sábado, 14 de septiembre de 2019

JUEGOS Y SUSTOS
Relato


Estos alegres amigotes se reunían todas las noches de viernes o sábado en casa de Juan Esteban.  Objetivo: jugar.  Empezaron con las tradicionales cartas, pero pronto uno de ellos los entusiasmó con alguno de esos juegos de rol que se desarrollan con los curiosos meeples, cartas, dados y algunos otros elementos.  Fueron ganando destreza en tan complejas lides y cuando el juego ya se les hizo rutinario, lo cambiaron por otro muy diferente y quizá más complejo.

Las emociones del juego les arrancaban frecuentes expresiones, carcajadas, pataleos, que se hacían cada vez más fuertes y sonoros.  No tomaban en cuenta lo tarde que se les hacía en la noche y no se preocupaban por reducir el volumen de sus exclamaciones ni el de la música acompañante.  Así se llegó el momento en que un vecino llamó a la puerta, bastante molesto, para solicitarles que dejaran dormir.  Le pidieron mil disculpas, le prometieron comportarse adecuadamente y, en efecto, apagaron la música y, mal que bien, dejaron de hacer ruido.

En la reunión de la semana siguiente, se olvidaron de la prudencia; el vecino volvió a reclamarles, ya visiblemente disgustado; pero no había acabado de retirarse, cuando también la vecina del otro lado llegó a pedir silencio.  Ahora sí que se mostraron avergonzados, prometieron todas la bellezas posibles y continuaron el juego en tono pausado.

Otra semana después, los muchachos, dejándose llevar por las emociones del juego, armaron su alboroto, pero esta vez pareció que a nadie le afectaba.  Cuando dieron las doce y en medio de una jugada muy intrincada, que los tenía en silencio, la mesa empezó a moverse sola; cada uno le dijo a su compañero del lado que se quedara quieto, mas todos negaron el hecho, terminaron mirándose muy perplejos, olvidaron los detalles de la jugada y suspendieron el juego.

–Este piso es de tablas, dijo Juan Camilo; alguien las movió desde el sótano, para asustarnos.
–Bajemos a revisar, dijo Juan Esteban, el anfitrión.

Armados de linternas y hombro a hombro para ahuyentar el miedo, revisaron todo el sótano y no hallaron nada extraño.  Decidieron terminar el juego, de todos modos, y salieron intrigados para sus casas.

El viernes siguiente, después de una minuciosa revisión abajo, arrancaron con el juego y las bebidas y un poco después las dos chicas del grupo pidieron baile, animadas por la música que Juan Esteban había puesto.  No se hicieron rogar y se prendió un agitado baile.  Cuando estaban en lo más movido, se les pasó un gato negro por entre las piernas.

Las damas mostraron susto, pero los caballeros las calmaron diciendo que por cualquier ventana abierta se podía meter un gato callejero.  Se calmaron fácil, pero enseguida se apagaron todas las luces y apareció de nuevo el felino, despidiendo destellos por las fauces y por los ojos.  Después del revuelo, con las chicas dando alaridos y los hombres tragándose su miedo, regresó la energía y todos se miraron en silencio. 

–Es otra broma, sentenció Juan Camilo.  Es el mismo truco de “El Perro de los Baskerville” de Sir Arthur Conan Doyle: El animal, negro también, fue embadurnado con material fosforescente y soltado por la noche en aquellos parajes solitarios y oscuros donde se desarrolla la novela.

Nadie le prestó atención y decidieron dar la fiesta por concluida.

El día siguiente, acudió Juan Esteban a la estación de Policía a poner querella contra sus vecinos de ambos lados.  Después de miradas burlonas e interrogatorio igualmente ridiculizante, le prometieron visitar a los vecinos y pedir explicaciones.

No se supo si la Policía visitó a los vecinos, pero las reuniones continuaron.  Un sábado, en medio de lo más emocionante de un juego que incluía misteriosos asesinatos, se escucharon unos gemidos.  Juan Camilo hizo mala cara, pero a todos los demás, incluidos los hombres, se les erizaron los pelos.  Nadie se atrevió a moverse hacia el lugar desde donde parecían llegar los gemidos; estos pararon y ellos se quedaron largo rato, fijos en su sitio, aguzando los oídos y sin atreverse a pronuncias una palabra.

Cuando Juan Camilo se atrevió a abrir la boca, para descalificar el hecho, se reanudaron los gemidos, más lastimeros y en un lugar diferente.  La estampida fue inmediata; todos juraron no regresar nunca.  A uno de ellos se le quedó la chaqueta, a otra el bolso, a otra el chal y el celular.  Juan Camilo permaneció acompañando a su amigo y le aseguró que se trataba de grabaciones.

–Pero, ¿quién iba a entrar a mi casa a reproducirlas desde sitios diferentes?
–No tenía que entrar; las emitió a través de ventanas abiertas.  Tú las mantienes así para refrescar el apartamento y por ahí mismo entró el gato la otra noche e ingresó también el gracioso que nos movió la mesa.
–Puede que tal vez quién sabe.  Me vas a ayudar a convencerlos a todos para que vuelvan a la próxima sesión.

Por más que intentaron los Juanes reagrupar a los amigos de juego, nadie quiso volver; el programa se tuvo que trasladar para la vivienda de otro camarada y el silencio reinó para los atormentados vecinos.

Una noche que salía Juan Esteban para el nuevo sitio de encuentro, estaba su vecino frotándose las manos y diciéndose

–Por fin lo logré.

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