sábado, 8 de septiembre de 2018

PARAÍSO PERDIDO
Relato


Las intensas luces de los faros les muestran de frente el camino que han querido seguir.  Viridiana está ansiosa; revisa y revisa el mapa vial sin encontrar una indicación sobre el ramal que deben elegir.  Tomás conduce tranquilo, si es que a su modo de oprimir el acelerador se le puede llamar tranquilidad; más bien, finge estar tranquilo para no asustarla más a ella.  Han salido hace horas, con un supuesto destino muy preciso, pero no han llegado después de tomar una ruta y otra y otra.

Todo empezó cuando salieron a buscar a las cuatro amigas de Viridiana que habían iniciado un pequeño viaje el día anterior y habían quedado aparentemente involucradas en un accidente con un tren, sin que se supiera más de ellas durante casi veinticuatro horas.  Llevaban ya cuarenta y cinco o cincuenta minutos recorridos hacia el sitio del siniestro cuando ella recibió en su móvil un mensaje de Alexa que decía “Estamos todas bien” y no contenta con aviso tan escueto la llamó; la otra le contó que el vehículo de adelante había embestido a un tren en movimiento, pero la pericia de Gracia con el volante y con los frenos las salvó de sumarse al choque y solo tuvieron raspaduras; demoraron porque primero tuvieron que esperar largamente en el lugar de los hechos, después fueron a dar declaraciones a la policía y después a un taller a revisar el vehículo.

Y bien, ¿por qué no avisaron antes? Preguntó Tomás.

–No me dio tiempo de preguntarle, me colgó.  Mira, aquí la estoy rellamando y no contesta.

–En fin, ya sabemos que no les pasó nada y seguramente continuarán su paseo.  Sigamos nosotros con el nuestro.

–¿Cuál ‘nuestro’?  Ya terminó; las buscábamos y ya las ‘encontramos’; volvámonos.

–Nooo, ya estaba psicológicamente preparado para un largo viaje, así que sigamos en ese largo viaje.

–¡Este hombre sí es impredecible!  ¿Qué propones? 

–He visto en una valla, allí atrás, un anuncio de unas cabañas ‘Paraíso’ junto al mar.

–¡El mar está lejos!

–Tenemos cuatro días por delante.

–No traemos ropa ni provisiones para cuatro días.

–No seas aguafiestas.  ¿Sabes para que sirven estas pequeñas tarjetas plásticas?

Él ganó la partida y continuaron devorando carretera en pos de las cabañas que significarían un plácido descanso después de la tensión.  Ella iba consultando en el mapa para que Tomás no se distrajese un instante.  Los árboles desfilaban raudos hacia atrás, las casitas querían alcanzar a los árboles, solo la luna seguía tras ellos.  Cansada de mirar el mapa, ella decidió coger otro tema…

–Oye, ¿Por qué estabas tan interesado; era por Alexa o por Gracia?

–Por todas las cuatro; podrían estar en un percance serio.  ¿Qué tengo yo que ver con Alexa o con Gracia?

–Les haces ojitos con frecuencia.  Te he visto mirándolas mucho cuando salimos en grupo, picándoles el ojo y con sonrisitas maliciosas.  Cuando me ausento, te encuentro muy acomodado con una de ellas, disfrutando de la charla, abrazándola a veces.

–Ya me vas a resultar celosa; somos un grupo de muy buenos amigos y nada más; yo también he visto a Jairo pasándote el brazo por la cintura.

–Pero nunca me he metido a las habitaciones de los hombres.  A ti te encontré muy echado sobre la cama de Alexa, ella sobándote el cabello y solo dijiste, todo cortado, que habías entrado a buscar tu móvil; ¿por qué lo iba a tener ella?

Y dale con las historias viejas, ya superadas.  Ese incidente nos costó una discusión muy seria, pero al final todo quedó claro.

–Sí, a mi me quedó claro que tenía que vigilarte más, ¡hombre coqueto!

Silencio por un largo rato.  Miradas furtivas del uno a la otra, de la una al otro; continuos reacomodos en las sillas, tos nerviosa.  Nítido murmullo del motor, desfile de alambrados a lado y lado.  Al frente, la silueta oscura, bajo cielo naranja sangriento, de las últimas colinas que faltaban para llegar a las planicies costeras.  De repente, carretera vallada y avisos de desvío por reconstrucción vial.

–¡Carajo!  ¡Solo faltaba esto!  Ahora ¿qué camino cogemos?

–Cálmate, mi amor; ya busco en el mapa la carretera de los Alcaravanes, que es la ruta 80.  Allí decía que nos debíamos desviar por esa.  (El contratiempo hizo desaparecer mágicamente el enfado de Viridiana y lo volvió a ver como su amor).

