sábado, 7 de septiembre de 2019

El favorito de las hadas
Relato

Fue el primer hijo después de cinco años de matrimonio.  Era un bebé muy lindo y todos los parientes y conocidos bromeaban diciendo que el niño lo habían traído las hadas, como en una vieja leyenda irlandesa.  Creció muy consentido por sus padres, que lo habían ansiado tanto.  Cuando fue a la escuela se enteró, por sus compañeritos, del rumor sobre su origen en las hadas; inicialmente se asustó, pero luego se le ocurrió que podía comprobar su origen haciéndoles pedidos a ellas. 

Les pidió, entonces, los dulces de su predilección, en voz alta, comentándolo con sus padres, como poniéndolos de testigos; estos, fascinados con la ocurrencia del niño, compraron las golosinas y se las pusieron bajo la almohada mientras dormía.  ¡Gran alboroto el que hizo el chico por la mañana!  Mas no sabían los padres en la que se metían; continuó haciendo pedidos, casi cada semana, que eran satisfechos por “las hadas”; pequeños juguetes, helados, revistas…  Hasta que un día se antojó de un costoso equipo de videojuegos de última referencia y los “viejos” tuvieron que parar de satisfacerlo.

En esa ocasión, la pataleta fue grande; los viejos se deshicieron en explicaciones, inventadas, sobre un posible error en la entrega del aparato, sobre un límite de tolerancia de las hadas a los pedidos de sus protegidos, etc.  Al fin se dio al dolor el muchacho y, aunque reintentó con dos o tres pedidos pequeños más, al fin olvidó el asunto y sus papás se tranquilizaron.

Cualquier día, en la oficina donde trabajaba, hubo una rifa para recaudar fondos para atender una pequeña emergencia en un vecindario pobre.  Quintín, que así se llamaba nuestro protagonista, compró entusiasmado su boleta; poco después, comenzó a comentar a todos que había pedido a sus protectoras hadas el premio, y siguió mostrando tal seguridad en ganárselo, que sus compañeros estaban impresionados; en cierto momento, uno de ellos les propuso a los demás hacer algo para que la suerte favoreciera a Quintín, que era tan excelente compañero y merecía ese estímulo; al cabo de algunas discusiones, convinieron en hacer un truco en el sorteo para que él saliera ganador.

Ese “golpe de suerte” le acabó de despertar la obsesión por las hadas y ahora le dio por implorarles un aumento de sueldo.

–Hace dos años tengo el mismo salario y aquí no se preocupan por actualizármelo; les tienen sin cuidado los méritos que he hecho.
–Ni pienses que te van a mejorar el sueldo, porque consideran que la inflación está muy baja y ciertas prebendas oficiales nos han mejorado los ingresos.
–Pues yo se lo voy a pedir a las hadas y ya verás que tendré éxito.  Ellas no me desamparan; yo soy su niño mimado.
–¡Pobre iluso!  Bueno, al menos tendrás consuelo por un tiempo.

Todos se quedaron estupefactos cuando salió a la luz pública un inesperado decreto presidencial que disponía un aumento general de salarios en todo el país.  Quintín llegó al trabajo bailando de la felicidad y pregonando su entendimiento con las hadas.  Esa actitud despertó toda clase de comentarios, desde los más escépticos hasta los que le pedían su secreto para conseguir los favores de los seres misteriosos.

Cualquier día, en el bus, uno de esos trovadores que se dedican a perturbar la calma de los pasajeros con la disculpa de una supuesta necesidad hogareña, le dedicó un verso a la raída chaqueta de Quintín, quien cambió de colores, avergonzado ante la concurrencia.  Al llegar a casa, se lo comentó a su mujer y de allí en adelante siguió usando muy contadas veces la prenda y rogando, en secreto, a sus hadas, el regalo de una pintosa chaqueta nueva, de la marca de moda.  No estaba lejos el día de su cumpleaños, así que fue corta la espera del regalo de “las hadas”: su esposa le obsequió una bella chaqueta de la marca ansiada y del color favorito, además de la  tradicional torta con velitas, la cena con buen vino y muchos besos.
El día siguiente, impaciente Quintín por estrenarse su chaqueta, y para asegurarse de que no se le mojara, buscó la mejor predicción meteorológica: la observación del cielo desde las ventanas de su alto apartamento.  El día estaba sombrío y con muchas nubes; un poco desanimado, comenzó a recitar la fórmula que había inventado para hacer pedidos a las hadas, esta vez para que abriera bien el día y no le lloviera.  Mientras desayunó y se alistó, apareció un sol esplendoroso y huyeron todos los nubarrones; nuevamente las mágicas amigas le concedían sus deseos y el muchacho salió para el trabajo radiante de felicidad. 

El muy marrullero del Quintín profesaba un callado amor por Eliana, compañera trabajo, y había querido robarle un beso que ella siempre esquivaba muy diplomáticamente.  Ni en las fiestas de la oficina, al calor del ambiente; ni en su cumpleaños, con la disculpa de la felicitación, había podido el pobre hombre satisfacer su deseo ferviente y se había tenido que retirar muy triste.  Les tocó, pues, a las hadas el engorroso encargo de disponer que las mejillas y los labios, el corazón y el deseo de Eliana se dispusieran a aceptar, y con buen ánimo, el asedio del muchacho.

La gran dicha se produjo en la celebración navideña de la empresa: en el momento del brindis, al chocar su copa con la de ella, le hizo Eliana un guiño pícaro acompañado de una radiante sonrisa que desequilibraron al hombre; el corazón empezó a darle saltos y no veía el momento de encontrarse a solas con ella.  No fue a solas, sino que en el intercambio general de felicitaciones personales y tibios besos en mejillas, la chica le ofreció los labios en el momento de él acercarse a su cara y le convirtió el tímido beso que Quintín empezó a darle en un atornillamiento de bocas y cruce de lenguas que duró algo más de lo normal y a él le pareció una eternidad vivida en el mismísimo cielo.

Enloquecido después de el maravilloso suceso, Quintín quería que las hadas le acudieran en todo momento: deshacer un nudo de los cordones de los zapatos, hacer hervir rápido un agua para un café, quitarle el mal genio a la esposa, hacer llegar el bus demorado…  Pero las hadas se le rebelaron y no volvieron a concederle lo más mínimo; incluso le invirtieron lo anteriormente otorgado: le llovió sobre la chaqueta, perdió en todas las rifas y apuestas, le congelaron el salario y hasta Eliana, que se estaba mostrando muy cariñosa y le había aceptado invitaciones, lo mandó “a consolarse con su mujer”.

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