lunes, 14 de junio de 2021

 Vuelta a tierra por aire,
con fuego y… ¡con agua!

Relato

Presentado a Café Literautas, junio de 2021


La única ventaja de jugar con fuego es que aprende uno a no quemarse.

Oscar Wilde.


Dentro de su traje presurizado, medita mientras flota en el espacio.  No está en trance de muerte, pero su vida completa se atreve a desfilar por su mente, igual que las sombras platónicas sobre las paredes de la gruta.  Tiene que probar una nueva tecnología y, aunque ha realizado múltiples simulaciones y ensayos, todavía está dudoso y ya no puede echarse atrás: va rumbo a reingresar a la atmósfera terrestre en solitario, sin nave, solo protegido por el traje de astronauta.

Lo eligieron por su destreza en las denominadas caminatas espaciales y por su temple de acero.  Compitió con colegas que tenían experiencia de reingresos tormentosos y les ganó, no se sabe si por su amplio bagaje de maniobras en el espacio o por su amplia sonrisa que enamoraba a la directora.

Ahora esta solo frente a la inexperimentada aventura.  Desearía no haber competido limpiamente, para haber sido descalificado a tiempo; quiere ser salvado de su destino y ni su madre, que evoca con cariño, ni la directora, que le gusta mucho, le pueden dar una mano.  Él tampoco podría recibírsela, pues está completamente envuelto, como los bebés antiguos, para asumir la aerodinámica forma de huso que le permita ingresar sin choque en la amenazante capa gaseosa terráquea.

La envoltura exterior está elaborada con un textil recién desarrollado, más resistente al calor que la cerámica, que no arderá ni transferirá energía a las capas internas, resistentes a las radiaciones y trepidaciones.  Estas envuelven el uniforme impermeable del viajero, llevado sobre una tibia y relajante ropa interior.  Para la agencia espacial, el éxito de este traje significará inmensos ahorros, al no tener que incurrir en los costos de la cubierta cerámica de las naves y su readaptación después del reingreso.

Siguiendo con sus meditaciones, recuerda cómo lo atormentaron las intrigas urdidas por un par de compañeros que, al verlo tomar ventaja en los puntajes, lo acusaron de su supuesta conducta aviesa de colegial, de ligeras sanciones que tuvo en su carrera de aviador y hasta de un dudoso amorío. Se arrepiente de haber triunfado sobre ellos y no haber sido eliminado para no tener que enfrentar lo que se le aproxima.  Casi está en pánico; no deja de atender el reloj que se proyecta en su retina, esperando el momento estimado para el impacto.

Una ligera vibración le deja saber que ha penetrado; su vida se le vuelve a presentar a exagerada velocidad y unos segundos después respira aliviado al testimoniar, ¡qué ironía!, que no está ardiendo en la atmósfera, eso corroborado por los indicadores que le proyectan datos relativos al ostensible frenado en su descenso. Ya “solo” 1000 Km/h.  Poco después, el tirón de la apertura de los paracaídas se siente bruscamente; la envoltura exterior se abre y se desprende como estaba previsto y ya puede observar el espléndido paisaje terrestre.  Ahora desea echar hacia atrás toda la narración de su vida, para vivirla de nuevo tras su regreso.  Se siente renacer.

Al llegar a tierra, se le hace opaco el estruendoso recibimiento, por una causa contundente: está completamente empapado; se ha orinado en el traje. Los funcionarios intentan disimular el hecho y se lo roban pronto de la vista de los periodistas, pero estos ya han notado el suceso y corren a dar la primicia.  Llega turbado al cubículo de aclimatación; para calmarlo, le recuerdan que no es el primero en sufrir ese percance, que ya le había sucedido a uno de los pioneros de los viajes espaciales, pero nada le vale.  Solo cuando se ducha y se cambia completamente, siente “renacer” una vez más.

Todavía sentado en la sala de descanso evocando los momentos críticos del ingreso, llega la directora y lo felicita con un explosivo beso que lo hace vibrar de felicidad, olvidar definitivamente el percance y ¿por qué no? renacer por tercera vez; ahora, al amor.


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