viernes, 14 de septiembre de 2018

CONFESIONES DE UNOS AMIGOS FIELES
Relato

Soy la impresora de Luciano.  Ya no puede vivir sin mi, pues las “impresiones” ya no son las que quedan en el cerebro sino las que se plasman en el papel; no en el pequeño trocito donde se rayaba afanosamente con el lápiz, sino en una hoja Bond pulcramente entintada.  Él busca un mapa en la web para localizar el sitio a donde debe ir y a continuación lo imprime; le dan instrucciones para una gestión y las imprime; por la noche, ambas cosas van a la basura.  Le gusta un poema de algún blog, lo imprime; los comprobantes de transacciones hechas por internet, no se contenta con guardarlos en archivos electrónicos, sino que los pasa al papel, para abultar su archivador.  El día que le anuncié de la tinta agotada, poco le faltó para llorar, el desespero fue grande y no se consoló hasta el día siguiente, cuando le llegó el cartucho de reemplazo.

Yo soy el computador de Luciano, donde se originan todos aquellos pecados que va a cometer con la impresora.  A través de mí hace compras, pagos de facturas, consultas, visitas a blogs y a páginas web.  Sin mi tampoco puede vivir Luciano; ya no sabe como salir a pagar una cuenta o buscar una noticia en el periódico.  Pero, además, soy su centro de entretenimiento: juegos de vídeo, películas, música y… bueno, confidencialmente les cuento, páginas de porno; buenos ratos pasa embelesado contemplando los más increíbles juegos eróticos de parejas, de tríos, de solitarios… y nunca se cansa, nunca se percata de las repeticiones disimuladas, siempre cree encontrar novedades y no pocas veces se trenza en calientes diálogos con personas desconocidas en el chat.

Luciano podrá escuchar mucha música en el computador, pero cuando se acuerda de mí, su equipo de sonido, me enciende y obtiene las más exquisitas sensaciones con la música que resuena a través de los potentes parlantes o los lujosos audífonos.  Me utiliza principalmente cuando está solo y puede subir el volumen para disfrutar de toda la potencia de salida.  Cuando se cansa de tocar discos, empieza la búsqueda de emisoras, pasa horas en ello y yo siento gran regocijo.

Le ofrezco mucho más que ese radio; yo le doy imágenes que acompañan la música, las noticias o los deportes y también tengo un sonido de alta fidelidad, que llena la casa; soy el televisor.  Conmigo también tiene acceso a picantes transmisiones de los canales eróticos, cuando se fatiga mirando deportes o series.

No se olviden de mí, la cámara fotográfica; ya me usa muy poco porque tiene ese vanidoso teléfono celular con lentes Leica, pero recurre a mí cuando va a salir de excursión fotográfica y me lleva de compañía un bolso lleno de lentes y filtros.  Retrata bellos paisajes, refinados detalles de la vegetación, cómicas poses de animales y no tan cómicas poses de las modelos ocasionales que levanta en el camino; yo no sé cómo hace para despertarles inspiración artística a estas espontáneas, pero le quedan muy bien.  Y más de una tarde, termina tomándose sus bebidas con una de ellas.

Despreciarán mis fotos (aunque ya las hago tan buenas como las de las cámaras), pero nunca podrán superar la intimidad que le proporciono a mi amo.  Él puede hacer sus llamadas sin que yo, su móvil, revele sus secretos.  ¡Y muchos que le conozco!  Pero no los vais a saber de mi, porque le soy muy fiel, a pesar de que él no les es tan fiel a su amada y a otros de los suyos.  Hay que ver las frases que tiene como acuñadas para repetirles a varias personas, como si fueran exclusivas para ellas.  Bueno, tampoco es que haya incurrido en nada grave, ¡ligerezas!

Yo no tengo tecnología, pero guardo una gran cantidad de textos y muchísimas imágenes, siempre a disposición de Luciano.  Soy su colección bibliográfica y puedo asegurar que soy su más amada compañía, más que esa mujer con la que anda.  Conmigo se encierra ratos muy largos, a mi me acaricia en todos mis componentes, me habla cuando estamos a solas, me hace con esmero todo lo necesario para mantenerme presentable, bonita.  Cuando retira uno de los libros para darse un rato de solaz, no me abandona; se sienta junto a mi en sus horas de lectura, con un café o un vino sobre la mesita, y yo lo miro tiernamente.

