sábado, 26 de mayo de 2018

NOCHES LLENAS DE SUSPIROS,
DÍAS LLENOS DE ILUSIONES

Relato

Ese día, a las 5:30 de la mañana, apagó Juan Carlos el despertador cuando apenas empezaba a campanear, porque el ansia que tenía de acompañar a Lilia Jimena al aeropuerto le hizo percibir el sonido de inmediato, no obstante haber pasado muy mala noche.  Saltó de la cama al baño y luego se fue a la cocina a buscarse una fruta y después una bebida caliente; se tomó esta última con el desespero que da el tener que pasar despacio un líquido a alta temperatura cuando se está afanado.

Había dormido muy mal, pensando repetidamente, angustiosamente, intensamente, en la desfortuna de haberle pedido un beso esa noche en el momento menos oportuno.  “Creí que eras distinto, que no ibas a correr tras besos acabando de conocerme”.  Luego lo despachó fríamente desde la puerta de su casa, a donde él “gentilmente” (pero en realidad porque le había gustado la muchacha) la había acompañado después de la fiesta.

“Muy bien que lo paré en seco”, se decía la chica formalmente, pero anímicamente deseosa de aquel muchacho con quien había bailado ganosa, contenta, suelta, y que era tan cortés y tan suave en sus expresiones.  Y no dormía, no sabía por qué.  “Hice lo correcto” y su cuerpo le decía otra cosa.  Tal vez durmió media hora, cuando tuvo que apagar el despertador ya casi terminando de campanear.

Al terminarse la fiesta que tuvieron en casa de unos amigos, cada quien salía por su lado, pero J. C. sentía que se quería quedar toda la vida allí, conversando tan delicioso con esa chica.  La vio salir del baño después de sus retoques femeninos, ya lista para emigrar y le propuso acompañarla.  Se dieron los consabidos “no te voy a poner a voltear – no es ningún inconveniente – yo me sé cuidar sola – mejor que te cuide un hombre pero no te compliques por mi – ¿dónde vives? – por la… – ¡ah! yo muy cerca de ti, será muy fácil – bueno, ya por eso”.

En el taxi, ella se sentía vibrar; este muchacho le había encantado; ahora le proponía temas románticos y ella se fascinaba más; recordaba cómo se le pegó bailando y también cómo lo apartó suave y discretamente, pero sin querer hacerlo; deseaba devolver el tiempo, seguir bailando y permitirle todo.

En el taxi, el se sentía hervir; esta muchacha era encantadora; empezó a mencionarle los pasajes más románticos de las canciones bailadas, preguntándose y preguntándole si de verdad se podían vivir esos momentos tan lindos, esas experiencias tan excitantes con otra persona y la respuesta muda de ella, acercándosele, mirándolo con calidez, lo sacaba de foco.  Ya iba a tomarla suavemente de las manos cuando el taxista paró y anunció llegada.

Le sorprendió que no le permitiera un inocente beso de despedida.  “Es una impostora”, pensó enseguida, cambiando la sorpresa en rabia.  “Se muestra muy recatada, como aquellas vampiresas que después nos clavan sus colmillos.  No vale la pena volver a verla”.  Acababa de cerrar tras de sí la puerta de casa y le cayó encima un baño de sensatez otorgado por el ambiente familiar:  “Es un amor, es un hada fantástica.  ¿Por qué no quiere conmigo?”  Y se fue con los ojos encharcados a la cama.

“¿Tras de qué venía este galán pervertido? Siempre quieren empezar con un besito ‘amistoso’… ¡Pero no! Estoy confundida; es muy diferente a los que han tratado de sobrepasar mis límites, es bueno.  ¡No! ¡bueno para qué?  para tratar de darle satisfacción a eso que tiene ahí abajo, como todos”  Y con estas confusiones, la muchacha se fue a la cama.

La fiesta empezó muy animada.  Gustavo Z., el anfitrión, había invitado a Juan Carlos porque el muchacho estaba trasegando por los terrenos de la decepción amorosa; muy duro le había dado aquella hermosa mujer que solo estuvo jugando con él y todos los amigos querían sacarlo de esa hondura.  Lilia Jimena llegó convidada por Graciela, invitada de Gustavo, azuzada por las compañeras de aquella, que querían sacarla del ostracismo en el que llevaba un año, después de una traumática decepción amorosa.  Aún no los habían presentado, pero cuando él, de lejos, la vio sentada en el sofá con sus amigas y le lanzó el dardo de su mirada, ella le respondió con tal chispa en los ojos, que de inmediato vino a sacarla al ruedo y bailaron toda la noche.

