Esa temporada sublime
Relato
Es otro de los meses del año. Y es de los largos, tiene treinta y un días. A Paula no le parece más interesante que el mes en que saca sus vacaciones, tan emocionante; qué de excitantes programas puede hacer. Rubén tiene que trabajar más en este mes, pues es el de las grandes ventas; pocos descansos tiene durante estas cuatro semanas y media; tampoco le ve el encanto que pregonan por todas partes.
El día primero se levantan con torpeza; no quieren ir al trabajo; la costumbre de quemar pólvora toda la madrugada para darle el saludo de bienvenida al dichoso mes número doce los tuvo con los ojos abiertos y las mentes rebeladas. El gato, que se había refugiado bajo la cama, se metió bajo las cobijas y se acomodó entre ambos; intentaron calmarlo, pero de dónde saca calma el que está horrorizado; intentaron acariciarse, juntar los cuerpos, pero el sagaz animalito se las ingenió para impedirlo.
El día seis es la fiesta de Navidad de la empresa y Paula la disfruta porque hay deliciosas viandas, sirven licor sin medida y distribuyen premios que la llenan de contento. Tiene que ahuyentar al insistente del Miguel; guardemos distancia, estoy bajo sospecha de contagio del virus. Disculpa que le vale una invitación a retirarse, no regrese mañana hasta tener resultados de la prueba.
Rubén se la goza cuando se entera de toda la aventura y, sobre todo, del disgusto por haberse perdido el sorteo del premio grande. Yo soy tu premio grande, y se empeña en calmarla con mimos y caricias. Pasado el rato, salen a buscar “esos regalos que toca dar en esta época y en los que es tan difícil atinarles a las personas”.
El día 15, ya atardeciendo, viene Paula por la calle, de vuelta del trabajo, y la alcanzan unos rayos solferinos que se filtran entre las ramas de los árboles de un bosquecito. Para en seco y se queda extasiada contemplando el espectáculo; entre tanto, se embelesa en la escucha de una suave música que no identifica y tampoco sabe de dónde proviene. Se siente acariciada por las hadas, sabe bien que éstas no existen, y se ve volando por encima de la zona verde hasta la fuente que anima la vía con sus mil chorrillos. Se estrega los ojos y vuelve a la realidad: está de pies en medio del amplio andén y la gente pasa apurada por lado y lado sin prestarle atención.
En la comida, le relata a Rubén su fascinante experiencia y lo invita a encontrarse al atardecer en el mismo lugar. Él, un tanto disgustado, le responde que sus experiencias, más realistas, son muy desagradables y le cuenta de su altercado de la mañana con la jefe, que le valió un dolor de cabeza, le hizo temer un despido y también le granjeó un disgusto con su mejor compañera de trabajo que defendía la posición de la jefe. No tengo espíritu para buscar esas ridículas sensaciones.
Paula se levantó taciturna por la mañana, lamentando el rechazo de su pareja y preocupada por su percance en el trabajo. Minutos después, salió Rubén, quien empezaba jornada más temprano; iba arrepentido de su tosca respuesta de la noche a su amorcito y pensando en cómo subsanar la ofensa. Al pasar la puerta, lo acometió una bocanada de aire fresco que le produjo un cierto alivio; estaba cerrándose la abotonadura del saco cuando escuchó un canto de pájaros que le inspiraba ternura; miró hacia el árbol del frente y verificó que cuatro avecillas, posadas lado a lado en una rama, entonaban armónicamente, como el coro mejor entrenado. No supo cuánto tiempo estuvo allí extasiado, pero sí supo que llegó tarde al trabajo con una flor en la mano para su amiga y una amplia sonrisa para la jefe que lo miraba reloj en mano. Esta quedó desarmada y cambió su reprimenda por una solicitud de disculpas.
Saliendo de la oficina al final del día, llamó por su teléfono a Paula, encontrémonos en ese bosquecito, quiero vivir contigo esos momentos tan lindos, se tienen que repetir hoy; estoy resfriada, voy llegando a casa y no tengo fuerzas; ya me voy a cuidarte, cariño, te quiero mucho. El aroma de la bebida aromática se sentía embriagador, las fricciones con ungüento mentolado parecían despedir música, la compañía del chico parecía la de un ángel guardián.
En la nueva mañana, salieron juntos a solicitar atención médica. Como no iban apurados hacia el trabajo, pudieron prestar atención a las florecitas de los árboles, los mismos árboles que desconocían a diario; a los verdes prados que eran verdes todos los días; a los perritos que retozaban y los gatitos bandidos que conquistaban alturas. De repente, todo el escenario cercano tomó un colorido asombroso, se escuchó de nuevo una melodiosa música y, al levantar la vista hacia las montañas lejanas, estas se veían envueltas en gazas blanquecinas que irradiaban un suave brillo y el cielo azul sobre ellas cambiaba a un tono intenso que inspiraba alegría. Una suave y dulce fragancia los invadía y era imposible adivinar de donde llegaba. Rubén abrazó con fuerza a Paula y con su boca buscó la suya; ella intentó rechazarlo, no te quiero contagiar, pero él no se retiró y después del beso ella se sintió completamente aliviada; Rubén, liberado del mal momento pasado y ambos, muy enamorados.
Decidieron no presentarse a sus trabajos y pasar todo el día juntos; que nos hagan el descuento, vale más lo que ahora sentimos y siguieron con ese encanto especial todos los días del mes, de ese enigmático mes que antes despreciaban.