QUÉ UNIVERSO TAN PARTICULAR
El niño de seis años se embelesaba mirando desde la cama a las seis de la mañana el estrecho rayo de sol que entraba por un resquicio de la ventana. Lo fascinaba el brillo de los miles de partículas de polvo que bailaban en la columna luminosa. Él no comprendía la razón física del fenómeno, más bien creaba diminutos seres extraordinarios, se convencía de que venían a buscarlo para jugar y conversaba con ellos largo rato. Cuando entraba la mamá a la pieza abriendo del todo puerta y ventana la invasión de luz aclaraba todo, los minúsculos amiguitos huían y él se defraudaba pero al momento el olor a desayuno lo transportaba a otro placer y salía corriendo a buscar los manjares.
En sus juegos infantiles, proponía a sus amiguitos irse a buscar a esos duendes y hadas que viajaban sobre los rayos de luz. Pero mira que aquí no hay rayos, hay luz regada por todas partes. Eso lo frustraba, pero una tarde la luz crepuscular se filtró en forma de múltiples haces por entre las nubes dispersas que tachonaban el cielo y el chico animó a los amigos a caminar más allá y más allá para encontrar a las mágicas criaturas. La búsqueda de los angustiados padres terminó de noche y los chicos y chicas recibieron el que se suponía un merecido castigo.
La obsesión por las multitudes de objetos en movimiento se le trasladó al niño a otro ámbito: las pequeñas lagunas llenas de renacuajos que nadaban velozmente en un gran desorden, donde se quedaba como hipnotizado por largo rato, hasta que tenían que llevárselo prácticamente arrastrado a casa. Pero no se aquietaba, comenzaba a hacer cantidades de preguntas sobre el origen de esos animalitos, por qué su cantidad, su evolución, etc. Se quedaba toda la noche preguntándose por qué los terneros no nacían en grandes cantidades ni los perros y gatos, a lo sumo cuatro o cinco cachorritos y ansiaba que su madre encinta diera a luz una cuadrilla de bebecitos para disfrutar jugando con ellos cuando crecieran.
No hay que detenerse a pensar mucho para comprender que al ir creciendo sus pasatiempos favoritos fueron los modelos armables de quinientas o mil fichas y los rompecabezas de cinco mil piezas; ademas, se extasiaba en las noches despejadas observando el firmamento, tratando de captar en su mente la multitud de estrellas y aprenderse las formas de las múltiples constelaciones y los lugares que ellas ocupan. Una sorpresa más se le presentó cuando después de una noche de esas y en medio de su sueño se le produjo su primera emisión nocturna y al averiguar temeroso sobre la razón de ello supo de los millones de pequeñas células que navegaban en ese líquido suyo y de la inmensa cantidad de ocasiones en que los iba a producir durante su juventud y madurez.
Otra grata sorpresa se la dio el profesor de Química al explicar el modelo atómico, que ya no era el de Bohr con unos electroncitos girando juiciosos alrededor de protoncitos y neutroncitos: nubes probabilísticas con posiciones cuánticas de los electrones y presencia de bosones, miones, gluones, fermiones, leptones, bariones… y así hasta el mareo. Los compañeros se divertían dibujando a unos como mexicanos de bozo largo, a otros como perritos regando un poste con la pata estirada, a otros bebiendo apurados una Coca Cola, glu glu glu…
Se recibió de bachiller en medio de premios y menciones honoríficas y del aplauso de todos los suyos. Pasó unas agradables vacaciones en la finca de la noviecita que había conquistado en el último año y después se fue a la ciudad a estudiar la carrera de Física, para dar paso a su ansiada especialización: la física de partículas.
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