martes, 3 de septiembre de 2019


JAIMITO Y LAS ESTRELLAS


Jaimito quiere alcanzar las estrellas; es su obsesión.  Por las noches, desde su ventana, alza los brazos y estira los dedos tratando de llegar a tocar alguna de ellas.  El fracaso lo frustra y duerme mal, pero al día siguiente vuelve a hacer el intento.  De nada sirve que le expliquen la distancia tan grande que nos separa de los astros; en su insondable mente de niño autista hay algo que le impide comprender este concepto, a pesar de que tiene admirables habilidades para muchos otros temas.

Una noche, lo llevan a donde un conocido que tiene un telescopio y disfruta de una maravillosa sesión de observación astronómica, con profusión de explicaciones.  Al volver a casa, pide prestados los binóculos a su papá y se parapeta en el balcón a enfocar astros en el firmamento y tratar de alcanzarlos con las manos; pasa varias horas en ello, a pesar de que le ruegan que recuerde la explicación del amigo sobre lo imposible de llegar a las estrellas sin usar las naves espaciales y todo lo que estas demorarían para viajar hasta allí.  Es que no viajo hasta allá, las traigo aquí con los binóculos…

En su colegio especial tiene casi enloquecidas a las profesoras explicándoles astronomía, proponiéndoles formas de salvar la distancia hasta el cielo y pidiéndoles ayuda para arriesgados ensayos que se empeña en hacer, ayudado por binóculos y escalera, para alcanzar alguna nube, porque obviamente no “hay” estrellas a la luz del día.  Ellas, por supuesto, no le dan gusto, temerosas de un accidente.

En un paseo familiar a una finca, Jaimito se extravía por la noche; han dado las diez y el niño no aparece; arman brigadas de búsqueda, cada una con un hombre dos mujeres, un perrito y una linterna; recorren toda la finca de cabo a rabo y luego se internan en predios vecinos, lidiando hasta con perros bravos, por el desespero que crece al no aparecer el muchachito.  Él los observa malicioso desde la altura del árbol más alto, a donde se subió en busca de las estrellas.

Van pasando los días y al niño no se le quita la obsesión por los astros.  Tampoco le confiesa a la familia en donde pasó aquella noche, no importa que le insistan, que le prometan premios para que revele su secreto o que lo amenacen, para tratar de sacárselo a la fuerza.  Ahora está haciéndole visitas a un pino muy alto que hay en un parquecito cercano a su casa, quizás el doble de la altura del árbol de aquella noche.  Cada vez lo estudia mejor y perfecciona el plan de escalada que está urdiendo.  Por casualidad, una noche que pasa por allí con su padre, la perspectiva le hace ver, en el tope de la alta planta, un lucero muy brillante; para él, ese lucero está rozando la punta del árbol y así debe de ser todas las noches.

Una tarde, el muchacho ve que unos obreros están trabajando en alguna obra en el marco del parque.  Se aproxima con sigilo y “toma prestada” una escalera; la recuesta al tronco del pino, trepa hasta llegar a las primeras ramas y allí continúa escalando, de una rama a otra más alta, sin descanso, para llegar al tope.  Allí se las ingenia para acomodarse entre dos ramas y se relaja esperando el anochecer y la llegada del lucero a su sitio.  Entre tanto, los trabajadores han retirado la escalera sin percatarse de que alguien la usó para treparse.

Al llegar la noche, el muchacho, que se ha quedado dormido y milagrosamente no se ha caído, no se percata de la salida de Venus esplendoroso y despierta cuando el planeta ha subido lo suficiente para quedar, por casualidad, situado sobre la rama que está encima de su cabeza.  El regocijo es grande cuando descubre que tiene su estrella al alcance de la mano; se yergue y la estira para atrapar el lucero, mas un instante antes de alcanzarlo cruje la rama bajo sus pies.

Quería alcanzar las estrellas allá arriba y las encontró en dirección opuesta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

  Una navidad sentida La pelirroja Ángela y el rubio Daniel han salido a caminar en esta noche de principios de diciembre tibia y luminosa, ...