lunes, 21 de enero de 2019

¿AL RESCATE DE QUIÉN?
Relato


El hombre que apareció ante ellos no era un ser humano, era una sombra.  Así de liviano y desfigurado era este esperpento que salió a enfrentar el bullicio que le habían producido desde la entrada de la caverna.

La bruja les había dado las señas del lugar al leerles la baraja.  Fueron a ella solo por curiosidad, a disfrutar de las disparatadas predicciones y apreciaciones que solía recitar esta mujer por unas cuantas monedas.   Empezó calificando a la una de tímida y misteriosa; al otro, de derrochador e irresponsable; a una más, de generosa y encantadora, pero muy enamoradora.  Continuó con anuncios de viajes, de matrimonios, de pronta satisfacción de un aspiraciones laborales…  Se congelaron cuando les dijo que su amigo vivía en una gruta no lejana, que no había perecido, que se alimentaba de hierbas y que ellos dos se comunicaban con frecuencia.

–¿Por qué sabes que es un amigo nuestro?
–Porque he visto colores de su aura adheridos a las auras de ustedes.
–¿Por qué no nos habías avisado antes?
–¡Qué ridiculez!  Yo no los conocía.  Hoy me llegaron aquí.
–Pero Lorenzo te debe de haber hablado de nosotros; te debe de haber pedido buscarnos.
–Nunca me ha dicho su nombre; nunca me ha hablado de sus amigos y seres queridos y no me ha pedido buscar a nadie.
–Llévanos a donde está.  ¡Queremos verlo!
–Solo les indicaré cómo llegar a él.

Juliana, Jorge, Jimena y Juan Fernando eran los mejores amigos, “la barra” de Lorenzo, quien había desaparecido misteriosamente cinco años antes.  Lo buscaron intensamente en compañía de sus parientes y nunca lo hallaron.  Por supuesto que acudieron a la policía y pidieron a los bomberos explorar por cuevas, túneles, pozos y precipicios donde hubiera podido ir a dar el extraño muchacho.  La recompensa que se ofreció por su hallazgo nunca fue cobrada.  El paso del tiempo les fue extinguiendo las esperanzas y el torbellino de la vida los llevó finalmente a olvidar a su entrañable compañero.

En ese entonces, Lorenzo había estado refiriéndose a un dragón, con el que había establecido una relación misteriosa, al que visitaba en su cueva con frecuencia, pero a nadie le quería contar en dónde estaba situada la tal guarida del extraño ser.  Comentaba que le confiaba sus cuitas al dragón, que le daba a guardar objetos, que le pedía consejo, que compartían delicioso ratos… y hasta decía que si se casaba, sería con una mujer que aceptara vivir con él en la cueva.  Un día resultó con el cuento de que el pobre dragoncito estaba enfermo y tenía que irse a cuidarlo y, después de esto, nunca más apareció en su casa, ni en su trabajo, ni con sus amigos.

Ahora, los cuatro camaradas se encontraron, sin proponérselo, frente a la sobrecogedora misión de ir al encuentro de su querido amigo, que se hallaría en quién sabe qué deplorable estado.  Lo pensaron mucho, lo discutieron varias veces, temían muchas cosas, pero al fin se decidieron a partir hacia el lugar indicado por la adivina.  La caverna a donde los envió tenía una entrada estrechísima y muy bien disimulada entre los matorrales de la pendiente de una colina solitaria.  Desde la propia entrada se percibía la más completa, la más espantosa, oscuridad; intentaron avanzar a la luz de las linternas y aun así era difícil encontrar paso franco; el suelo era liso, las paredes irregulares y pegajosas; encontraban ramificaciones en diferentes direcciones y no sabían por cuál seguir, además de que temían no encontrar el camino de regreso.

Lo intentaron varias veces.  Después de cada frustrado ensayo, se reunían a discutir alternativas.  Se fueron a pedir ayuda a los bomberos, a la defensa civil, pero los trataron de locos; intentaron andar atados a una cuerda que les sirviera de hilo de Ariadna para tener regreso seguro, pero las condiciones de los socavones y alguna sensación de falta de oxígeno los hicieron retornar.

