domingo, 22 de marzo de 2020

EL ERGOLEPTÓGIRO
Relato

Considero  que  la  realidad  es  lo  que  menos  debe  preocuparnos, 
puesto que, y esto ya resulta bastante molesto, siempre está presente.
Herman Hesse, Rastro de un Sueño.

Rafael estaba armando un aparato que prometía ser la gran novedad, según él.  Todos los miembros de la familia y otros miembros de cualquier cosa miraban y remiraban esa armazón informe y sobrecogedora y le hacían todo tipo de comentarios.

–¡Cuánto tendrías ahorrado ya, si no te gastaras la platica en ese cachivache!  Decía su papá, rascándose la calva.
–Se te está pasando la hora de pensar en matrimonio.  Vas a terminar casado con esa cosa.  Era la opinión de su madrecita.
–Un matrimonio siempre será posible, ma.  Esa institución no se va a acabar.
–Este hermano mío no va a sentar cabeza.  Tan bueno que eres para el fútbol y para las matemáticas, deberías estar explotando esos talentos.  Le espetaba el hermano mayor.
–Estoy aprovechando otro talento que no conoces.
–Desde que se puso con ese embeleco, nos abandonó.  Se quejaban sus amigos.
–Si son amigos de verdad, tienen que seguir siéndolo, por encima de todo.
–Eres un incomprendido.  Ya verán todos el éxito que vas a tener.  Le decía su  adorada noviecita.
–Tú eres la que me mantienes con vida entre todos estos cadáveres.
–Este hermano mío es un genio.  ¿Me vas a dejar montar en eso cuando funcione?  La posición interesada del hermanito.

Rafael seguía adelante con su proyecto.  No dejaba que le tocaran esa como escultura abstracta montada sobre un banco de trabajo que acomodó en un rincón del garaje.  Cuando le hacían falta componentes, se los rebuscaba; en ocasiones, tenía que pedirlos al exterior y esperar con paciencia.  Cuando le hacía falta una herramienta especial, averiguaba obstinadamente, hasta que lograba tomarla prestada o alquilada.  Más de una vez ocasionó algún cortocircuito, sin consecuencias graves, solo los aspavientos de mamá y papá.

–Y ¿cómo se llama ese esperpento?  Le decían unos y otros.
–Es un ergoleptógiro.  Decía muy serio.
–¡Dios mío!  ¿Y a una cosa tan absurda le derrochas tanto dinero, le pierdes tanto tiempo?
–América es un nombre absurdo.  El ornitorrinco es un animal absurdo.
–Estás descuidando tus necesidades más básicas por ese ornitorrincógiro; se te olvida comer, te quedas toda la noche sin dormir.
–Mi necesidad más básica es hacer lo que satisface mis aspiraciones.
–Bueno, y ¿para qué se supone que sirve esa cosa?
– Tiene aplicaciones al ahorro doméstico de energía, el acceso eficiente a las redes de datos, el balanceo de aparatos giratorios y hasta el control del tránsito.
–¡Dios mío!  La piedra filosofal se quedó pequeña.

Solo su amiga del alma lo entendía y lo acompañaba.  A él; porque el dispositivo no lo comprendía, a pesar de las explicaciones que Rafael predicaba con frecuencia.  Solo ella lograba sacarlo a cine, a un baile, a un parque.  Hasta le prestaba dinero.  Y ella fue la que lo llevó al médico cuando empezó a sufrir una dolencia fuerte y persistente.  Vinieron una serie de exámenes, muchas consultas, intentos de tratamiento, pero Rafael no se apartaba de su engendro; ya lo llevaba muy adelante, decía, y ella esbozaba una sonrisa amarga.

Pero la vida sigue, como algunos dicen cínicamente a sus amigos en la velación de un ser querido.  Rafael siguió, pues, con sus circuitos, sus soldaduras, sus engranajes, sus aprietes y aflojes, sus ayunos para muestras de sangre, sus esperas en sala, sus amargas pastillas y dolorosas inyecciones.  El ergoleptógiro iba tomando forma y, a la par, el tratamiento iba dando esperanzas.  Cuando el aparato se apartaba del funcionamiento deseado, casualmente las pruebas clínicas mostraban resultados decepcionantes.

Todos le reclamaban por su estado de salud, pero él solo miraba hacia su aparato; en él se veía, no en los resultados de los exámenes de laboratorio.  Seguía mandando a maquinar la piececita que no encajaba, pidiendo afuera el circuito integrado que faltaba, reforzando los mecanismos débiles.  De esto se aprovechaban su madre y su amada para estimularlo a tomar la droga olvidada, madrugar para el examen ordenado…

Se llegó el día de la puesta a punto final del aparato; todo se veía en orden, todas las pruebas salían perfectas y Rafael, radiante, convocó a familia y amigos para la demostración.  Media hora antes de la cita, se sintió muy mal; debió buscar la cama; le llamaron el servicio de urgencias; estos lo llevaron a hospitalizar y se diagnosticó la fase terminal de la enfermedad.  No volvería a salir de la clínica.

–No atendiste una realidad, le decían.
–Mi realidad era mi invento; convivió con la que ustedes invocan.

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