–Está bien, mi vida.  Busca con calma.  (La magia también lo alcanzó a él).

Hallado el supuesto camino hacia la ruta 80, enrumbaron veloces, con las luces plenas sobre la vía y con la búsqueda ansiosa en el mapa, mas pronto debió bajar Tomás la velocidad porque el piso era sin pavimento y por necesidad de liberar la mano derecha para hacerle caricias a Viridiana.  Esta suspiraba y descuidaba el mapa.  Muy concentrados en este juego, no se percataron del desvío por donde debían tomar hacia la 80 y siguieron muy de frente por esa carreterita perdida entre las breñas.  Cuando volvieron a la realidad, los asustó el entorno, muy oscuro y solitario.  “¿Dónde estamos?”  Ya el mapa no les servía de nada porque perdieron todo punto de referencia.

–¿Qué vamos a hacer?  No sé cómo reubicarnos, dijo Viridiana con voz temblorosa.

–Lo que se hace cuando uno se pierde: seguir para adelante, evitar quedarse dando vueltas en el mismo sitio.

–Hacia adelante está cada vez más difícil la vía.

–Para mi carrito y para mi pericia de conductor, no hay vía difícil, ya verás, dijo el muy engreído del Tomás.

Ella lo dejó que continuara en la ruta, pues concordaba con nosotros en que el muchacho era muy engreído y lo mejor sería dejar que la realidad lo pusiera en su sitio.  Avanzaron, pues, varios kilómetros, hasta que resolvieron que sería mejor pedir posada en alguna casita.  Muchos kilómetros más adelante no se les había presentado ni la más humilde choza y ya estaban muy fatigados y con hambre.  Tomás vio lo que le pareció una tersa sabana, la enfocó con los faros para comprobarlo y le propuso a su pareja parar allí, comer de lo poco que traían y quizás dormir sobre la hierba.

Ella lo vio por el lado romántico y aceptó irrevocablemente.  Estacionaron el vehículo y rebuscaron en las escasas provisiones, donde por fortuna no faltaban los líquidos; comieron pasabocas y bebieron y se tendieron sobre el prado.  La oscura noche de Luna Nueva, solo tachonada por las lucecitas de los cocuyos, era propicia para conciliar el sueño y la soledad del entorno era también el mejor cómplice para los juegos que Viridiana comenzó a hacerle a Tomás, con pronto aligeramiento de ropas.  La fatiga que vino después de la agitación les produjo un profundo sueño que acogieron estrechamente abrazados.  

Una serpiente que se deslizaba entre los dos cuerpos los despertó aterrorizados un rato después.  Corrieron a refugiarse dentro del vehículo, pero ya el pánico no les dejaba conciliar el sueño.  Les pareció mejor quedarse en el sitio esperando las luces del amanecer, para tratar de orientarse hacia una salida viable.  Estuvieron un rato en silencio hasta que Viridiana, digamos que por buscar tema, le recordó otra supuesta infidelidad a Tomás.

–No solo con Alexa.  ¿Te acuerdas de tus saliditas entre semana el año pasado?  Todavía no me convenzo de que estabas, unas veces tomando aire, otras con un compañero de trabajo en su casa completando informes urgentes…

–¡Dale con eso!  ¿No habíamos aclarado todo?  ¿Qué bicho te picó ahora?  ¡Ah!  ¡La serpiente!  ¡Cómo puede ser!  Ojalá ese veneno no sea letal.

–No me vengas con bobadas.  No desvíes la conversación.  Recuerda que Luciana te vio con una muchacha muy bonita en un bar.  Esas noches, al regresar, no respondías a mis caricias; estabas como exhausto, te habían absorbido todo tu calor.

–¿Quieres que yo también te recuerde unas cosillas?   En esos días te pregunté por tus encuentros vespertinos con un “vendedor” antes de mi hora de salida del trabajo y, además de enredarte en una retahíla incoherente, ‘olvidaste’ seguir molestándome con lo de Luciana y la chica del bar.  Tuve el valor de pedirte que pusiéramos un caso frente al otro y aclaráramos todo, me dijiste que no valía la pena, entre caricias, me llevaste a la cama, me enloqueciste de amor y me pediste jurarnos que cada uno era único para el otro.

–Bueno, ya hay luz del alba, iniciemos exploración, desvió Viri.

Despuntaba un precioso rosicler, contra el que se recortaban las colinas, ya muy cercanas, con siluetas de árboles sobre su cresta.  La vista de Tomás se posó en ese bello cuadro y tuvo efecto la distracción buscada por Viridiana: olvidó la discusión, sobre todo porque, mirando bien, se observaban casitas allá en la distancia, que significarían una oportunidad para averiguar donde estaban y comer algo.