Llegó Juan Carlos, pues, en el taxi, a las 6:45 de la mañana a recoger a Lilia Jimena para llevarla al aeropuerto.  Corazón palpitante, los tumbos se podrían escuchar kilómetros a la redonda.  “¿Me estará esperando?  ¿Se fue más temprano para no encontrarme?  ¿Llamo a la puerta o me devuelvo por donde vine?”  Se decidió a oprimir el timbre, más por temor a la cuenta creciente del taxímetro que por valentía.  No bien puso el dedo sobre el botón, se abrió la puerta y la chica, con fingida cara de asombro… “Ya salía, ¡qué casualidad! No contaba contigo…”

Había estado vacilante durante su tibio baño y su fresco desayuno.  “¿Lo espero?  ¡No! mejor me le voy antes de la hora que le dije”.  Lavar vajilla del desayuno.  “Pero… ¿cómo defraudarlo si viene?  Últimos toques de maquillaje.  “El no vendrá, ya le frustré sus intenciones”.  Teléfono para pedir un taxi, línea ocupada.  “Esas intenciones son bellas, algo me lo dice; lo voy a esperar.  ¿Pero por qué no me avisa que viene en camino?”  Sentada en la salita, maleta al lado, mirando la calle por un resquicio de la cortina…

Saludo muy cortés, de apretón de manos.  Llevada de maleta atrás y se sientan juntos.  “Confirmado; al aeropuerto, por favor”.  “¿Cómo que confirmado?  ¿Estabas dudando?”  “No… ¡Si! dudaba si alcanzaría a llegar antes de que salieras a pie con esa maleta para el aeropuerto”.  “¿Qué te hace pensar en ese absurdo?”  “Los hechos concretos: cuando llegué ¿no salías ya con la maleta sin ningún taxi pedido?”  “Sí lo pedí, pero no llegaba”.  “Y, desesperada, resolviste salir de maleta en mano para el aeropuerto y” “¡Cállate! Y más bien cuéntame de tu vida, que es toda una incógnita para mi”.

J. C. le contó cosas bonitas como la carrera que estaba estudiando, el deporte en el que estaba haciendo progresos, las lecturas y la música que le gustaban, pero no le contó de las tres veces que estuvo locamente enamorado y no correspondido antes de aquella fiesta: Carmenza, Viviana, Lina Patricia…  Luego, Lilia Jimena, en su “turno”, que le tocó ya estando en el aeropuerto, le contó también de lo bonito: su afición por el violín, sus premios académicos, sus viajes…  Calló la aterradora experiencia que tuvo un año atrás con ese que le destrozó el corazón.

Caminando hacia un punto de consumo de café, se les cruzaba un muchacho muy bien parecido, que cuando la vio le dio un efusivo saludo con estrecho abrazo y con beso y conversaron unos minutos sobre cosas comunes, mientras él lo miraba de pies a cabeza, receloso y le notaba ese redondo trasero, que es lo que más gusta a ellas de ellos.  “Es Juan Guillermo, mi amigo del alma”;  “ahhh, no sabía que tenías novio”;  “¡no es mi novio! su novia es Tatiana, pero él y yo somos amiguitos desde hace años y nos queremos mucho”;  “quiérete, pues, bastante con tus amigos”.  Siguió pensativo unos minutos y ella lo miraba maliciosa, pero ya tomando el café tuvieron de nuevo una charla muy animada.

Después entraron a una revistería, donde Juan Carlos necesitaba buscar algo, y la chica que atendía lo saludó muy alegre de verlo.  “¡Hola, Luz Amparo! ¿Cuánto hace que trabajas aquí?”  Nueva conversación de largos minutos sobre cosas comunes y expresión impaciente de Lilia Jimena, no dejando de mirarle a ella el trasero, la pomposa delantera, el coqueto motilado.  “¿Vienes con frecuencia a verla en la revistería?”; “no sabía que estaba aquí”;  “me refiero a donde ella trabaja; que no supieras del traslado es otra cosa”:  “¿celos?”  “¿por qué voy a tener celos?  tu y yo no somos nada”  Chaparrón de agua helada para J. C.

Más callados que animados, continuaron en la espera del avión, que ya fue breve.  Llegando a la puerta de embarque “bueno, un feliz viaje, que encuentres bien a tu familia”; “y ¡no hay un besito?” Se le salieron los ojos de las órbitas a Juan Carlos; la tomó por la cintura con ambas manos, la acercó a su cuerpo y le dio un beso en la boca, que ninguno de los dos quería dar por terminado.  Hubo rápido pedido de datos para comunicarse “porque se me van a hacer eternas tus vacaciones”, “porque no sé qué voy a ir a hacer con mi familia, me debería quedar contigo”.  Agitación de manos a lo lejos, besos lanzados al aire.

El dulzor con que quedó Juan Carlos fue asaltado esa noche por la imagen del tal Juan Guillermo; “¿y si tienen algo entre ellos? es muy fácil fingir; ella lo saludó muy efusivamente; amorosamente, más bien; sí debe de ser una embaucadora; pero se ve tan linda y es tan amorosa conmigo… ¡yo no sé!”  El embeleso de Lilia Jimena se le pasó cuando se acostó por la noche en su casa: “seguro se fue directo a buscar a Luz Amparo en la revistería; allá se besaron; de eso estoy segura; tal vez no está sino por disfrutarnos a cada una de nosotras; pero este hombre tan bello, tan especial… ¡ay! ¡no sé qué pensar!”

Larga separación de vacaciones espera a estos dos muchachos, con anhelos y dudas, con bellos recuerdos y turbias amenazas.  Seguirán jugando cada cual su papel, cuando hablan, cuando intercambian mensajes; seguirán albergando cada uno sus resquemores y vacilaciones cuando enfrentan la soledad de la noche.


Carlos Jaime Noreña
ocurr-cj.blogspot.com
cjnorena@gmail.com

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