viernes, 20 de noviembre de 2020

EL HOMBRE QUE NO CALCULABA

Relato

Presentado a Café Literautas en noviembre 2020


Es vana sobremanera

Toda humana previsión

Pues en más de una ocasión

Sale lo que no se espera

Marroquín, La Perrilla


Cuando le preguntaron a Gildardo su edad dijo tener treinta años y se le rieron en la cara.  “Tengo treinta por vivir; los sesenta vividos ya no los tengo”, alegó, evocando a Miguel Ángel.

Le tenía sin cuidado el paso del tiempo; decía que lo miden en segundos para vender relojes, pero que el tiempo no tiene pedacitos.  Tampoco creía en calendarios; lo único distinguible, para él, serían el día y la noche, y lo único que lo angustiaba era poder dar fin a determinada tarea antes de anochecer o dormir bien antes de amanecer.

–Y ¿cuánta plata tienes, Gildardo?

–La que no debo.

–Entonces, ¿cuánta debes?

–Eso no me inquieta.  La cuenta la deben llevar mis acreedores.

Cuando le narraron el pasaje de Malba Tahan en el que un hombre retado a decir cuántos pájaros había en un patio grande contó patas y dividió por dos, dijo Gildardo:

–Nada práctico.  Yo puedo saber cuántas vacas hay en una manada, con los ojos cerrados, contando mugidos; todas mugen diferente.

–Y ¿cómo contarías abejas, Gildardo?

–¿A quién le va a importar?  Lo que vale es la miel.

Se desempeñaba como “componedor de entuertos”, actividad en la que arreglaba desde líos entre vecinos hasta deterioros en edificaciones; cuando le pedían presupuesto decía “después arreglamos” y cuando terminaba el trabajo pedía una gallina, un marranito o un bulto de cuido, según proporción.  Con esos réditos iba surtiendo su finquita.

Un día, lo metieron al directorio político del pueblo; sin darse cuenta, llegó a ser alcalde y sus “alcaldadas” se volvieron famosas.  El día que murió don Jacinto, llegaron sus deudos a decirle que no tenían con qué pagarle al juez la sucesión.

–¡Qué cuentos de juez!  Yo les reparto esa herencia ya.  Miren lo fácil; vamos a dividir sabiamente como en el cuento de los camellos.  No contemos la gallina y repartamos lo que queda por terceras partes, así: una es la casa, para doña Berenice; otra, el carro para Santiago, que lo puede poner a producir, y la tercera restante es la vaca para el menor, que puede vender leche y también sacarle crías.

–¿Y la gallina?

–Bertica no se puede quedar sin herencia; pero yo se la administro y comeré huevo todos los días, en pago por mis servicios.  –Bertica era una hija natural de don Jacinto.

Hasta que lo enredaron con una denuncia por malversación de fondos públicos: unas erogaciones no soportadas en el presupuesto ni autorizadas por el concejo, con una periodicidad sospechosamente mensual.  Con el ampuloso agente de la contraloría se dio el siguiente diálogo.

–Primera erogación, a favor de la Madre Asunción, que regenta una escuelita privada.

–Sí, una institución donde ella acoge a niños pobres que no alcanzan cupo en la escuela.

–La segunda, a nombre de una señora Céfora Candamil; ¿una mantenida suya?

–¡No, señor!  Ella reparte almuerzos en su casa a campesinos pobres que llegan al pueblo sin con que pagarse una sopa.

–La siguiente, a don Ramiro Bedoya, director del equipo de fútbol.

–El equipo municipal; lo creó y dirige don Ramiro, que lo ha llevado a conseguir muchos triunfos en torneos intermunicipales y nunca Indeportes ni el concejo le han querido dar apoyo.

–¡Qué despiste!  ¡No sigamos para que no me salga con más babosadas!  ¿Usted no sabe que toda erogación de las arcas públicas tiene que estar debidamente soportada?

–Todas están soportadas en mi trabajo, doctor Amézquita.

–Ahora, ¿qué cuento es ese?

–Cada gasto de esos se ha pagado con mi salario. ¿No ve que todos tienen el mismo valor?

–¡¿Cuál salario?!  A mí no me emboba.  En la contabilidad municipal figuran los pagos de nómina a su favor y los otros pagos como partidas completamente diferentes.

–Claro que son diferentes, porque el Tesorero me dijo que, legalmente, yo no podía dejar de recibir mi cheque.  Entonces yo me los guardaba y le ordenaba hacer aquellos aportes por igual valor.

–Y ¿se puede saber dónde los tiene dizque guardados?

–Haga llamar, por favor, a don Marcos.

Don Marcos, el marquetero, dio testimonio de que le puso, en collage, todos los cheques, bien protegidos con vidrio antirreflectivo, y Gildardo mandó a traer de casa el bonito cuadro donde se encontraban todos los documentos intactos, que nunca fueron llevados a la ventanilla bancaria para su cobro.

Ya demostrado que no hubo robo, alcalde y tesorero fueron sancionados por errores contables, porque el delegado de la contraloría no podía llegar a la capital sin reportarle algún hallazgo al majestuoso Contralor General de la República.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

  Una navidad sentida La pelirroja Ángela y el rubio Daniel han salido a caminar en esta noche de principios de diciembre tibia y luminosa, ...