Eso de escribir
Como la perfección nunca se alcanza, se puede tomar la pluma con confianza.
No quise hacer una rima con ello, pero sí mostrar que vale la pena ponerse a escribir sin temores. Todos los errores que cometamos son criticables y corregibles, pero que nadie nos indique cómo escribir. Me pudieron enseñar a caminar, pero después yo adopté mi propio caminado. Me enseñaron a dibujar en la primaria, pero después descubrí que soy negado para el dibujo. No me enseñaron a cantar ni a escribir literatura y después encontré que no tenía la más mínima habilidad para el canto y sí alguna facilidad para escribir.
Arranqué a escribir cuentos, muy tarde en la vida, pero arranqué. Los publico en mi blog y nadie me hace comentarios. Los he mostrado a algunos y no me han prestado atención; me han elogiado, tal vez, un par de ellos. En el cuento se encuentra la mejor oportunidad para crear, porque es simple, porque no tiene que ser largo, porque lo abarcamos entero, por lo regular, desde un principio y, sobre todo, porque vemos que vamos a poder hacer algo completo y arrancamos con confianza.
El que escribe, aunque sea unos cuentos, unas reflexiones o unos versos, está continuando la tarea de Prometeo, aunque tiene que saber que se arriesga a recibir un castigo equivalente.
La novela intimida, por causa de muchos principios, válidos o no, pero universalmente aceptados: tiene que ser larga, tiene que ser compleja, tiene que tener nudos, hay que darle un apropiado desenlace, no se pueden cometer inconsistencias en los personajes, en las situaciones… La decisión de empezar a escribir una novela sí es un “alea jacta est” y la garantía de futuros dolores de cabeza.
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