lunes, 23 de diciembre de 2019

Un cuento para la Navidad

CARMENCITA SOLITA

Relato



Doña Carmencita mora sola en su casita, que antes fue nido de amor, cuando vivía su esposo, y que fue cálido hogar, cuando su hijo los acompañaba.  Ahora está viuda y el hijo vive lejos, muy lejos y ya no viene a verla; tampoco le escribe, pero la vieja no ha dejado caer la casa: todavía están bien pintadas las paredes, les saca brillo a las puertas de madera, mantiene muy limpio el piso, deslumbrantes la cocina y los baños y no faltan los adornos y las plantas.

Su soledad se atenúa un poco con las visitas que recibe.  Los niños del barrio vienen con frecuencia a conversarle, a escuchar sus cuentos y a deleitarse con las exquisitas galletas que les reparte, acompañadas de leche o jugo de frutas.  Han aprendido también a hacerle algunas compras y ayudarle con pequeñas tareas de jardín.  Callan sobre el visitante que no falta los jueves: un señor ya maduro que ella hace entrar por la puerta trasera, siempre por la puerta de atrás, y que pasa toda la tarde allí; cuando él está, ellos no se presentan; es un pacto tácito.

¿A qué viene ese señor maduro que casi siempre trae unas flores o un paquetico?  Vaya usted a saber; es el secreto más guardado; ni siquiera los chicos, con la curiosidad propia de su edad, le preguntan por él o se asoman a hurtadillas.  Y el que esto escribe es mil veces más prudente, nunca lo ha sabido ni lo quiere averiguar.

Por las noches, piensa en su hijo, que se fue a buscar mejor vida en Australia, después de la muerte del padre, y le prometió no abandonarla; al principio la llamaba cada semana, después le escribía cada semana y venía a verla cada año, después cada dos años y le escribía cada mes y ahora ni llama, ni escribe ni la visita.  Dejó de mandarle cartas porque él no se las contestaba; los vecinos le sugerían comunicarse por esa mensajería instantánea, pero no sabía el número de su teléfono y se cansó de pedírselo.  Ella no deja de confiar en que al muchacho le va muy bien, no se comunica porque se mantiene muy ocupado y algún día se le aparecerá de sorpresa.

Se iba acercando la Navidad y los niños venían a ayudarle a engalanar la casa, costumbre que nunca perdió.  El árbol, las luces, las guirnaldas… y además los manjares que les preparaba.  Y ellos lo disfrutaban a mares, hacían qué algarabía y ofrecían más ayuda y pedían más de comer y se quedaban hasta la noche y solo se iban cuando los llamaban de sus casas y salían brincando, bailando y cantando.

La víspera de la víspera de Navidad, día viernes por más señas, al anochecer, los niños jugaban afuera y vieron una sombra junto a una de las ventanas de atrás; de momento no le prestaron atención, pero luego se acercaron, encontraron la ventana abierta y escucharon algunos ruidos adentro; vacilaron un momento, pero se decidieron a enviar a Gaspar, el mayor de ellos, a inspeccionar; en un minuto les estaba gritando, entraron todos por la ventana y encontraron a un hombre amarrando a la vieja, que ya estaba amordazada; le cayeron al tipo como hienas a su presa, lo imposibilitaron, lo amarraron con el mismo cordel con que quería atar a la señora y llamaron a la Policía.

La fiesta de Navidad que ofreció Carmencita a los niños y sus padres fue memorable; les elaboró los más deliciosos manjares; les ofreció las bebidas que más le gustaban a cada cual, incluidos el vinito y el ron para los mayores; les obsequió pequeños recordatorios elaborados con sus propias manos y se declaró madrina honoraria de todos los menores.  En los infaltables comentarios, con miles de detalles, sobre lo acaecido, Juanita mencionó que, al comienzo, no se atrevían a intervenir, porque pensaban que se trataba del señor que la visitaba, pero Sebastián los hizo caer en cuenta de que él nunca venía los viernes.  ¡Así se reveló el secreto mejor guardado!




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