Tampoco me envanezco de tecnología alguna: soy una cama, el lecho al que Luciano trae sus secretos, donde ha llorado y soñado.  Son aromas para mi sus olores corporales; son caricias para mi todos sus movimientos nocturnos, suaves o bruscos.  Lo he acogido con su amada y les he regalado tibieza y blandura.  Conozco todo lo más recóndito de su conducta mutua, todo lo que les da placer, los detalles que los disgustan ocasionalmente a uno con otro, los momentos de éxtasis.  Y contrario a mis compañeros de habitación, no le conozco infidelidades; nunca ha venido con otra, nunca me ha hablado de otra.  Yo no sé en qué se basan ellos para acusarlo; sí, tal vez conductas exteriores que yo no he testimoniado; pero de una cosa estoy segura: me lo hubiera contado, como todos los demás secretos de su corazón.

El ropero de un hombre quizá parezca algo muy simple, pero yo soy el que le ofrece todas las mañanas unas atractivas propuestas para salir a encarar los retos del día.  Hay que ver como posa frente al espejo con una camisa que le he sugerido; vacila un momento, se quita el pantalón y se pone otro que ‘sale mejor con esta pinta de camisa’, luego se queda un buen rato decidiendo entre unos tenis y unos zapatos de calle.  Lo mejor son esas ocasiones en que se desnuda frente al espejo y se queda observando su cuerpo con gestos de desencanto en su rostro; ‘me está creciendo mucho esta barriga’, ‘se me están brotando unas venitas’, ‘esta rodilla se está hinchando’.  Quisiera poder hablar para decirle que no sea ansioso (¡ni vanidoso!), que muchas mujeres se quedarán aleladas viéndolo pasar y no le van a buscar venitas ni a reparar en su barriga, menos prominente que las ‘llantas’ suyas.

A ustedes los trata con cariño; a mí, a las patadas.  Soy su balón de fútbol.  Y no lo digo con sentido cómico; es que, de verdad, me tira duro.  Al salir de casa, me lleva tan abrazado que parecemos un par de enamorados; pero las jaculatorias que me reza cuando no paso por entre los tres palos prefiero no repetirlas aquí.  Además, cuando su equipo adorado pierde, me coge a las patadas, contra un muro, para descargar su rabia.  Él no sabe que todo eso me duele, pero debería suponerlo.

A mi me busca en las buenas y en las malas.  Cuando llega con amigos, me pide cervezas; con su amor, debo darle vino y en las noches amargas, un trago fuerte.  Soy su refrigerador licorero.  Me atiborra de bebidas de toda clase porque, dice, no puede pasar un mal rato por no poder ofrecerle a alguien su trago predilecto.  En la sección más fría, le guardo cervezas de varias marcas; en la siguiente, le conservo los licores con contenido de azúcar; en otra los vinos blancos y en la menos fría van los tintos y bebidas de alto contenido alcohólico, como el brandy, whisky y aguardiente.  Me asalta cuando está solo, para ‘tonificarse’ con un ‘traguito’.  Me busca cuando tiene visitantes, para ‘atenderlos como se debe’.  Me considero el componente más importante de esta vivienda.

Yo le conozco muchas facetas: la de hombre afanado para el trabajo, la de competidor inclemente con sus amigos, la de amoroso parejo de su pareja y, bueno, que esta no se entere, la de conquistador de fin de semana.  Soy su casco de motociclista.  Hay que temerle cuando sale decidido, cargándome bajo el brazo; ese día tiene ansias de velocidad.  Si se va solo directamente para la autopista es porque necesita quemar toda la adrenalina para olvidar un mal resultado en el trabajo, un altercado con alguien de la familia, un disgusto con su muchacha o, simplemente porque se siente bajo de autoestima.  Por fortuna, nada le ha pasado en esos escapes.  Si sale hablando por celular, va buscando compañía; su amada o alguna amiga va a ocupar el sillín trasero y el paseo va a ser suave, manejando cuidadosamente; pero también puede ser que se está citando con los compinches para un paseo de esos donde siempre terminan compitiendo; empiezan muy amistosos, andando suave, parando aquí y allí, pero en algún momento los pica el bicho machista y se ponen a volar.  Hasta yo me estreso, que soy un mero trozo de fibra de vidrio.

Y yo soy su principio de realidad.  Yo le digo cuando puede invitar a la pareja o salir de conquista; cuando puede rellenar el refrigerador; cuando se puede ir de concierto; cuando se tiene que quedar enclaustrado, solo leyendo o revisando las redes sociales, abrazado a su oso de peluche y haciendo rendir una cerveza toda la noche.  ¡Yo soy su billetera!


Carlos Jaime Noreña
ocurr-cj.blogspot.com
cjnorena@gmail.com

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