horas, se rozan con ternura, con tibieza, se besan.  Ella, abruptamente, le pide que la lleve a casa; él, confuso, cumple su deseo.  Cuando la deja, lo despide con un beso largo y una mirada profunda.

Alguna vez, a Constanza la llevó René a su casa después de jugar al tenis de mesa y estar en un cine; despidiéndola en la puerta le pidió un beso y recibió uno breve pero tibio, acompañado de un suave apretón y una mirada dulce.  Se fue encantado para casa; caminaba sobre nubes, escuchaba una linda música de origen desconocido; esa noche no durmió, la emoción no lo dejaba.  Él, tímido como era, no se decidió a buscarla el día siguiente; le pareció mejor esperar hasta el fin de semana.  Cuando la llamó el sábado, ella le dijo que salía con otro amigo, que podrían verse el domingo; él rápidamente le inventó que tenía un paseo con su familia.  El lunes recapacitó, la buscó y fue cálidamente atendido.  No obstante, los encuentros siguieron siendo como de dos amigos; ella también salía con más muchachos y nunca volvieron a tener un momento como el de aquella ocasión del tenis y el cine.  Él, de todos modos, seguía pensando que eso “quedó abierto”.

Liliana llama a René a comentarle de un rumor de rebrote de la epidemia y de la inminente declaratoria de una nueva cuarentena.

–¿Cómo va a ser?  ¿Nos encierran de nuevo?  No sería capaz de soportarlo.

–Lo dijo Vicky Dalila, la que se coge todos los chismes.

–Y tú, ¿cómo lo soportarías en tu soledad, Lili?

–Sería un trago amargo, sobre todo por tener que volver a esperar días para nuestros encuentros.

–No nos pueden separar más.  Si puedes dejar a ese hombre, ¡casémonos, Lili!

–No tengo a ningún hombre.  Lejos se fue y lejos se quedó.  Tú eres quien tienes que dejar a tu secreto encanto.

–Era mero encanto remoto.  También quedó lejos para mí.

Y así fue como se decidieron a irse al notario.

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