Llegados con dificultad al primero de los ranchos, fueron cálidamente atendidos por una mujer cuarentona, que no sabía indicarles qué camino tomar, pero les ofreció ‘desayunito’ mientras regresaba el esposo de los primeros menesteres agropecuarios del día, quien los podría orientar.  El espumoso y humeante chocolate, acompañado de panochas recién asadas, untadas con mantequilla que chorreaba y cubiertas con casi media libra de quesito fresco, fue una bendición para los hambrientos peregrinos.  La señora los dejó con las manos estiradas cuando le quisieron pagar; “aquí atendemos bien al forastero”.

Crescencio llegó como a las 9, cargado de leche y hortalizas, los saludó muy amablemente y les dio las indicaciones para encontrar la carretera de los ‘carvanes’:

–Sigan trepando por la trocha y ojalá el carrito no se les ranche; cuando lleguen allá a ese alto, van a ver abajo una carretera pavimentada que va hacia el mar, esa es; tienen que bajar con mucho cuidado por esas curvas tan estrechas.  ¿Y ustedes por qué vinieron a dar aquí?  Nadie se mete por estas trochas.

–Misterios que tiene la vida, querido Crescencio.  Muchas gracias por todo.  Nos vamos, a ver si no nos coge la tarde en el camino; ¡queremos mar!

La trocha fue dura, pero el premio que tuvieron al llegar al alto fue fantástico; se divisaba en lontananza la línea azul verdosa del mar, coronada por nubecillas e iluminada por un sol como comprado nuevo para ese día.  La planicie que se tendía a sus pies estaba salpicada de pueblecitos y surcada por la cinta sinuosa de la ansiada ruta de Los Alcaravanes.  Bajar hasta esta tampoco fue fácil; como les dijo el campesino, las curvas estrechas y la pendiente pronunciada le cogían ventaja al ‘perito conductor’; Viri se llevó más de un susto, se quedaba callada para no contrariarlo, pero él le preguntaba por qué le enterraba las uñas en la pierna.

Ya en plena ruta 80, el Tomás volvió a ser “el as del volante”, pero el hambre del medio día de Viridiana lo obligó a abandonar la vía y entrar a un restaurante.  Después de un opíparo almuerzo, les dio por hacer ‘una siestecita’ en unas tentadoras hamacas colgadas entre la sombra de los árboles.  ¡Qué agradable sensación de dolce far niente!  De sus sueños los sacó el canto de los grillos y cigarras cuando estaba oscureciendo.  Tomás arrojaba chispas por los ojos y blasfemias por la boca.  “¡Otro día perdido!”  Viridiana tardó un buen rato en calmarlo.  Comieron algo rápido con un buen refresco y reanudaron la marcha.  Él no recordaba muy bien las señas de las Cabañas Paraíso, así que tardaron hasta las 10 para llegar allí, aunque ella le insistía en que podían quedarse en cualquier otro lugar.

–Todo está ocupado.  No podríamos ofrecerles ni el cuarto de las escobas.

–¿Cómo es posible?  ¡Dos días tratando de llegar y no encontramos albergue!

–¿Y es que vienen desde Alaska o desde la Tierra del Fuego?

–¡No se burle!

–Disculpe.  Pero no demorarán en encontrar sitio.  De aquí en adelante hay muchos lugares…

La dependiente fue interrumpida por voces cercanas:

–¡Hola, Tom y Viri!  Qué bueno encontrarlos por aquí.

–¡No faltaban sino los latosos de Juan y Josefina!

–Por favor, Tomás, que te escuchan.

–¿Qué los trae por aquí?

–Difícil de adivinar.  Lo mismo que a ustedes.  No venimos a misa ni a comprar mercado.

–Deja de ser sarcástico, Tomás.  ¿Cómo están J y J?  Qué coincidencia que escogimos el mismo lugar, pero nosotros no encontramos sitio; vamos a tener que salir a buscar.

–Estamos en las mismas, queridos, también acabamos de llegar y no habíamos hecho reservación.  ¡Vámonos juntos a la búsqueda!  Así será más divertido.

–Claro!  Vamos en caravana, dijo Viridiana.  ¿No, Tomás?

–Así toca.

–Pero hay un pequeño detalle, dijo Josefina.  Nuestro carro venía recalentado y Juan está consiguiendo permiso para dejarlo aquí guardado toda la noche, aprovechando que ustedes nos pueden llevar a buscar hotel y nos podrán traer mañana con un mecánico para revisar el vehículo.  ¿De acuerdo?

–Encantados.  Respondió Viridiana.  Tomás prefirió callar.

Ahora van, tarde de noche, cansados, insistiendo por albergue en los hoteles de la carretera y aguantando la cansona retahíla de Juan y Josefina.  ¿Cuál Paraíso?

Carlos Jaime Noreña

ocurr-cj.blogspot.com
cjnorena@gmail.com


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