En una de sus discusiones, la solución llegó de la siguiente manera, donde alternaron, sucesivamente, Jimena, Jorge, Juliana y Juan Fernando:

–Podemos hacer una fogata a la entrada de la caverna para invadirla de humo; se verá obligado a salir.
–¿Cómo se te ocurre?  ¡No debemos hacerlo!  Podemos producirle asfixia.  
–Llenémosla, entonces, de luz. 
–Toma en cuenta que la luz no se curva en el camino; no le llegará.  
–Pero el sonido sí “dobla las esquinas”.  Podemos hablarle en una grabación a alto volumen desde la entrada, invitándolo a salir.  
–Por el estado sicológico en que muy posiblemente se encuentre Lorenzo, no hará caso a las recomendaciones.  
–Pues bien, no le digamos nada que sea comprensible.  Inundémoslo con un bullicio perturbador que lo expulse atontado.

Pensaron en conseguir prestados unos tambores y trompetas para irse a tocarlos al frente de la cueva, pero luego se les ocurrió una mejor idea, una grabación de alguna música muy estruendosa.  Así, pues que juntaron reproductor, amplificador y bafles de unos y otros y consiguieron unas grabaciones apropiadas; solo les quedaba faltando la energía eléctrica, que se la procuraron con una batería alquilada.  Se fueron, pues, a hacer toda la instalación y ejecutar el “concierto” frente a la caverna.  El eremita resistió tres horas y salió notoriamente alterado a enfrentar el ataque.

Después de la conmoción que les causó la aterradora figura que se les plantó al frente, ninguno de ellos se atrevía a romper el helado silencio que separaba al hombre y al grupo.  Se miraban unos a otros y lo miraban a él, que tenía unos gigantescos ojos fijados en ellos.  Por fin, él habló primero.

–¿Por qué vienen a hacer su fiesta frente a mi pacífica habitación?
–Queremos hablar contigo.
–En ese estado de alteración, no hay diálogo posible.
–No sabíamos cómo hacerte venir a nosotros.
–El que no sabe yerra.
–Danos una oportunidad.
–¿De vivir conmigo?  Deben cumplir muchos requisitos.
–No.  Una oportunidad para rescatarte.
–Ustedes son los que necesitan ser rescatados.  Juliana, de su afán por conquistar hombres; Jorge, de su manía compradora de objetos inútiles; Jimena, de su exagerada glotonería; Juanfer, de perseguir muchachitos.
–¿Por qué juzgas a la ligera?
–Los he estudiado largo tiempo.
–¿Y crees que tú, un hombre encerrado, sin experiencia de vida, nos vas a rescatar?
–No lo he pensado así.  Los pueden rescatar sus seres más queridos o ustedes mismos.  Pero no se pongan en plan de rechazarme; los quiero mucho y por eso me preocupan.

Con esto, ingresó de nuevo a su guarida, no sin antes pedirles que vinieran, sin ruidos, el miércoles siguiente a la misma hora, para anunciarles algo importante.

No faltaron el miércoles.  Sin rodeos, Lorenzo les anunció su próxima muerte, por causa de una enfermedad terminal.

–Su aparición fue la causa de mi desaparición.  Tan pronto me la decretaron los médicos, decidí cambiar a una vida serena al lado de mi dragoncito.
–¡Qué tan iluso!  Solo la medicina podía salvarte.
–No hubiera vivido un año.  La calma y mis propios tratamientos con hierbas medicinales me permitieron sobrevivir estos cinco años.  Además, aprendí mucho.
–Ya es hora de que te llevemos a los médicos verdaderos.  Permítenoslo.
–Ya tengo sentencia inexorable de muerte.  Se ejecutará el domingo próximo a las doce.
–¿Cómo lo sabes con precisión?
–Conozco mi estado y percibo cómo me abandonan las fuerzas y la lucidez, momento a momento.  Igual a como me abandonó mi dragón hace poco tiempo.  Por ello, voy a facilitarle el trabajo a la naturaleza.  El domingo bebo mi pócima y quiero que ustedes, mis viejos amigos, estén aquí conmigo.
–Nos abandonaste hace años.  ¿Por qué nos quieres ahora?
–Creía que nadie me quería.  Pero he visto que sí tengo cuatro amigos, por todo lo que hicieron para venir a mí.  ¡Acompáñenme en mi partida!

Ese domingo, a las doce del día, los cuatro amigos presenciaron, en completo silencio, la despedida de Lorenzo al mundo que lo despreció con una mortal enfermedad temprana.  Él no se despidió del mundo; él despidió al mundo, según sus últimas palabras.

Carlos Jaime Noreña
ocurr-cj.blogspot.com
cjnorena@gmail.com


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