miércoles, 11 de mayo de 2022


Esa sombra

Relato

Fuente para el relato "Historia de dos o La sombra"

presentado a Café Literautas en mayo de 2022


Cuando se decidieron a realizar plenamente su amor, ella siguió siendo su sombra; dispuesta a lo que él le hiciera, haciéndole lo que él le pedía.  Era una dicha para él, porque lo tomaba como pura comprensión mutua.  Lo hicieron por primera vez en el lugar que él sugirió, ella no conocía ninguno; él tampoco, pero los amigos hablaban de tal y cual sitio.  No era muy cómodo ni muy bonito, pero les pareció magnífico para esa, su primera aventura sexual completa.  Tampoco fue que hicieran nada novedoso, igual muy turbados estaban.  Ya se conocían parcialmente sus zonas íntimas, en particular con el sentido del tacto; ahora el avance fue descubrirlas del todo y ponerlas en pleno contacto; contacto que llevó, por supuesto, al furor, pero sin salirse de lo convencional; parecían creer que había una fórmula que se debía seguir al pie de la letra y cuando terminaron, se vistieron y salieron.  Iban satisfechos, porque llegaron al culmen, o eso creían; iban frustrados, porque pensaban que tenía que haber formas más excitantes.  Él la dejó en su casa y cada uno de los dos se fue a su propia cama a proporcionarse en solitario el poquito o mucho de placer que les había quedado faltando.

Se habían conocido en una fiesta, se habían gustado, se habían dicho tímidos piropos; él la llevó a casa, ella no quería, pero él impuso su deseo.  Al llegar, él le pidió una bebida aromática, ella temía despertar a la familia, pero le indicó cómo hacer todo, para evitar los ruidos, y ella obedeció al pie de la letra.  Hablaron de encontrarse de nuevo y el muchacho definió en dónde, cuándo y cómo, mientras la chica aceptaba todo con la docilidad de una sombra.  Se despidieron con un leve beso en la mejilla y, mientras él se alejaba, ella lo cubría con su mirada, enamorada y medio oculta tras la puerta, bajo la luz apagada, como una sombra viviente.

Nuevos encuentros, disfrute del cine, los helados, los cafés, las cervezas, los juegos, los conciertos, las caminadas, los paseos, siempre ella siguiéndolo como una sombra; siempre aceptando todo lo que le proponía; siempre riendo al unísono, como si su risa fuera una sombra de la del chico.  Un día, salieron en el carro del padre del muchacho a visitar un bello y antiguo pueblito, conformado por casas de uno y dos pisos hechas de bahareque, calles todavía empedradas, iglesia de tipo barroco, alcaldía en casona colonial, profusión de árboles inmensos.  No era fácil perderse en pueblo tan pequeño, pero ella no se le desprendía para nada; él parecía cogido de la mano de su sombra, que no lo abandonaba, como no nos abandona nunca nuestra sombra.  Solo para ingresar al baño la sombra aceptaba estar al otro lado de la puerta.

Llegaron los momentos de buscar los besos y caricias en la soledad, a media luz; los disfrutaron intensamente, llevando él siempre la iniciativa y siguiéndolo ella como sombra.  Llegaron las invitaciones de las amistades y ella no lo dejaba ir solo a ninguna parte, siempre tenía que estar tras él como la sombra.  Para salir a las compras, la sombra tenía que estar ahí, a su lado; para preparar los exámenes, ella lo tenía que acompañar; para ir al médico, para entrenar con su equipo, para comprar camisetas, para renovar la licencia de conducción, para presentarse al servicio militar, donde no lo seleccionaron, por fortuna.  El chico la empezó a llamar, cariñosamente, sombrita.

Y llegó aquella noche de amor, decidida de común acuerdo, en lo que puede tener de acuerdo el aceptar lo que el otro propone; buscada con ansia y planeada con minucia, evitando que cualquiera se enterara, guardando con sigilo el secreto, como si estuviesen planeando un crimen.  Sobra decir que le siguieron otras noches iguales, cada una o dos semanas; ¿qué digo iguales?: muy diferente cada una, porque buscaron (buscó él) mejores sitios; porque exploraron (guió él la exploración) diversos lugares del cuerpo, nuevas técnicas amorosas; porque salieron cada vez más satisfechos, más plenos, menos necesitados de completar; porque se atrevieron (se atrevió él) a hacer la confidencia de sus escapadas a los amigos más cercanos y a comparar las experiencias, pues resultó, lo que no debía ser ninguna sorpresa, que aquellos también tenían las mismas prácticas.

Proponer matrimonio ya fue como un corolario de la consolidada relación; fue recibido con alborozo por las familias y se celebró con estruendosa fiesta.  Tras la luna de miel, las rutinas hogareñas se fueron acomodando y se fueron dando los cambios: él ya no la guiaba en las “locuras”; él ya salía solo y ella lo empezó a seguir en secreto, como la sombra que no vemos porque va atrás de nos.  Primero fue por las noches; si salía a un entrenamiento, lo seguía, como sombra proyectada por la luna; cuando salía a algún agasajo entre compañeros de trabajo, lo seguía; si era para algún espectáculo que a ella no le interesaba, lo seguía.  Se aguantaba, de ser necesario, horas en una esquina o bajo un árbol, con tal de averiguar con quién andaba y volver a hacerle sombra oculta en su regreso; siempre se las ingeniaba para entrar a casa antes que él.

Después, se atrevió a volverse sombra del sol; lo seguía para el trabajo y llegaba tarde al suyo; iba tras él cuando salía a jugar un partido; lo espiaba si se iba a hacer diligencias al centro de la ciudad.  ¡Las resolanas que aguantó!  A punto estuvo de accidentarse por ignorar los veloces vehículos con tal de no perderlo de vista.

Una vez la vio, por casualidad, reflejada en una vitrina; en otra ocasión, por el espejo retrovisor; en las siguientes, porque ya estaba atento a sus persecuciones.  Nunca le reclamó; sufrió en silencio su decepción, hasta que un día, cuando una compañera de trabajo le propuso celebrarle el cumpleaños en privado, le aceptó y le sugirió el bar a donde lo podría invitar; no porque la considerara otra sombra, sino porque el sitio se prestaba para que aquella espiara todo lo que deseara.  Vinieron las cogidas de mano, los besos, la mano bajo la falda, la mano bajando el cierre, los afanes y suspiros, pero no aceptó ir con ella al lugar que lo invitó; le pareció que ya le había hecho tragar suficiente medicina a su sombra, a quien no había dejado de mirar de reojo.

Las veladas en casa siguieron siendo tan fingidas como ya se acostumbraba; los saludos, de beso frío; las caricias, sosas; las palabritas medio dulces, el sainete en la cama, las insinuaciones que no pasaban a más, las ocasionales reyertas y el contentamiento posterior.  Ella no le mencionaba nunca lo que había visto, él se mostraba muy fresco, como si nada hubiera pasado.

Un domingo por la noche, subieron a la azotea del edificio para observar un eclipse que se anunciaba muy bello.  Mientras miraban el fenómeno, ella le metió mano; primera vez que tomaba la iniciativa; él, asombrado, le dejó hacer y ella lo fue llevando hacia la baranda y allí se recostaron; indeciso el muchacho entre disfrutar de la vista o del tacto, no percibió que lo presionaba contra la baranda pero sí le intrigó que lo corría un poco más allá, como buscando un punto; esta cedió, pero antes de caer al vacío, él logro asirse a una de las barras y, para ganar equilibrio, apoyó su otra mano en su pareja, que perdió el apoyo y se precipitó abajo.  ¡Quedó como un hombre sin sombra!


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