martes, 29 de junio de 2021

 

Historias de amor en pandemia


Cuando aflojan las restricciones por los contagios, Melina invita a sus amigas Mercedes e Isadora a tomar un café en su apartamento, con las consabidas precauciones de mascarillas, desinfección, y lavado de manos.  Está ansiosa por contarles de su ruptura de pareja, pero aun más por confirmar chismes de ellas que le fueron deslizados en la red por otras amigas.

Las sitúa en lugares distantes entre sí, en su sala-comedor, y comienzan la tertulia. Interrogada entre galletas por su ausencia de seis meses, les dice que se fue a buscar mejores aires en donde su mamá, allá, en el pueblo de los llanos.

–¿Y no te volviste a ver con Juan Pablo?

–Pues, querida, nos llamábamos mucho al comienzo, pero él cada vez me fallaba más.  Tanto así que, al volver, ni siquiera me fue a encontrar, ni vino a visitarme, que “por precaución”.

–Eso es muy extraño.

–Ni te extrañes, querida.  Ocurrió lo que solo una tonta como yo no preveía: se cuadró con otra.

–¿Cómo te enteraste?

–Una me llamó un día a decirme que ella era la novia de Juan Pablo, que dejara de buscarlo.  Lo confronté y frescamente me lo reconoció; me dijo que tenía una relación bien establecida y que ya la había presentado con la familia.

Mercedes toma la palabra después de un sorbo y suelta la taza para contarles que algo muy similar le pasó a ella.

–Ustedes saben que yo estuve trabajando en la frontera; Gaspar se quedó aquí en la capital y nos visitábamos cada que podíamos.  A los tres años, volví; poco después empezó la pandemia y ambos quedamos sin empleo.  Nos buscábamos, para apoyarnos uno al otro, pero eso se convirtió en cargar cada uno a la contraparte con sus problemas.  Con la reactivación, Gaspar recuperó el empleo y al poco tiempo comenzó un idilio con otra, nacido en celebraciones de compañeros de trabajo.  El chisme no demoró en llegarme; le terminé la relación y aunque él ha intentado volver, ¡nada de nada!

El turno es de Isadora.  Revolviendo su segundo pocillo, les cuenta que nació el bebé que esperaba con su esposo Jairo.  Al mes siguiente, él empezó a quedarse sin clientela, por los cierres propios de la pandemia.  Las deudas, el estrés, el cuidado del hijo y el encierro los estaban enloqueciendo.  Desesperado, él se fue un día de casa, casi sin avisar.

–Pasé todas las dificultades imaginables; no sé cómo lograba alimentar al nene y ahuyentar a los cobradores.  Cuando mi padre se enteró, me tendió la mano y a los pocos días regresó Jairo, como si quisiera aprovecharse de la ayuda.  Pero nuevamente hubo muchos problemas y se volvió a ir.

–Y ¿como qué problemas, querida?

–¿No te los imaginas?  Los mismos de antes: no alcanzaba el dinero para el mercado, las cuentas seguían llegando, Jairo no lograba que sus pocos clientes le pagaran y otra vez estalló el conflicto; en un momento de refriega lo eché de casa y ni corto no perezoso.

–¿Y así hasta hoy?

–Bueno, seguimos dizque encontrándonos por internet; unas veces chat, otras videollamada, pero yo creo que él tenía otra y no nos funcionó.

Mercedes interviene para contarles de otros que intentaron la relación virtual y no les dio resultado.  Fue el caso de su joven prima Elisa y Wilson su pareja mayor, que vivían con intensidad su relación, aunque moraban en casas diferentes.  Cuando a ella se le iban de paseo sus padres, con quienes vivía, Wilson la visitaba y cuando no estaba en casa la hermana de este, llamaba a Elisa a su lado.

–De repente, un trabajo muy demandante de él, con muchos viajes, les impidió frecuentarse por un tiempo; casi ni se llamaban; la relación se fue enfriando y ella atrajo sigilosamente la atención de otro.  Con la pandemia, creció la distancia, por la física imposibilidad de encontrarse en sus casas.

–¡Muy poco imaginativos!  Soluciones hay.

–El quería que se encontraran en cualquier otro lugar; ella le interponía el temor a los contagios.  Por propuesta de Wilson, intentaron satisfacer sus deseos por videollamadas, pero ella no lo encontraba nada excitante.

–Muy tontica; cuando hay deseo, se prende fácil la chispa.

–De todos modos, cuando pudieron volver a encontrarse, él le sorprendió en su celular la conversación con el otro.  La chica, nerviosa, dijo que eran discusiones de trabajo con un compañero de la empresa.  No supo explicarle por qué ese compañero la llamaba Alhelí y la trataba con mucha confianza y entonces Wilson decidió terminarle.

–¡Alhelí! –dice Mercedes– Ese era el nombre de la que se enredó con Gaspar, según me contaron, y mencionándole ese nombre lo hice poner muy colorado el día que lo confronté.

–Bueno, el hecho es que el Wilson, desesperado, se resolvió a acoger en su pequeño apartamento a un amigo varado, un Jairo, que llevaba unos meses insistiéndole; ambos eran muy bonitos y, de todos modos, parecían gustarse mutuamente.  Terminaron amancebados.

–Ya ato cabos; –dice Isadora– la “otra” que les mencionaba era una Willie que le dejaba mensajes y creo que tenía un apartamentico cerca porque yo lo veía entrar allí con frecuencia.  Y vengo a entender el por qué de la foto de un muchacho muy bien parecido que le encontré una vez a Jairo entre sus papeles.  ¡Willie era Wilson!

Queda, pues, al descubierto una carambola de infidelidades surgida en el enredado juego de billar de la pandemia.


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